canoLa Gran Muralla de la Mentira es: la democracia sin Dios. La mentira diabólica “seréis como dioses”, está llegando a su máximo exterminador. Eva dijo a Dios: “La serpiente me sedujo y comí” (Gé 3,13). El diablo siempre miente y, hoy más que nunca, va repitiendo: “No, no moriréis, es que Dios sabe que el día en que comáis de él (del fruto prohibido) seréis como dioses en el conocimiento del bien y del mal” (Gen 3,4). Hombre y mujer democratista: eres dios cuando asesinas a niños y niñas inocentes en las entrañas de sus madres; eres dios cuando destrozas a la familia divorciándote culpablemente; eres dios, si asesinas a enfermos y ancianos con la eutanasia; eres dios si te corrompes con los vicios; eres dios, si mientes, sobre todo cuando mientes, “miente siempre” y serás dios, diabólico.

Ya el salmista clamaba: “Sálvame, Señor que se acaban los buenos, que desaparece la lealtad ante los hombres: No hacen más que mentir a su prójimo”. Y así, seguimos: “El pueblo es soberano”. ¡Mentira! El único soberano es Cristo, Rey de las naciones. “La Iglesia Católica es la Iglesia de los ricos” ¡Mentira! Los domingos apenas si se ve un rico en Misa. Los pobres de verdad, saben que siempre les ayuda la Iglesia de Cristo. “Interrupción del embarazo”. ¡Mentira! Asesinato de niños y niñas inocentes. “Matrimonio homosexual” ¡Mentira! Convivencia de dos hombres. “Franco fue un asesino y un tirano” ¡Mentira! Franco ha sido el jefe de Estado más alabado por la Jerarquía católica – en vida y después de su muerte – en los últimos siglos. A mi entender, Franco es santo.

El Papa Francisco habla mucho del culto que se da a los ídolos. El demonio hoy, como nunca, pide sacrificios de niños y niñas inocentes. El salmo 106, 36-38, dice: “Adoraron a los ídolos y cayeron en sus lazos; inmolaron a los demonios sus hijos y sus hijas. Derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, inmolados a los ídolos de Canaán, y profanaron la tierra con su sangre”.RAJOY CIERRA SU VIAJE A CHINA CON UNA VISITA A LA GRAN MURALLA

Jesús dijo a los que querían matarlo: “Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre… Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo porque es mentiroso y padre de la mentira. En cambio a mí, porque os digo la verdad, no me creéis” (Jn 8, 41-45). Todos los que mienten contra Dios y su Iglesia son hijos del diablo.

Uno de esos endiablados fue el masón Voltaire, jefe de la Revolución Cultural francesa que culminó en la sangrienta Revolución Francesa contra la Iglesia Católica. Su lema fue siempre: “aplastar a la Infame, destruir la Iglesia Católica”. Su consigna: “Hay que mentir como un diablo, no tímidamente, no sólo durante un tiempo, sino descaradamente y siempre”. D’Alember le llamaba el “Anticristo”.

No podemos decir de Voltaire que “murió la muerte de los justos”. El médico de cabecera, que era protestante, relata así sus últimos momentos: “No puedo pensar en su fin sin horror. La muerte estaba siempre delante de sus ojos. Piensen en la furia de Orestes, ¡una semejante se apoderó de su alma! Furiis agitatus obiit. Preso  de furiosas agitaciones, lanzaba gritos desaforados, se revolvía, crispábansele las manos, se laceraba con las uñas. Al acercarse el fatal momento, una redoblada desesperación se apoderó del moribundo: gritaba, diciendo que sentía una mano invisible arrastrarle ante el tribunal de Dios. Finalmente, para calmar la ardiente sed que le devoraba, llevóse a su boca el vaso de noche, lanzó su último grito, y expiró entre las inmundicias y la sangre que le salían de la boca y las narices”. Tenía 84 años. Sus hermanos masones no dejaron que entrara un sacerdote en la habitación.

La Iglesia, aunque Voltaire estaba bautizado, se negó a enterrarlo en tierra sagrada. “No moriréis” dijo el demonio a Eva. Y millones, como Voltaire, se lo creyeron. Vamos a morir y vamos a ser juzgados por Cristo. Si no nos convertimos en vida, viviremos eternamente atormentados en el infierno.

Manuel Martínez Cano, mCR