Patente. -Una hoja de árbol es una obra maestra. Las hojas son los pulmones de las plantas, porque también éstas respiran como nosotros. Pero las hojas son también maravillosos laboratorios de química; esas humildes hojas están en posesión de una patente preciosa que hasta ahora es un secreto de oficio muy bien guardado; pero el día que nuestra Ciencia logre arrancárselo, la humanidad habrá conseguido más ventajas que descubriendo una nueva América.

Ese secreto se llama «fotosíntesis» y consiste en un sorprendente truco por el cual la hoja cambia en materia vegetal u orgánica toda la materia mineral que el árbol ha Ido absorbiendo por sus raíces y que ha sido subido hasta el laboratorio de las hojas por capilaridad. Allí está una sustancia verde, llamada clorofila, que realiza dicho cambio trabajando en equipo y combinación con los rayos solares. ¿Cómo se las arregla ese equipo? Nadie lo sabe.Fotosíntesis-470x260 (1)

Pero ¡imaginaos cuando llegue el día en que podamos llevar tierra a nuestras fábricas y obtener en cambio, azúcar, grasas y albúminas! De momento nosotros no sabemos cómo hacerlo. La hoja, sí.

Si vas un día a los famosos laboratorios Bayer y les dices:

-Aquí les traigo C, N, H, O, F, CI, Na, K, y Si. ¿Tienen ustedes la bondad de hacerme un poco de margarina?

Los grandes químicos de la casa te responderán:

-Tenga usted la bondad de ir ahí a la vuelta; en la esquina encontrará un colmado donde se la servirán.

Sí, amigo mío: tu alimento lo ha fabricado una hojita; su fotosíntesis no la saben reproducir ni siquiera los mejores laboratorios de la tierra.

Superproducción a todo meter. -Escucha el tictac de tu reloj: a cada segundo esas humildes hojitas esparcidas por toda la faz del planeta están silenciosamente sacando del aire y fijando, para nuestro servicio, una cantidad de materia equivalente a 600 toneladas de carbón. Cuando los rusos o los norteamericanos lanzan un cacharro de unas cuantas toneladas a los cielos, ¡qué algarabía! ¡Qué jaqueca con la propaganda que hacen por todo el mundo! Y sin embargo, nadie piensa en pedir un aplauso para las humildes hojas. Y la verdad es que si esas hojitas se declarasen en huelga, no habría fábrica humana que pudiese suplir su trabajo. Hasta que no dominemos el secreto de la clorofila, todo ese carbono de nuestra atmósfera es inservible para el hombre, pues no sabemos cómo fijarlo, a pesar de todas nuestras potentísimas fábricas e industrias.

Hay más: lo que está haciendo la hoja lo hace también el alga marina: recoge unas 4.000 toneladas de carbono a cada minuto que pasa. Y esto debería poner un poco de mejor humor a. esos eternos pesimistas que van diciendo por ahí que la tierra está ya superpoblada y que están siempre con el miedo de que se queden sin desayuno el día que le nazca el rorro número X a la humanidad. Porque, en efecto, y contra lo que se opina generalmente, las enormes extensiones de mar se hallan abarrotadas de vida vegetal.

El rendimiento normal del plancton es de 375 toneladas de carbono por kilómetro cuadrado. Este rendimiento es tres veces más elevado del que normalmente nos produce la tierra, y como la superficie cubierta por los océanos es 2,4 veces la de la tierra seca, se deduce que la actividad biológica de esas algas microscópicas está fijando siete veces más carbono que todas nuestras mieses, praderas, campos, estepas y las florestas de los cuatro puntos cardinales de la tierra. En otras palabras: los campos más fértiles de nuestro globo son, después de todo, las verdes aguas de nuestros mares. ¡Y pensar que todos esos recursos permanecen todavía inexplotados!

El total de energía solar capturada por estos esclavitos verdes nuestros que se llaman hojas, por medio de la fotosíntesis clorofílica, es aproximadamente 3 X 1021 calorías, y esa cantidad de energía es diez mil veces mayor que toda la producida por el conjunto de las instalaciones hidroeléctricas del mundo.

Ventanas a millones. -Para inhalar el aire las hojitas están dotadas de millares de pequeñas aberturas: llamémoslas poros, bocas o estomas. Cualquier hoja posee por lo menos unas veinte mil de esas bocas. La hoja de una col puede tener hasta cien millones de ellas. Cada una de estas bocas está formada por dos células que parecen dos guisantes convergentes: se cierran y se abren como una ventana. Si el aire es demasiado frío y húmedo, los estomas se cierran. Si tú hicieras lo mismo con la boca, no atraparías nunca una pulmonía.

Pero si el aire está tan seco que podría ocasionar una evaporación excesiva del agua de la planta, la hojita cierra sus poros o los estrecha, o bien achica su boquita. Eso es lo que se llamaría aire acondicionado.

Naturalmente, aquel Ingeniero que trazó estas ventanitas tuvo también la preocupación de colocarlas en la parte inferior de la hoja; porque la parte superior habría estado expuesta a recoger una cantidad de polvo que habría bloqueado fácilmente el paso del aire.

Mantas. -Además entre esas ventanitas crece una multitud de pelillos, los cuales actúan como verdaderas trampas que aprisionan el aire y lo conservan el tiempo suficiente para que ese intercambio de gases -es decir, aprisionar el CO2 y liberar el 0- pueda efectuarse sin dificultad. Además, esa capa de aire actúa como una manta que protege a la hoja de los cambios repentinos de temperatura. Debemos una palabra de gratitud a esas hojas, porque están purificando incesantemente nuestro aire. Tus pulmones toman oxígeno del aire y se lo devuelven en la forma irrespirable de dióxido de carbono. Con esos dos mil seiscientos cuarenta millones de pares de pulmones que están soplando sin cesar en nuestro planeta, a estas horas deberíamos haber agotado ya todo el oxígeno de la atmósfera; pero ¡no tengamos miedo!: el aire se conservará siempre tan fresco como en los tiempos del rey Arturo; de modo silencioso esas hojitas seguirán liberándonos de los tóxicos que nuestros pulmones están vaciando constantemente en el aire.

Y todavía hay sujetos por ahí que, como aquellos romanos que se hacían servir por sus esclavos, siguen respirando tranquilamente este aire y devorando su ensalada sin importarles un bledo esos humildes servidores nuestros…, ni tampoco su Creador.

A mí me han dado siempre mucha compasión esas hojas de olivo que cuelgan del pico a la palomita de la paz de Picasso. ¿Quién envía eso? Si la filosofía roja no puede ver trazas de Dios en el designio de una hoja, poca esperanza hay de que sus adeptos vean un don de Dios en la paz que representa. ¡Vuélvete atrás, pichoncito! Deja caer esas hojas. Di a esos ilusos que sería mejor una calabaza.

«EL QUE SABE BIEN ORAR, SABE BIEN VIVIR», dice san Agustín. No lo olvides. Y para ello esta solución magnífica: Cada mañana y cada noche LAS TRES AVEMARÍAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN.