LA FE DE UN RACIONALISTA
Abre tu reloj. – Abre tu relej, mira el mecanismo, oye el tictac; comprueba su exactitud; ve la finalidad de cada piececita, el escape, los cojinetes, la compensación; el papel de cada rueda, engranaje, diente, ranura; porque creo que no serás como aquel aficionado a relojero que me arregló una vez el reloj y me dijo, en tono triunfal: -Aquí lo tiene usted. ¡Y vea qué suerte: me ha sobrado una ruedecita!
Cierra después cuidadosamente el reloj y vamos a ver si tienes coraje para rubricar la siguiente fórmula de fe que emplean los racionalistas:
Primer acto de fe. -«Creo firmemente que todas estas partes, echadas al buen tuntún en un montón informe, pueden ser lanzadas de nuevo al aire y resultar de ello que él caerse reconstruya este reloj nuevo perfectamente» Amén.
Segundo acto de fe. – «Creo firmemente que echando al aire, no digo ya piezas de recambio de esos relojes suizos, sino simples piezas de cromo, acero inoxidable, oro y plata, y dándoles suficiente tiempo, estas piezas, mediante la fricción y otras circunstancias, podrán adquirir la forma conveniente de piezas de reloj, de manera que al caer se dispusieran en perfecta posición y el resultado fuera un magnifico cronómetro de pulsera». Amén.
Tercer acto de fe. — Creo otrosí, con la mayor devoción y fe, que dejando aparte esas piezas de reloj y hasta esas piezas de metal, por el mero hecho de lanzar, al espacio corpúsculos primordiales interatómicos, podrían en viaje combinarse armoniosamente y darnos, como resultado las moléculas de los metales que, necesitamos, y, estos metales, la cantidad, la forma y número de ruedas y muelles y demás adminículos, de suerte que finalmente, en este maravilloso aterrizaje de emergencia, nos resultase un flamante reloj suizo». Amén.
¡Tres hurras por este terrible creyente racionalista! (Uno por cada acto de fe).
¡Bien, bien! ¡Enhorabuena por las maravillosas tragaderas de su fuerte fe! Pero, aún así, tiene que acordarse ese señor de que si la existencia de un reloj está pidiendo a voz en cuello la existencia de un relojero, es infinitamente mucho más cierto que la existencia de un universo reclame a voz en grito un Supremo Creador.
Credo de Nicea: «Creo en Dios, Padre Omnipotente, Creador de los Cielos y de la Tierra, de todas las cosas visibles e invisibles».
Credo del ateo: «Creo que el encuentro fortuito de los elementos primordiales formaron los núcleos, con sus propiedades radioactivas, los átomos con sus propiedades químicas, las moléculas con sus atribuciones físicas, las células vivientes, los órganos sensoriales, el corazón y hasta el cerebro pensante». (Eso del cerebro pensante verdaderamente no merecía la pena).
¿Qué credo es más difícil de tragar? Si Beethoven hubiese tenido que escribir, para su Missa Realis, la música de su orquesta para el acompañamiento de ese credo, mucho me temo que habría sucumbido de un ataque de agotamiento nervioso. La versión del credo ateo exige una fe mucho más fuerte que la del creyente católico. Sí, es una verdadera justificación por medio de la fe, o como dice Arnold Lunn: «La justificación de lo irracional por medio de la fe en lo racional».
Dos salmos. — Esto me trae a la memoria dos salmos: el uno inspirado y el otro muy inspirador, como vas a ver. El salmo inspirado lo recito yo todos los jueves y lo escribió el profeta David. El otro habría debido de ser compuesto por uno de esos racionalistas de la vieja cepa; pero, como parece que a esos señores no les sobra buen humor, se necesitó un alegre católico para darle forma. Aquí van los dos:
Salmo de David
«El Señor es mi pastor y nada me falta.
Él me da lugar de reposo donde hay verdes pastos,
y me guía a la orilla de las frescas aguas; me conforta y me alegra.
Él recrea mi alma y me guía siempre por caminos seguros.
Por muy oscuro y tenebroso que sea el valle por donde va mi
camino no temo nunca, porque Él está conmigo.
Tu báculo y tu cayado han sido mi fortaleza.
Mis enemigos me espían con envidia, mientras tú dispones un banquete para mí.
Tú unges abundantemente mi cabeza con aceite. Tú llenas hasta los bordes mi copa.
La casa del Señor será mi morada por años sin fin».
(Salmo XXII).
Salmo del materialista
«La Ciencia es mi pastora. No me faltará nada.
Ella me acuesta en un colchón de espuma de goma.
Ella me guía sobre las autopistas de seis calles.
Ella rejuvenece mi glándula tiroides.
Ella me guía por los senderos de psicoanálisis para encontrar la paz del alma.
Sí; aunque yo tuviera que atravesar el valle del telón de acero, no tendría miedo del comunismo, porque tú estás conmigo.
Tu pantalla de radar y tu bomba de hidrógeno me confortan.
Tú me has preparado un banquete en presencia de los dos mil millones de hambrientos que hay en el mundo.
Tú unges mi cabeza con la permanente.
Mi vaso de champaña rebosa de espuma.
Ciertamente la prosperidad y el placer me acompañarán todos los días de mi vida y habitaré por siempre en Shangri-Ia»
(E. J. Zeigler).
A mí me gusta mucho el de Plunkett. Aquí lo tienes, en su traducción castellana:
Tú le puedes ver
Su cuerpo brilla en los eternos hielos;
veo en la estrella un rayo de sus ojos.
Sus lágrimas destilan de los Cielos;
sangra su sangre en los claveles rojos.
Su palabra está escrita en cada roca;
y el trueno o el trinar del ruiseñor
son matices del habla de su boca.
Su rostro se refleja en cada flor.
Recorrieron sus pies todo camino;
su fuerte corazón late en el mar;
su corona se enzarza en cada espino;
cada árbol es su cruz, cada árbol es su altar.
(J. Plunkett).
Dice el Dr. Carrel: «EL HOMBRE TIENE NECESIDAD DE DIOS COMO TIENE NECESIDAD DE AGUA O DE OXIGENO». Respira cada día a Dios rezando cada mañana y cada noche las tres Avemarías a la Virgen Santísima.