Introducción

A quien la mira desde fuera, la Iglesia católica hoy aparece dividida: Los hechos que ponen de relieve esta división son muchos y de todos conocidos, porque la Prensa, la radio y la televisión los presentan dándoles un relieve notable. Ha nacido así en el interior de la Iglesia una «oposición católica» en la que convergen numerosos grupos de «católicos del disentimiento» o, como gustan llamarse hoy, de «cristianos críticos».cristianos en el circo romano

¿Qué hay verdaderamente bajo este fenómeno? Con otras palabras, ¿qué es lo que hoy divide a los católicos, más allá de las polémicas sobre el Concordato, sobre el referéndum, sobre la «opción socialista», sobre las «riquezas» del Vaticano y sobre los «maridajes» de la Iglesia con el poder político y económico?

Nos parece que la división no es principalmente de orden práctico; no mira en primer lugar a aquello que la Iglesia y los cristianos deben hacer hoy para ser fieles al Evangelio. Ciertamente, es este el punto sobre el que los «cristianos críticos» golpean mayormente; su acusación más grave y más feroz a la Iglesia «institucional» es la de ser «infiel» al Evangelio, porque no cumple ciertas prioridades que el Evangelio exige de ella, sino que se «prostituye» con los fuertes, los potentados, los ricos, apoyando y bendiciendo el sistema capitalista, que explota y oprime a los «pobres». Sin embargo, según nuestro parecer, no es este el punto más importante y radical de la división que existe en el mundo católico, aunque en torno a esto más fácilmente se fomenta el disentimiento con la Iglesia «institucional».

División dogmatica

Nosotros mantenemos que la verdadera división entre los católicos hoyes de naturaleza dogmática. Nos parece, de hecho, que ha nacido en estos años un «cristianismo nuevo» y diverso, que se distingue del cristianismo -llamémoslo así-«tradicional», no sólo por una manera nueva de plantear algunos problemas o por la apertura de nuevas perspectivas teológicas, sino porque intenta ser una «reinterpretación» de la fe cristiana en clave humanística y secular, en el esfuerzo de presentarla significativa e interesante al hombre moderno, al cual el cristianismo «tradicional» no dice ya nada.

Este «nuevo cristianismo» nace de exigencias en sí justas, y quiere responder a una problemática actual y real, hoy ampliamente sentida; pero en vez de hacer una síntesis entre el «tradicional» y el «nuevo», deja de lado, en el fondo, o bien niega elementos esenciales y característicos de la fe cristiana, o bien acentúa de tal modo algunos aspectos hasta llegar a negar prácticamente otros que son igualmente, e incluso más esenciales.

Características

Para que el lector se dé cuenta de la justeza de estas precisiones, veamos cuáles son las características más significativas y cualificantes del «nuevo cristianismo».

El primero es ciertamente el «antropocentrismo»; con él los «nuevos cristianos» ponen en el centro no a Dios, sino al hombre, y en el hombre concentran toda su atención y su interés. No se niega a Dios, pero se le ve en el hombre y a través del hombre: no es amado y servido en sí mismo, sino que el amor y servicio de Dios se reducen al amor y servicio del hombre. El primer mandamiento -«Ama a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas»-se reduce al segundo mandamiento -«Ama al prójimo»-, que así viene a ser no el segundo, sino el único mandamiento. Al primado de Dios le sustituye el primado del hombre. Dios es, pero es en el hombre (lo cual para algunos significa: Dios es el hombre). Por tanto, el amor del prójimo no es solamente, como enseña San Juan, el «signo» del amor a Dios, sino que es el todo del Cristianismo. El verdadero cristiano, por tanto, no es el que ama a Dios con todo el corazón y por amor a Dios ama a los hombres y se sacrifica por ellos, sino que es el que se empeña en la historia por amor de los hombres, los cuales son para él el verdadero y el único rostro de Dios. Por esto la verdadera y mejor oración será, no el retirarse para buscar a Dios en la soledad, sino el comprometerse en la historia al servicio del prójimo: por el contrario, la oración tradicional es vista como una fuga del compromiso mundano y como un riesgo de replegamiento estéril sobre sí mismo y sus propios pequeños problemas espirituales.

Intramundanidad

Otro carácter fundamental del «muevo cristianismo» es la «intramundanidad». De hecho, mientras el cristianismo «tradicional» pone el acento en el mundo futuro y en la vida eterna con Dios, y espera la plena realización del reino de Dios al fin de los tiempos, los «nuevos cristianos» po.nen el acento de «este» mundo, en el tiempo presente, y afirman que el reino de Dios debe realizarse plenamente aquí abajo, en nuestra historia. La salvación que con su muerte y resurrección ha traído Cristo a los hombres no se realiza en un más allá más o menos mítico, sino en este mundo. Ella se identifica con la liberación de los hombres de los males que le oprimen y alienan, impidiéndoles que lleguen a ser hombres plenamente libres: la ignorancia, el hambre, el subdesarrollo, la opresión política y la explotación económica.

Por esto, el mal del que es necesario liberar al hombre no es primariamente el pecado personal, sino que es el «pecado socia!», es decir, aquel conjunto de estructuras sociales, políticas y económicas injustas que permiten a .algunos hombres esclavizar y explotar a otros. En el actual momento histórico, este pecado social se identifica con el sistema capitalista, que teniendo como finalidad el lucro, es por naturaleza alienante y explotador.

Por tanto, luchar contra el capitalismo es trabajar por la verdadera liberación del hombre y por la llegada del reino de Dios a la tierra. Puesto que los cristianos y la Iglesia deben trabajar por la llegada del reino de Dios a la tierra, tienen que luchar con eficacia contra el capitalismo económico y el imperialismo político. Pero una lucha eficaz contra el capitalismo sólo lo hace el socialismo. Por tanto, los católicos que quieren empeñarse por la liberación de los pobres y de los oprimidos, deben hacer una «opción socialista» y, consiguientemente, lanzarse por el triunfo del socialismo en el mundo. Por esto, sólo quien se empeña por la «liberación» de los pobres del capitalismo y hace una «opción» socialista es coherente con el Evangelio, que es anuncio de liberación hecho a los pobres, y puede llamarse verdaderamente cristiano.

Evangelismo

La tercera característica del «nuevo cristianismo» es el «evangelismo»: los «nuevos cristianos» intentan, en su pensamiento y en su acción, inspirarse sólo en el Evangelio, excluyendo toda referencia a la tradición de la Iglesia y, sobre todo, al magisterio eclesiástico. En la base de esta exclusión de la Iglesia en la «lectura» que los «nuevos cristianos» hacen del Evangelio no está sólo el principio protestante del «libre examen», sino, sobre todo, el principio de claro origen marxista -la estructura «económica» determina la superestructura «religiosa» y «cultural»-, en virtud del cual la «lectura» del Evangelio, hecha por la Iglesia, no es sólo en el pasado, sino también hoy, sustancialmente mixtificante: es, por tanto, una lectura en clave burguesa y capitalista.

De hecho, según los «nuevos cristianos», la Iglesia no sólo vive en el interior íntimamente ligada a él: por eso, su «lectura», su interpretación del Evangelio, está influida por la ideología capitalista. Por el contrario, el Evangelio se lee, poniéndose de parte de los pobres, desde el punto de vista de los oprimidos, de la clase proletaria. El Evangelio pertenece a los «pobres» y sólo para ellos ha sido anunciado por Cristo: solamente ellos, por tanto, y aquellos que se oponen de su parte y combaten por su lucha lo pueden comprender en su verdadero significado.

Una nueva eclesiología

Un cuarto elemento caracteriza al «nuevo cristianismo»: <cuna nueva eclesiología». Los puntos esenciales son estos:

  1. a) No hay distinción y tanto menos separación entre «Iglesia» y «mundo»: la Iglesia no sólo está en el mundo, sino que es el mundo.
  2. b) La Iglesia no existe para sí misma, sino para el mundo y para su servicio: ella, por tanto, no debe buscar su afirmación y su prestigio haciendo pactos con las potestades de este mundo (mediante los concordatos), creando obras propias «católicas», sino que debe disolverse en el servicio del mundo, poniéndose a su disposición; debe, por tanto, renunciar a tener «instituciones» propias, confesionales, las cuales se transforman siempre en estructuras de riqueza, de poder de explotación de los pobres, y presentarse a los hombres «pobre», «fuerte solamente con la fuerza profética y liberadora de la Palabra de Dios: sólo entonces los «pobres» y, en particular la clase obrera, podrá encontrarse a gusto en la Iglesia.
  3. c) La Iglesia es esencialmente una comunión fraterna de iguales, reunida por la palabra de Dios, la cual debe constituir la norma suprema de juicio y de acción para todos los miembros de la comunidad; ésta, después, para el servicio de la Palabra y de la Eucaristía, designa y elige algunos miembros como «ministros», pero el sacerdocio sigue siendo una prerrogativa de toda la comunidad, la cual, por tanto, puede celebrar la Eucaristía, incluso sin el «ministro».
  4. d) La Iglesia Universal es la comunión fraterna de las Iglesias locales, constituidas por pequeñas y oscuras «comunidades de base», reunidas en torno a la Palabra de Dios V fieles al Evangelio y a los «pobres».
  5. e) La Iglesia católica tal como hoy existe, con su división de dominadores (jerarquía) y dominados (pueblo de Dios), con sus estructuras de domino y de poder, con sus maridajes con el poder político mediante los concordatos, con sus maridajes con el capitalismo explotador, al cual provee de un revestimiento religioso y del cual recibe sustanciosos beneficios, es radicalmente infiel al Evangelio y enemiga de los «pobres», en cuya opresión y explotación participa; por esto cada cristiano y la comunidad, si quieren permanecer fieles al Evangelio y a los pobres, son inducidos a distanciarse de la Iglesia institucional o a permanecer en ella, pero como fermento crítico para buscar de convertirla al Evangelio y a los pobres.

Fe en Cristo

La última característica del «nuevo cristianismo» es «la fe en Cristo», la «pasión» por Cristo; pero no por el Cristo, Hijo de Dios hecho hombre (de la teología cristiana), sino por «Cristo-hombre», por Cristo (hombre para los otros), por Cristo-amigo y defensor de los «pobres», por Cristo-liberador, más aún «subversor».

«Creer en Cristo -ha escrito recientemente un religioso sacerdote al presentar sus dimensiones de las estructuras eclesiásticas, es decir, al abandonar la religión, «factor de alienación y de conservación», y la Iglesia, que tiene el cometido de «aprisionar y neutralizar a Cristo»- quiere decir, en mi opinión, dar un reciente sentido al mundo, a las cosas, a la vida, a la historia; quiere decir creer en un determinado tipo de victoria del hombre sobre la muerte; quiere decir entrar en la muerte, seguros de la resurrección (es decir, de una vida que no cesa de ser don); quiere decir testimoniar al mismo tiempo las perennes insatisfacciones del hombre (y, por tanto, de Cristo) por el presente, y la necesidad de volver del revés todo. Cristo, en nombre del hombre, es constantemente un subversor. Y como tal es el único rostro de Dios. No es extraño que para el cristiano Dios sea el hombre… Cristo es el hombre y el hombre es Cristo: equivalencias constante y tenazmente rechazadas, a lo largo de los siglos y en nuestros días, por las estructuras eclesiales. He aquí por qué mi paso más comprometido hoyes el de elegir vivir mi fe en Cristo en medio de los hombres y junto a los otros .humanos, pero en el rechazo y negación categórica de toda religión y de toda «iglesia» (Com., 10 de febrero de 1974).

Valoración

Si ahora examinamos cada uno de estos elementos que caracterizan al «nuevo cristianismo», vemos en seguida corno, para afirmar exigencias justas, tal vez un poco olvidadas en el pasado, se ponen en sombra o se niegan puntos esenciales de la fe cristiana.

Antropocentrismo

Así, por cuanto se refiere al antropocentrismo, la justa exigencia de poner el acento en la caridad y en el servicio al hombre viene realzada de tal modo que se elimina prácticamente a Dios de la escena o se reduce al hombre. Pero de tal modo el cristianismo viene a ser una «religión del hombre» que, aun conservando el nombre de Dios, es sustancialmente atea; viene a ser una «religión del segundo mandamiento». Pero esta reducción está en contradicción con el Evangelio, que enseña la primacía de Dios y del amor de Dios, y ve en Dios la fuente y la causa del amor por el hombre y de servicio del hombre: el hombre es digno del amor porque Dios lo ama y lo ha hecho su hijo: el pobre debe ser honrado y servido de manera particular, porque Dios lo ama particularmente y, en la persona de Jesús, se ha puesto a su servicio; mejor aún, ha tomado su rostro. Sin el amor de Dios el amor «cristiano» del hombre no tendría sentido.

Intramundanidad

Lo mismo se debe decir para la segunda característica del «nuevo cristianismo»: la intramundanidad. Contra una visión del cristianismo demasiado «espiritualista», demasiado «individualista» y exclusivamente centrada en la salvación «eterna», es justo afirmar el valor del mundo y de la historia, es justo decir que el reino de Dios debe realizarse ya en esta tierra, pero esto no debe impelar el optimismo hacia el mundo y la historia casi hasta divinizarlos, y, sobre todo, no debe hacer olvidar que la plena realización del reino de Dios es escatológica: el verdadero destino del hombre no se cumple en este mundo que pasa como un escenario, sino en la vida eterna donde solamente triunfarán la justicia y el amor: porque Dios será «todo en todos».

Es justo afirmar que la salvación4 comporta la liberación de los males de este mundo, porque Cristo ha venido a salvar todo el hombre y toda la historia, alma y cuerpo, valores espirituales y valores materiales, pero no se puede reducir la salvación sólo a la liberación de los males de este mundo, olvidando que para Jesús el mal radical es la separación de Dios, el pecado, y que los males de este mundo son el efecto y la consecuencia de aquel mal.

Por esto Cristo nos salva primariamente del pecado original y personal y, como consecuencia, nos salva de los efectos y de las manifestaciones del pecado: es justo poner el acento en el «pecado social», pero no se puede reducir el pecado a sólo el «pecado social», olvidando que el «pecado social» y sus consecuencias -las estructuras sociales injustas y opresivas-son fruto de la maldad del corazón del hombre, son como coágulos de los pecados personales: que por esto no se pueden cambiar las estructuras sociales injustas si no se cambia el corazón del hombre.

No se puede, por tanto, sustituir el primado del reino de Dios escatológico y de la vida eterna por el primado del mundo y de la historia; el primado de lo espiritual por el primado de lo temporal; la salvación no puede ser reducida a la liberación del hombre del subdesarrollo y de la opresión política y económica, y el pecado no se puede reducir al mal social, esencialmente al capitalismo. Ya que en tal caso se tendría un cristianismo «decapitado», reducido a un manifiesto de acción política revolucionaria, que no se distinguiría del marxismo, sino porque se inspiraría en Cristo y en el Evangelio; el mensaje de Jesús vendría a ser, sobre todo, un mensaje de liberación humana y terrestre, una ideología política, sólo nominalmente «religiosa» y «cristiana».

Evangelismo

En cuanto al tercer elemento característico del «nuevo cristianismo» -el Evangelio-, retengamos que es muy grave leer el Evangelio desde fuera de la Iglesia: aparte del hecho de que todos los que se han separado de la Iglesia han tenido esta pretensión, no se debe olvidar que el Evangelio es el libro de la Iglesia. De hecho, ha nacido en la Iglesia y de la Iglesia, ha sido confiado por Cristo a la Iglesia, y por ella reconocido como auténtico y digno de fe: así que sólo la Iglesia posee el secreto de la lectura justa del Evangelio porque sólo ella posee el Espíritu que está en el origen del Evangelio.

El Evangelio no pertenece a los «pobres», sino a la Iglesia, o mejor, pertenece a los «pobres», pero en cuanto estos forman la comunidad de Jesús, la Iglesia. El que después ésta haga del Evangelio una lectura «ideológica», en clave capitalista, es una afirmación de la ideología marxista, que no podemos tener en cuenta, porque a su vez ella es el fruto de una lectura «ideológica» de la naturaleza y de la vida de la Iglesia. Y, además, leer el Evangelio «desde el punto de vista de los opresores» o «de la izquierda», ¿no es posponer a Cristo al juicio de Marx, el Evangelio al juicio de «el capital»? ¿No es sustituir el primado de la política al primado de la fe?

Eclesiología

En cuanto a la eclesiología propugnada por el «nuevo cristianismo», debemos notar tres cosas. Ante todo, reducir la Iglesia al mundo significa destruirla: la Iglesia está en el mundo, pero no es el mundo. Afirmar, por tanto, que la Iglesia está para el mundo no debe significar que la Iglesia debe diluirse, desaparecer en el mundo: una cosa es decir que la Iglesia no debe buscar la riqueza y el poder mundano; otra cosa es decir que no debe tener instituciones propias, puesto que, incluso en la búsqueda de una pobreza no aparente, sino auténtica, la Iglesia debe encarnarse en la historia y, por tanto, tener una propia forma «institucional», visible, tener obras propias de apostolado y de caridad. En fin, oponer la Iglesia de hoy al Evangelio de una manera tan radical que declara que la Iglesia oficial, en su constitución jerárquica y sacerdotal yen su vida, es infiel al Evangelio y a los pobres, significa afirmar que la Iglesia.de hoy está sin Cristo y sin el Espíritu Santo. Uno se pregunta entonces: ¿Qué sentido tiene el querer permanecer en la Iglesia? ¿Se queda para salvarla? Sería una enorme pretensión: Si Cristo no ha sabido salvar a la Iglesia, ¿quién podría pretender hacerlo? No queda más que abandonarla a su destino… y tomar un camino distinto: con Cristo y con el hombre, pero sin la Iglesia, fuera de toda estructura eclesial. Sólo que uno puede y debe interrogarse si, sin la Iglesia, o mejor, poniéndose por libre oposición fuera de la Iglesia, se pueda estar todavía con Cristo o si no se corre el peligro de encontrarse sólo con el hombre, sin Cristo y sin Dios.

Si esto es el «nuevo cristianismo», debemos preguntarnos ahora si no nos encontramos delante de una nueva forma de modernismo, que, en el esfuerzo de hacer al cristianismo significativo e interesante para el hombre de hoy, vacía de su sustancia más auténtica. Cierto, «el nuevo cristianismo» no niega las grandes realidades cristianas: Dios, Cristo, la Iglesia, la vida eterna, el reino de Dios, el pecado, la salvación; sólo que estas realidades vienen «reinterpretadas» y «reducidas», de modo que del significado que tienen en el cristianismo auténtico queda poco o nada.

Conclusiones finales

Debemos, por tanto, concluir que el «nuevo cristianismo» en la forma arriba descrita debe considerarse irreconciliable y en radical contraste con el cristianismo «tradicional». Este juicio parecerá a algunos demasiado severo. Objetará ante todo que los «nuevos cristianos», con todas sus exageraciones y audacias, no intentan empujar hasta el punto de negar las verdades fundamentales de la fe. Se objetará, además, no tener en cuenta el legítimo pluralismo teológico al juzgar las nuevas teorías nacidas en estos años en el campo teológico.

A la primera objeción observamos, ante todo, que en el examen del conjunto de ideas que hemos llamado el «muevo cristianismo», no hemos tenido presente las intenciones de quienes profesan tales ideas, sino las ideas mismas en su lógica interna: por esto puede muy bien ocurrir que «los nuevos cristianos» no intenten negar las verdades fundamentales de la fe y quieran permanecen en la Iglesia; pero no es esto el núcleo del problema, más bien se trata de ver qué significan objetivamente ciertas afirmaciones y adónde conducen ciertas ideas con su misma fuerza lógica.

Observamos en segundo lugar, que siempre es más frecuente el caso de quien, habiendo comenzado a sostener las ideas del «nuevo cristianismo», termina con abandonarlo todo: la Iglesia, la fe tradicional, la religión, para conservar sólo la «fe en Cristo», idéntica con la «fe en el hombre».

A la segunda objeción observamos que, por cuanto se refiere al «muevo cristianismo», no se puede, nos parece, hablar de pluralismo teológico, sino que se debe hablar de pluralismo dogmático; no se trata de teologías diversas, sino de fes diversas. Mejor aún, estamos en presencia de «una verdadera alteración de la fe católica». Esta grave expresión no es nuestra, sino que es el núcleo de la respuesta del Consejo permanente del Episcopado francés, el 14 de noviembre de 1973, al documento de trabajo de la asamblea internacional de los «cristianos críticos», que se celebró en Lyón (17-18 de noviembre).

Poner en guardia

Nos parece, por esta razón, que es necesario hoy poner en guardia a cuantos, impelidos tal vez por un sincero amor por el hombre y el Evangelio, se vean tentados de adherirse al «nuevo cristianismo». El riesgo que corren es de ponerse fuera de la Iglesia y de la fe cristiana auténtica, que es aquella que los apóstoles han recibido de Cristo y transmitido a la Iglesia. Por desgracia la tentación del «nuevo cristianismo» se les presenta bajo la semblanza de fidelidad a Cristo, al Evangelio y a los «pobres»: fidelidad a la que un cristiano no puede resistir sin dificultad. Sin embargo, es necesario percatarse que se trata de una «tentación», de una trampa mortal, de la que es necesario saber escapar con lucidez, substrayéndose a la presión de los «slogans» y de las modas teológicas y políticas, que no son «verdaderas» por el sólo hecho de ser «progresivas».