Me pedís que os cuente lo que he reeditado estos días, desde poco antes de Ejercicios, cuando se desató la campaña de difamación, y el posterior accidente mío. Con mucho gusto lo hago.

No es el discípulo más que su maestro

El 23 de marzo se levantó una nueva fase de la persecución contra el sacerdocio católico, centrado en este ceso en rol persona, y contra lo que es y significa la Unión Seglar. El seguimiento del Rey eternal supone el deseo de imitarle en «pasar todas las injurias y todo vituperio, oprobios y menosprecios para ser así recibidos debajo de su bandera». De no haber estado por medio el apostolado de la Unión Seglar y de la Fundación P. Piulachs, no hubiera movido un dedo para responder a tanta insidia de los enemigos del nombre cristiano y a las cobardías de algunos. “Si sois despreciados por el nombre de Cristo, dichosos seréis, porque entonces el honor, la gloria, el poder de Dios y su mismo Espíritu descansará sobre vosotros», nos dice San Pedro.

Padre Alba, Padre Piulachs y Mossèn Ricart

Padre Alba, Padre Piulachs y Mossèn Ricart

Por este motivo he tenido un gran gozo cuando he visto la Unión Seglar zaherida y odiada, debajo de los epítetos que creen los enemigos para aniquilarla; cuando la he visto observada a distancia, como inquiriendo sus fallos, en atmósfera de incertidumbres y aun de miedos; cuando os he visto a todos vosotros, ten pobres, tan sin ayudas, tan sin influencias, tan indefensos en vuestra debilidad, me he llenado de gozo y la consolación ha subido de mi corazón a mis ojos. Os habéis apiñado unos con otros bajo el vuelo amenazante del milano, y vuestros rostros, que no quería contemplar el mundo, yo he podido contemplar el rostro de Jesucristo. Sí, en vuestra alegría interior y en vuestra caridad, he podido sentir, eterno, los latidos del Corazón de Jesús. Y junto a la Unión Seglar, sometida a inquisición por su fidelidad a la santa Causa de Dios, por la aparente justificación de sus propios faltas y fallos, he visto el ejercito luminoso de nuestras decenas y de vocaciones, nuestra vírgenes, sacerdotes y confesores; he sino la calidad suprema de vuestras virtudes y secretos heroicos, que Dios conoce y de los que sé yo también algo; de nuestros matrimonios y de nuestros inocentes hijos, en los que el Señor tiene puestas sus complacencias, lie visto el ejercito de nuestros santos amigos, de las almas de nuestra Unión Seglar que viven ya en le Iglesia triunfante, que glorifican a Dios por la fecundidad de nuestra Unión Seglar, por su pobreza, por su insignificancia, por su soledad en medio de los poderosos y fuertes del mundo. No hay dicha semejante a ésta. Por eso gemía en mi alma el Espíritu de Dios: «Impendar et superimpendar pro animabus vestris”. Pequeño rebaño, me consumiré más y más por vuestras almas.

Ah, sí; qué felicidad más grande pensar que esta persecución de la Unión Seglar es la siembra que nos prepara para recoger los frutos, las consuelos que aún le debemos al Corazón de Jesús, olvidado por el mundo, y lo que le es más doloroso, por muchos de los suyos. ¡Qué gozo para nuestro corazón, darle al Corazón da nuestro Redentor mártires y misioneros de entre nosotros! ¡Oh, mártires! ¡Oh, almas que me escribís después de la tanda de Ejercicios! “Ten­dréis todos los sentidos más recogidos para Él, porque cuanto más cerquita esté de Él, más cerquita estaré de mi esposo y de todos los que quiero, pues los quiero con el mismo corazón, y el mío pertenece ya a Jesús”. Seáis benditos. ¡Qué tiene que ver ser vilipendiado en las páginas de los periódicos o en la televisión, para reparar una mínima parte de las ofensas que cada día se lanzan desde sus páginas a los Sagrados Corazones de Jesús y de María! Vosotros, pequeño rebaño, queridos míos, sabéis muy bien lo que sobrepuja toda inteligencia. Lo sabéis muy bien, pero os faltaba ocasión de demostrarlo. Así, uno y otros entramos, por la tribulación, en el gozo inenarrable. Bienaventurados seréis, cuando dijeren todo mal contra vosotros.

Un crucifijo en el suelo

El Miércoles Santo, puesto el camino para desenmascarar las mentiras de las tinieblas, caí de mi valiente moto sobre el humedecido suelo del reciente aguacero. No fue una simple caída sobre lo tierra, no. Entre al cuerpo y el asfalto se interpuso el crucifijo de mi bolsillo derecho, el que me había venido de manos amigas de la ciudad santa, Jerusalén. Resbalé de costado sobre el piso arrastrando mi muslo sobre el crucifijo. Dichosa Semana Santa del Año de María. Acompañar a la Virgen con una caricia suya, el participar de los dolores de su Divino Hijo.

Mi único deseo en aquellos instantes, era que no se tuviesen que interrumpir las misiones apostólicas de aquella Semana Santa en Cuenca, ni los Ejercicios Espirituales que comenzaban aquella tarde. El Señor cumplió mis deseos al mirar no nuestros pecados, sino la fe y la oración de tantos y tantos como ruegan por mí, por la Unión Seglar y por la Fundación P. Piulachs. Al levantarme caminé al teléfono más próximo para avisar de mi retraso. Un ligero cosquilleo me recordaba que el crucifijo se habla desplazado sobre mi muslo al arrastrarme el impulso de la caída. Pero una hora después, el volumen da la hinchazón era tan grande que me impedía caminar.

En la Mutua de Caldas me ligaren bien la pierna para inmovilizarla y dominar el creciente hematoma. Puedo así aquella misma tarde comenzar le tanda de Ejercicios y celebrar los Oficios de la Semana Santa. Les ejercitantes edifican por su entrene. Y a partir de ahora comienzan en cascada los bienes de la caridad de la que todos vosotros sois intérpretes. Inesperadamente se presentó para visitarme el Doctor Joaquín Montserrat, enterado el miércoles de Pascua de mi pequeño accidente. Generosamente se ofreció para la posible intervención que sería necesaria y para el proceso de curación. No tuve que dar paso alguno, pues todo me lo hizo él. Al día siguiente, a primera hora, me recibe ya la clínica de Nuestra Señora de Lourdes. Tuve bien consciente de ofrecer quirófano y lo que viniera después, por vosotros, por la Iglesia, por la Patria, por todos aquellos afanes y solicitudes que el Señor ha puesto en mis débiles hombros. Os tengo que decir que en los momentos del silencio interior, sentía del deseo de ser desatado ya de una vez, para estar con Cristo definitivamente. Pero también quería que mi carne curara para quedarme aún mucho tiempo con vosotros, que sois el gozo de mi fe en Él. Y así ha sido. Y vosotros por vuestra parte habéis hecho los ejercicios de la caridad con mi alma. Fuisteis, docenas, cientos, la constante compañía, la sorpresa admirativa de todos los que lo contemplaban a mi alrededor. Fuisteis los constantes puntos e mi oración en simplicidad pues a todos os llevaba cálidamente en el corazón de mi alma. Nuca tuve soledad de ninguno. Estaba el teléfono, la rondalla, la tuna el nieto y el abuelo, Todos, todos los que habéis sido fieles hasta el heroísmo en los días de la prueba y en la prueba de los días. Leones y leonas, perros fieles, corderos de los pastos de la ciudad de Dios, que mantenéis el testimonio de Jesús. Allí estabais, rodeando mi altar, en silencia y bullicio, en unión de voluntades y de querer. En la Unión Seglar toda, la mínima compañía de Jesús, mansión de Dios, pueblo suyo, oro puro de sus obras de amor, vidrio tranparente de vuestras almas preciosas.

Ha sido la Semana de Pascua más dichosa mi vida. En ella tuve la certeza del Señor, que proclamaba en las horas sonoras de vuestro amor: No temáis, Yo lo hare todo. El tiempo esta próximo; obrad la justicia y santificaos más, porque vais a sufrir todavía un poco, ya que el Enemigo seguirá en su afán de destruiros con sus mentiras; la Casa de mi Madre será una realidad sin la ayuda del sol y la luna de la luz creada, porque ella resplandecerá y alumbrará con la antorcha de la luz nueva que nace de mi Costado. Y la Virgen, que guarda todas las cosas de su Hijo en su Corazón, también decía: Yo haré todas las cosas; cuanto más desvalidos, cuanto más incomprendidos. De vosotros y de mi casa nacerán pueblos numerosos y reyes y reinas, que serán los sacerdotes, misioneros y mártires, y las vírgenes. Sois y seréis gozo, consuelo y corona de gloria del Corazón de Jesús, pequeña Unión Seglar, pequeña Asociación Juvenil, pequeña Fundación, pequeños misioneros de Cristo Rey.

No tuve ni un dolor, ni una molestia, ni una fatiga, porque el río de le paz que en vosotros na­cía inundaba mi alma. La vida diaria ha vuelto a ocupar su lugar. El retraso inevitable impuesto a todas las cosas se irá saldando en las horas que lleguen. Pero nada para mí será ya completamente igual que antes. Llevo en mi cuerpo el estigma de amor, del crucifijo que me señala que Él está siempre conmigo y en todas partes, en el dolor y en el consuelo. ¡Oh, Señor, tú me conoces cuando me siento y cuando me levanto! Y ese estigma cerrado en mi cuerpo es también el memorial de vuestra caridad, recuerdo siempre vivo de vosotros, cadena que me une a seguir con vosotros en la defensa del evangelio y en su consolidación en vuestras almas. Al sentirle en mi mismo, os sentiré también a todos, y nunca podré sentir soledad de vosotros, por cuanto os tendré presentes en mi corazón. Testigo es Dios que pido para todos en mi oración que vuestra caridad rebose cada día más, para que sepáis lo mejor y gustéis la voluntad mejor, hasta el día en que todos nos juntemos en Cristo Jesús en su gloria de la caridad sin término. Hasta entonces, el Señor, dador de todo bien, os lo premiará todo. Nosotros, con renovado afán, trabajemos en su servicio. Amén.

 

Está fue mi oración y mi estar con Dios. Os diré para terminar, que a veces me parece que empiezo algo nuevo, y me parecen nueves las cosas. Como si el Señor me hubiera regalado nueva libertad en Él. Es difícil de explicarlo. Lo entenderéis en aquel texto del Apocalipsis: «He aquí que yo hago nuevas todas las cosas».

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 118, mayo de 1988