Hoy no me divorciaría

Mientras concluyen y se encrespan opiniones, entusiasmos y denuestos sobre la autorización legal del divorcio en ciertas circunstancias, me llega una carta, publicada en América, de una mujer divorciada. A través de la misma se adivina que la única fórmula eficiente del amor humano en el matrimonio ya nos la sintetizó hace siglos San Pablo cuando escribió: «El amor verdadero nunca muere. El que tiene amor tiene paciencia, es servicial, no es envidioso, no es presumido ni orgulloso… No es grosero ni egoísta, no se enoja, no es rencoroso. No se alegra del mal de los otros, sino de la verdad. Todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta… El amor no acaba nunca». (1 Coro XIII, 4-8).divorcio-gemelos-mellizos-trillizos

Así escribe y confiesa la tragedia de su equivocación la mujer que ha escrito esta carta: «Me da vergüenza confesarlo, pero se lo escribo a usted para que la publique. HOY NO ME DIVORCIA­RÍA… Tal vez esta confesión, que para la publicidad debe ser anónima, pueda ser útil a alguien que, esté acariciando esa misma idea qué á mí de pronto se me metió en el alma. HOY NO ME DIVORCIARÍA… La idea me machaca la cabeza, como antes me obsesionaba la otra: me tengo que separar de Juan… ¡Va no aguanto más! Debo de haber estado neurasténica, enferma, qué sé yo… Vivía tensa esperando el momento en que él llegaba a casa para decirme una vez más: Hija, ¿cómo estás? Entonces yo no le contestaba y me refugiaba en mi cuarto con doble vuelta de llave o ponía una cita lamentable de mártir, como si él con esa pregunta me persiguiera despiadadamente… Generalmente me refugiaba en el silencio, convencida de que él hablaba para afrentarme, que comía en silencio para llevarme Ia contra, y que de pronto se iba sin decirme palabra para ofenderme aún más… Claro que estaba neurótica y que me enredaba en mis propias cavilaciones.» «Ahora, rememorando todo ese proceso enfermizo, me lo vuelvo a repetir: HOY NO ME DIVORCIARÍA… Y creo que muchas mujeres y hombres divorciados piensan como yo. Pero, claro, eso no se lo confiesan ni a sus amigos más íntimos… Ni a Dios se lo confiesan… Y levantan una cortina de humo aparentando una indiferencia que no sienten… ¿Te sientes sola sin él? Por supuesto que no… Y a él le dicen: ¿Encuentras a faltar a tus hijos…? Me basta con verlos dos veces por semana… Y él Y yo nos seguimos jactando que ahora gozamos de libertad, que podemos hacer lo que queremos, que no hay nadie que controle nuestras salidas y entradas en el hogar… Pero él y yo hemos fracasado como padres, como esposos y como amantes. Aunque la gente nos diga: ¡Qué joven estás! Y él Y yo nos arreglemos lo mejor posible para que nos lo digan. Mis hijos son buenos, pero están divididos entre la lealtad para con mi marido y conmigo. Sin quererlo ni saberlo hemos truncado su educación y destrozado su hogar. Ahora cuentan con una mujer y un hombre que los miman. Pero eso no es lo mismo. Ellos necesitan de dos padres y un hogar. Y eso ya no se lo podemos dar.»

«Me casé demasiado joven, no por los años, sino por la inmadurez. Tampoco él tenía mucha experiencia, pero ahora comprendo que con paciencia lo hubiese podido llevar. No era perfecto, no. Pero tuvo más constancia y menos desniveles que los míos. Va era de esas perfeccionistas que quieren que todas las cosas salgan bien… ¿Nos amábamos…? Creo que igual, más o menos, que otros matrimonios jóvenes. Evidentemente que todavía allí no hay un gran amor, ni una gran intimidad. Había, eso sí, una borrachera de sentimentalismos y un ansia enorme de que el otro nos haga comprender de que uno vale algo. A mí, personalmente, me halagaba tener el monopolio de él: simpático, atractivo, viril, chispeante. Sentía que las demás me envidiaban, y eso me convencía de que había elegido bien. Sin preocuparme, sin embargo, de que el amor mutuo tenía que ayudarnos a crecer, a entendernos, a perfeccionarnos. Cuando empezaron las disputas mutuamente nos echamos en cara defectos de nuestros familiares. En todo esto -lo reconozco-me faltó mesura. Hay gente que cree que el desahogo es la mejor manera de serenar los nervios, que piensan que ellos tienen derecho a decir todo y que los demás quedarán callados, anonadados por el descubrimiento de nuestras quejas… Va era de ésas. Pero él me respondió con frases no menos dolorosas, y me resentí. De ahí nacieron nuestros silencios. Silencios trágicos y angustiosos en que la vida en común se hacía insoportable. Él entraba y se sentaba frente al aparato de televisión sin decir palabra. Yo lo recibía con una cara impávida, sin hacer ningún esfuerzo para comunicarme con él. De vez en cuando nos reconciliábamos, pero era por poco tiempo. De nuevo volvía yo a ofenderle, y a quedar callada, con la pretensión, tal vez, de que él iniciase la conversación. Y me respondía con la misma moneda.»

«Cuando vinieron los hijos pensé que nos arreglaríamos. No habíamos roto todavía el hielo de la incomunicación. Deseé una parejita… Y la tuve. Pero sentí de pronto la esclavitud de aquellos dos chicos que lloraban al unísono y exigían infinitos cuidados. Nosotros mismos, como padres, fuimos un fracaso. Ninguno de los dos se puso nunca firme con los niños. Los dos queríamos simplemente gozarlos. V por eso sobrevenía un tira y afloja de mimos, de regalos y de competencias entre los padres que los niños instintivamente comprenden: ¿A quién quieres más? ¿A papá o a mamá…? Nuestros hijos fueron los principales testigos de nuestros choques. Ellos presenciaron el derrumbamiento de aquel inestable hogar que les ofrecíamos… Por mis hijos me separé. Eso fue, a lo menos, lo que dije a mis amigos, y que me repetí mil veces a mí misma. No quiero -me decía-que ellos oigan nuestras continuas disputas… Cuando los esposos se faltan al respeto es preferible separarse… Él vive con otra mujer… No pudo aguantar su soledad. A mí me queda confiarles a mis hijos esta convicción profunda de que el divorcio o la separación son el fracaso para el hombre o para la mujer. Me faltó comprensión. Con un poco de humanidad y de cariño todo entuerto puede ser arreglado. HOY NO ME DIVORCIARÍA… Con los años he aprendido a perdonar y a vivir… Y me siento sola, irreparablemente sola, aunque mis hijos convivan conmigo.» En el fondo de la sinceridad desgarrada de este texto palpita la palabra de Dios: «Por ese amor dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y se harán una sola carne» (Gé II, 24). Y Cristo repite: «No separe el hombre lo que Dios ha unido» (Mat XIX, 6). ¿No será que el amor -como nos ilumina Saint-Exupery- «no consiste en mirar uno al otro, sino en mirar juntos en una misma dirección»? Y la «dirección» son los hijos… Pensando en los hijos, ¿puede justificarse socialmente el divorcio?

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«NO APARTES TUS OJOS DE LA LUZ DE ESTA ESTRELLA, Y SI SIENTES QUE TE ATRAE, PARA ENGULLIRTE, DEL ABISMO DEL PECADO Y DEL VICIO, INVOCA A MARÍA Y TE MANTENDRÁS FIRME Y SEGURO EN EL CAMINO DE LA VIDA», nos dice el gran doctor de la Iglesia san Bernardo. Muchos dicen que les cuesta cumplir Ia Ley de Dios… que les es difícil confesarse… que pierden la fe… Todo se puede superar con una confianza filial en María. Pruébalo. Cada mañana y cada noche no olvides de rezar las TRES AVEMARÍAS. Sin rutinas, sin distracciones voluntarias. Con toda tu alma. Como se habla a una madre. Pruébalo. Jamás te arrepentirás.

Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10