Quiero hoy hablaros de Sebastián Mariné, a quien todos conocíais y admirabais, fundador y Presidente de la Unión Seglar de Ntra. Sra. de la Almudena de Madrid, catedrático sabio, entre los verdaderamente sabios y sencillo y humano, con la elegancia de espíritu de un caballero cristiano.
Nuestra amistad se inició en los años un poco lejanos de los estudios de la Universidad y en la Congregación Mariana de Barcelona. Ingresó en la Universidad un año antes de mi ingreso, pero el hecho de llevarnos un curso de diferencia, no impidió nuestro trato y el que admirará en él desde el comienzo a un hombre para el deber, un hombre para el trabajo, y un hombre para Dios. Nunca aprecié la ligereza que suele hacer mella en aquellos años juveniles en tantos estudiantes. En todo momento su conducta fue rectilínea y clara, sin concesión alguna al triple lema que fue como al programa de su vida: porque fue un hombre para el deber, llegó a ser un hombre genuinamente libre, transparente y sin titubeos en donde estaban el camino que en cada momento hay que pisar. Porque fue un hombre para el trabajo, llegó a ser un sabio, no sólo en su especialidad en las lenguas latina y griega, sino sabio en otras muchas ramas de las ciencias humanas y en las ciencias divinas. Y porque fue un hombre para Dios, desde el primer momento, fue un ejemplar caballero cristiano, que glorificó a Dios ante los hombres en todas las ocasiones de su vida, con una vida de apostolado por la ciencia, en él testimonio de todo su ser entregado a dar gloria a Dios
Su natural humildad me conmovía cuando, en varias ocasiones, me pedía consejo, aceptando mis palabras no como las de un antiguo compañero de estudios, sino con la docilidad del discípulo, en tantas cosas y saberes tan superior a mí, pero su espíritu de fe le hacia ver por encima de lo accesorio, al sacerdote, a quien buscaba.
En la Congregación Mariana Universitaria de Barcelona, realizamos juntos actividades apostólicas. Nunca faltó a sus actos de Congregación. El vivía entonces en la calle Nápoles, y la Congregación de la desarrollaba su vida en la Residencia de Lauria de los PP. Jesuitas, junto a la calle Caspe. Allí, Sebastián Mariné dirigió dos de las llamadas Academias, que completaban la formación intelectual de los congregantes: la de Estudios Sociales y la de Liturgia. Ya desde entonces estaba bien marcado su amor por el canto gregoriano y la dignidad del culto, como manifestación de su amor a la Iglesia. Recuerdo visitas comunes a la leprosería que existía en el Valle Hebrón, la leprosería de San Lázaro, y también su labor de catequista en el Centro del Carmen y San Pedro Claver, hoy el gran Colegio del Clot. Era congregante jovial, apóstol, con una gran devoción filial y sin límites la Virgen María.
Nuestras diferentes vocaciones nos llevaron por caminos de lejanía. Mi regreso a Barcelona coincidió con su cátedra en la Universidad de Madrid. Había comenzado ya la gran Crisis de la iglesia, y al fundarse entre nosotros la Unión Seglar de San Antonio María Claret, con la inspiración del P. Piulachs, volvieron a reanudarse nuestros antiguos contactos de forma más intima. Todo ello le llevó a erigir de forma paralela a la nuestra, la Unión Seglar de Ntra. Sra. de la Almudena. Desde entonces, Mariné fue el insustituible asistente de las Asambleas, reuniones y proyectos comunes. Las últimas jornadas nacionales de las Uniones Seglares en Javier, serán un recuerdo constante de todos los que allí estuvimos, unido a la figura, las intervenciones y el ejemplo de Sebastián Mariné.
Pero su generosidad y comprensión para todo lo bueno, era excepcional. Era ya señal de una profunda vida interior, y de una muy elevada santidad. No le importaron ocupaciones, ni cientos de kilómetros de viaje para acudir a los Campamentos de la Unión Seglar, para animarnos con sus palabras, para convivir unas horas con sus amigos y compañeros de apostolado.
Tuve yo una hermana, Serafina, a la que familiarmente llamábamos «Finuca», que falleció a sus juveniles veintiún años en olor de santidad. Ella sí fue compañera de Mariné durante la carrera, un año mayor que yo. Estuvieron unidos durante aquellos años por una gran amistad espiritual. Sus dos almas vibraban por los mismos ideales de perfección. Pues bien, en circunstancias bien adversas para mí, cuando a veces se tiene la sensación de aturdimiento por la tribulación, vino en mi ayuda la voz amiga de Mariné. Me dijo: «Nunca temas, que sé muy bien que Finuca intercede por ti, y te llamará por los caminos de la libertad interior y del seguimiento de Jesús con la cruz. Así, caminó ella. Así caminarás tú y serás feliz y tendrás fecundidad espiritual. Adelante, que va contigo». La voz del amigo, midió en su grandeza la hondura de su amistad. Nadie me había hablado así, tan desde dentro de mi propia vida.
Por eso guardo de Sebastián Mariné estratos de recuerdos que son años de mi existencia, y quisiera trasmitiros su lección: amor a María, amor al trabajo, amor al deber, amor a la gloria de Dios, en la realización del triunfo de Jesucristo Rey. Y amor incompatible a la amistad, por eso Mariné fue siempre el alegre sabio, el alegre apóstol, el alegre amigo.
Cuando apenado llamaba por teléfono a su hija María Teresa, me respondió: «Mira, estará ya con Jesucristo, por cuya causa y per el reconocimiento de su realeza, siempre trabajó y sufrió”. Ese es el resumen de su vida, del amigo entrañable cuya lección os transmito: un hombre para Jesucristo Rey.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 115, febrero de 1988