Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos diarios: 14 enero, 2015

Mensajes de fe 16

14 miércoles Ene 2015

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El Reino de Dios

Enseñanzas, de los Testigos de Jehová. -Aunque la doctrina que, sobre el Reino de Dios, sostienen los Testigos de Jehová es de origen adventista y parecida a la que defienden muchas sectas que esperan en un próximo casi inmediato, fin del mundo y advenimiento del Señor, tiene, sin embargo, características especiales:bible-archeology-exodus-mt-sinai-sinai-drawing-shmita-570x300

La tierra está próxima a desaparecer y serán creados nuevos cielos y nueva tierra. Cristo ha venido ya a la tierra, de una manera invisible en 1914.

Hay un «Reino de Cristo» un «Reino de Dios». El primero durará mil años aquí en la tierra. Y el segundo está compuesto de una parte celeste (los 144.000) y otra terrena (todos los que alcancen vida eterna sobre la tierra).

Esta doctrina sobre ser un tanto obscura, ha sufrido variaciones desde Russell, pasando por Rutherford, hasta nuestros días, lo mismo que las sufrieron sus profecías. Ante doctrinas tan cambiantes es difícil poder precisarlas bien, pero creemos que, tal como hemos pretendido resumirlas, es como las enseñan en la actualidad.

Respuesta católica. -La segunda venida de Cristo, de una manera invisible, es antibíblica. No consta en ningún lugar de la Escritura, y sí, en cambio, lo contrario. Vendrá de la mismamarera que subió al cielo el día de su gloriosa Ascensión (en forma visible) (Hech 1, 11). «Vendrá sobre una nube y todo ojo le verá» (Ap 1, 7), como le vio Daniel en profética visión, que refrenda el mismo Cristo en los evangelistas sinópticos (Mt 24, 30; Mc 13, 26, y Lc 21, 27).

No hay distinción en el Nuevo Testamento entre el Reino de Cristo y el Reino de Dios. -La aparente distinción entre «Reino de Dios» y «Reino de los Cielos», frase, esta última que emplea san Mateo, es una manera de hablar propia de este evangelista, que escribe para los hebreos, los cuales evitaban pronunciar por respeto la palabra «Dios». La igualdad del concepto de ambos «reinos», puede comprobarse comparando los versículos relativos a este tema entre san Mateo y los otros sinópticos. En el Nuevo Testamento no hay, Pues, más que un Rei­no con dos fases: una final, definitiva y otra presente. La fase final está reservada a los justos, en oposición a los impíos. Los Justos «resplandecerán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43); y los impíos será «malditos, al fuego eterno» (Mt 25, 41), «donde será el llanto y rechinar de dientes…» (Lc 13, 28).

La fase presente existe, aunque no la quieran admitir los Testigos, puesto que se deduce de los siguientes textos: «el reino de Dios está en vosotros» (Lc 17, 21); en el mundo presente es lanzada la semilla del «Reino de los Cielos» (Mt 13, 23), etc.

Naturaleza del Reino de Dios. Fase Presente. -Está descrita en los siguientes pasajes del Nuevo Testamento: «la ley y los profetas (el Antiguo Testamento) terminan en Juan; desde entonces es anunciada la buena nueva (el Evangelio) del Reino de Dios y todos forcejean por entrar en él» (Lc 16, 16). «En él se entra por la puerta angosta que lleva a la vida» (Mt 7,13-14). «A un reino que no es de comida ni bebida, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14, 17). Todos estos textos confirman que el Reino de Dios tiene una fase presente que comienza en la nueva vida, que todo bautizado obtiene en la Iglesia.

Fase Final. -A todos los que han creído y obedecido su Ley, Jesús les promete un premio, que ha de realizarse en el futuro: «Quien perseverare hasta el fin, ése se salvará» (Mt 10, 22). Otras veces, está descrita por vida eterna: «¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?» (Mt 19, 16). Y, en fin, como heredad; ver a Dios, estar en Cristo, gloria del Señor, el Reino, el Paraíso, etc.

El Reino de Dios y el milenarismo de los Testigos de Jehová. -El adventismo y el milenarismo son los resultados de una interpretación, demasiado verbal de un libro cuajado de simbolismo y de alegorías. En los textos oscuros, donde no haya una interpretación que se imponga de una manera absoluta, la interpretación debe hacerse por los textos de los restantes pasajes bíblicos, que sean claros y universalmente admitidos en un solo sentido.

¿Se encuentran en otros textos las cifras, mil del milenarismo o 144.000 de los elegidos? ¿Puede suponerse en ellas alegoría, algo indefinido en el tiempo o en el número? Es lo más probable. Lo es, puesto que ni las palabras «mi reino no es de este mundo», ni «los resucitaré en el último día», pronunciadas por el mismo Cristo, autorizan a suponer en Él el establecimiento de un reino material terreno, o la referencia a una resurrección, mil años antes del último día. La interpretación verbal del Apocalipsis ha dado origen a multitud de sistemas milenaristas entre los cuales éste de los Testigos, no es sino uno más con detalles propios, extorsión de textos y demás «arreglos» para subsanar el error de colocar la venida de Cristo en 1914.

La Iglesia Católica no es partidaria de ninguno de estos sistemas milenaristas inventados por los hombres. Subsiste para ella la sentencia tajante de san Jerónimo: «Que se acabe por fin la fábula de los mil años», y nos propone que el Apocalipsis es como un evangelio de la Resurrección y triunfo de Cristo y de su Iglesia en un milenio indefinido, durante el cual Satanás, encadenado, por la gracia de Cristo que santifica a quienes le siguen. Esta vuelta del género humano a la gracia, puede ser la primera resurrección, y la del cuerpo al fin de los tiempos, la segunda.

Esta llamada a la salvación y al premio eterno es para todos, no para un grupo determinado. En el coloquio con Nicodemo (Jn 3, 3-12), al afirmarse la regeneración espiritual, no se da a entender que sea para unos pocos (v. (), la palabra «quienquiera» indica lo contrario.

La filiación adoptiva de los cristianos, es también para todos ellos: «somos hijos de Dios, si hijos también herederos y coherederos de Cristo» (Rom 8, 17). «Vosotros sois linaje escogido, nación santa, sacerdocio real» (1º P 2, 9) son conceptos que se dirigen a todos los cristianos, en una epístola «católica», universal, y este mismo concepto tiene el premio eterno en cientos de textos, entre los que escogemos éste de san Pablo: «…edificio tenemos de Dios, casa no hecha de manos, eterna, tenemos en el cielo» (2ª Cor 5, 1).

El Apocalipsis, interpretado con el criterio de la Iglesia Católica, ilumina el espíritu, vigoriza el corazón y conduce al hombre a la práctica de la virtud, a la santificación. Interpretado de una manera material, conduce a las mayores aberraciones. Por eso los Testigos olvidan las doctrinas cardinales de la salvación y la práctica de ellas. Hablan mucho del Reino, pero olvidan el paso inicial, la puerta para entrar en el verdadero Reino de Dios.

«LA IGLESIA ES LA SOCIEDAD DE HOMBRES QUE ORAN. SU FIN PRIMORDIAL ES ENSEÑAR A ORAR. SI QUEREMOS SABER LO QUE HACE LA IGLESIA DEBEMOS ADVERTIR QUE ES UNA ESCUELA DE ORACIÓN », nos ha dicho Pablo VI. Por esto el cristiano que no rece se arruina espiritualmente, pierde la gracia, la fe. Se expone a la perdición eterna. Que jamás nos olvidemos de levantar el corazón a Dios, cada mañana y cada noche, con las TRES AVEMARÍAS, rezadas sin ninguna clase de rutina.

El Reino de Dios

Enseñanzas, de los Testigos de Jehová. -Aunque la doctrina que, sobre el Reino de Dios, sostienen los Testigos de Jehová es de origen adventista y parecida a la que defienden muchas sectas que esperan en un próximo casi inmediato, fin del mundo y advenimiento del Señor, tiene, sin embargo, características especiales:

La tierra está próxima a desaparecer y serán creados nuevos cielos y nueva tierra. Cristo ha venido ya a la tierra, de una manera invisible en 1914.

Hay un «Reino de Cristo» un «Reino de Dios». El primero durará mil años aquí en la tierra. Y el segundo está compuesto de una parte celeste (los 144.000) y otra terrena (todos los que alcancen vida eterna sobre la tierra).

Esta doctrina sobre ser un tanto obscura, ha sufrido variaciones desde Russell, pasando por Rutherford, hasta nuestros días, lo mismo que las sufrieron sus profecías. Ante doctrinas tan cambiantes es difícil poder precisarlas bien, pero creemos que, tal como hemos pretendido resumirlas, es como las enseñan en la actualidad.

Respuesta católica. -La segunda venida de Cristo, de una manera invisible, es antibíblica. No consta en ningún lugar de la Escritura, y sí, en cambio, lo contrario. Vendrá de la mismamarera que subió al cielo el día de su gloriosa Ascensión (en forma visible) (Hech 1, 11). «Vendrá sobre una nube y todo ojo le verá» (Ap 1, 7), como le vio Daniel en profética visión, que refrenda el mismo Cristo en los evangelistas sinópticos (Mt 24, 30; Mc 13, 26, y Lc 21, 27).

No hay distinción en el Nuevo Testamento entre el Reino de Cristo y el Reino de Dios. -La aparente distinción entre «Reino de Dios» y «Reino de los Cielos», frase, esta última que emplea san Mateo, es una manera de hablar propia de este evangelista, que escribe para los hebreos, los cuales evitaban pronunciar por respeto la palabra «Dios». La igualdad del concepto de ambos «reinos», puede comprobarse comparando los versículos relativos a este tema entre san Mateo y los otros sinópticos. En el Nuevo Testamento no hay, Pues, más que un Rei­no con dos fases: una final, definitiva y otra presente. La fase final está reservada a los justos, en oposición a los impíos. Los Justos «resplandecerán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43); y los impíos será «malditos, al fuego eterno» (Mt 25, 41), «donde será el llanto y rechinar de dientes…» (Lc 13, 28).

La fase presente existe, aunque no la quieran admitir los Testigos, puesto que se deduce de los siguientes textos: «el reino de Dios está en vosotros» (Lc 17, 21); en el mundo presente es lanzada la semilla del «Reino de los Cielos» (Mt 13, 23), etc.

Naturaleza del Reino de Dios. Fase Presente. -Está descrita en los siguientes pasajes del Nuevo Testamento: «la ley y los profetas (el Antiguo Testamento) terminan en Juan; desde entonces es anunciada la buena nueva (el Evangelio) del Reino de Dios y todos forcejean por entrar en él» (Lc 16, 16). «En él se entra por la puerta angosta que lleva a la vida» (Mt 7,13-14). «A un reino que no es de comida ni bebida, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14, 17). Todos estos textos confirman que el Reino de Dios tiene una fase presente que comienza en la nueva vida, que todo bautizado obtiene en la Iglesia.

Fase Final. -A todos los que han creído y obedecido su Ley, Jesús les promete un premio, que ha de realizarse en el futuro: «Quien perseverare hasta el fin, ése se salvará» (Mt 10, 22). Otras veces, está descrita por vida eterna: «¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?» (Mt 19, 16). Y, en fin, como heredad; ver a Dios, estar en Cristo, gloria del Señor, el Reino, el Paraíso, etc.

El Reino de Dios y el milenarismo de los Testigos de Jehová. -El adventismo y el milenarismo son los resultados de una interpretación, demasiado verbal de un libro cuajado de simbolismo y de alegorías. En los textos oscuros, donde no haya una interpretación que se imponga de una manera absoluta, la interpretación debe hacerse por los textos de los restantes pasajes bíblicos, que sean claros y universalmente admitidos en un solo sentido.

¿Se encuentran en otros textos las cifras, mil del milenarismo o 144.000 de los elegidos? ¿Puede suponerse en ellas alegoría, algo indefinido en el tiempo o en el número? Es lo más probable. Lo es, puesto que ni las palabras «mi reino no es de este mundo», ni «los resucitaré en el último día», pronunciadas por el mismo Cristo, autorizan a suponer en Él el establecimiento de un reino material terreno, o la referencia a una resurrección, mil años antes del último día. La interpretación verbal del Apocalipsis ha dado origen a multitud de sistemas milenaristas entre los cuales éste de los Testigos, no es sino uno más con detalles propios, extorsión de textos y demás «arreglos» para subsanar el error de colocar la venida de Cristo en 1914.

La Iglesia Católica no es partidaria de ninguno de estos sistemas milenaristas inventados por los hombres. Subsiste para ella la sentencia tajante de san Jerónimo: «Que se acabe por fin la fábula de los mil años», y nos propone que el Apocalipsis es como un evangelio de la Resurrección y triunfo de Cristo y de su Iglesia en un milenio indefinido, durante el cual Satanás, encadenado, por la gracia de Cristo que santifica a quienes le siguen. Esta vuelta del género humano a la gracia, puede ser la primera resurrección, y la del cuerpo al fin de los tiempos, la segunda.

Esta llamada a la salvación y al premio eterno es para todos, no para un grupo determinado. En el coloquio con Nicodemo (Jn 3, 3-12), al afirmarse la regeneración espiritual, no se da a entender que sea para unos pocos (v. (), la palabra «quienquiera» indica lo contrario.

La filiación adoptiva de los cristianos, es también para todos ellos: «somos hijos de Dios, si hijos también herederos y coherederos de Cristo» (Rom 8, 17). «Vosotros sois linaje escogido, nación santa, sacerdocio real» (1º P 2, 9) son conceptos que se dirigen a todos los cristianos, en una epístola «católica», universal, y este mismo concepto tiene el premio eterno en cientos de textos, entre los que escogemos éste de san Pablo: «…edificio tenemos de Dios, casa no hecha de manos, eterna, tenemos en el cielo» (2ª Cor 5, 1).

El Apocalipsis, interpretado con el criterio de la Iglesia Católica, ilumina el espíritu, vigoriza el corazón y conduce al hombre a la práctica de la virtud, a la santificación. Interpretado de una manera material, conduce a las mayores aberraciones. Por eso los Testigos olvidan las doctrinas cardinales de la salvación y la práctica de ellas. Hablan mucho del Reino, pero olvidan el paso inicial, la puerta para entrar en el verdadero Reino de Dios.

«LA IGLESIA ES LA SOCIEDAD DE HOMBRES QUE ORAN. SU FIN PRIMORDIAL ES ENSEÑAR A ORAR. SI QUEREMOS SABER LO QUE HACE LA IGLESIA DEBEMOS ADVERTIR QUE ES UNA ESCUELA DE ORACIÓN », nos ha dicho Pablo VI. Por esto el cristiano que no rece se arruina espiritualmente, pierde la gracia, la fe. Se expone a la perdición eterna. Que jamás nos olvidemos de levantar el corazón a Dios, cada mañana y cada noche, con las TRES AVEMARÍAS, rezadas sin ninguna clase de rutina.

Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10
Laura, 4 – Barcelona-10

La visitación de la Virgen María

14 miércoles Ene 2015

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Es el testimonio que da Dios para confirmar la concepción milagrosa de María, por eso es un misterio grandioso en la vida de la Santísima Virgen y muy consolador para sus hijos y devotos.maria-visita-a-isabel

1º El Misterio. -Acabado el misterio de la Encarnación, tiene lugar inmediatamente el de la Visitación, porque tienen una íntima unión entre sí. Parece que en la Anunciación es el Cielo el que por medio del ángel, saluda a María con el más hermoso y bello saludo, y reconoce en Ella a la Madre de Dios y a la Reina de los Cielos. -El Señor no quiere que la tierra permanezca indiferente ante este hecho, y prepara un saludo y un testimonio de María en la tierra. -El arcángel habló en nombre del Cielo… Santa Isabel en nombre de la tierra -Sus palabras y sus sentimientos y sus alabanzas son algo nuestro, allí estábamos en ella representados nosotros para felicitar a María.

Alégrate de esta disposición del Señor, que ya quiso que nosotros entonces por medio de Santa Isabel, nos asociáramos al júbilo que Cielos y tierra sintieron ante la Encarnación del Verbo y la Maternidad divina de María. -Imagínate, pues, que eres tú mismo el que hablas y repites con todo entusiasmo y fervor las alabanzas de su prima a la Santísima Virgen.

2º La Visitación en María. -Fue un acto de cortesía y de delicadeza. -Comprendía la Virgen la felicidad que tendría Santa Isabel cuando, después de tantos años de esterilidad, pues ya era de edad avanzada, Dios la había concedido la gracia de tener un hijo. -¡Que alegría no habría en aquella casa! -¡Qué contento tan grande el de Isabel cuando así vio que Dios oía la oración constante que con este fin siempre le hacía! -La Virgen lo sabe, y no duda en ir a participar de esta alegría y más aun en aumentarla, corriendo a darla personalmente su enhorabuena.

Nunca la cortesía, la urbanidad y menos aún la delicadeza están reñidas con la santidad. -Nada de exageraciones ridículas y falsos cumplimientos del mundo…, pero tampoco nada de grose­rías y conductas egoístas que no nos permitan hacer lo que debemos con los demás. -Piensa en este ejemplo tan delicado y tan cortés de la Santísima Virgen, y te convencerás como la urbanidad y educación bien entendidas y bien practicadas, son una gran parte de la santidad, y a veces se confunden con ella. Medítalo bien y examina tu modo de proceder ante este modelo de la Santísima Virgen, en un punto tan práctico y tan frecuente…

3º Fue un acto de obediencia. -No es sólo la cortesía, ni mucho menos, el deseo de cerciorarse de la verdad de las palabras del ángel, pues María no dudo ni vaciló en su fe. -Tampoco va a ver a su prima para comunicarla el misterio que en Ella se ha efectuado y que la ha elevado a la dignidad de Madre del Mesías. -Muy al contrario, lo oculta y esconde aún al mismo San José, a quien no dice ni una palabra del secreto que existe entre Dios y Ella.

María, pues, va a casa de Isabel por obediencia… es un impulso interior, una inspiración del Señor que a ello la incita, y no duda…, sino que inmediatamente sigue esa inspiración. -Era aún muy niña…, el camino largo y penoso…, su estado muy delicado y… no obstante, Dios lo quiere y en seguida lo ejecuta. -Dice el Evangelio: «levantándose corrió presurosa»… ¡Qué amor tan grande a la obediencia!… ¡Qué confianza en ella! No sabía la Santísima Virgen cuál era el fin que Dios pretendía con esa visita… ignoraba todo lo que había de pasar en aquella casa y… sin embargo, ni lo pregunta ni la inquieta…, lo único que la interesa es abandonarse al Señor y obedecer ciega y prontamente. -Ya sabe Dios dónde la guía y la conduce.

4º Pero sobre todo fue un acto de caridad. -Es la única vez que dice el Evangelio que María «corrió con apresuramiento». -Parece que no esta conforme esta prisa con la calma y tranquilidad de su carácter… ¿Por qué será pues?… Únicamente por el fuego de la caridad. -Tiene en su seno virginal al Verbo que es Dios, que es caridad… y este fuego la abrasa y la hace correr hacia donde la caridad la llama. -San Pablo decía «que la caridad de Cristo le urgía» y le espoleaba y así no se daba punto de reposo…, y quería recorrer el mundo entero para llevar a todas partes la llama de su caridad… Pues ¿cómo sería la caridad de María? -¡Qué deseo el suyo de que Jesús cuanto antes comunicase su gracia y empezara su obra santificadora en las almas! -Y así corre y vuela con gran prisa para dar un desahogo a esa caridad divina que la abrasa…

Ahora piensa y compara tus visitas con esta de la Santísima Virgen. -¿Son siempre de delicada cortesía, por obediencia o inspiración de Dios, y sobre todo con espíritu de caridad, procurando hacer con ellas un bien al prójimo?… ¡Cuántas visitas de pasatiempo en las que se pierde el tiempo o se mezcla la crítica… la murmuración…, el falso disimulo que nos hace decir lo que no sentimos!… ¡Cuánta hipocresía en todas estas visitas hechas con espíritu de mundo!

Examina bien tus conversaciones en ellas, y los motivos de las mismas, y promete a María edificar a tu prójimo, desterrando de tu boca palabras que ofendan a los demás, y teniendo siempre presente la ley de la caridad practicada tan hermosamente por la Santísima Virgen.

Ildefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965

Imitación de Cristo 98

14 miércoles Ene 2015

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Capítulo 59

Que toda la esperanza y confianza se debe poner sólo en Dios

El alma.– 1. Señor, ¿cuál es mi confianza en esta vida, o cuál mi mayor contento de cuantos hay debajo del cielo?
¿Por ventura no eres tú mi Dios y Señor, cuyas misericordias no tienen número?
¿Dónde me fue bien sin ti?, o cuándo me pudo ir mal estando tú presente?
Más quiero ser pobre por ti que rico sin ti.dios
Por mejor tengo peregrinar contigo en la tierra que sin ti poseer el cielo. Donde tú estás, allá está el cielo, y donde no, el infierno y la muerte.
A ti se dirige todo mi deseo, y por eso no cesaré de orar, gemir y clamar en pos de ti.
En fin, yo no puedo confiar del todo en alguno que me ayude oportunamente en mis necesidades, sino en ti solo, Dios mío.
Tú eres mi esperanza y mi confianza; tú mi consolador y el amigo más fiel en todo.

2. «Todos buscan su interés» (Flp 2,21); tú buscas solamente mi salud y mi aprovechamiento, y todo me lo conviertes en bien.
Aunque algunas veces me dejes en diversas tentaciones y adversidades, todo lo ordenas para mi provecho; que sueles de mil modos probar a tus escogidos.
En esta prueba no menos debes ser amado y alabado que si me colmases de consolaciones celestiales.

3. En ti, pues, Señor Dios, pongo toda mi esperanza y refugio; en tus manos dejo todas mis tribulaciones y angustias; porque fuera de ti todo lo hallo débil e inconstante.
Porque no me aprovecharán los muchos amigos, ni podrán ayudarme los defensores poderosos, ni los consejeros discretos darme respuesta conveniente, ni los libros doctos consolarme, ni cosa alguna preciosa librarme, ni algún lugar secreto y delicioso asegurarme, si tú mismo no me auxilias, ayudas, esfuerzas, consuelas, enseñas y guardas.

4. Porque todo lo que parece conducente para tener paz y felicidad es nada si tú estás ausente, ni da sino una sombra de felicidad.
Tú eres, pues, fin de todos los bienes, alteza de vida y abismo de sabiduría, y esperar en ti sobre todo es grandísima consolación para tus siervos.
A ti, Señor, levanto mis ojos; en ti confió, Dios mío, Padre de misericordias.
Bendice y santifica mi alma con bendición celestial, para que sea morada santa tuya y silla de tu gloria eterna, y no haya en este templo tuyo cosa que ofenda los ojos de tu Majestad soberana.
Mírame según la grandeza de tu bondad, y según la multitud de tus misericordias, y oye la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado lejos en la región de la sombra de la muerte.
Defiende y conserva el alma de este tu siervecillo entre tantos peligros de la vida corruptible, y acompañándola tu gracia, guíala por el camino de la paz a la patria de la perpetua claridad. Amén.

La tentación del «nuevo Cristianismo»

14 miércoles Ene 2015

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Introducción

A quien la mira desde fuera, la Iglesia católica hoy aparece dividida: Los hechos que ponen de relieve esta división son muchos y de todos conocidos, porque la Prensa, la radio y la televisión los presentan dándoles un relieve notable. Ha nacido así en el interior de la Iglesia una «oposición católica» en la que convergen numerosos grupos de «católicos del disentimiento» o, como gustan llamarse hoy, de «cristianos críticos».cristianos en el circo romano

¿Qué hay verdaderamente bajo este fenómeno? Con otras palabras, ¿qué es lo que hoy divide a los católicos, más allá de las polémicas sobre el Concordato, sobre el referéndum, sobre la «opción socialista», sobre las «riquezas» del Vaticano y sobre los «maridajes» de la Iglesia con el poder político y económico?

Nos parece que la división no es principalmente de orden práctico; no mira en primer lugar a aquello que la Iglesia y los cristianos deben hacer hoy para ser fieles al Evangelio. Ciertamente, es este el punto sobre el que los «cristianos críticos» golpean mayormente; su acusación más grave y más feroz a la Iglesia «institucional» es la de ser «infiel» al Evangelio, porque no cumple ciertas prioridades que el Evangelio exige de ella, sino que se «prostituye» con los fuertes, los potentados, los ricos, apoyando y bendiciendo el sistema capitalista, que explota y oprime a los «pobres». Sin embargo, según nuestro parecer, no es este el punto más importante y radical de la división que existe en el mundo católico, aunque en torno a esto más fácilmente se fomenta el disentimiento con la Iglesia «institucional».

División dogmatica

Nosotros mantenemos que la verdadera división entre los católicos hoyes de naturaleza dogmática. Nos parece, de hecho, que ha nacido en estos años un «cristianismo nuevo» y diverso, que se distingue del cristianismo -llamémoslo así-«tradicional», no sólo por una manera nueva de plantear algunos problemas o por la apertura de nuevas perspectivas teológicas, sino porque intenta ser una «reinterpretación» de la fe cristiana en clave humanística y secular, en el esfuerzo de presentarla significativa e interesante al hombre moderno, al cual el cristianismo «tradicional» no dice ya nada.

Este «nuevo cristianismo» nace de exigencias en sí justas, y quiere responder a una problemática actual y real, hoy ampliamente sentida; pero en vez de hacer una síntesis entre el «tradicional» y el «nuevo», deja de lado, en el fondo, o bien niega elementos esenciales y característicos de la fe cristiana, o bien acentúa de tal modo algunos aspectos hasta llegar a negar prácticamente otros que son igualmente, e incluso más esenciales.

Características

Para que el lector se dé cuenta de la justeza de estas precisiones, veamos cuáles son las características más significativas y cualificantes del «nuevo cristianismo».

El primero es ciertamente el «antropocentrismo»; con él los «nuevos cristianos» ponen en el centro no a Dios, sino al hombre, y en el hombre concentran toda su atención y su interés. No se niega a Dios, pero se le ve en el hombre y a través del hombre: no es amado y servido en sí mismo, sino que el amor y servicio de Dios se reducen al amor y servicio del hombre. El primer mandamiento -«Ama a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas»-se reduce al segundo mandamiento -«Ama al prójimo»-, que así viene a ser no el segundo, sino el único mandamiento. Al primado de Dios le sustituye el primado del hombre. Dios es, pero es en el hombre (lo cual para algunos significa: Dios es el hombre). Por tanto, el amor del prójimo no es solamente, como enseña San Juan, el «signo» del amor a Dios, sino que es el todo del Cristianismo. El verdadero cristiano, por tanto, no es el que ama a Dios con todo el corazón y por amor a Dios ama a los hombres y se sacrifica por ellos, sino que es el que se empeña en la historia por amor de los hombres, los cuales son para él el verdadero y el único rostro de Dios. Por esto la verdadera y mejor oración será, no el retirarse para buscar a Dios en la soledad, sino el comprometerse en la historia al servicio del prójimo: por el contrario, la oración tradicional es vista como una fuga del compromiso mundano y como un riesgo de replegamiento estéril sobre sí mismo y sus propios pequeños problemas espirituales.

Intramundanidad

Otro carácter fundamental del «muevo cristianismo» es la «intramundanidad». De hecho, mientras el cristianismo «tradicional» pone el acento en el mundo futuro y en la vida eterna con Dios, y espera la plena realización del reino de Dios al fin de los tiempos, los «nuevos cristianos» po.nen el acento de «este» mundo, en el tiempo presente, y afirman que el reino de Dios debe realizarse plenamente aquí abajo, en nuestra historia. La salvación que con su muerte y resurrección ha traído Cristo a los hombres no se realiza en un más allá más o menos mítico, sino en este mundo. Ella se identifica con la liberación de los hombres de los males que le oprimen y alienan, impidiéndoles que lleguen a ser hombres plenamente libres: la ignorancia, el hambre, el subdesarrollo, la opresión política y la explotación económica.

Por esto, el mal del que es necesario liberar al hombre no es primariamente el pecado personal, sino que es el «pecado socia!», es decir, aquel conjunto de estructuras sociales, políticas y económicas injustas que permiten a .algunos hombres esclavizar y explotar a otros. En el actual momento histórico, este pecado social se identifica con el sistema capitalista, que teniendo como finalidad el lucro, es por naturaleza alienante y explotador.

Por tanto, luchar contra el capitalismo es trabajar por la verdadera liberación del hombre y por la llegada del reino de Dios a la tierra. Puesto que los cristianos y la Iglesia deben trabajar por la llegada del reino de Dios a la tierra, tienen que luchar con eficacia contra el capitalismo económico y el imperialismo político. Pero una lucha eficaz contra el capitalismo sólo lo hace el socialismo. Por tanto, los católicos que quieren empeñarse por la liberación de los pobres y de los oprimidos, deben hacer una «opción socialista» y, consiguientemente, lanzarse por el triunfo del socialismo en el mundo. Por esto, sólo quien se empeña por la «liberación» de los pobres del capitalismo y hace una «opción» socialista es coherente con el Evangelio, que es anuncio de liberación hecho a los pobres, y puede llamarse verdaderamente cristiano.

Evangelismo

La tercera característica del «nuevo cristianismo» es el «evangelismo»: los «nuevos cristianos» intentan, en su pensamiento y en su acción, inspirarse sólo en el Evangelio, excluyendo toda referencia a la tradición de la Iglesia y, sobre todo, al magisterio eclesiástico. En la base de esta exclusión de la Iglesia en la «lectura» que los «nuevos cristianos» hacen del Evangelio no está sólo el principio protestante del «libre examen», sino, sobre todo, el principio de claro origen marxista -la estructura «económica» determina la superestructura «religiosa» y «cultural»-, en virtud del cual la «lectura» del Evangelio, hecha por la Iglesia, no es sólo en el pasado, sino también hoy, sustancialmente mixtificante: es, por tanto, una lectura en clave burguesa y capitalista.

De hecho, según los «nuevos cristianos», la Iglesia no sólo vive en el interior íntimamente ligada a él: por eso, su «lectura», su interpretación del Evangelio, está influida por la ideología capitalista. Por el contrario, el Evangelio se lee, poniéndose de parte de los pobres, desde el punto de vista de los oprimidos, de la clase proletaria. El Evangelio pertenece a los «pobres» y sólo para ellos ha sido anunciado por Cristo: solamente ellos, por tanto, y aquellos que se oponen de su parte y combaten por su lucha lo pueden comprender en su verdadero significado.

Una nueva eclesiología

Un cuarto elemento caracteriza al «nuevo cristianismo»: <cuna nueva eclesiología». Los puntos esenciales son estos:

  1. a) No hay distinción y tanto menos separación entre «Iglesia» y «mundo»: la Iglesia no sólo está en el mundo, sino que es el mundo.
  2. b) La Iglesia no existe para sí misma, sino para el mundo y para su servicio: ella, por tanto, no debe buscar su afirmación y su prestigio haciendo pactos con las potestades de este mundo (mediante los concordatos), creando obras propias «católicas», sino que debe disolverse en el servicio del mundo, poniéndose a su disposición; debe, por tanto, renunciar a tener «instituciones» propias, confesionales, las cuales se transforman siempre en estructuras de riqueza, de poder de explotación de los pobres, y presentarse a los hombres «pobre», «fuerte solamente con la fuerza profética y liberadora de la Palabra de Dios: sólo entonces los «pobres» y, en particular la clase obrera, podrá encontrarse a gusto en la Iglesia.
  3. c) La Iglesia es esencialmente una comunión fraterna de iguales, reunida por la palabra de Dios, la cual debe constituir la norma suprema de juicio y de acción para todos los miembros de la comunidad; ésta, después, para el servicio de la Palabra y de la Eucaristía, designa y elige algunos miembros como «ministros», pero el sacerdocio sigue siendo una prerrogativa de toda la comunidad, la cual, por tanto, puede celebrar la Eucaristía, incluso sin el «ministro».
  4. d) La Iglesia Universal es la comunión fraterna de las Iglesias locales, constituidas por pequeñas y oscuras «comunidades de base», reunidas en torno a la Palabra de Dios V fieles al Evangelio y a los «pobres».
  5. e) La Iglesia católica tal como hoy existe, con su división de dominadores (jerarquía) y dominados (pueblo de Dios), con sus estructuras de domino y de poder, con sus maridajes con el poder político mediante los concordatos, con sus maridajes con el capitalismo explotador, al cual provee de un revestimiento religioso y del cual recibe sustanciosos beneficios, es radicalmente infiel al Evangelio y enemiga de los «pobres», en cuya opresión y explotación participa; por esto cada cristiano y la comunidad, si quieren permanecer fieles al Evangelio y a los pobres, son inducidos a distanciarse de la Iglesia institucional o a permanecer en ella, pero como fermento crítico para buscar de convertirla al Evangelio y a los pobres.

Fe en Cristo

La última característica del «nuevo cristianismo» es «la fe en Cristo», la «pasión» por Cristo; pero no por el Cristo, Hijo de Dios hecho hombre (de la teología cristiana), sino por «Cristo-hombre», por Cristo (hombre para los otros), por Cristo-amigo y defensor de los «pobres», por Cristo-liberador, más aún «subversor».

«Creer en Cristo -ha escrito recientemente un religioso sacerdote al presentar sus dimensiones de las estructuras eclesiásticas, es decir, al abandonar la religión, «factor de alienación y de conservación», y la Iglesia, que tiene el cometido de «aprisionar y neutralizar a Cristo»- quiere decir, en mi opinión, dar un reciente sentido al mundo, a las cosas, a la vida, a la historia; quiere decir creer en un determinado tipo de victoria del hombre sobre la muerte; quiere decir entrar en la muerte, seguros de la resurrección (es decir, de una vida que no cesa de ser don); quiere decir testimoniar al mismo tiempo las perennes insatisfacciones del hombre (y, por tanto, de Cristo) por el presente, y la necesidad de volver del revés todo. Cristo, en nombre del hombre, es constantemente un subversor. Y como tal es el único rostro de Dios. No es extraño que para el cristiano Dios sea el hombre… Cristo es el hombre y el hombre es Cristo: equivalencias constante y tenazmente rechazadas, a lo largo de los siglos y en nuestros días, por las estructuras eclesiales. He aquí por qué mi paso más comprometido hoyes el de elegir vivir mi fe en Cristo en medio de los hombres y junto a los otros .humanos, pero en el rechazo y negación categórica de toda religión y de toda «iglesia» (Com., 10 de febrero de 1974).

Valoración

Si ahora examinamos cada uno de estos elementos que caracterizan al «nuevo cristianismo», vemos en seguida corno, para afirmar exigencias justas, tal vez un poco olvidadas en el pasado, se ponen en sombra o se niegan puntos esenciales de la fe cristiana.

Antropocentrismo

Así, por cuanto se refiere al antropocentrismo, la justa exigencia de poner el acento en la caridad y en el servicio al hombre viene realzada de tal modo que se elimina prácticamente a Dios de la escena o se reduce al hombre. Pero de tal modo el cristianismo viene a ser una «religión del hombre» que, aun conservando el nombre de Dios, es sustancialmente atea; viene a ser una «religión del segundo mandamiento». Pero esta reducción está en contradicción con el Evangelio, que enseña la primacía de Dios y del amor de Dios, y ve en Dios la fuente y la causa del amor por el hombre y de servicio del hombre: el hombre es digno del amor porque Dios lo ama y lo ha hecho su hijo: el pobre debe ser honrado y servido de manera particular, porque Dios lo ama particularmente y, en la persona de Jesús, se ha puesto a su servicio; mejor aún, ha tomado su rostro. Sin el amor de Dios el amor «cristiano» del hombre no tendría sentido.

Intramundanidad

Lo mismo se debe decir para la segunda característica del «nuevo cristianismo»: la intramundanidad. Contra una visión del cristianismo demasiado «espiritualista», demasiado «individualista» y exclusivamente centrada en la salvación «eterna», es justo afirmar el valor del mundo y de la historia, es justo decir que el reino de Dios debe realizarse ya en esta tierra, pero esto no debe impelar el optimismo hacia el mundo y la historia casi hasta divinizarlos, y, sobre todo, no debe hacer olvidar que la plena realización del reino de Dios es escatológica: el verdadero destino del hombre no se cumple en este mundo que pasa como un escenario, sino en la vida eterna donde solamente triunfarán la justicia y el amor: porque Dios será «todo en todos».

Es justo afirmar que la salvación4 comporta la liberación de los males de este mundo, porque Cristo ha venido a salvar todo el hombre y toda la historia, alma y cuerpo, valores espirituales y valores materiales, pero no se puede reducir la salvación sólo a la liberación de los males de este mundo, olvidando que para Jesús el mal radical es la separación de Dios, el pecado, y que los males de este mundo son el efecto y la consecuencia de aquel mal.

Por esto Cristo nos salva primariamente del pecado original y personal y, como consecuencia, nos salva de los efectos y de las manifestaciones del pecado: es justo poner el acento en el «pecado social», pero no se puede reducir el pecado a sólo el «pecado social», olvidando que el «pecado social» y sus consecuencias -las estructuras sociales injustas y opresivas-son fruto de la maldad del corazón del hombre, son como coágulos de los pecados personales: que por esto no se pueden cambiar las estructuras sociales injustas si no se cambia el corazón del hombre.

No se puede, por tanto, sustituir el primado del reino de Dios escatológico y de la vida eterna por el primado del mundo y de la historia; el primado de lo espiritual por el primado de lo temporal; la salvación no puede ser reducida a la liberación del hombre del subdesarrollo y de la opresión política y económica, y el pecado no se puede reducir al mal social, esencialmente al capitalismo. Ya que en tal caso se tendría un cristianismo «decapitado», reducido a un manifiesto de acción política revolucionaria, que no se distinguiría del marxismo, sino porque se inspiraría en Cristo y en el Evangelio; el mensaje de Jesús vendría a ser, sobre todo, un mensaje de liberación humana y terrestre, una ideología política, sólo nominalmente «religiosa» y «cristiana».

Evangelismo

En cuanto al tercer elemento característico del «nuevo cristianismo» -el Evangelio-, retengamos que es muy grave leer el Evangelio desde fuera de la Iglesia: aparte del hecho de que todos los que se han separado de la Iglesia han tenido esta pretensión, no se debe olvidar que el Evangelio es el libro de la Iglesia. De hecho, ha nacido en la Iglesia y de la Iglesia, ha sido confiado por Cristo a la Iglesia, y por ella reconocido como auténtico y digno de fe: así que sólo la Iglesia posee el secreto de la lectura justa del Evangelio porque sólo ella posee el Espíritu que está en el origen del Evangelio.

El Evangelio no pertenece a los «pobres», sino a la Iglesia, o mejor, pertenece a los «pobres», pero en cuanto estos forman la comunidad de Jesús, la Iglesia. El que después ésta haga del Evangelio una lectura «ideológica», en clave capitalista, es una afirmación de la ideología marxista, que no podemos tener en cuenta, porque a su vez ella es el fruto de una lectura «ideológica» de la naturaleza y de la vida de la Iglesia. Y, además, leer el Evangelio «desde el punto de vista de los opresores» o «de la izquierda», ¿no es posponer a Cristo al juicio de Marx, el Evangelio al juicio de «el capital»? ¿No es sustituir el primado de la política al primado de la fe?

Eclesiología

En cuanto a la eclesiología propugnada por el «nuevo cristianismo», debemos notar tres cosas. Ante todo, reducir la Iglesia al mundo significa destruirla: la Iglesia está en el mundo, pero no es el mundo. Afirmar, por tanto, que la Iglesia está para el mundo no debe significar que la Iglesia debe diluirse, desaparecer en el mundo: una cosa es decir que la Iglesia no debe buscar la riqueza y el poder mundano; otra cosa es decir que no debe tener instituciones propias, puesto que, incluso en la búsqueda de una pobreza no aparente, sino auténtica, la Iglesia debe encarnarse en la historia y, por tanto, tener una propia forma «institucional», visible, tener obras propias de apostolado y de caridad. En fin, oponer la Iglesia de hoy al Evangelio de una manera tan radical que declara que la Iglesia oficial, en su constitución jerárquica y sacerdotal yen su vida, es infiel al Evangelio y a los pobres, significa afirmar que la Iglesia.de hoy está sin Cristo y sin el Espíritu Santo. Uno se pregunta entonces: ¿Qué sentido tiene el querer permanecer en la Iglesia? ¿Se queda para salvarla? Sería una enorme pretensión: Si Cristo no ha sabido salvar a la Iglesia, ¿quién podría pretender hacerlo? No queda más que abandonarla a su destino… y tomar un camino distinto: con Cristo y con el hombre, pero sin la Iglesia, fuera de toda estructura eclesial. Sólo que uno puede y debe interrogarse si, sin la Iglesia, o mejor, poniéndose por libre oposición fuera de la Iglesia, se pueda estar todavía con Cristo o si no se corre el peligro de encontrarse sólo con el hombre, sin Cristo y sin Dios.

Si esto es el «nuevo cristianismo», debemos preguntarnos ahora si no nos encontramos delante de una nueva forma de modernismo, que, en el esfuerzo de hacer al cristianismo significativo e interesante para el hombre de hoy, vacía de su sustancia más auténtica. Cierto, «el nuevo cristianismo» no niega las grandes realidades cristianas: Dios, Cristo, la Iglesia, la vida eterna, el reino de Dios, el pecado, la salvación; sólo que estas realidades vienen «reinterpretadas» y «reducidas», de modo que del significado que tienen en el cristianismo auténtico queda poco o nada.

Conclusiones finales

Debemos, por tanto, concluir que el «nuevo cristianismo» en la forma arriba descrita debe considerarse irreconciliable y en radical contraste con el cristianismo «tradicional». Este juicio parecerá a algunos demasiado severo. Objetará ante todo que los «nuevos cristianos», con todas sus exageraciones y audacias, no intentan empujar hasta el punto de negar las verdades fundamentales de la fe. Se objetará, además, no tener en cuenta el legítimo pluralismo teológico al juzgar las nuevas teorías nacidas en estos años en el campo teológico.

A la primera objeción observamos, ante todo, que en el examen del conjunto de ideas que hemos llamado el «muevo cristianismo», no hemos tenido presente las intenciones de quienes profesan tales ideas, sino las ideas mismas en su lógica interna: por esto puede muy bien ocurrir que «los nuevos cristianos» no intenten negar las verdades fundamentales de la fe y quieran permanecen en la Iglesia; pero no es esto el núcleo del problema, más bien se trata de ver qué significan objetivamente ciertas afirmaciones y adónde conducen ciertas ideas con su misma fuerza lógica.

Observamos en segundo lugar, que siempre es más frecuente el caso de quien, habiendo comenzado a sostener las ideas del «nuevo cristianismo», termina con abandonarlo todo: la Iglesia, la fe tradicional, la religión, para conservar sólo la «fe en Cristo», idéntica con la «fe en el hombre».

A la segunda objeción observamos que, por cuanto se refiere al «muevo cristianismo», no se puede, nos parece, hablar de pluralismo teológico, sino que se debe hablar de pluralismo dogmático; no se trata de teologías diversas, sino de fes diversas. Mejor aún, estamos en presencia de «una verdadera alteración de la fe católica». Esta grave expresión no es nuestra, sino que es el núcleo de la respuesta del Consejo permanente del Episcopado francés, el 14 de noviembre de 1973, al documento de trabajo de la asamblea internacional de los «cristianos críticos», que se celebró en Lyón (17-18 de noviembre).

Poner en guardia

Nos parece, por esta razón, que es necesario hoy poner en guardia a cuantos, impelidos tal vez por un sincero amor por el hombre y el Evangelio, se vean tentados de adherirse al «nuevo cristianismo». El riesgo que corren es de ponerse fuera de la Iglesia y de la fe cristiana auténtica, que es aquella que los apóstoles han recibido de Cristo y transmitido a la Iglesia. Por desgracia la tentación del «nuevo cristianismo» se les presenta bajo la semblanza de fidelidad a Cristo, al Evangelio y a los «pobres»: fidelidad a la que un cristiano no puede resistir sin dificultad. Sin embargo, es necesario percatarse que se trata de una «tentación», de una trampa mortal, de la que es necesario saber escapar con lucidez, substrayéndose a la presión de los «slogans» y de las modas teológicas y políticas, que no son «verdaderas» por el sólo hecho de ser «progresivas».

La sotana

14 miércoles Ene 2015

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Íbamos en peregrinación andando a Montserrat. Dos señoras hablaron con unos peregrinos: de dónde éramos, por qué rezamos el rosario, etc. y estas palabritas: el sacerdote que va con vosotros es muy soberbio, porque lleva la sotana para llamar la atención. Ellas, que eran religiosas, preferían no llamar la atención, que majicas ¿no?

Padre Alba, Padre Piulachs y Mossèn Ricart

Padre Alba, Padre Piulachs y Mossèn Ricart

Visite a un eremita, que vive solo en un bosque de Córdoba adorando a Dios y rezando por la conversión de los pecadores. Plácida sonrisa en su rostro, vestido con el hábito del Carmen, que le recuerda constantemente su consagración total a la Virgen María y al Señor.

Celebré la Santa Misa en un pequeño pueblo de Galicia. Ya en la calle, dos chicas nos hicieron una foto, juntos, al párroco y a mí. Van a participar en un concurso de fotografías raras. Un cura que peina canas y otro bien joven caminan por este mundo vestidos de sotana, como sacerdotes que son. Quiera Dios que ganen estas jovencitas.

Voy andando por la calle y, a lo lejos, veo un coche delante de una casa con la puerta de la derecha abierta, para alguien que espera. El conductor cierra la puerta, pone el coche en marcha y se planta ante mí: “¡padre, que alegría me ha dado! Ver una sotana da alegría, da paz, da seguridad. Usted va diciendo en silencio que es ministro de Cristo. ¡Que Dios le bendiga!”

En una céntrica calle de Barcelona, se me acerca un buen hombre y me dice: ¿puedes confesarme? Soy sacerdote. He ido a confesarme a tres parroquias y no había confesores.

Sólo una vez en mi vida sacerdotal, me descubrió ante un energúmeno que empezó a decir palabros. Yo contesté con otras palabras; llegamos a zarandearnos, hasta que una chica joven se paró ante nosotros y así acabó la historia.

Viene hacia mí una señora que lleva sobre su pecho una medalla grande de la Virgen del Carmen y me dice: Me ha dado una gran alegría, todos los sacerdotes deben vestir como usted. Le dije: y todas las mujeres deberían llevar la medalla como usted. Son tontas, me responde, dicen que me la van a robar. La llevo desde muy joven y no ha pasado nada. Y si me la roban, tampoco pasa nada.

Fuimos a ver a una enferma. Al salir de su casa, un señor que venía de la parroquia, nos grita: ¡sois curas del Concilio de Trento! Sí, contesté, y del Vaticano II también.

El canon 284 manda que “los clérigos han de vestir traje eclésiastico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar”. Si mal no recuerdo, la Conferencia Episcopal Española manda vestir de sotana o cleriman a los sacerdotes.

El canon 669 manda que: “Los religiosos deben llevar el hábito de su instituto, de acuerdo con la norma del derecho propio, como signo de su consagración y testimonio de pobreza”.

Confieso a Contracorriente que en 34 años de sacerdocio no he estrenado ninguna sotana. Ni la que llevaba en mi ordenación sacerdotal, que recibí de Mosén Bachs. Siempre voy de sotana. Los sacerdotes también nos morimos y otros heredamos.

San Juan Pablo II nos dijo: “Vuestros propios fieles os quieren sacerdotes de cuerpo entero y en el vestir”

“No es cediendo a las sugestiones de una fácil laicización, expresada mediante el abandono de la sotana o del hábito eclesiástico, como un sacerdote se acerca eficazmente al hombre de hoy. La gente necesita signos y señales de Dios. No contribuyáis a esa tendencia a retirar a Dios de las calles, adoptando vosotros mismos modos sociales de vestir y comportarse”.

No es de extrañar, que si los sacerdotes visten como “adanes”, las mujeres vistan como “evas”.

Manuel Martínez Cano, mCR

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