Nos pidieron a mi marido y a mí, que diésemos una conferencia sobre la familia, los hijos y en contra del aborto, en un centro de asistencia para acompañar a las madres con dificultades, “Casa Guadalupe” en Sabadell. Nos dijeron que, al ser padres de 12 hijos, tendríamos mucho que explicar para ayudar con nuestras palabras a las madres con respecto a sus hijos o a aquellas mujeres embarazadas que tenían intención de abortar.
Empezamos la charla rezando un avemaría, y comencé diciendo que mucha gente nos pregunta por qué tantos hijos, y qué valiente eres, la respuesta es siempre la misma, el valiente es Dios de fiarse de mí, y poner su confianza en nuestras manos para que a los hijos que nos presta, -pues Dios nos los ha prestado, no dado-, seamos capaces de educarlos bien y así ensañarles el camino del Cielo. A veces nos han dicho que no es ser responsable el solo hecho de tener tantos hijos, y yo respondo que no medimos nuestro sentido de responsabilidad por el número de hijos que tenemos, sino por el amor que damos a cada uno de ellos.
Este mundo ha lavado la mente de las personas para sentirse mal y sentirse culpables ante un embarazo, ante un hijo, ante la mayor alegría de su vida, como es tener un hijo. Las excusas y mentiras que el mundo de hoy ha enseñado a muchas mujeres cuando hay un embarazo es: que si “te arruinará la vida”, que si “no es el momento”, que si “ya tendrás tiempo más adelante”, todo es mentira, pues un hijo es la razón del vivir y la felicidad de su madre; una madre es capaz de todo por su hijo, de cualquier sacrificio y ¡con alegría! Los hijos se quieren por encima de todo, por encima del miedo, de los imprevistos, de las incomodidades, del dinero. Nada tiene valor sin los hijos, y es ofensivo cuando hablan de un hijo y de las cosas, como si fuesen intercambiables, ¿cómo puedes cambiar a un niño por una cosa?
En estos tiempos donde las familias se dejan llevar por las corrientes de un consumismo desenfrenado de poseer bienes materiales. Solo hay que ver la televisión, todo es “compra eso, compra aquello, si quieres ser feliz”… Y nos venden una felicidad engañosa, a costa de un gran sacrificio, el de perder los verdaderos valores que llevan a la felicidad, como son los hijos, y una sin darse cuenta, quiere poseer bienes efímeros que ni siquiera dejan paz en el corazón ni felicidad en el alma, dejando la convivencia familiar, que pasa al último lugar. ¿Y los hijos? ¿Dónde quedan ellos en toda esta vida?, no hay tiempo para ellos, se les da juguetes, ropa y distracciones, para que no molesten a los padres, que están ocupados en hacer dinero para poseer más, y quedan los hijos con más cosas y menos amor.
El mejor lugar para aprender a vivir el amor es el hogar, y en el hogar es donde las virtudes son más simples porque se dan de forma natural, es donde se aprende a perdonar antes de que el otro se disculpe, a ser generosos en la entrega y no fundar la felicidad en lo que se recibe, sino en lo que se da con alegría, a saber esperar, a tolerar a los hermanos, ser más independiente, ayudar, antes de que te lo pidan, apoyarse entre ellos, y claro está que en una familia de muchos hijos también hay discusiones como en todas las familias, y en las virtudes y defectos los padres tenemos mucho que enseñar y educar con amor. Porque los padres tenemos el potencial de desarrollar un amor único para cada uno de nuestros hijos. Los hijos no tienen que ser iguales, cada hijo es distinto, de hecho la diferencia es la que les hace únicos y valiosos.
A veces me he preguntado por qué Dios nos envió a mi hija Mª Lourdes, con síndrome de Down; nació con el corazón muy mal y después de operarla, a sus ocho meses, Dios se la llevó al cielo. Tenía una misión que solo podía realizar siendo tal como era. Jamás pensé que pudiera tener una hija así, pero esos niños son un regalo del cielo y me doy cuenta de que también en el sufrimiento uno puede ser realmente feliz, pues ella vino a probar nuestra capacidad de amar, vino a enseñarnos a valorar la sonrisa del que no puede valerse por sí mismo y nos retó a vivir de cara a lo que realmente vale la pena y no de cara a las cosas materiales que se acaban. Aprendí a mirar con los ojos del alma, me enseñó muchas lecciones y me hizo realizarme como madre y como mujer, descubriendo que lo que más feliz me hacía era amarla y tener la oportunidad de hacer algo por ella. Mi marido y yo estamos seguros de que nuestro sacrificio valió la pena y que tenemos en el Cielo a un angelito que no se olvida de nosotros.
A pesar de que me gustaría llenar a mis hijos de obsequios, he comprendido que lo que realmente tiene valor es lo que se da de corazón. Un recuerdo muy bonito que tengo en la memoria es de mi hija María, que con dos años de edad, estaba sentada en el suelo, al lado de su hermano pequeño, mientras yo hacia la cena, y la sentí suspirar y le pregunté qué le pasaba, y ella contesto con toda sencillez “¡soy feliz!, mamá me quiere, papá también, ¡soy feliz!”. No sería demasiado afirmar que, una persona que viene de una familia unida y en la que hay amor, tiene una gran ventaja en la vida. Contar con el amor de los padres hace que los desafíos de la vida sean mucho más fáciles de afrontar.
¿Quién nos enseña a amar? Indudablemente los que nos enseñan a amar por encima de todo son los padres. Los hijos necesitan que los padres les manifiesten su afecto con señales más visibles que su atención y preocupación, con gestos de cariño, abrazos, besos. Algo que ha ayudado mucho a mi familia es el simple hecho de asegurarnos de que nuestros hijos se despidan antes de irse a dormir con un beso a papá y a mamá y una bendición de nuestra parte.
Los hijos deben aprender de nosotras, las madres, a quererse a sí mismos, amarse y aceptarse tal como son, tenemos la obligación de que nuestros hijos vean, que son únicos, especiales, hermosos y valiosos para Dios. El amor de tus hijos y hacia tus hijos, es eso que te hace despertar cada día, te da aliento, esperanza y fuerza para afrontar todos los obstáculos que se te presentan en la vida. Los padres debemos vivir de tal manera que, cuando nuestros hijos piensen en justicia, cariño e integridad, piensen en nosotros.
Matrimonio Sellas-Vila, Mª Lourdes.