Somos espectáculo del Cielo, al Señor le gusta estar con los hijos de los hombres; y, desde el Cielo, nos mira y sonríe. Una bebé de seis meses me miró, me sonrió tan a lo divino, que se ha quedado grabada su carita de ángel en mi memoria, como una mirada de Dios.

Vengo de dar los Ejercicios de san Ignacio de Loyola. En el aeropuerto de Vigo, atravieso una fila de personas que esperan para subir al avión. Una joven madre, lleva a su hijito de siete meses colgado delante de ella. El infantico me miró con una sonrisa, tan tierna, tan feliz que estuvimos unos minutos riéndonos los tres. Me marché convencido que el Niño Jesús nos había mirado.Jesús-riendo-con-María

Hace muchos años, Madre Maravillas de Jesús me entregó, a través de las rejas del locutorio, un rosario de rosas. Apenas pudo levantar la cabeza hundida en su pecho, pero se adivinaba su mirada celestial. Su estampa está en mi mesa de trabajo, junto con la de san Juan Pablo II, la del valiente santo y sabio obispo José Guerra Campos y la del P. Alba sonrientes, como los buenos hijos de Dios.

Mi biznieta espiritual -di unas cuantas clases a sus abuelos y muchas a sus padres- con 21 días recién cumplidos, me ha fulminado desde su trono real; me lanzó una mirada tan angelical que, es de esperar, que el Cielo será algo igual.

Tiene 24 años y es recepcionista. Si Dios quiere, se casará pronto. Sus ojos son unas ventanas al Cielo: limpios, puros, luminosos. Yo estoy convencido que el Señor nos mira por medio de sus hijos e hijas. No olvidemos que el hombre y la mujer es la obra maestra de la Santísima Trinidad.

Hablo con unos ancianos de 86 y 84 años. Ella me dice que hacen 62 años que están casados y que cada día se quieren más, más que cuando eran novios. Él me enseña sus manos muy gruesas y me dice que, con ellas, trabajando en el campo, sacó a sus cinco hijos adelante. Los cinco con carrera universitaria y, el primero sacerdote. Me miran con serenidad y paz, como si estuviesen viendo a su hijo sacerdote.

En la autopista, paramos en un área de servicio. Me acerco a un joven matrimonio, con tres niñas, para darles cinco medallas de la Virgen. La mayor tiene nueve años y es guapísima. Las gemelas de tres años, dos angelitos del cielo. Las tres me miran con sonrisas celestiales. Le digo a la mayor, eres muy guapa, -se lo dicen todos- pero esa belleza te la ha dado Dios, para que seas obediente, trabajadora y simpática.

Mira que te mira Dios, mira que te está mirando. Míralo tú en todas las cosas y se ensanchará tu corazón.

Manuel Martínez Cano, mCR