Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

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Archivos diarios: 8 enero, 2015

La Iglesia y los contemplativos

08 jueves Ene 2015

Posted by manuelmartinezcano in La voz de los santos, Uncategorized

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Toda la Iglesia ha de ser orante y contemplativa. Para realizar su misión en plenitud se requiere que algunos cristianos se consagren por vocación especial a la contemplación.

El día 25 de julio, fiesta del Apóstol Santiago, Patrono de España, se nos invita a ayudar a quienes tanto nos ayudan: nuestras hermanas las Monjas de clausura. El sentido de esa ayuda lo recordó, en el Boletín del mes de junio (pág. 145), el Director de CLAUNE, Instituto Pontificio para asegurar y promover la vida contemplativa.guerra campos

Es muy importante que todas los hijos de la Iglesia, sobre todo los Sacerdotes, reconozcamos el valor de la contemplación en la vida cristiana y el servicio eminente de los Institutos de vida contemplativa. Para contribuir a reavivar el aprecio de esta verdad, reproducimos una lección que tuvimos el honor de enunciar hace dos años en el Primer Congreso Nacional de Vida Contemplativa.

La ponencia respondía al título: «Los contemplativos, necesarios para que se realice en plenitud la presencia de la Iglesia como comunidad orante y contemplativa». Su exposición se mantiene dentro de la sencillez elemental con que se puede abordar hablando en medio da pueblo creyente, sin remontarse a las alturas teóricas que el tema de la contemplación parece sugerir y a las que conducen, con mejor mano, los especialistas.

1. TODA VIDA CRISTIANA ES CONTEMPLATIVA

La fe, referencia a lo invisible.

Quiero recordar sencillamente que toda la Iglesia es esencialmente orante y contemplativa, y que, por tanto, todo cristiano, de algún modo, ha de ser orante y contemplativo. Me refiero a aquella contemplación que es esencial a la misma fe en Dios. Todo el que vive de fe, en este nivel en que yo quiero situarme, es contemplativo. Sobre todo en nuestros tiempos. Porque la le es un don de lo alto, que supone la subordinación de toda nuestra vida y todos nuestros proyectos de acción a un Ser y a un Amor invisibles, que se revela en Cristo. La fe es la sustancia, es la garantía de las cosas que esperamos. Cualquier meditación, por intermitente que sea, sobre la relación de lo sucedido a Cristo con nuestra vida es ya contemplación. Igual que la Virgen Madre guardaba todo aquello que ocurría con Jesús, el Niño, y lo meditaba en su corazón.

En el ámbito de la acción y de las pasiones cotidianas de los hombres, Dios, esta realidad invisible, permanece oculto. El espíritu, sin embargo, lo presiente y lo desea, y advierte que hay como una llamada misteriosa a vivir, no de su suposición, de una hipótesis abstracta, si no de su presencia y de su paternidad.. El mismo Apóstol Pablo, en Atenas, desvela ante los adoradores del dios oculto, del dios desconocido, la presencia cercana, palpitante, de aquel en quien vivimos, cu quien respiramos y en quien somos. Todo el que confía que por encima de lo casual y de lo fatal; que por encima de los conatos impotentes de nuestro pensar, de nuestro querer y de .nuestro hacer hay una inteligencia y un amor, es, contemplativo. Y solo como Cristo y en Cristo, gracias al cual podemos confiar en esa realidad operante invisible, incluso contra todas las apariencias: tan invisible es, a veces. Aquí, representando a todos los Santos de la Iglesia, podríamos traer unas palabras que leí hace unos días en nuestro S. Juan de Avila, el cual, escribiendo a una persona atribulada por la oscuridad interior, por la aparente falta de fe, le decía: la fe verdadera nos hace creer «que Dios nos ama, y entonces más cuando más se esconde su amor… Creer no sólo con prendas y señales, mas sin ellas, y no sólo sin ellas, mas contra ellas… (La fe verdadera) cree y tiene esperanza en la verdad y bondad de Dios contra la esperanza o contra la desesperación, que la razón humana o los sentidos podían causar. Y con esa fe vemos lo invisible, por escondido que esté… Conocemos que Dios nos ama, aunque muestre señales de desamor».
La contemplación, según esto, no requiere una actividad teorética, luminosa, resplandeciente en el ápice de una concepción platónica. Puede darse y se da, tantas veces como el mundo ignora, en esta sima de lo oscuro y de las apariencias contrarias.

El cristiano sabe que Jesús está presente y se manifiesta.

Todos los discípulos de Jesús, todos los miembros de la Santa Iglesia, han sido advertidos por el mismo Señor de que habían de vivir, durante la ausencia del Resucitado, de la manifestación de Cristo por quien se accede al Padre. «Esta es la vida eterna —dijo a los suyos en vísperas de su muerte—, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo». Aunque El va al Padre «y no me veréis más», y se dejará ver por los suyos: «y se alegrará vuestro corazón y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría». Jesús se manifestará a los suyos «y no al mundo». Presencia presentida o sentida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. «Permaneced en mi amor». Y en otro momento había dicho: «Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón».

Todo el que de alguna manera, la manera perfecta de la adhesión pura o la manera nostálgica del deseo triturado por los fallos y por las traicionéis y por las debilidades, deseó poner su corazón donde adivina que ha de estar su tesoro es un contemplativo. Todos los cristianos, o no somos cristianos o somos contemplativos.

Peregrinos, hacia la visión.

«Si fuisteis resucitados con Cristo —nos repite el Apóstol—, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios ». «Somos ciudadanos del cíelo», nos dice a todos: «Ya no sois extranjeros o huéspedes, sino ciudadanos de los Santos y familiares de Dios». «Os habéis allegado —escribe en otro lugar— a la Jerusalén celestial y a las miríadas de los Angeles». En Cristo «estamos ya sentados en los cielos», y con los ángeles, nuestra primera reacción de cristianos es cantar gloria al Dios que está por encima de los límites de nuestro vivir pasajero.
Peregrinos, «no tenemos aquí ciudad permanente». Esta actitud, esencial a todo cristiano, por débil e imperfecto que sea, es bien sabido, bien hermosamente explicado por los teólogos, que lleva connaturalmente hacia la visión de Dios. La fe tiende a la visión. Caminamos incómodos en la fe, porque deseamos la visión. Caminar en la fe es como sentirse todavía distante del Señor hacia el cual va nuestro corazón. Pero la fe ya proyecta su lucecita en medio de la noche, marcando, al menos, él rumbo en dirección de ese objeto deseado. Con esa íntima manifestación de que habló Jesús en la última cena, caminamos hacia una visión, de la cual la fe es ya un anticipo. O, como dice la Carta a Los Hebreos, caminamos «viendo de lejos las promesas y saludándolas». Yo me atrevería a decir, hermanos, que todo el que camina viendo de lejos las promesas y saludándolas —y son muchos, millones de personas en el mundo—, todos son contemplativos, de una forma casi increíble dada la actual contextura mental de los hombres, de la humanidad.
Santo Tomás ha escrito páginas preciosas, y con él otros muchos autores, sobre esta praelibatio, sobre esta praegustatio de la visión de Dios que es ya la fe, y ante el Santísimo Sacramento nos invita a cantar:

lesu, quem velatum nunc aspicio,
oro ñfiat illud quod tam sitio,
ut te revelata cernens facie.
visu sim beatus tuae gloriae.

Y de esta polarización celeste, que en mayor o menor grado es constitutivo esencial del vivir de cualquier cristiano, brotan las más finas dimensiones del espíritu o del corazón evangélico. La eliminación profunda de la inquietud absorbente: «No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer, por lo que habéis de vestir». El cristiano pone su corazón en el Padre. Y por eso puede ser pobre y por eso puede ser niño. El cristiano no se deja absorber por las solicitudes del tiempo: ni las del tiempo presente ni, lo que es peor, por las del tiempo futuro. El hombre sin contemplación necesariamente tiene que soportar no solamente la carga de las solicitudes del presente, sino anticipar toda la solicitud del futuro. Porque está prisionero del tiempo, vive en el recuerdo, en la entrega más o menos ciega e instintiva al momento que fluye y en la expectación o programación del futuro. El que viva así no es cristiano y no es contemplativo. El que es cristiano, y por tanto, contemplativo remite la totalidad del tiempo en todas sus dimensiones y las consiguientes solicitudes o inquietudes hacia un supratiempo que no es futuro, aunque a veces se manifieste en forma de futuro. Esta polarización es típica del contemplativo. Es la que hace que estando en el mundo, como está la Iglesia, no seamos realmente del mundo.

En el mundo, no del mundo. No praxis atea.

La importancia de estos datos elementales del vivir cristiano aparece con todo su relieve escandaloso, sorprendente y al mismo tiempo consolador, en los tiempos que corren, que son, como nadie ignora, de humanismo autónomo prisionero de la praxis. Y la praxis que ha sustituido en tantos de los que hablan en la Iglesia a los conceptos evangélicos, si se la entiende en todo su rigor, no es más que esa incapsulación tetal del hombre en los límites de su propio proyecto o programa de acción, con tal subordinación a la acción, a 1o que hay que hacer, a la transformación del mundo, que el pensamiento y, por tanto, la, esperanza no son más que reflejo o instrumento de esa acción; encerrados en los límites de la misma acción. Este es el polo opuesto a la contemplación. Y por eso he dicho con tanta insistencia que sin contemplación no hay vida cristiana, y que todo cristiano, gracias a Dios, es contemplativo en la medida en que su corazón, aunque esté intensamente ocupado en las exigencias de la acción, las trasciende con la esperanza, con la proyección de la totalidad de su hacer más allá de sí mismo; en la medida en que, gracias al Reino de Dios, puede seguir siendo feliz cuando pasa la etapa activista y creadora de su vida, cuando se ve sumido en la debilidad e impotencia; en la medida en que cree que puede ser feliz en el mismo tránsito oscuro de la muerte. Eso es contemplación e incluso altísima contemplación. Que quizá no se ha valorado siempre lo suficiente porque quizá no habíamos llegado a este extremo tenebroso de una praxis asfixiante.

Cuando algunos sectores de la Iglesia caen en la plena identificación del corazón, de nuestro pensar, de nuestro querer, de nuestro proyectar, de nuestro ilusionarnos con el quehacer histórico del hombre, estamos, como es sabido, ante un cristianismo ateo: en realidad, ante un ateísmo. Por mucho que ese ateísmo se ennoblezca con altas motivaciones, pero incapaces todas ellas de levantarnos de verdad hacia lo trascendente y, por tanto, carentes de contemplación.
Si todas estas consideraciones elementales que acabo de evocar, son válidas, y creo que lo son —en la medida en que es válida la fe ofrecida por el Señor a los pequeñuelos, a todos los hombres—, queda bien claro que contemplar no es necesariamente platonizar aunque admitimos que una cierta actitud espiritual platónica haya servido para formular ciertos aspectos más intelectivos de la contemplación.
Contemplar, en el sentido exigible para todo cristiano, es tomar en serio la Encarnación y, por lo tanto, aceptar la imantación de nuestra vida por la presencia operante de Cristo, en quien se nos hace accesible el Padre, la vida trinitaria. Y por eso, dice el Concilio Vaticano II, refiriéndose a toda la Iglesia, a la congregación de los creyentes que suele reunirse en la sagrada Liturgia, que esta acción litúrgica es la expresión de la naturaleza y del sentido auténtico de la Iglesia. «Porque lo característico de la Iglesia, leemos, es ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. Y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscarnos». Todo esto, repito, común a cualquier cristiano y, gracias a Dios, vivido por innumerables cristianos, que nunca han hablado de contemplación.

II. LA VOCACIÓN CONTEMPLATIVA REQUIERE ALGUNOS SEGREGADOS

La Instrucción de la Sagrada Congregación de Religiosos acerca de la vida contemplativa deduce de esta naturaleza de la Iglesia, dibujada a propósito de la sagrada liturgia por el Concilio Vaticano II: «Por eso es justo y conveniente que algunos cristianos expresen con una típica forma de vida esta nota contemplativa, apartándose de hecho a la soledad, en cuanto éstos han sido incitados por esta gracia del Espíritu Santo a consagrarse a Dios sólo en asidua oración y ferviente penitencia».
Jesús, sin duda, quiere que toda la acción humana, y más la acción de la Iglesia, se ordene a la escucha de su palabra: «María,, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra», y aunque Marta, afanada en el servicio se quejase, Jesús afirmó que «María ha escogido la mejor parte».

Jesús mismo fue segregado

Son muchos los que replican que la dimensión contemplativa o la polaridad celeste del vivir de cada cristiano ha de realizarse en el mundo, sin separarse de él, y más en nuestros tiempos, que, al parecer, postulan una creciente secularización de la misma Iglesia. No como una segregación profesionalizada, sino encarnados, según la palabra tópica, en el vivir cotidiano. Este tipo de razonamiento ha suscitado a favor y en contra un gasto enorme, casi risible, de energías. Porque la verdad es que para nosotros, si somos cristianos, es decisivo el hecho originante del mismo Jesús. Jesús dio bien claramente a entender que para lograr la polarización de los implicados en el vivir común es necesario que algunos se consagren de modo especial con una vida que sea profesionalmente referencia a lo celeste. Y tenemos (escandaloso, inmutable hasta el fin de los tiempos) el espectáculo de su propia vida. El es hombre verdadero. El vino, para hacer brillar el testimonio suyo acerca del Padre, acerca de nuestra vida auténtica, definitiva; sin embargo, sin dejar de ser hombre verdadero, es evidente que no vivió vida matrimonial, que no se dedicó a la acción política ni a la acción económica; en .definitiva, que vivió segregado de lo que tantos en nuestros días califican como factores indispensables del vivir del mundo y, por tanto, de la presencia cristiana en el mundo. Y como El, su Madre, virgen. Y El sigue constituyendo a través de los siglos el corazón de la Iglesia en la Santa Eucaristía, que es un espectáculo prodigioso de segregación, de falta de incorporación aparente al bullir cotidiano: No hay nada más inerte, más silencioso, más «inútil», desde la perspectiva de la praxis contemporánea más o menos marxistoide.

Vocación en la Iglesia a vivir como Jesús

Y para la Iglesia, sin excesivas complicaciones de especulación, este hecho y las palabras consiguientes con que Jesús exalta la renuncia para conquistar el camino de la vida, sigue siendo ejemplar y normativo. Si Jesús escogió ser hombre de esa manera, es justo y es hermoso que surjan entre los creyentes algunos que quieran ser sus discípulos viviendo exactamente como El. El Concilio, en la Constitución sobre la Iglesia «Lumen Gentium», nos dice: «Pongan especial solicitud los religiosos en que por ellos la Iglesia muestre cada día mejor a los fieles y a los infieles el rostro de Cristo entregado a la contemplación en el monte… y siempre obediente a la voluntad del Padre que lo envió».
«No solamente os está concedido un lugar en la Iglesia católica —dice el Papa Pablo VI—, sino una función, como dice el Concilio. No estáis separadas de la grande comunión de la familia de Cristo; estáis especializadas» (hablaba a las abadesas de los monasterios benedictinos). Y la Instrucción de la Sagrada Congregación, antes citada, afirma, por su parte: «Puesto que los contemplativos manifiestan la vida más íntima de la Iglesia, son necesarios para que se realice plenamente su presencia».

«La vida contemplativa pertenece a la plenitud de presencia de la Iglesia. Por ello es necesario establecerla en todas las Iglesias nuevas», enseña el decreto sobre las Misiones del Concilio Vaticano II
.
Y Juan XXIII había, dicho antes: «Constituye una d« las estructuras fundamentales de la Santa Iglesia. Está presente en todas las etapas de su historia dos veces milenaria». En otra alocución del Papa Pablo VI leernos estas palabras sabrosas: «Os habéis dado a este género de vida para estar en continuo coloquio con el Señor, para ser capaces de captar mejor su voz, para manifestar esta pobre voz humana nuestra con más pureza y mayor intensidad. Habéis hecho de esta relación entre el cielo y la tierra el único programa de vuestra vida. Y la Iglesia ve en vosotras la expresión más alta de sí misma. Estáis, en cierta manera, en la cumbre».

Tensión peregrinante, anticipo visible de la vida que esperamos

Esta vocación especial, como ha enseñado constantemente la tradición y la experiencia de la Iglesia, conduce a vivir de un modo sensible, de un modo que constituye señal, la tensión peregrinante hacia lo que esperamos y, en cierto modo, el anticipo del vivir futuro. No me resisto a transcribir nuevas palabras de la Instrucción tantas veces citada: «Su vida entera, vivida en’ la búsqueda de sólo Dios, no’ es otra cosa que un viaje a la Jerusalén celestial y una anticipación de la Iglesia escatológica, abismada en la visión y posesión de Dios. Los contemplativos no sólo pregonan al mundo esa meta, la vida del cielo, sino que muestran el camino que a él conduce. Si el espíritu de las bienaventuranzas que vivifica el seguimiento de Cristo, debe animar toda forma de vida cristiana, la vida de los contemplativos testifica que esto puede realizarse ya en esta vida terrena». Y así, según un autor famoso, el monasterio o el modo de vida segregada de los contemplativos constituye cromo «la vanguardia de la Iglesia peregrina en marcha hacia el cielo».
«Los monjes y las monjas —escribe la Sagrada Congregación—, retirándose al claustro, no hacen otra cosa que realizar de una manera más absoluta y ejemplar una dimensión esencial de toda vida cristiana (la que apunta el Apóstol Pablo); por lo demás —dice—, que los que usan de este mundo se conduzcan como si no usasen, porque pasa la figura de este mundo» (1 Cor. 7,2931).

Vida angélica

Los contemplativos han anotado siempre deleitosamente una afirmación de Jesús que, por desgracia, molesta a muchos cíe nuestros hermanos. Jesús dice que después de la resurrección viviremos como los ángeles, y, más directamente, sin vida sexual. Según los Padres, la vida de Adán en el comienzo era semejante a la vida angélica por la contemplación, por la inmortalidad, por el dominio de sí, por la amistad con Dios. Y así se explica muy bien, según lo han expuesto luminosamente algunos autores recientes, que en la tradición de la Iglesia la vida monástica sea como vida angélica, como un intento, a medias conseguido, de anticipar, restaurándolo, el paraíso.
Un aspecto primario de esta vida angélica a la que nos remite el Señor, aunque se exponga a que ahora le acusemos de angelista, que es la moda, es que los ángeles ven de continuo en el cielo la faz del Padre. Como un paraíso recobrado, en la Iglesia se accede al trato amistoso con Dios. Y los que siguen esta vocación especial de ser señales de esta posibilidad viven la vida contemplativa, dice un autor contemplativo, como «una anticipación de lo que debe ser un día el estado de vida de toda criatura humana, su última y verdadera justificación». «El estado de castidad será un día el de todos los hombres. La vida consagrada a mirar y contemplar con amor a Cristo es un anticipo de la visión beatífica, es una afirmación de la vocación sobrenatural de la humanidad. El mundo necesita ver, necesita palpar estas realidades no sólo afirmadas en una predicación, sino realmente anticipadas ante su vista en unas vidas humanas». O lo que es lo mismo, el mundo, me atrevería a decir en el clima de la Semana Santa, necesita el escándalo de la Cruz, que es la única forma de contemplación de los que vamos de camino.

Celebramos este año, como saben, el centenario del nacimiento cié Santa Teresita de Lisieux. Ella, como tantas contemplativas, nos dio. ya desde la infancia un ejemplo emocionante de la
fecundidad de la renuncia a lo temporal para abrir los ojos de los demás a lo interno. Cuenta que durante su viaje de regreso de Italia a Francia, cuando acudió a Roma a arrancarle al Santo Padre el permiso de entrar carmelita antes de tiempo, iba admirando los prodigiosos panoramas de la Costa Azul, de la Riviera italiana. Y se sentía captada por aquella belleza. Y sin embargo, cuenta, «los veía desaparecer sin pena. El objeto de mis deseos eran las bellezas del cielo, y para hacérselas gozar a las almas deseaba convertirme en una prisionera», deseaba no poder ver nunca jamás tales bellezas.

«Laus perennis»; compensa el déficit de oración.

Esta condición de vanguardia de la peregrinación que es la vida cristiana, esta condición de anticipo de la vida que esperamos al llegar a la meta, tiene una expresión perenne y consustancial que es la oración, «laus perennis». La Iglesia peregrinante, cuando ora, por encima de todo se siente unida a la Iglesia celeste, a la Iglesia de los Angeles, la Iglesia de los que han llegado, los bienaventurados, donde Cristo está patente adorando e intercediendo en el Cielo. La liturgia es asociarse al Cordero rodeado de esa corte. La oración de los contemplativos, dice la Sagrada Congregación, «realiza la más noble tarea de la comunidad de orantes que es la Iglesia, la glorificación de Dios. Esta oración es el culto con que se tributa al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo un eximio sacrificio de alabanza. Culto que en verdad introduce a los que a él se entregan en el misterio del coloquio inefable del Padre celestial que Cristo Señor continuamente mantiene y con el cual en el seno del Padre le expresa su amor infinito. Esa plegaria es el punto al que tiende como a su culmen toda la acción de la Iglesia», según el Concilio (S. C. 10). «El monje —escribió un viejísimo autor, S. Macario— es llamado monje porque habla con Dios día y noche y nada imagina sino las cosas de Dios, no poseyendo nada sabré la tierra».

Una razón que exige y justifica la segregación especializada de los que llamamos por antonomasia contemplativos es la palabra del Señor y de los Apóstoles, que han impuesto a los creyentes la norma de orar ininterrumpidamente. Esta norma los cristianos no solemos quizá, no podemos cumplirla. Los contemplativos compensan el «déficit» de nuestra oración.
Esta palabra del Señor tropieza, evidentemente, con una interpretación fácil y cómoda, y hermosa a la vez, según la cual hay que preocuparse menos de la oración formal o explícita y convertir en oración toda la vida. Pero aquí de nuevo se alza, indoblegable, el espectáculo de la vida de Jesús. Jesús, como escribe un contemplativo reciente, mejor que nadie vivió eso que se llama la oración continua de la vida, porque «vivió permanentemente ante su Padre en estado de adoración y de oración, pues to que la visión de Dios moraba en su alma en medio de todas sus actividades humanas. Y, sin embargo, vemos que aprovechaba las ocasiones de entregarse en silencio y soledad a la oración más pura: «Después de despedir a la gente —dice el Evangelio—, subió al monte a solas para orar».

El mundo, el mundo cristiano incluso, tiende a no orar sino cuando siente el deseo de orar. Y, por desgracia, es notorio, algunos así lo enseñan a nuestros jóvenes: no vayáis a Misa más que cuando sintáis vivo e impelente el deseo de asistir. Con lo cual falla necesariamente la perseverancia en la oración que pedía Jesús: el «sine intermissione orate» de la voz apostólica. «No esperéis para orar a sentir el deseo de oración —escribe un contemplativo—; dejaríais de orar justo en el momento en que más lo necesitáis. Es una ilusión peligrosa, por la que muchos se han apartado de Cristo.» «El deseo de orar sólo puede nacer de la fe. Desear orar es ya un efecto de la oración. Os tiene que bastar saber que Dios os espera. Dios desea siempre veros orar, aun cuando no deseéis orar. Y quizá, sobre todo, en ese momento. Cuanto menos oréis, peor lo haréis y menos lo desearéis».

Y esto pasa con todos nosotros. Y es una de las tragedias contemporáneas de la Iglesia, Por algo Santa Teresa, cuando fundaba casas en las que ponía el Santísimo Sacramento, mostraba su alborozo. «Es particular consuelo para mí ver una iglesia más, cuando me acuerdo d« las muchas que quitan los luteranos». La compensación del «déficit», aunque parezca extraño para la mentalidad activista y alicorta de tantos contemporáneos, es una de las exigencias del vivir cristiano y, por tanto, de la misión global de la Iglesia.

¿Peligro de «angelismo»? No; peligro de naturalismo. A mayor presencia en el mundo, mayor «fuga mundi».

Una y otra vez he tenido que aludir, es inevitable, a la acusación típica, la que ve en este llamamiento a la oración, a la renuncia, a la soledad de los contemplativos, el famoso peligro de angelismo o el peligro del menosprecio de la legítima condición terrena y temporal del hombre. Verdaderamente sería para llorar el tener que atender a este tipo de especulaciones. Porque es manifiesto que el peligro clásico en nuestros tiempos es exactamente el contrario., Yo no conozco ni un solo caso, en toda mi vida de relación con el prójimo, de peligro de angelismo, y conozco muchísimos, a la vista están, de peligro de animalismo, de vigencia y canonización de lo instintivo. «Todo en la vida moderna —escribe un monje— tiende y coadyuva no precisamente a desencarnar o a angelizar, sino a encarnar, a humanizar, a naturalizar con exceso. El hombre se siente cada vez más señor absoluto del universo. El hombre se encuentra bien en este mundo; el bienestar se generaliza; la moral se relaja; sólo de vez en cuando el sufrimiento individual o colectivo obliga a reflexionar un poco. Pero de nuevo se zambulle el hombre en el gran río de la vida y el torbellino del vivir moderno ahoga sus aspiraciones a una vida mejor.» «El cristianismo., que es a la vez religión de la encarnación, es religión de la ascensión… «Padre —hijo Jesús—, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria» (39). El cristianismo impulsa a un humanismo supratemporal. No desprecia lo relativo, pero prefiere lo absoluto. .
Y en este sentido estamos autorizados por la doctrina de la Iglesia y por la experiencia psicológica y sociológica para afirmar ,que la «fuga mundi», el retraimiento en búsqueda de la soledad contemplativa, es un antídoto necesario, ahora más que nunca, en la Iglesia, para que ésta no se diluya en el mundo. Cuando más presente quiera hacerse y deba hacerse la Iglesia en el mundo, más necesita la «fuga mundi». Algunos historiadores han advertido, y parece que no sin alguna razón, que las formas más llamativas de segregación monástica se produjeron o se multiplicaron precisamente en el momento de mayor intercompenetración de la Iglesia y el orden temporal, en el siglo IV, cuando comienza ese clima espiritual que luego llamaremos la cristiandad. Y el monacato resultó entonces eficacísimo como ningún otro factor para la misma vida temporal.

Con. pretextos extemporáneos de antimaniqueísmo —como si el maniqueísmo fuese ahora el peligro—, muchos en la Iglesia se Lanzan a una apologética irreal, adolescente, de la inmersión en lo sensible, en lo sexual, con una pedagogía que con pretexto de superar supuestas repugnancias de algunos frentes a lo legítimo, lo que hacen de, verdad sociológicamente es convalidar la licencia egoísta y destructora de los más. Y esto nos pasa con tantos movimientos pseudopastorales del momento presente. Hablamos obsesivamente de casos límites —como sucede, por ejemplo, en el aborto o el divorcio y oíros aspectos de la vida familiar o matrimonial—, sin darnos cuenta de que estamos echando leña a la hoguera de millones de personas a quienes no les preocupa lo más mínimo ningún caso límite, sino el caso cotidiano de la vida cómoda, de la vida irresponsable.

Lo que está en juego es el sentido de la presencia de Dios.

Lo que está en juego es el sentido de la presencia de Dios, de la vigencia histórica de la Encarnación, y, por tanto, la razón de ser de la Iglesia. Hay muchos que, preocupados en exceso con la futura sociedad secularizada, en la que, al parecer, Dios será un incomunicado (un Deus ineffabilis», absolutamente escondido), exageran de tal modo este «Deus ineffabilis» de la tradición teológica, que de hecho eliminan lo religioso. Dios termina convirtiéndose en una hipótesis inoperante. Y su manifestación histórica en Cristo Jesús se degrada a ser un mito expresivo de valores humanos realizables en el tiempo. «En la actual sociedad humana, que tan fácilmente rechaza a Dios y lo niega —nos dice la Sagrada Congregación—, la vida de hombres y mujeres dados a la contemplación de las cosas divinas proclama altamente la existencia de Dios y su presencia, ya que esa, vida entraña un trato de amistad con Dios que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y por eso los que así viven pueden confirmar a los que están tentados en la fe y que por ello llegan a poner en duda la facultad misma dada a todo hombre de entablar coloquio con el Dios inefable».
Los contemplativos ayudan a la Iglesia a atravesar las dificultades de su peregrinación perseverando firme en el propósito, a semejanza de Moisés, como dice la carta a los Hebreos: «Como si viera al Invisible», que así es la vida cristiana, Y no se trata de una visión intelectualizada, sino de una posibilidad de acceso y comunicación para los más humildes, para los menos capaces de análisis, para los menos capaces de ascensiones estrictamente intelectuales.

III. FECUNDIDAD APOSTÓLICA DE LA VIDA CONTEMPLATIVA

Así se explica, y termino, el que la Iglesia en tantas manifestaciones que sería grato reproducir, pero no hay tiempo, afirme y reafirme la fecundidad apostólica de la acción y de la vida contemplativa. Los Papas, incluso los más recientes, no se cansan de asegurarlo. La Iglesia no tiene en los contemplativos un complemento, sino un motor indispensable para que los activos realicen de verdad la obra de Cristo y no su obra humana, diríamos ahora, para que la Iglesia siga siendo de verdad sacramento de Cristo y no una institución política. Santa Teresita, a quien acabo de citar, dice que ella tenía vocación activa, ella quería haber sido misionera, y ya que no pudo serlo, siguiendo el ejemplo de su santa y grande madre, Teresa de Jesús, procuró convertirse un poco en el corazón de la Iglesia y situarse como una niña en ese corazón para ayudar, para respaldar la acción de los misioneros. «No pudiendo ser misionera por la acción, quise serlo por el amor y por la penitencia, como Santa Teresa, mi Seráfica Madre». Y la misma Santa escribe al misionero Padre Roulland: «Vos sois como Josué, combatís en la llanura; yo soy vuestro pequeño Moisés y sin cesar mi corazón está levantado al cielo para obtener la victoria. Pedid a Dios que El sostenga los brazos de Moisés en. la oración».

Y, sobre todo, apuntaba Santa Teresita, especialmente al final de su vida, algo decisivo, y es la suprema actividad que constituye la pura contemplación. Es ¿a intuición de que no hay dicotomía entre actividad y contemplación (en definitiva, Dios es la pura actividad y la pura contemplación) la expresaba esta Santa, cuyo centenario celebramos, proyectándola de un modo audaz sobre su vida después de la muerte. «Cuento con no estar inactiva en el cielo, mi deseo es el de seguir trabajando por la Iglesia y por las almas. ¿No están acaso los ángeles continuamente ocupados de nosotras sin cesar, por eso, de contemplar el rostro divino?». Cuando muera, dice a otro misionero, «nuestros papeles seguirán siendo los mismos: para vos las armas apostólicas, y para mí, la oración y el amor». Y la palabra bellísima, tan difundida en los últimos decenios: «Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra. Y esto no es imposible, pues en el seno mismo de la visión beatífica los ángeles velan por nosotros».
Con esto acabo de esbozar torpemente y con otras muchas cosas que otros podrían decir mejor, creo que se justifica lo que afirma sintéticamente el Decreto sobre la Vida Religiosa del Concilio Vaticano II. «Los Institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros vacan sólo a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que no todos las miembros desempeñan la misma función, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo. Ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al pueblo de Dios con ubérrimos frutos de santidad y le edifican con su ejemplo, e incluso contribuyen a su desarrollo con misteriosa fecundidad apostólica. De esta manera son gala de la Iglesia y manantial para ella de gracias celestiales».
Dios quiera que lo sigan siendo para bien de todos.

José Guerra Campos

Imitación de Cristo 97

08 jueves Ene 2015

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Capítulo 58

Que no se deben escudriñar las cosas altas
y los juicios ocultos de Dios

Jesucristo.– 1. Hijo, guárdate de disputar de materias altas y de los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y otro tiene tantas gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente ensalzado.
Estas cosas exceden a toda humana capacidad, y no basta razón ni disputa alguna para investigar el juicio divino.
Por eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o algunos hombres curiosos lo preguntaren, responde aquello del profeta: «Justo eres, Señor, y justo tu juicio» (Sal 118,75).

Y también: «Los juicios del Señor son verdaderos y justificados en sí mismos» (Sal 18,10).

Mis juicios han de ser temidos, no examinados; porque no se comprenden con entendimiento humano.20500AK

2. Tampoco te pongas a inquirir o disputar de los merecimientos de los santos, cuál sea más santo o mayor en el reino de los cielos.
Estas cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin provecho, y crean soberbia y vanagloria, de donde nacen envidias y discordias, cuando uno quiere preferir imprudentemente un santo y otro quiere a otro.
Querer saber e inquirir tales cosas ningún fruto trae, antes desagrada mucho a los santos, «porque yo no soy Dios de discordia, sino de paz» (1Cor 14,33), la cual consiste más en la verdadera humildad que en la propia estima.

3. Algunos con celo de amor se aficionan a unos santos más que a otros; pero más por afecto humano que divino.
Yo soy el que hice a todos los santos; yo les di la gracia; yo les he dado la gloria.

Yo sé los méritos de cada uno; «yo les previne con bendiciones de mi dulzura» (Sal 20,4).

Yo conocí mis amados antes de los siglos; «yo los escogí del mundo, y no ellos a mí» (Jn 15,19).

Yo los llamé por gracia y atraje por misericordia; yo los llevé por diversas tentaciones.
Yo les envié grandes consolaciones, les di la perseverancia y coroné su paciencia.

4. Yo conozco al primero y al último. Yo los abrazo a todos con amor inestimable.
Yo soy digno de ser alabado en todos mis santos y ensalzado sobre todas las cosas; yo debo ser honrado por cada uno de cuantos he engrandecido y predestinado, sin preceder algún merecimiento suyo.
Por eso, quien despreciare a uno de mis pequeñuelos, no honra al grande, porque «yo hice al grande y al pequeño» (Sab 6,8).

Y el que quisiere deprimir alguno de los santos, a mí me deprime y a todos los demás del reino de los cielos.
Todos son una misma cosa por el vínculo de la caridad; todos tienen un mismo parecer y un mismo querer, y todos se aman recíprocamente.

5. Y, sobre todo, más me aman a mí que a sí mismos y a todos sus merecimientos.
Porque elevados sobre sí y libres de su propio amor, se pasan del todo al mío, y en él descansan con gozo inexplicable.
No hay cosa que los pueda apartar ni derribar, porque, llenos de la verdad eterna, arden en el fuego inextinguible de la caridad.
Callen, pues, los hombres carnales y animales, y no disputen del estado de los santos, pues no saben amar sino los gozos particulares. Quitan y ponen según su inclinación, no como agrada a la eterna Verdad.

6. Hácelo en muchos la ignorancia; mayormente en los que entienden poco de espíritu y con dificultad saben amar a alguno con perfecto amor espiritual; y aún los lleva mucho el afecto natural y la amistad humana, con la cual se inclinan más a unos que a otros; y así como sienten de las cosas terrenas, así imaginan de las celestiales.
Mas hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres imperfectos y lo que saben los varones espirituales por la revelación divina.

7. Guárdate, pues, hijo, de tratar curiosamente de las cosas que exceden a tu alcance; trabaja más bien y procura que puedas ser siquiera el menor en el reino de Dios.
Y aunque uno supiese quién es más santo que otro, o el mayor en el reino del cielo, ¿de qué le servirá el saberlo si no se humillase delante de mí por este conocimiento y no se levantase a alabar más puramente mi nombre?
Mucho más agradable es a Dios el que piensa en la gravedad de sus propios pecados y en la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la perfección de los santos, que el que porfía cuál será mayor o menor entre ellos.
Mejor es rogar a los santos con devotas oraciones y lágrimas, y con humilde corazón invocar su favor, que escudriñar sus secretos con inútil investigación.

8. Ellos están cumplidamente contentos si los hombres saben contentarse y refrenar la vanidad de sus lenguas.
No se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa buena se atribuyen a sí mismos, sino todo a mí; porque yo les di todo cuanto tienen con infinita caridad.
Llenos están de tanto amor a la divinidad, y de tal abundancia de gozos, que ninguna parte de gloria les falta, ni les puede faltar cosa alguna de bienaventuranza.
Todos los santos, cuanto más altos están en la gloria, tanto más humildes son en sí mismos, y están más cercanos a mí, y son más amados de mí.

Por lo cual está escrito que «abatieron sus coronas delante de Dios, y se postraron rostro por tierra delante del Cordero, y adoraron al que vive por los siglos de los siglos» (Ap 4,10; 5,14).

9. Muchos preguntan «quién es el mayor en el reino de Dios» (Mt 18,1), que no saben si serán dignos de ser contados con los ínfimos.
Gran cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son grandes, porque «todos se llamarán» y serán «hijos de Dios» (Rom 9,26).
Pues cuando preguntaron los discípulos quién fuese mayor en el reino de los cielos, tuvieron esta respuesta:
«Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos».
«Por eso, cualquiera que se humillare como niño, aquel será el mayor en el reino de los cielos» (Mt 18,3).

10. ¡Ay de aquellos que se desdeñan de humillarse de voluntad con los pequeñitos, porque la puerta humilde y angosta del reino celestial no les permitirá entrar!
«¡Ay también de los ricos que tienen aquí sus deleites» (Lc 6,24), porque cuando entraren los pobres en el reino de Dios, quedarán ellos fuera llorando!
Alegraos los humildes y regocijaos «los pobres, que vuestro es el reino de Dios» (Lc 6,20), con tal que andéis en el camino de la verdad.

Sonrisas de Dios

08 jueves Ene 2015

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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Somos espectáculo del Cielo, al Señor le gusta estar con los hijos de los hombres; y, desde el Cielo, nos mira y sonríe. Una bebé de seis meses me miró, me sonrió tan a lo divino, que se ha quedado grabada su carita de ángel en mi memoria, como una mirada de Dios.

Vengo de dar los Ejercicios de san Ignacio de Loyola. En el aeropuerto de Vigo, atravieso una fila de personas que esperan para subir al avión. Una joven madre, lleva a su hijito de siete meses colgado delante de ella. El infantico me miró con una sonrisa, tan tierna, tan feliz que estuvimos unos minutos riéndonos los tres. Me marché convencido que el Niño Jesús nos había mirado.Jesús-riendo-con-María

Hace muchos años, Madre Maravillas de Jesús me entregó, a través de las rejas del locutorio, un rosario de rosas. Apenas pudo levantar la cabeza hundida en su pecho, pero se adivinaba su mirada celestial. Su estampa está en mi mesa de trabajo, junto con la de san Juan Pablo II, la del valiente santo y sabio obispo José Guerra Campos y la del P. Alba sonrientes, como los buenos hijos de Dios.

Mi biznieta espiritual -di unas cuantas clases a sus abuelos y muchas a sus padres- con 21 días recién cumplidos, me ha fulminado desde su trono real; me lanzó una mirada tan angelical que, es de esperar, que el Cielo será algo igual.

Tiene 24 años y es recepcionista. Si Dios quiere, se casará pronto. Sus ojos son unas ventanas al Cielo: limpios, puros, luminosos. Yo estoy convencido que el Señor nos mira por medio de sus hijos e hijas. No olvidemos que el hombre y la mujer es la obra maestra de la Santísima Trinidad.

Hablo con unos ancianos de 86 y 84 años. Ella me dice que hacen 62 años que están casados y que cada día se quieren más, más que cuando eran novios. Él me enseña sus manos muy gruesas y me dice que, con ellas, trabajando en el campo, sacó a sus cinco hijos adelante. Los cinco con carrera universitaria y, el primero sacerdote. Me miran con serenidad y paz, como si estuviesen viendo a su hijo sacerdote.

En la autopista, paramos en un área de servicio. Me acerco a un joven matrimonio, con tres niñas, para darles cinco medallas de la Virgen. La mayor tiene nueve años y es guapísima. Las gemelas de tres años, dos angelitos del cielo. Las tres me miran con sonrisas celestiales. Le digo a la mayor, eres muy guapa, -se lo dicen todos- pero esa belleza te la ha dado Dios, para que seas obediente, trabajadora y simpática.

Mira que te mira Dios, mira que te está mirando. Míralo tú en todas las cosas y se ensanchará tu corazón.

Manuel Martínez Cano, mCR

La anunciación de María: su fiesta

08 jueves Ene 2015

Posted by manuelmartinezcano in Meditaciones de la Virgen, Uncategorized

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Todo lo que tiene este misterio de la Santísima Virgen, de incomparable y grandioso se lleva a cabo por medio de la embalada de un ángel, será pues, muy provechoso comparar esta embalada con las que el Señor tan frecuentemente a nosotros nos envía.

1º La Embajada. -Dios envía ángel en forma visible para anunciar a la Santísima Virgen su elevación a la dignidad de Madre de Dios. -A lo que parece, el ángel apareció en forma humana, como un joven hermoso y rodeado de resplandores celestiales. -Así convenía para el fin tan excelso a que iba destinado…, a tratar del asunto más grande que jamás se ventiló entre el Cielo y la tierra, entre Dios y los hombres.anunciacion_maria

También Dios quiere muchas veces tratar con nosotros algo relacionado con su gloria y con el bien de nuestras almas, y lo trata por medio de sus ángeles aunque en forma invisible. -¡Cuantas veces será nuestro fiel Ángel de la Guarda, el que en nombre de Dios nos inspira algo que no hacemos caso! -¡Si le viéramos visiblemente no obraríamos así! -¿Por qué no verle con la fe?…

Con ojos de fe, también vemos a esos otros que en representación de Dios también hablan, Superiores…, directores espirituales…, predicadores…, las buenas lecturas y los buenos ejemplos…, las mismas humillaciones y tribulaciones…, todo eso ¿qué otra cosa es para ti sino como embajadas que el Señor te envía para comunicar contigo? ¿Cómo las recibes? -Examina y medita el recibimiento de María al Ángel y compáralo con tu conducta.

2º El saludo del Ángel. -En el mismo saludo del Ángel considera no sólo las alabanzas que dirige a María, sino las verdades tan gloriosas y magníficas que la recuerda. -La dice que es llena de gracia y que Dios está con Ella y, en fin, que es bendita entre todas las mujeres. -Mira cómo de este modo quiere el ángel prepararla a que correspondiendo a esos favores del Señor, dé su consentimiento a su embajada y no ponga obstáculos al plan de Dios. Así nos habla también a nosotros el Señor. -Muchas veces y de muchas maneras, especialmente con sus luces interiores, nos habla al corazón y nos hace sentir las gracias que de Él hemos recibido…, la obligación que tenemos de corresponder a ellas, y trabajar con ellas, y nos alienta con la esperanza de los frutos riquísimos de gracias y de gloria que con esta correspondencia podemos conseguir.

Mas, nosotros ¿qué hacernos? ¿Cómo recibimos estas inspiraciones del Cielo? Y si alguna vez conseguimos enfervorizarnos y trabajar con más entusiasmo en nuestra santificación, ¿no es verdad que otras muchas no hacemos nada, perdemos el tiempo porque prácticamente desperdiciamos esas ilustraciones y llamamientos del Señor?

3º Cómo lo recibe María. -Mira cómo la Santísima Virgen así preparada por el ángel recibe claramente el mensaje de Dios en su parte más principal: «Serás la Madre de Dios porque darás a luz al Santo de los Santos». -María escucha y lejos de correr llena de vanidad a dar su consentimiento, con gran prudencia y humildad, examina esas palabras y mira cómo pueden estar conformes con la voluntad del Señor, manifestada antes en el voto de su virginidad.

Aprende esa prudencia de la Santísima Virgen. -Qué fácilmente creemos que es un ángel y que es cosa de Dios, cuando se nos ofrecen cosas que redundan en provecho nuestro, o en nuestra gloria, y en seguida nos lanzamos tras de lo que nos agrada…, y quizá no sea el ángel de la luz, sino el de las tinieblas…, a lo mejor no es una inspiración, sino una tentación. Examina, medita y consulta, para que así aciertes en todo y sepas imitar esta prudencia de la Santísima Virgen.

4º El consentimiento. -Contemplaahora a María dando su consentimiento, una vez convencida de que es cosa de Dios. -Fíjate bien cómo obra el Señor -El pudo hacer todo esto sin contar con la voluntad de la Santísima Virgen y, sin embargo, no quiere forzar su libertad. -De este modo obra con nosotros. -Dios no quiere corazones forzados, ni amores a. la fuerza. -Quiere almas que libre, voluntaria y generosamente se entreguen a Él. Para crearte, no contó contigo, pero, en cambio, para salvarte y santificarte, es necesario que tú des voluntariamente tu consentimiento. -No te hará santo violentamente y contra tu voluntad. -Él te dará su gracia y su ayuda, pero… en ti está el santificarte con ella o el desperdiciarla y abandonarla.

Por tanto, de ti y sólo de ti (convéncete de ello) depende el que te santifiques o no. -¿No te basta este pensamiento para una meditación muy provechosa, especialmente al compararte con María que ahora y siempre dio su libre y generoso consentimiento a la obra de Dios?

Valor y generosidad. -Nunca, pues, vacilar ante las inspiraciones y embajadas que el Señor nos envía. -No detenernos ante la voz de Dios sino para examinarla con prudencia y para no confundirla con las asechanzas del enemigo, pero… jamás detenerse por flojedad y cobardía, por amor propio y soberbia…, por miedo a la humillación y al sacrificio. -María no atiende tanto a la corona de oro que la ofrece el ángel, como a la corona de espinas. -Sabe que el ser Madre de Dios significa tener su corazón siempre atravesado con una espada de dolor… y valiente y decidida la acepta «hágase en mí según tu palabra». Pues bien, si quieres que tu alma sea de veras hija de Dios y esposa de Cristo y si aspiras a la corona del Cielo, has de amar ahora el sacrificio la mortificación, la crucifixión de la carne y de tus pasiones. -Ante el ejemplo de Ma­ría, Reina de los Mártires, no dudes en ser tú también mártir de amor…, acepta y abraza con generosidad ese sacrificio por María y con María.

Mensajes de fe 15

08 jueves Ene 2015

Posted by manuelmartinezcano in Mensajes de fe, Uncategorized

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Patente. -Una hoja de árbol es una obra maestra. Las hojas son los pulmones de las plantas, porque también éstas respiran como nosotros. Pero las hojas son también maravillosos laboratorios de química; esas humildes hojas están en posesión de una patente preciosa que hasta ahora es un secreto de oficio muy bien guardado; pero el día que nuestra Ciencia logre arrancárselo, la humanidad habrá conseguido más ventajas que descubriendo una nueva América.

Ese secreto se llama «fotosíntesis» y consiste en un sorprendente truco por el cual la hoja cambia en materia vegetal u orgánica toda la materia mineral que el árbol ha Ido absorbiendo por sus raíces y que ha sido subido hasta el laboratorio de las hojas por capilaridad. Allí está una sustancia verde, llamada clorofila, que realiza dicho cambio trabajando en equipo y combinación con los rayos solares. ¿Cómo se las arregla ese equipo? Nadie lo sabe.Fotosíntesis-470x260 (1)

Pero ¡imaginaos cuando llegue el día en que podamos llevar tierra a nuestras fábricas y obtener en cambio, azúcar, grasas y albúminas! De momento nosotros no sabemos cómo hacerlo. La hoja, sí.

Si vas un día a los famosos laboratorios Bayer y les dices:

-Aquí les traigo C, N, H, O, F, CI, Na, K, y Si. ¿Tienen ustedes la bondad de hacerme un poco de margarina?

Los grandes químicos de la casa te responderán:

-Tenga usted la bondad de ir ahí a la vuelta; en la esquina encontrará un colmado donde se la servirán.

Sí, amigo mío: tu alimento lo ha fabricado una hojita; su fotosíntesis no la saben reproducir ni siquiera los mejores laboratorios de la tierra.

Superproducción a todo meter. -Escucha el tictac de tu reloj: a cada segundo esas humildes hojitas esparcidas por toda la faz del planeta están silenciosamente sacando del aire y fijando, para nuestro servicio, una cantidad de materia equivalente a 600 toneladas de carbón. Cuando los rusos o los norteamericanos lanzan un cacharro de unas cuantas toneladas a los cielos, ¡qué algarabía! ¡Qué jaqueca con la propaganda que hacen por todo el mundo! Y sin embargo, nadie piensa en pedir un aplauso para las humildes hojas. Y la verdad es que si esas hojitas se declarasen en huelga, no habría fábrica humana que pudiese suplir su trabajo. Hasta que no dominemos el secreto de la clorofila, todo ese carbono de nuestra atmósfera es inservible para el hombre, pues no sabemos cómo fijarlo, a pesar de todas nuestras potentísimas fábricas e industrias.

Hay más: lo que está haciendo la hoja lo hace también el alga marina: recoge unas 4.000 toneladas de carbono a cada minuto que pasa. Y esto debería poner un poco de mejor humor a. esos eternos pesimistas que van diciendo por ahí que la tierra está ya superpoblada y que están siempre con el miedo de que se queden sin desayuno el día que le nazca el rorro número X a la humanidad. Porque, en efecto, y contra lo que se opina generalmente, las enormes extensiones de mar se hallan abarrotadas de vida vegetal.

El rendimiento normal del plancton es de 375 toneladas de carbono por kilómetro cuadrado. Este rendimiento es tres veces más elevado del que normalmente nos produce la tierra, y como la superficie cubierta por los océanos es 2,4 veces la de la tierra seca, se deduce que la actividad biológica de esas algas microscópicas está fijando siete veces más carbono que todas nuestras mieses, praderas, campos, estepas y las florestas de los cuatro puntos cardinales de la tierra. En otras palabras: los campos más fértiles de nuestro globo son, después de todo, las verdes aguas de nuestros mares. ¡Y pensar que todos esos recursos permanecen todavía inexplotados!

El total de energía solar capturada por estos esclavitos verdes nuestros que se llaman hojas, por medio de la fotosíntesis clorofílica, es aproximadamente 3 X 1021 calorías, y esa cantidad de energía es diez mil veces mayor que toda la producida por el conjunto de las instalaciones hidroeléctricas del mundo.

Ventanas a millones. -Para inhalar el aire las hojitas están dotadas de millares de pequeñas aberturas: llamémoslas poros, bocas o estomas. Cualquier hoja posee por lo menos unas veinte mil de esas bocas. La hoja de una col puede tener hasta cien millones de ellas. Cada una de estas bocas está formada por dos células que parecen dos guisantes convergentes: se cierran y se abren como una ventana. Si el aire es demasiado frío y húmedo, los estomas se cierran. Si tú hicieras lo mismo con la boca, no atraparías nunca una pulmonía.

Pero si el aire está tan seco que podría ocasionar una evaporación excesiva del agua de la planta, la hojita cierra sus poros o los estrecha, o bien achica su boquita. Eso es lo que se llamaría aire acondicionado.

Naturalmente, aquel Ingeniero que trazó estas ventanitas tuvo también la preocupación de colocarlas en la parte inferior de la hoja; porque la parte superior habría estado expuesta a recoger una cantidad de polvo que habría bloqueado fácilmente el paso del aire.

Mantas. -Además entre esas ventanitas crece una multitud de pelillos, los cuales actúan como verdaderas trampas que aprisionan el aire y lo conservan el tiempo suficiente para que ese intercambio de gases -es decir, aprisionar el CO2 y liberar el 0- pueda efectuarse sin dificultad. Además, esa capa de aire actúa como una manta que protege a la hoja de los cambios repentinos de temperatura. Debemos una palabra de gratitud a esas hojas, porque están purificando incesantemente nuestro aire. Tus pulmones toman oxígeno del aire y se lo devuelven en la forma irrespirable de dióxido de carbono. Con esos dos mil seiscientos cuarenta millones de pares de pulmones que están soplando sin cesar en nuestro planeta, a estas horas deberíamos haber agotado ya todo el oxígeno de la atmósfera; pero ¡no tengamos miedo!: el aire se conservará siempre tan fresco como en los tiempos del rey Arturo; de modo silencioso esas hojitas seguirán liberándonos de los tóxicos que nuestros pulmones están vaciando constantemente en el aire.

Y todavía hay sujetos por ahí que, como aquellos romanos que se hacían servir por sus esclavos, siguen respirando tranquilamente este aire y devorando su ensalada sin importarles un bledo esos humildes servidores nuestros…, ni tampoco su Creador.

A mí me han dado siempre mucha compasión esas hojas de olivo que cuelgan del pico a la palomita de la paz de Picasso. ¿Quién envía eso? Si la filosofía roja no puede ver trazas de Dios en el designio de una hoja, poca esperanza hay de que sus adeptos vean un don de Dios en la paz que representa. ¡Vuélvete atrás, pichoncito! Deja caer esas hojas. Di a esos ilusos que sería mejor una calabaza.

«EL QUE SABE BIEN ORAR, SABE BIEN VIVIR», dice san Agustín. No lo olvides. Y para ello esta solución magnífica: Cada mañana y cada noche LAS TRES AVEMARÍAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN.

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"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

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"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

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