Capítulo 54
De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia
Jesucristo.– 1. Hijo, mira con diligencia los movimientos de la naturaleza y de la gracia, porque son muy contrarios y sutiles, de modo que con dificultad son conocidos sino por varones espirituales e interiormente alumbrados.
Todos desean el bien, y en sus dichos y hechos buscan alguna bondad; por eso muchos se engañan con color del bien.
2. La naturaleza es astuta, atrae a sí a muchos, los enreda y engaña, y siempre se pone a sí misma por fin.
Mas la gracia anda sin doblez, se desvía de toda apariencia de mal; no pretende engañar, y hace todas las cosas puramente por Dios, en quien descansa como en su fin.
3. La naturaleza no quiere ser mortificada de buena gana, ni estrechada, ni vencida, ni sometida de grado.
Mas la gracia estudia en la propia mortificación, resiste a la sensualidad, quiere estar sujeta, desea ser vencida, no quiere usar de su propia libertad, apetece vivir bajo la observancia, no codicia señorear a nadie, sino vivir y servir y estar debajo de la mano de Dios; y por Dios está pronta a obedecer con toda humildad a cualquiera criatura humana.
4. La naturaleza trabaja por su conveniencia, y tiene la mira en la utilidad que le pueda venir. Pero la gracia no considera lo que le es útil y conveniente, sino lo que aprovecha a muchos.
La naturaleza recibe con gusto la honra y la reverencia.
Mas la gracia atribuye fielmente solo a Dios toda honra y gloria.
La naturaleza teme la confusión y el desprecio.
Pero la gracia se alegra «en padecer injurias por el nombre de Jesús» (He 5,41).
La naturaleza ama el ocio y el descanso corporal.
Mas la gracia no puede estar ociosa; antes abraza de buena voluntad el trabajo.
5. La naturaleza busca tener cosas curiosas y hermosas, y aborrece las viles y groseras.
Mas la gracia se deleita con cosas llanas y bajas, no desecha las ásperas ni rehúsa el vestir ropas viejas.
La naturaleza mira lo temporal, y se alegra de las ganancias terrenas, se entristece del daño y enójase con cualquier palabra injuriosa.
Pero la gracia mira lo eterno, no está pegada a lo temporal, ni se turba cuando lo pierde, ni se exaspera con las palabras ofensivas; porque puso su tesoro y gozo en el cielo, donde ninguna cosa perece.
6. La naturaleza es codiciosa, y de mejor gana toma que da; ama sus cosas propias y particulares.
Mas la gracia es piadosa y común para todos, huye la singularidad, conténtase con poco, tiene por «mayor felicidad el dar que el recibir» (He 20,35).
La naturaleza nos inclina a las criaturas, a la propia carne, a la vanidad y a las distracciones.
Pero la gracia nos lleva a Dios y a las virtudes, renuncia las criaturas, huye el mundo, aborrece los deseos de la carne, refrena los pasos vanos, avergüénzase de parecer en público.
La naturaleza toma de buena gana cualquier placer exterior en que deleite sus sentidos.
Pero la gracia, en sólo Dios se quiere consolar y deleitarse en el Sumo Bien sobre todo lo visible.
7. La naturaleza todo lo hace por su propia utilidad y conveniencia; nada puede hacer de balde, sino que espera alcanzar por el bien que hace otro tanto o más; o si no, alabanza o favor, y desea que sean sus obras y sus dádivas muy ponderadas.
Mas la gracia ninguna cosa temporal busca, ni quiere otro premio sino sólo Dios; de lo temporal no quiere más que cuanto le puede servir para conseguir lo eterno.
8. La naturaleza se complace en los muchos amigos y parientes, se gloría del noble nacimiento y distinguido linaje, halaga a los poderosos, lisonjea a los ricos, aplaude a los iguales.
Pero la gracia ama aun a los enemigos, y no se engríe por los muchos amigos, ni hace caso del propio nacimiento y linaje, si en él no hay mayor virtud. Favorece más al pobre que al rico; se acomoda más bien al inocente que al poderoso; se alegra con el veraz, no con el engañoso. Exhorta siempre a los buenos a que aspiren a gracias mejores y se semejen al Hijo de Dios por sus virtudes.
9. La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo. Pero la gracia lleva con buen rostro la pobreza.
La naturaleza todo lo dirige a sí misma, y por sí pelea y porfía.
Mas la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente mana; ningún bien se arroga ni se atribuye a sí misma. No porfía ni prefiere su modo de pensar al de los otros, sino que en todo sentir y opinión se sujeta a la sabiduría eterna y al divino examen.
La naturaleza apetece saber secretos y oír novedades; quiere aparecer en público y observar mucho por los sentidos; desea ser conocida y hacer cosas de donde le proceda alabanza y fama.
Pero la gracia no cuida de oír cosas nuevas y curiosas; porque todo esto nace de la corrupción antigua, y no hay cosa nueva ni durable sobre la tierra.
10. Enseña, pues, a recoger los sentidos, a huir la vana complacencia y ostentación, esconder humildemente lo que tenga digno de admiración o alabanza, y buscar en todas las cosas y en toda ciencia fruto de utilidad y la alabanza y honra de Dios.
No quiere que ella ni sus cosas sean pregonadas; sino que Dios sea glorificado en sus dones, que los da todos con purísimo amor.
Esta gracia es una luz sobrenatural y un don especial de Dios, y propiamente la marca de los escogidos y la prenda de la salvación eterna, la cual levanta al hombre de lo terreno a amar lo celestial, y de carnal lo hace espiritual.
Así que, cuanto más apremiada y vencida es la naturaleza, tanta mayor gracia se infunde; y cada día es reformado el hombre interior, según la imagen de Dios, con nuevas visitaciones.