Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: enero 2015

Imitación de Cristo 100

28 miércoles Ene 2015

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Capítulo 2

Que Dios muestra al hombre gran bondad
y caridad en este sacramento

El Alma.– 1. Señor, confiado en tu bondad y gran misericordia, vengo yo, enfermo, al médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida; pobre, al Rey del cielo; siervo, al Señor; criatura, al Creador; desconsolado, a mi piadoso consolador.El calvario y la Misa
Mas, ¿de dónde a mí tanto bien que tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que te me des a ti mismo?
¿Cómo se atreve el pecador a comparecer delante de ti? Y tú, ¿cómo te dignas de venir al pecador?
Tú conoces a tu siervo y sabes que ningún bien tiene por donde merezca que tú le hagas este beneficio.
Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu bondad, alabo tu piedad y te doy gracias por tu extremada caridad.
Pues así lo haces conmigo, no por mis merecimientos, sino por ti mismo, para darme a conocer mejor tu bondad, para que se me infunda mayor caridad y se recomiende más la humildad.
Y pues así te agrada a ti, y así mandaste que se hiciese, también me agrada a mí que tú lo hayas tenido por bien. ¡Ojalá que no lo impida mi maldad!

2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias, acompañadas de perpetua alabanza, te son debidas, por habernos dado tu sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar!
Mas, ¿qué pensaré en esta comunión, al llegarme a mi Señor, a quien no puedo venerar debidamente y, sin embargo, deseo recibir con devoción?
¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré sino humillarme profundamente delante de ti y ensalzar tu infinita bondad sobre mí?
Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para siempre. Despréciome y me rindo a tu Majestad en el abismo de mi bajeza.

3. Tú eres el Santo de los santos y yo el más vil de los pecadores.
Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte.
Tú vienes a mí, tú quieres estar conmigo, tú me convidas a tu mesa.
Tú me quieres dar a comer el manjar celestial y el pan de los ángeles, que no es otra cosa, por cierto, sino tú mismo, «pan vivo que descendiste del cielo y das vida al mundo» (Jn 6,33.51).

4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación y cuántas gracias y alabanzas te son debidas por esto!
¡Oh, cuán saludable y provechoso designio tuviste en la institución de este sacramento! ¡Cuán suave es y cuán agradable este convite en que te das a ti mismo por manjar!
¡Oh, cuán admirables son tus obras, Señor! ¡Cuán poderosa tu virtud! ¡Cuán inefable tu verdad!
Pues tú hablaste, y fue hecho el universo; y se hizo lo que tú mandaste.

5. Admirable cosa es, digno objeto de la fe, y superior al entendimiento humano, que tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres contenido entero debajo de las especies de pan y vino, y sin detrimento eres comido por el que te recibe.
Tú, Señor de todo, que de nada necesitas, quisiste habitar entre nosotros por medio de este sacramento.
Conserva mi corazón y mi cuerpo sin mancha, para que con alegre y limpia conciencia pueda celebrar frecuentemente y recibir para mi eterna salvación tus misterios, que ordenaste y estableciste principalmente para honra tuya y memoria continua.

6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por don tan excelente y consuelo tan singular que te fue dejado en este valle de lágrimas.
Porque cuantas veces te acuerdas de este misterio y recibes el cuerpo de Cristo, tantas renuevas la obra de tu redención y te haces participante de todos sus merecimientos.
Porque la caridad de Cristo nunca se disminuye, y la grandeza de su misericordia nunca mengua.
Por eso te debes preparar siempre con nueva devoción del alma y meditar con atenta consideración este gran misterio de salud.
Así te debe parecer tan grande, tan nuevo y agradable cuando celebras u oyes misa, como si fuese el mismo día en que Cristo, descendiendo en el vientre de la Virgen, se hizo hombre; o aquel en que, puesto en la cruz, padeció y murió por la salud de los hombres.

Pregunta que no pudo responder el Papa

28 miércoles Ene 2015

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P.CanoAcabo de leer la rueda de prensa que el Santo Padre Francisco concedió a los periodistas, en su regreso de del viaje pastoral a las Filipinas. Dice el Papa que, la pregunta que le hizo una joven llorando, no tiene respuesta: “¿Por qué sufren los niños?” En ese mismo instante pasó por mi mente, como un relámpago, una idea que ahora intento explicar. Sufren, porque el más Inocente de los niños, Jesús, sufrió persecución desde niño recién nacido, se le escupió, flageló, coronó de espinas, se le asesinó en una cruz, en el monte Calvario. Y todo, solo y únicamente para redimirnos, para salvarnos, a los pecadores.

Dios permite que estos niños sufran, para redimir a sus verdugos. Los niños que no nacen, porque son torturados y asesinados en las entrañas maternas, los niños que pasan hambre cada día, los violados, los esclavizados, los asesinados para hacer trasplantes de sus órganos a los poderosos de este mundo, esos niños son corredentores con Cristo, de sus madres, de los corruptos, pecadores, asesinos, tiránicos, abortistas endemoniados… Son los Santos Inocentes de nuestros tiempos, los pararrayos de la Justicia Divina.

Dios quiere que todos los hombres se salven, sí. Pero no todos los hombres quieren salvarse; el demonio los tiene encadenados, ha enajenado los entendimientos y podrido sus voluntades de los corruptos, pecadores y pecadoras: merecedores del infierno eterno. Pero Dios quiere salvarlos. Y Cristo, Dios hecho hombre, nos salvó sufriendo una pasión y muerte horrorosas. San Pablo, dice: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo a favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Colosenses 1, 24). ¡Santos Inocentes de nuestros tiempos, rogad por nosotros!papa-francisco-avion--644x362

¡Dios, Padre! ¡Cuánto sufrió la Virgen Santísima! La corredentora sufrió casi infinitamente para salvar a todos sus hijos. ¡Dios mío! Cuanto sufrió Santa Teresa de Jesús, la gran Doctora de la Iglesia y compatriota nuestra, cuyo V centenario de su nacimiento estamos celebrando. ¡Virgen Santísima! Cuánto sufrió San Rafael Arnaiz, el gran místico de nuestro tiempo, compatriota nuestro, del que estamos celebrando el I Centenario de su nacimiento. ¡Santísima Trinidad! Cuánto han sufrido tus santos y tus mártires. Cuánto están sufriendo nuestros hermanos, torturados y asesinados por los enemigos del único Dios verdadero. La Beata Teresa de Calcuta decía que el sufrimiento es un beso de Jesús. Y lo decía a los pobres más pobres del mundo. Y esos benditos de Dios, lo entendían. Y respondían retorciéndose de dolor en sus chozas: “Madre, dígale a Jesús que me siga besando.”

El padre Alba decía que España -y el mundo entero- se salvarán por nuestros sacrificios y sufrimientos. Somos pocos los que sabemos y hace poco, que desde su juventud se ofreció a Dios como pararrayos de su Justicia Divina. Fue muy perseguido. Siempre sonreía. El nos enseño la Doctrina de la Iglesia del Reinado Social de Jesucristo. La política, la economía, las empresas, el matrimonio, la vida social. ¡Todo! debe estar supeditado al Evangelio, la ley de Cristo, y la doctrina social de la Iglesia Católica, la única Iglesia fundada por Dios hecho hombre.

El día 24 de enero leí el artículo “Pablo VI y el vaticano II: no es como no lo han contado” de nuestro amigo Jorge Soley, católico militante todoterreno. La revista Cristiandad, una de las mejores revistas católicas de formación cristiana del mundo hispano, le pidió que escribiera un artículo sobre el tema. El contestó que sabía muy poco. Pensó leer una biografía del Beato Pablo VI. Poco después recordó “un consejo que nunca me ha fallado: acudir a las fuentes”. Leyó documentos del Papa y, después, escribió el artículo. Amigos, algunos habéis desbarrado en las declaraciones del Papa Francisco a su regreso de Filipinas: Acudir a las fuentes. Si habéis escandalizado, tenéis la obligación de reparar el escándalo.

¡Viva España Católica! ¡Viva el Papa! ¡Viva Cristo Rey! Jaculatorias que nos enseñó el padre Alba.

Padre Manuel Martínez Cano, mCR.

Buscar primero el Reino de Dios y su justicia

28 miércoles Ene 2015

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guerra campos3La Asociación de Universitarias Españolas me ha enco­mendado que hable de algo que anuncia con este título: «BUSCAD EL REINO DE DIOS A propósito de las discu­siones sobre la teología de la liberación».

«BUSCAD EL REINO DE DIOS» aparece en mayúsculas, y es el tema. Las discusiones sobre la teología de la liberación son la ocasión. Por si alguno, al leer otros anuncios, hubiera entendido que voy a hablar de las discusiones sobre la teo­logía de la liberación, es conveniente avisar desde el principió que no voy a hablar de la teología de la liberación ni de ­las discusiones sobre la misma; porque lo que se ágil a iras esa denominación, al menos para mí, no es más que un problema prácticopastoral, de importancia evidente. Para los que tienen que acometerlo, ese problema importa: un cono­cimiento de las situaciones, un estudio de las circunstancias, una valoración de los medios y los procedimientos, una cate­quesis doctrinal para orientar a los actores. Y nada tengo que aportar en ese campo. Si me lo permiten, añadiré que no veo que aporten nada en ese campo los que hablan y escriben, al menos en España.

 

La «teología de la liberación», tenia ultraesclarecido

Como «teología», dejando aparte las modas terminológi­cas y si la situamos dentro del marco del Evangelio y la Doc­trina de la Fe, es un tema ultraesclarecido. Yo mismo, como tantos sacerdotes y obispos en la predicación ordinaria, lo he tocado tantas veces durante veinte años, aun sin utilizar el nombre, que la saturación me impide volver sobre él.

Los que quieran conocerlo disponen de Fuentes muy auto­rizadas. Les recuerdo únicamente algunas del Magisterio de la Iglesia. Sobre la relación entre el Evangelio y la justicia o la promoción temporal, ahí está todo el copioso magisterio de la «Doctrina Social de la Iglesia»; la «Profesión de Fe» del Papa Pablo VI, donde la última Instrucción de la Congrega­ción para la Doctrina de la Fe lo ve resumido todo; la «Evangelii Nuntiandi» sobre la evangelización; y tantos otros docu­mentos.

Segunda cuestión. Sobre la necesidad de que la promoción del bien temporal se realice dentro del bien total, según la verdadera vocación de la persona humana, y no a remolque de cualquier movimiento o praxis, y menos si es atea, ahí están: la «Octogésima adveniens» de Pablo VI; el gran dis­curso del Papa Juan Pablo II en Puebla, año 1979, y la Ins­trucción, de agosto del año 1984, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en la cual, como es sabido, se re­chaza, por incompatible con la fe, la reducción a la praxis marxista, con sus objetivos meramente intrahistóricos, prác­ticamente atea y por lo mismo negadora de la persona y su trascendencia, y además con su método de violencia sistemá­tica, tal cual la exige la lucha de clases. Esta Instrucción, cuya lectura sería suficiente para repasar el tema, subraya desde el principio lo que quizá es clave de la cuestión y aho­rraría muchas discusiones. Dentro de la liberación cristiana total distingue: lo fundamental, que es la liberación del peca­do, la libertad de los hijos de Dios, profunda y trascendente, y las consecuencias, esto es, la liberación de los efectos so­ciales del pecado. Y exige en nombre del Evangelio que estos dos componentes no se confundan y tampoco se separen.angel

Conviene aludir a una tercera cuestión, menos atendida en el pensamiento católico reciente y que, sin embargo, tiene mucho que ver con el problema prácticopastoral: sobre la legitimidad, en casos límite, de que los ciudadanos se alcen en armas contra la agresión injusta, contra los mismos go­bernantes. Sobre esto —era sabido, quizá esté también olvi­dado— han dado doctrina en el momento oportuno, refirién­dose a situaciones de una guerra no querida, pero sí legiti­mada: el Obispo Pla y Deniel, el que ha tratado la cuestión de un modo más completo; el Cardenal Isidro Goma con el Episcopado Español, y el Papa Pío XI. (Entonces se llamaba de «liberación» la guerra, no la reflexión teológica sobre la misma.) Mirando a posibilidades de futuro, de modo más doctrinal, el Papa Pío XII. A esta línea de pensamiento, teo­lógico y magisterial, apelaba poco antes de morir el Arzobis­po Oscar Romero.

Propósito de esta charla

 

Dejando, pues, aparte lo que no es asunto de esta charla, mi propósito es muy sencillo: hacer una meditación sobre dos núcleos de la Revelación del Nuevo Testamento. (Natu­ralmente, también tienen algo que ver, y mucho, con la cues­tión teológica que ahora eludimos.)

Siendo Jesús el instaurador del Reino de Dios, que es rei­no de justicia, interesa volver la atención una vez más: pri­mero, sobre la actitud y el comportamiento del mismo Jesús, durante su vida histórica visible, respecto al bien temporal o el problema social; segundo, sobre el criterio que El mismo propone para determinar la actitud de sus discípulos ante el Reino, ante la promoción de los bienes temporales. Volver sencillamente a las fuentes es siempre fecundo y puede ser Orientador.

 

Actitud y comportamiento del mismo Jesús ante el bien temporal

 

Señalemos algunos aspectos de la actitud y comportamien­to de Jesús ante el bien temporal y los problemas consi­guientes.

No se dedicó a la acción política y social

 

Jesús no se dedicó, de ninguna manera, a la reforma es­tructural o institucional, y en el límite de esa línea de refor­ma rechazó la tentación políticosocial, a pesar de que com­parecía ante su pueblo como instaurador del Reino, y no sólo como anunciador.

Quizá no sea inútil recordar que Jesús, a su paso visible por la historia, no contribuyó de un modo directo, por dedi­cación profesional o temática, ni al progreso de la técnica ni al progreso de la ciencia ni al progreso de la organización social. Y era el instaurador del Reino definitivo. Y era Dios. El hecho es evidente: vivió en las condiciones de su tiem­po; si curó enfermos, dejó persistir la enfermedad en el mun­do y no cambió la técnica medicinal.

Pero sin duda lo más significativo es lo tocante a la si­tuación social y política. Que por cierto era en su tiempo no sólo semejante, sino idéntica a alguna de las situaciones más ruidosas de nuestro tiempo: situaciones que todos en­tienden que afectan gravísimamente a la justicia, y en las que no se tolera ahora ni la abstención ni el silencio de la Iglesia, es decir, de los sucesores de los Apóstoles.

Jesús vivió en una situación social derivada de la ocupa­ción de su patria por un poder imperial, el romano; en me­dio de un conflicto apasionado entre los que se rebelaban contra esa «injusticia opresora», con más o menos violencia, tanta como para desembocar a los pocos años en la gran tragedia de la guerra y la destrucción de Jerusalén (los Zelotas, los comprometidos, los luchadores, los contestatarios), y por otra parte los que toleraban esa situación o incluso se acomodaban a ella y colaboraban con ella;

Es innegable que Jesús no quiso entrar, ni quiso que en­trasen sus Apóstoles, en los planes de quienes estimaban justo y urgente reconquistar la independencia política de Pa­lestina. Y bien sabe Dios que era un problema de máxima actualidad, y que no estaba en juego solamente la soberanía de un pueblo o la justicia en las relaciones internacionales. Según el sentir general, estaban en juego las Promesas sobre el Reino de Dios en Israel. Era una cuestión política religiosa. Era la cuestión ante la cual Jesús tenía que comprometer­se. Y no lo hizo. Jesús se desligó. Podríamos decir que ni es­tuvo a favor ni estuvo en contra; pero en todo caso hay que afirmar que no fue revolucionario. Esta evidencia ha sido ensombrecida de tal manera en decenios recientes que hace quince años el mismo Oscar Cullmann, historiador y exegeta protestante muy admirado en el mundo católico, muy pre­sente en el Concilio Vaticano II, estimó imprescindible reca­pitular la cuestión —tiene un librito que lleva exactamente el título «Jesús y los revolucionarios de su tiempo»— para llegar a esa conclusión, que siempre se había tenido por evi­dente, pero que él juzgaba urgentísimo reafirmar a la vista de unas corrientes teológicas demasiado inficionadas de so­ciología política.

¿Se puede decir, por el otro extremo, que fue defensor del orden establecido? Tampoco. Pero sí se puede decir que lo aceptó: eso sí, relativizándolo y tratando de que sus discípu­los viviesen en ese marco con actitudes radicalmente nuevas, que no son de este mundo.

 

El Reino de Dios en el tiempo

Jesús rehuyó la aclamación de Rey, y, sin embargo, había venido para eso, para ser Rey. Jesús no participó en la lucha contra el ocupante romano con el fin de restaurar el reino de Israel, el «Reino de Dios». Si entre sus Apóstoles, elegidos por El, hubo alguno que acaso pudiera tenerse por exzelota, exguerrillero, contestatario más o menos violento (Simón, Judas, hay quien habla del mismo Pedro), también hubo un expublicano, Mateo, que se puede tener sin más por un co­laboracionista. Declaró lícito dar tributo al César (con una migaja de ironía: con tal de no sustraer a Dios lo que le co­rresponde). Explicó a Pilato que El no era rey de los judíos en la acepción de los acusadores, porque su reino no es de los de este mundo, es el de la Verdad. Los suyos, y no sola­mente la muchedumbre, sino los más inmediatos discípulos, le acosan, aun después de la Resurrección: «¿es ahora cuan­do vas a restablecer el reino de Israel?» Y Jesús les dice que no se ocupen de eso, que saber eso es cosa reservada al Pa­dre; no es cosa de ellos, ni siquiera de Él: «Vosotros recibi­réis el Espíritu Santo y seréis mis testigos en todo el mun­do.» Testigos, ¿de qué? En seguida lo mostraron en su pre­dicación: testigos de un Reino cuya característica primordial es el Perdón de los pecados, la amistad de Dios. No el poder ni la eficacia de las soluciones. Un Reino cuya perfección se da «post mortem». Testigos de un Resucitado que sigue con nosotros transfigurando el corazón por la fe y el amor; cuyo Espíritu animará sin duda el esfuerzo humano en la búsque­da del pan, pero no la facilitará. Porque lo que ofrece el Se­ñor bajo Promesa es solamente el Espíritu, el don del Pan celeste.

Cuando Jesús accede a responder a la curiosidad de sus discípulos sobre el porvenir, esquivándola al mismo tiempo, todas sus predicciones sobre el desarrollo del Reino de Dios antes de la última Venida, o triunfo escatológico, indican clarísimamente que las condiciones del tiempo en que hablaba (cruz, incomprensión, engaño, debilitamiento de la fe) van a ser las mismas hasta el final. No hay un solo indicio en la palabra de Jesús de que la historia tenga Siempre, como aho­ra se dice, un desarrollo lineal; que nos permita asegurar que cualquier etapa venidera vaya a ser en el orden espiritual más rica que las pasadas.

 

Transformación social religiosa

De todo esto se puede deducir lo que siempre se ha afir­mado en la Iglesia: que la transformación social que Jesús, ciertamente, introduce en la historia es radicalmente religio­sa, y, por ello, según la expresión del Concilio Vaticano II, profundamente humana.

Todos saben que esto se ve de un modo muy expresivo y paradigmático en la actitud del Nuevo Testamento frente a la esclavitud. La libertad cristiana existe antes de cualquier cambio de la situación externa. Los mártires carecían de li­bertad civil religiosa, pero son los campeones en libertad re­ligiosa.

Asistimos a la prodigiosa transformación en las relaciones entre el amo, Filemón, y el esclavo, Onésimo. San Pablo no tenía por menos libre al esclavo que al amo. Y dijo más: «Cada uno permanezca en el estado en que fue llamado. ¿Fuis­te llamado en la servidumbre? No te dé cuidado; eres liberto en el Señor. Y el libre es siervo en el Señor. En Cristo todos somos uno, no hay siervo o libre.» Pero, ¡atención!, estas pa­labras, tan manoseadas, significan lo mismo que las que si­guen: «No hay varón o hembra.» Claro que los hay, pero eso no afecta al valor religioso y humano de los llamados (éste es el mensaje del Apóstol). Por eso no consideraba in­teresante, en principio, que al hacerse uno cristiano cambia­se de situación jurídica. Y las cartas de Pedro y de Pablo están impregnadas de una extraña armonía, difícil de digerir para el estómago moderno: unas relaciones de fraternidad entre amos y siervos que no dejan de ser relaciones de obediencia.

Es verdad que, atendiendo al conjunto de la predicación (palabras y hechos) ya en tiempo de Jesús y de los Apósto­les y en la historia de la Iglesia, la libertad interior impele a consecuencias sociales por amor; no impide el intento de cambios legítimos; no excluye que en determinados momentos el cooperar a esos cambios sea expresión exigible del amor cristiano. Porque, como ya he apuntado, si Jesús no se com­prometió en la lucha por la liberación política de Israel, tam­poco consta que excluyese la licitud de los que lo hacían; consta, en cambio, que Jesús, aun defendiéndose contra la tentación de los Zelotas y precaviendo a sus discípulos, ata­có mucho menos a los Zelotas que a los Fariseos por razón de las actitudes religiosas. Lo que sí queda claro, en cualquier caso, es que las con­secuencias sociales de esta actitud interior son algo derivado, están en el plano de las consecuencias y por lo mismo son algo variable; no algo absoluto y condicionante. A través de las variantes históricas la posición original de Jesús, que es inequívoca, marca siempre lo que tiene primacía, lo que como ahora se dice es prioritario.

 

Pasó haciendo el bien, pero usó su poder milagroso más como Signo que como Solución

 

Estas distinciones no obstan a que el mismo Jesús sea un manantial impresionante de máxima exigencia en hacer bien al prójimo satisfaciendo sus necesidades. Pasó haciendo el bien. Nos pone el ejemplo del samaritano compasivo. Pro­clama: «lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis» o no me lo hicisteis. Y la predicación de los Apóstoles sigue en la misma dirección. Y nunca se exagerará esta exigencia, porque es ilimitada como el amor.

Razón de más para que nos impresione la consideración de un hecho notorio. Sí, el amor exige que nosotros hagamos el bien (en todos los órdenes, también en el orden de las so­luciones temporales), sin límite: sin más límite que el de las posibilidades, el del poder, porque el querer tiene por medida al amor, que se ensancha continuamente. Pero Jesús no empleó su poder en resolver los problemas inmediatos, más que en medida muy escasa. De entrada, jamás se pro­puso cambiar con su poder las condiciones ordinarias de la vida humana, bien tristes y dolorosas. Las aceptó para sí mis­mo. Rechazó la tentación que le inducía a dedicar su poder milagroso a la solución de los problemas temporales. Dijo NO en el comienzo, cuando se le propuso que resolviese el problema de su propia hambre. Dijo NO al final, cuando se le propuso bajar de la cruz para demostrar que era el Hijo de Dios. Dijo NO en la mitad de su vida pública, cuando in­tentaban que el agua y el pan se pudieran obtener por me­dios milagrosos y extraordinarios.

Realmente, la historia evangélica es la historia de un con­flicto constante entre el Reino de Jesús y el utilitarismo dé la fe, que tuvo muchas manifestaciones a las que no voy si­quiera a aludir, cuya consecuencia última fue que Jesús se quedó solo; porque las muchedumbres lo aceptaban en tanto en cuanto quisiera ser instrumento de su expectación y de sus planes. El mismo día de la Resurrección, en el famoso y hermosísimo episodio de los discípulos de Emaús, éstos mostrarán su desilusión: «esperábamos (¡en pretérito!) qué El fuese el liberador de Israel».

Concluyendo: es patente que las intervenciones milagro­sas de Jesús, ocasionales aunque numerosas, no se encamina­ron a modificar las condiciones ordinarias de la vida o el modo de obtener el pan. Su intención era elevar la atención de todos hacia el Pan celeste, hacia el agua que salta hasta la vida eterna. Por eso San Juan, inspirado por Dios, inter­preta muy bien cuando dice que los milagros son Signos: señales o indicios de que en medio del esfuerzo doloroso de la vida no estamos solos, sino que hay Amor. Por eso la cu­ración del paralítico pone de relieve, ante todo, el perdón del pecado. Hay un poder en medio de nosotros que, no obs­tante las apariencias, nos puede conducir a la plenitud de la vida. Los milagros, según la expresión evangélica del mismo Jesús, son manifestación de la gloria de Dios; no un sistema de soluciones temporales.

 

Recapitulación. Posición y aportación social de Jesús

¿Queremos recapitular de otro modo lo ya dicho, pregun­tando cuál fue la postura y la aportación social de Jesús en su tiempo? La respuesta no puede ser más sencilla. Personal­mente, en el orden social, ¿qué fue Jesús? ¿Qué hizo?

Fue artesano. No consta que organizase o acaudillase ningún movimiento sindical o parecido. Fue simplemente un artesano.

Más tarde apareció socialmente —ya lo era desde el prin­cipio— como un consagrado a Dios, y además un predicador itinerante, una especie de religioso mendicante. Por algo los Mendicantes en la historia de la Iglesia se sienten tan próxi­mos no ya al espíritu, sino al estilo de vida de Jesús.

Enemigo del orgullo y de la opresión. Amigo de los pobres, de los dóciles a Dios. Pero, sin sombra de duda, no fue ami­go de la «clase» de los pobres, no fue clasista. Sus pobres no constituyen una clase o una estructura social. Se definen to­dos —o, mejor dicho, cada uno— por su actitud ante Dios. Por eso en el Evangelio desfilan ricos que son pobres y po­bres que son ricos.

Ahora algunos propagandistas de la aplicación del Evan­gelio a los problemas temporales le presentan al pueblo un JesúsChe Guevara. Un Jesús en rebelión contra los domina­dores, que serían el Imperio Romano y las autoridades pales­tinas colaboracionistas. Un Jesús que muere, según la cos­tumbre, ejecutado por esos dominadores. Pero esto, tan re­petido, tiene un pequeño inconveniente: que es falso. En la parábola del Fariseo y el Publicano, el justo y «pobre» para Jesús es el publicano: ¡y éste era el acaudalado y el colabo­racionista! Los adversarios de Jesús son principalmente y radicalmente los fariseos. Y quizá únicamente ellos, pues su espíritu es el que moviliza a los que tienen poder, los sumos sacerdotes y los miembros del Sanedrín o senadores; los cuales por su parte, en virtud de la predicación espiritual del Señor y de su atracción sobre las gentes, ven en peligro su propia posición social, más que nada en el orden de la esti­mación. San Juan lo dice claramente: aquellos que entre los jefes y autoridades creían en El, tenían miedo a los fariseos, miedo de ser expulsados de las sinagogas o mal vistos en ellas. No olvidamos que el pretexto o razón oficial de la condena de Jesús a muerte fue que se había alzado como rey de los judíos, contra el Imperio romano. Así lo decía el cartel o tí­tulo de la cruz: «Jesús Nazareno Rey de los Judíos»; y todos entendían: rebelde contra el César, contra Roma. Pero, si he­mos de atenernos al testimonio de los Evangelios y no nos interesa otro, Roma, es decir, Pilatos no aceptó esa acu­sación. Dijo que no encontraba causa. Y Jesús declaró ante Roma paladinamente que sí, es Rey, pero su reino no es de los de este mundo; no compite con el César, no utiliza los instrumentos coercitivos. Si quisiera, no le faltaría un ejér­cito de ángeles para defenderse e imponerse. Pero El no va por ahí. El trae la Verdad y la Vida.

El objetivo de los acusadores era forzar a Pilatos a decre­tar la muerte de cruz, bien fuera por aplicación de una sen­tencia ya dada, bien, según opinan otros, por la emisión de una sentencia condenatoria. Y como Pilatos no aceptaba la causa que le presentaban, los acusadores tuvieron que confe­sar que había una causa que era religiosa, causa de blasfe­mia, causa de valor inconmensurable para los judíos: Jesús se había profesado igual a Dios, como Hijo de Dios. La ver­dadera causa no era política.

Sin duda los acusadores, los adversarios de Jesús, temían qué éste suscitase un movimiento popular desbordante, de lo que ya había habido muestras; y decidieron presentar este pe­ligro a los romanos como un caso más de rebelión política. Pero el mismo Jesús había rehuido la aclamación popular junto al lago, y si aceptó ser acogido triunfalmente el día de Ramos, lo hizo en asno pacífico, y no en caballo de guerra. Y cuando los acusadores hablaban ante Pilatos, debían saber ya, porque se lo habrían contado los de la patrulla famosa, que Jesús al ser prendido en Getsemaní cortó el conato, qui­zá sólo veleidad, de algunos discípulos que parecían intentar una resistencia armada.

El hecho es que, como no lograban convencer a Pilatos, acudieron habilísimamente a lo único que podía doblegarlo: la amenaza de hacerlo pasar a él mismo por sospechoso o por rebelde: «Este es un rebelde. Todo el que pretende ser rey está contra el César, y nosotros tenemos por César al de Roma. Si tú no condenas a éste, serías traidor al César.» Y esto llevó a la decisión resumida en el cartel o título de la cruz. Pero sigue muy claro que una cosa es el pretexto y otra, muy distinta, la actitud personal de Jesús.

Quizá esto ayude a percibir el valor de reiteradas manifes­taciones, bastante recientes, del Papa Juan Pablo II, cuando, refiriéndose a Mártires de distintas épocas, incluidos los már­tires de los años 19361939 en España, rechaza las objeciones tomadas de pretextos políticos. Porque —como yo mismo, con otros obispos, le oí decir personalmente— habría que eliminar del catálogo de los Mártires al mismo Jesús y a todos los mártires de los primeros siglos.

Espíritu de servicio. Realización de la esperanza por la cruz

La «innovación» de Jesús en materia social es ante todo una actitud interior, fuente y animadora de comportamien­tos sociales proporcionados, alimentada por la revelación del Padre, la vocación filial, la caridad y la libertad de corazón. Actitud espiritual que ha dejado en la historia y en los tex­tos sagrados un rastro de destellos luminosos: «No vine a ser servido, sino a servir».

El espíritu de servicio lleva inmediatamente a pensar que no es cristiano concentrarse en la reclamación de derechos propios; sí en la realización de condiciones favorables a to­dos. Lleva a pensar que el amor funciona como una ley inte­rior que produce el bien superando derechos y deberes.

Pero lleva a pensar también que en medio de los esfuer­zos —por ilusionados que sean y eficaces que aparezcan— hay que aceptar la Cruz. Y la Cruz sigue siendo el escándalo, como siempre: no más ahora que antes; igual antes que ahora. Por­que la Cruz de que habla el Señor no es una resignación estoica; es un camino. Ninguna solución temporal es definiti­va. Jesús comparte nuestra cruz para que, asociados a El, caminemos en obediencia filial hacia una plenitud, tras la muerte.

Esto no lo acepta de buen grado el pensamiento contem­poráneo, ni el de todos los tiempos. No acepta que la muerte de Jesús sea mucho más que la muerte de un «mártir» o un testigo, de los que con su estímulo hacen fructificar en tiem­pos posteriores los esfuerzos de las generaciones venideras. Y es mucho más. El sentido de la Cruz es que Jesús instau­ra el Reino con su muerte; y que el Reino (la salvación) no es sólo para generaciones venideras, sino para la generación que asiste a su muerte. Por eso Jesús durante la última Cena había dicho a sus discípulos: deberíais alegraros de que yo vaya al Padre (de que yo me muera), porque esto es más vida para mí y para vosotros. Por eso el ladrón (o bandido o guerrillero) descubre sorprendentemente que Jesús, desan­grándose y muriendo, está entrando en el Reino. Y Jesús se lo confirma: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» Y por eso se explica que la predicación original de los Apóstoles se resumiese íntegramente en dos temas: la Conversión (per­dón, amistad de Dios) y la Esperanza de la Resurrección. Es­peranza fundada en la presencia de Cristo resucitado. El es el Señor, El es ya la realización del Reino; pero pasando por la muerte (12).

Una pregunta, entre paréntesis. Acabamos de esbozar —porque no hay tiempo para más— la posición de Jesús en el Evangelio. Si es así, ¿por qué tanta insistencia en desfigu­rar o suplantar el Evangelio?

La respuesta parece clara: porque el espíritu revoluciona­rio quiere ser libremente creativo. No acepta a Jesús como norma; sólo como estímulo, como pretexto, como símbolo. Y así entra en el mismo ambiente cristiano, como bien apun­tó el Papa, la teoría de las Relecturas del Evangelio: que no consisten en leerlo mejor para entenderlo tal cual es, sino en aprovecharlo como trampolín para trasponerlo a otra sig­nificación distinta, con la que guarda más o menos semejan­za en algún aspecto.

En nuestros días estamos asistiendo a una apologética al revés. No defendemos a Cristo; nos defendemos a nosotros mismos en el intento de congraciarnos con el mundo, que nos lleva a tropezar ineluctablemente con Cristo, el que pro­clamó y padeció el escándalo de la Cruz. En este momento, para no pocos cristianos, las posturas de Cristo son incómo­das, o causa de vergüenza. Por eso prefieren instintivamente el aire del libro y de la historia del «Éxodo».

De lo que se trata es de rebasar a Jesús (marchando atrás hacia el «Éxodo»), pero sin dejar de referirse a Él. Esto se justifica con el pretexto de que El estuvo condicionado por su momento histórico y hay que trasponerlo para que se ajus­te al momento actual. Digamos en seguida que la trasposi­ción es válida cuando se trata de aplicaciones, ya que el Se­ñor vivió personalmente unas determinadas circunstancias, que no tienen por qué ser en todo las nuestras; pero no vale en cuanto a los criterios y las actitudes, que son precisamen­te la revelación de Jesús para todos los hombres hasta el fin de los tiempos. (Sin olvidar que en el punto más saliente, al que estamos aludiendo, las mismas «aplicaciones» contingen­tes coinciden con las del tiempo de Jesús, pues recurre la misma situación.)

En definitiva, la verdadera cuestión de fondo es si de ver­dad aceptamos a Jesús como norma vigente (9 bis), recono­ciendo la supremacía, el señorío eterno de su actitud, su caudillaje, su presencia ahora a la cabeza de todos los cris­tianos (incluidos los teólogos y los empeñados en luchas más o menos legítimas). Esto se llama fe. Si, por el contrario, sólo utilizamos a Jesús al servicio de nuestros planes autónomos, por mucho tinte cristiano que les demos, esto es negación de la fe. He aquí la cuestión de fondo y única, porque la res­puesta ahorraría muchas discusiones; en todo lo demás no sería difícil ponerse de acuerdo.

José Guerra Campos

Página para meditar 123

28 miércoles Ene 2015

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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Peregrinación a MontserratP.albacena

Hicimos nuestra peregrinación anual a la Virgen de Montserrat, cada día más numerosa y con más espíritu de reparación y súplica. Pero no podemos olvidar que nuestra peregrinación es ante todo un canto de alabanza y acción de gracias a nuestra Madre la Santísima Virgen. Nos ha concedido siempre, mucho más de lo que hubiéramos podido esperar. Por eso este año la carta que se le dirige a la Virgen llevaba estas escuetas palabras: “Gracias Señora. Gracias Madre. Gracias Reina.”

El día de San Joaquín y Santa Ana padres de la Santísima Virgen, se firmó el documento de propiedad de Sentmenat. Así respondió la Virgen María, a nuestra petición del pasado año, de que nos diera los medios necesarios para comprar el Colegio. virgen montserratY San Joaquín y Santa Ana que fueron la Providencia de Dios en la infancia de María, son para nosotros en ese admirable leguaje divino de los hechos, la Providencia de Dios a partir de ahora para proteger este pequeño Colegio recién nacido que llevará el nombre de María. ¿Queréis comprender cómo María nos da el ciento por uno si solamente nos preocupamos de su Gloria y de la de su divino Hijo?

Después vendrán como hasta hoy, vocaciones, santos matrimonios, misioneros. Porque en la acción de gracias a nuestra Madre se recapitula toda petición: “dadme vuestro amor y gracia que esto me basta.”

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 123, noviembre de 1988

Padres de Familia responsables

24 sábado Ene 2015

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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Nuestros militantes defienden al Papa en tres artículos

La  ignorancia es muy atrevida

Quisiera hablaros de la rueda de prensa que su Santidad, el Papa Francisco, dio en su regreso de Manila, y la contestación que dio a una pregunta que le hicieron y que ha dado mucho que hablar. La pregunta, hecha por un periodista del grupo alemán, fue la siguiente:papa-francisco-avion--644x362

“Usted ha hablado de muchos niños en las Filipinas, de su alegría, que hay muchos. Según los sondeos, la mayoría de la población filipina cree que el aumento de los filipinos es una de las razones más importantes de la gran pobreza en el país. En promedio, una mujer filipina da a luz tres niños en su vida, y la posición católica en relación a la contracepción parece ser una de las cuestiones por las que mucha gente en Filipinas no está de acuerdo con la Iglesia, ¿qué piensa sobre esto?”

La respuesta del Papa, entre otras cosas, fue la siguiente: “La palabra clave, para darle una respuesta, y una que la Iglesia siempre usa todo el tiempo, y yo también, es la paternidad responsable. ¿Cómo se hace esto? Con el diálogo. Cada persona, con su pastor, busca cómo realizar esta paternidad responsable.

El ejemplo que mencioné hace poco antes sobre la mujer que está esperando su octavo (hijo) y ya tenía siete que han nacido por cesárea. Esto es una irresponsabilidad. (Esa mujer puede decir) ‘no, yo confío en Dios’, pero Dios te da métodos para ser responsable. Algunos creen que, disculpen la palabra, eh, que para ser buenos católicos tenemos que ser como conejos. No. Paternidad responsable. Esto es claro y por esto en la Iglesia hay grupos matrimoniales, hay expertos en esta materia, hay pastores, uno puede buscar y sé que hay muchas, muchas maneras que son lícitas y que han ayudado.

Y otra cosa en relación con esto es que para la gente más pobre, un niño es un tesoro. Es verdad que debes ser prudente aquí también, pero para ellos un niño es un tesoro. (Alguien diría) ‘Dios sabe cómo ayudarme’ y tal vez alguno de ellos no son prudentes, esto es cierto. Paternidad responsable, pero vamos también a mirar la generosidad del padre y la madre que ven un tesoro en cada niño”.

Viendo las críticas que el Papa recibía en una red social, mi marido Antonio, zanjó el tema de esta manera:

“Vuelvo a insistir, por última vez, en la necesidad de hacer una lectura pausada y serena de lo publicado por Aciprensa, o mejor por medios fiables del Vaticano. Las prisas y el calor de la sangre no son buenos consejeros. Observo que algunos comentarios muestran, de entrada, un rechazo claro a este Papa, cuando no se le insulta, “tipejo”. La paternidad responsable, que menciona el papa Francisco, no se mide por el número de hijos que se tiene, sino por el amor que se da a cada uno de ellos. No por tener muchos hijos se es mejor católico, ni por tener pocos se es peor católico. El Papa responde a una realidad vivida en Filipinas, donde puede ser grave responsabilidad de los padres poner los medios lícitos, que el Papa menciona, para tener los hijos convenientes para el bien de la familia en situación de precariedad extrema. Medios que solo son lícitos ante situaciones verdaderamente graves, como es el caso. Y estoy totalmente de acuerdo con la necesidad del consejo de buenos sacerdotes, y no la crítica gratuita. Creo que el ser padre de 12 hijos, más tres en el Cielo, me da conocimiento del tema. En el tema del aborto el papa Francisco ha sido muy claro  últimamente, y lo mismo en el tema de la familia.

Si mi padre hiciera un comentario que me desagradara y no entendiera, antes de hablar mal de él públicamente, intentaría comprenderlo, y siempre le concedería el beneficio de la duda. Pues el Papa es mi padre, es el padre de todos los católicos, el dulce Cristo en la Tierra. Y tanto criticar tiene un tufillo protestante… que un católico no se lo debería permitir. Como dice San Ambrosio “Ubi est Petrus, ibi est Ecclesia; non est Ecclesia, ubi non est Petrus”.

Ya esperas, críticas de sectores que no son Iglesia y como siempre, sacan de contexto las palabras del Papa. Pero, duele en el alma, ver que hay gente “de iglesia”, que sin esperar a saber de tales palabras, corren inmediatamente  a poner su opinión, y a criticar al Papa por sus palabras. En cambio cuando el Papa nos habla de la alegría del vivir en una familia cristiana y de la defensa de la vida de los niños no nacidos, ¡ah! entonces, esos mismos que critican se quedan mudos. Como dice el Señor “quien tenga oídos, que oiga”. Señores, la ignorancia es muy atrevida, no podemos tirar piedras en nuestro propio tejado, ya hay quien las tira y muy grandes. Rezar más y criticar menos.

Me quito el sombrero, ante la respuesta que dio mi amiga, Teresa Escudero, madre de ocho hijos, en dicha red, y que ofrecemos en el siguiente articulo.

Matrimonio Sellas-Vila

__________

Tener hijos como conejos.

“Confío que cuando el Papa dice que no hay que tener hijos como conejos se refiere que, tanto para los católicos como para los no católicos, un hijo es una gran responsabilidad y que no se puede dejar a la buena de Dios. Me explico. Dios ha querido que las relaciones en un matrimonio sirvan para el crecimiento en el amor entre los esposos, el remedio de la concupiscencia y la procreación. Nadie tiene que decirle a un matrimonio cuántos hijos tienen que traer al mundo. La Iglesia haciendo eco a lo que sería bueno para la población mundial, para que ésta no envejezca (hecho que está pasando y que a todos nos va a afectar y gravemente), aconseja lo que más o menos ha dicho el Papa, que sería conveniente, no obligado, el tener tres hijos, de tal manera que si un matrimonio por la causa que fuere no puede tener más que uno (ya sea por salud, ya sea por no llegar a final de mes), pues no pasa nada; ahora bien si no se quiere tener más por egoísmo, por vivir más cómodamente, entonces no se cumple con la paternidad responsable.familia_numerosa

Ahora bien, imagino que cuando dice lo de «procrear como conejos no es de católicos» se refiere a que traer hijos al mundo es algo muy sagrado y que traer un hijo al mundo no es como hacen los conejos, los gatos, cualquier animal: copulan y se olvidan de que de ese acto puede nacer un ser. Engendrar un hijo es lo más hermoso que puede haber, es fruto del amor de los padres, pero también es dedicarse por entero a su cuidado de cuerpo y alma, proveerle todo lo necesario para su educación. Y si ese matrimonio no está preparado, no va a poder ni siquiera dar de comer a sus hijos, o hay un caso muy grave de salud de la madre.  Dios ha puesto esos medios naturales de los que hablaba el Papa, para ello. Aunque si aún así por no faltar a una de las tres razones del matrimonio (el remedio de la concupiscencia), viene un hijo en camino, Dios bendecirá a ese matrimonio y de una manera u otra le ayudará, no olvidemos que es Dios el autor de la vida y nosotros sólo somos un instrumento.

Cuando un católico decide tener familia numerosa porque quiere tener hijos para Dios y obra en consecuencia, eso también es «paternidad responsable». Acabo diciendo que el Papa nos dice que los católicos no pueden ser como los conejos que engendran sin ser conscientes de lo que hacen. El católico que tiene los hijos que Dios le quiera dar sabiendo que los quiere para el Cielo, y trabajando por hacer de ellos personas de bien en la Tierra, no tiene que sentirse «conejo» sino partícipe de la obra de Dios.

Cuando el Santo Padre ha hablado de esta manera ha dejado claro que el tener hijos, tanto si es uno, como quince, es de una responsabilidad tal que no se puede tomar a la ligera, que es un compromiso de amor y de por vida tal hacia esos hijos que no se puede dejar a un momento de capricho. En ningún momento ha dicho que no formemos familias numerosas los católicos.”

El Papa está con las familias numerosas. ¿Y qué ha dicho el Papa sobre las familias numerosas? Hace unas semanas, el 28 de diciembre pasado, el Papa tuvo un encuentro en el Aula Pablo VI, con la Asociación Nacional de Familias Numerosas de Italia con ocasión de su 10° aniversario. El Papa, expresó su alegría por la presencia de niños en este encuentro y afirmó que,

“… cada uno de sus hijos es una criatura única que no se repetirá nunca más en la historia de la humanidad. Cuando se entiende esto, a saber, que cada uno ha sido querido por Dios, ¡se queda maravillado del milagro que es un hijo!”

En ese sentido, se dirigió a los menores y les dijo que “cada uno de ustedes es fruto único del amor, vienen del amor y crecen en el amor. ¡Son únicos, pero no están solos!”. Porque, según el Papa, “el hecho de tener hermanos y hermanas les hace bien: los hijos y las hijas de una familia numerosa son más capaces de comunión fraterna desde la infancia. Y es que en un mundo marcado a menudo por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de compartir; y estas actitudes van después en beneficio de toda la sociedad”.

Finalmente, aseguró que “siempre agradezco al Señor el ver a padres y madres de familias numerosas, junto a sus hijos, que participan en la vida de la Iglesia y de la sociedad”.

Y termino este escrito poniendo las palabras que dijo el Papa en Manila, el 16 de Enero pasado:

“A José le fue revelada la voluntad de Dios durante el descanso. En este momento de descanso en el Señor, cuando nos detenemos de nuestras muchas obligaciones y actividades diarias, Dios también nos habla. Para oír y aceptar la llamada de Dios, y preparar una casa para Jesús, debéis ser capaces de descansar en el Señor. Debéis dedicar tiempo cada día a la oración. Es posible que me digáis: Santo Padre, yo quiero orar, pero tengo mucho trabajo. Tengo que cuidar de mis hijos; además están las tareas del hogar; estoy muy cansado incluso para dormir bien. Y seguramente es así, pero si no oramos, no conoceremos la cosa más importante de todas: la voluntad de Dios sobre nosotros. Y a pesar de toda nuestra actividad y ajetreo, sin la oración, lograremos muy poco.

En la familia aprendemos a amar, a perdonar, a ser generosos y abiertos, no cerrados y egoístas. Aprendemos a ir más allá de nuestras propias necesidades, para encontrar a los demás y compartir nuestras vidas con ellos. Por eso es tan importante rezar en familia. Por eso las familias son tan importantes en el plan de Dios sobre la Iglesia”.

El Papa alentó a todos a proteger a las familias y a ser “ejemplo vivo de amor, de perdón y atención. Sed santuarios de respeto a la vida, proclamando la sacralidad de toda vida humana desde su concepción hasta la muerte natural. ¡Qué don para la sociedad si cada familia cristiana viviera plenamente su noble vocación! Levantaos con Jesús y María, y seguid el camino que el Señor traza para cada uno de vosotros”.

 Teresa Escudero Aguilar

 __________

Criticar es fácil

El P. Alba nos decía que “criticar es fácil, lo difícil es hacer”

En estos últimos días, a consecuencia de unas palabras dichas por el Santo Padre Francisco, he oído toda clase de desprecios y críticas hacia su persona, y me ha dolido el corazón pues no eran de fuera de la Iglesia, sino de personas, que ellas mismas se consideran “buenas”, dentro de la misma Iglesia. Y me veo en conciencia obligada a escribir cuatro letras y defender, dentro de lo poco que yo pueda, al Santo Padre, nuestro Dulce Cristo en la tierra.    
familias

Hoy en día no sabemos tener una conversación sin sacar a relucir los defectos del prójimo, y es un pecado al que nadie presta mayor importancia, pero es considerado de  examen de conciencia, y es materia de confesión y enmienda.

Cuando criticamos la conducta de los demás y vemos sus faltas y pedimos implacables las máximas sanciones, deberíamos tener presente esa frase del Señor “el que esté libre de pecado, tire la primera piedra”. Nuestro orgullo nos hace ver las faltas que cometen los demás, pero un examen objetivo de conciencia nos mostraría el dolor que nosotros mismos provocamos a Dios con nuestras críticas. Para lograr la mayor gloria de Dios, para que el mal no triunfe y las almas se salven, debemos reparar nuestras faltas ¡cuan contrario a ese bien, es la murmuración y la critica! Nuestro egoísmo hace pesar más el gusto de ver los fallos de los demás, que el bien del que estamos hablando.

¿Es pecado hacer críticas al Papa? No lo sé… Pero hablar bien del Papa es de justicia, es de caridad y respeto. El Papa, sea quien sea, es el Papa. Y esa razón es suficiente motivo para asegurar nuestro respeto y nuestra obediencia. Es aquel que, en primer lugar, garantiza, porque así ha sido la voluntad de Cristo, la fidelidad al depósito de la fe. La comunión plena con el Papa es garantía de permanencia en la unidad de la Iglesia. Pero, como católico, no me basta con decir que debemos obedecer y respetar al Papa. Eso es muy poco. Hay que acogerlo, reconocerlo como Pastor universal, y amarlo. El Papa debe ser amado. Yo entiendo que la Iglesia es la familia de Dios y que, en la Iglesia, como en toda familia buena, se acoge al padre con amor.

¿Es pecado criticar cualquier gesto del Papa? Seguramente, no. Pero, si es oportuna una crítica, habrá que hacerla con respeto, obediencia y amor. Lo que yo veo absolutamente contrario al espíritu católico es un criticismo exagerado que predispone a algunos, por lo que se ve, a examinar con lupa cualquier gesto o palabra del Papa para, inmediatamente, cargar contra él.

Defender al Santo Padre es una de las grandes misiones que tiene un cristiano sobre la tierra. El amor que un católico ha de tener al Vicario de Cristo es clara señal de identidad que nos debe unir a todos en la Santa Madre Iglesia. Sabemos que el Papa puede equivocarse en la medida en que es un ser humano, como se equivocó Pedro. El propio papa Francisco dijo, en una de sus audiencias, que también hay “papas pecadores”. Es por ello que acude al Sacramento de la Confesión de manera frecuente, pues no consiste la santidad en no caerse nunca, sino en levantarse siempre.

Pues quien habla bien del Papa, lo está haciendo del mismo Cristo. El hombre fiel a Dios, no se atreverá a hacer ningún tipo de crítica al Santo Padre. Critican al Papa porque  no han comprendido el Evangelio, no han entendido a Cristo, que rechaza toda crítica y murmuración a los demás. Hay gente que se esconde detrás del que “se tienen que decir las cosas por su nombre”. Gentes que se tienen por cristianas, se imaginan antes que nada, el mal. Sin prueba alguna, lo presuponen, y no solo lo piensan, sino que se atreven a expresarlo en un juicio aventurado, delante de la gente.

Qué fácil es criticar y juzgar y de esta forma llegar a despreciar a los demás. Se critica censurando negativamente a las personas y a sus actos, se juzga a las personas valorando sus acciones y se emite un dictamen o sentencia sobre ellas, pensando que se tiene autoridad para ello, de aquí al desprecio al criticado y juzgado, solo hay un paso. Por lo tanto no existe nada más grave, que juzgar y despreciar al prójimo. ¿Por qué mejor no nos juzgamos a nosotros mismos, ya que conocemos íntimamente nuestras faltas, pecados y defectos, de los cuales sabemos que debemos rendir cuentas a Dios?

Podemos llegar a un cinismo religioso, creyendo que Dios nos sobreprotege y nos evita asumir las consecuencias de nuestros actos. Pues tenemos que saber que Dios, no va a quitarnos nuestra responsabilidad histórica ante el mundo, de nuestros actos y criticas y tendremos que responder por ello.

Se ha escuchado decir en estos días que las ovejas se están cansando de la actitud del Papa Francisco. Esto, además de no ser correcto, es una gran piedra de escándalo, no solo para el crecimiento de la Iglesia, sino para la predicación del Evangelio a todos aquellos que no han oído hablar de Cristo. Es un horrible mal ejemplo para los humildes de espíritu que acuden a la Iglesia buscando a Dios y se encuentran con personas altivas dentro de ella.

En palabras del mismo Papa Francisco, “la murmuración tiene una dimensión criminal, porque cada vez que hablamos mal de nuestros hermanos, imitamos el gesto homicida de Caín”.  “No hay murmuración inocente, la lengua es para alabar a Dios, pero cuando la usamos para hablar mal del hermano o de la hermana, la usamos para matar a Dios”, “la imagen de Dios en el hermano”.

Criticar es una mala costumbre que destruye nuestra alma, nuestra relación con los demás, nuestra reputación y peor aún, nuestra relación con Dios.

María Lourdes Vila Morera.

 

 

 

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