Capítulo 58
Que no se deben escudriñar las cosas altas
y los juicios ocultos de Dios
Jesucristo.– 1. Hijo, guárdate de disputar de materias altas y de los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y otro tiene tantas gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente ensalzado.
Estas cosas exceden a toda humana capacidad, y no basta razón ni disputa alguna para investigar el juicio divino.
Por eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o algunos hombres curiosos lo preguntaren, responde aquello del profeta: «Justo eres, Señor, y justo tu juicio» (Sal 118,75).
Y también: «Los juicios del Señor son verdaderos y justificados en sí mismos» (Sal 18,10).
Mis juicios han de ser temidos, no examinados; porque no se comprenden con entendimiento humano.
2. Tampoco te pongas a inquirir o disputar de los merecimientos de los santos, cuál sea más santo o mayor en el reino de los cielos.
Estas cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin provecho, y crean soberbia y vanagloria, de donde nacen envidias y discordias, cuando uno quiere preferir imprudentemente un santo y otro quiere a otro.
Querer saber e inquirir tales cosas ningún fruto trae, antes desagrada mucho a los santos, «porque yo no soy Dios de discordia, sino de paz» (1Cor 14,33), la cual consiste más en la verdadera humildad que en la propia estima.
3. Algunos con celo de amor se aficionan a unos santos más que a otros; pero más por afecto humano que divino.
Yo soy el que hice a todos los santos; yo les di la gracia; yo les he dado la gloria.
Yo sé los méritos de cada uno; «yo les previne con bendiciones de mi dulzura» (Sal 20,4).
Yo conocí mis amados antes de los siglos; «yo los escogí del mundo, y no ellos a mí» (Jn 15,19).
Yo los llamé por gracia y atraje por misericordia; yo los llevé por diversas tentaciones.
Yo les envié grandes consolaciones, les di la perseverancia y coroné su paciencia.
4. Yo conozco al primero y al último. Yo los abrazo a todos con amor inestimable.
Yo soy digno de ser alabado en todos mis santos y ensalzado sobre todas las cosas; yo debo ser honrado por cada uno de cuantos he engrandecido y predestinado, sin preceder algún merecimiento suyo.
Por eso, quien despreciare a uno de mis pequeñuelos, no honra al grande, porque «yo hice al grande y al pequeño» (Sab 6,8).
Y el que quisiere deprimir alguno de los santos, a mí me deprime y a todos los demás del reino de los cielos.
Todos son una misma cosa por el vínculo de la caridad; todos tienen un mismo parecer y un mismo querer, y todos se aman recíprocamente.
5. Y, sobre todo, más me aman a mí que a sí mismos y a todos sus merecimientos.
Porque elevados sobre sí y libres de su propio amor, se pasan del todo al mío, y en él descansan con gozo inexplicable.
No hay cosa que los pueda apartar ni derribar, porque, llenos de la verdad eterna, arden en el fuego inextinguible de la caridad.
Callen, pues, los hombres carnales y animales, y no disputen del estado de los santos, pues no saben amar sino los gozos particulares. Quitan y ponen según su inclinación, no como agrada a la eterna Verdad.
6. Hácelo en muchos la ignorancia; mayormente en los que entienden poco de espíritu y con dificultad saben amar a alguno con perfecto amor espiritual; y aún los lleva mucho el afecto natural y la amistad humana, con la cual se inclinan más a unos que a otros; y así como sienten de las cosas terrenas, así imaginan de las celestiales.
Mas hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres imperfectos y lo que saben los varones espirituales por la revelación divina.
7. Guárdate, pues, hijo, de tratar curiosamente de las cosas que exceden a tu alcance; trabaja más bien y procura que puedas ser siquiera el menor en el reino de Dios.
Y aunque uno supiese quién es más santo que otro, o el mayor en el reino del cielo, ¿de qué le servirá el saberlo si no se humillase delante de mí por este conocimiento y no se levantase a alabar más puramente mi nombre?
Mucho más agradable es a Dios el que piensa en la gravedad de sus propios pecados y en la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la perfección de los santos, que el que porfía cuál será mayor o menor entre ellos.
Mejor es rogar a los santos con devotas oraciones y lágrimas, y con humilde corazón invocar su favor, que escudriñar sus secretos con inútil investigación.
8. Ellos están cumplidamente contentos si los hombres saben contentarse y refrenar la vanidad de sus lenguas.
No se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa buena se atribuyen a sí mismos, sino todo a mí; porque yo les di todo cuanto tienen con infinita caridad.
Llenos están de tanto amor a la divinidad, y de tal abundancia de gozos, que ninguna parte de gloria les falta, ni les puede faltar cosa alguna de bienaventuranza.
Todos los santos, cuanto más altos están en la gloria, tanto más humildes son en sí mismos, y están más cercanos a mí, y son más amados de mí.
Por lo cual está escrito que «abatieron sus coronas delante de Dios, y se postraron rostro por tierra delante del Cordero, y adoraron al que vive por los siglos de los siglos» (Ap 4,10; 5,14).
9. Muchos preguntan «quién es el mayor en el reino de Dios» (Mt 18,1), que no saben si serán dignos de ser contados con los ínfimos.
Gran cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son grandes, porque «todos se llamarán» y serán «hijos de Dios» (Rom 9,26).
Pues cuando preguntaron los discípulos quién fuese mayor en el reino de los cielos, tuvieron esta respuesta:
«Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos».
«Por eso, cualquiera que se humillare como niño, aquel será el mayor en el reino de los cielos» (Mt 18,3).
10. ¡Ay de aquellos que se desdeñan de humillarse de voluntad con los pequeñitos, porque la puerta humilde y angosta del reino celestial no les permitirá entrar!
«¡Ay también de los ricos que tienen aquí sus deleites» (Lc 6,24), porque cuando entraren los pobres en el reino de Dios, quedarán ellos fuera llorando!
Alegraos los humildes y regocijaos «los pobres, que vuestro es el reino de Dios» (Lc 6,20), con tal que andéis en el camino de la verdad.