Inmaculada, Medianera, Madre

La figura de María no debe suscitar en nosotros una mera contemplación extática de sus privilegios, sino también, y principalmente, una marcha dinámica hacia Cristo, como la de Ella, con Ella y en Ella.

La oración sacerdotal de Jesús: «Yo en ellos y Tú en Mí» (Jn 17, 23), se eleva en favor de todos los cristianos. Si algún alma cristiana realizó plenamente en sí esa estrecha fusión con Cristo, ésa es precisamente María, el primer templo vivo de Dios, en donde el Espíritu Santo y toda la Trinidad augusta habitaron hasta la deificación más inconcebible que se puede imaginar en persona humana.

Virgen InmaculadaSi Pablo pudo decir: «Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí» (Gá 2, 20), ¿no se realizaría esa identificación con Cristo, mucho mejor en María? Si «el corazón de Pablo es el Corazón de Cristo» según san Juan Crisóstomo, ¿no podría decirse con mayor razón que «el Corazón de María es el Corazón de Cristo»?

María, en razón de su vida totalmente cristificada yen razón de su elección para Madre de Dios, es la criatura que realiza mejor los planes de Dios en el hombre. Hasta el punto de que en María se puede decir que no hay un latido ni un pensamiento que no sea para Cristo, más aún, que no proceda de Cristo. Jesucristo es el único «Mediador de la Nueva Alianza» (Hebr.9, 5; 12, 24). Pero si María está fusionada tan íntimamente al Corazón de su Hijo, se puede entender la Mediación de María a la luz de esta fusión íntima con Cristo, operada -en Ella. No hay dos mediaciones, sino una sola.

María Medianera

Al hablar de María Medianera, podemos adivinar que es Cristo Mediador el que actúa desde lo más interno del Corazón de María, o que es María la que obtiene gracias -la gracia del Espíritu Santo-desde lo más íntimo del Ser de Cristo. La terminología técnica sobre la Mediación Universal de María ha complicado demasiado la sencillez de una realidad objetiva que se ilumina bíblicamente al leer despacio nuevamente: «Tú en Mi y Yo en María», o a «Tu Espíritu en Mí y Yo en María, y María en Mí».

María, templo del Espíritu Santo, Sagrario de Dios, no es templo cerrado, sino él abierto a sus hijos. Si fue elegida Madre de la humanidad al pie de la Cruz, fue precisamente para engendrar hijos de Dios, dignos de Ella y dignos del Padre. Su acción maternal la realiza continuamente por la continua efusión del Espíritu Santo que Ella transmite sobre los que la invocan con sencillez humilde y filial. El dogma de Éfeso -la «Zeótokos»-, en el 431, se capta hoy en su plenitud, al ver que María no sólo engendra a Dios en Jesús, sino también en los -cristianos. A Él, dándole la humanidad y a nosotros transmitiéndonos la divinidad que procede de Él.

María Madre

Por María nos llegó Cristo al mundo. El mundo sólo podrá remontarse a Cristo, o cristificarse, a través de María. Ella es como un espejo transparente. a través del cual podemos mirar a un Dios inefable, y Dios nos mira a nosotros. María es el cristal azul que se interpone entre la humanidad caída y el Dios tres veces santo. Ya podemos mirar a Dio~. Y Dios puede posar sus ojos en nosotros. La sonrisa materna de María dignifica y facilita las relaciones entre los hombres y Dios.

El bautismo es una consagración a la Trinidad. O es como el beso de Dios al alma, en la que Él deja estampada su propia imagen. Al darnos Jesús a María por Madre, el bautismo no viene a ser otra cosa que el beso de Dios al alma a través de los labios maternales de María. Y queda ya en el alma la huella del Espíritu Santo, o es el-mismo Dios Trinidad que inicia su morada en el nuevo cristiano (Jn 14, 23) Si cada cristiano se convierte así en el templo de Dios, María es el templo más grandioso del Espíritu Santo que se pueda concebir. Pero no es una catedral gótica o románica para ser admirada por fuera, sino para entrar en ella y salir impregnado de ese Dios que inunda, como el incienso, su interior. Se entiende así mejor la Maternidad de María. Ante la viuda de Naím, a Jesús «le dio un vuelco el Corazón» -según el texto original de Lucas 7, 13, que usa el verbo griego «esplanjnisze»-y el hijo muerto recobró la vida. Ante María al pie de la Cruz -como a otra viuda de Naím- a Jesús no se le conmueve, sino que se le rompe el Corazón. Y no devuelve Él directamente la vida (Lc 7, 15) al hijo muerto, la humanidad, sino que dice a la humanidad: «He ahí a tu Madre» (Jn 19, 27), como significando: «Ella es la que os dará la vida. Esta vida que brota de mi Costado abierto, pero que se os comunicará a través de su Maternidad».

Glorificar a Dios

Vivir esa Maternidad de María en esta «hora de María» y en la «era de María», no es abandonarse a una mera pasividad. Ella -como la mejor de las madres, y siempre con su sonrisa que dulcifica al sacrificio- nos hará amar la Cruz, nos inducirá suavemente a las mayores renuncias y nos enseñará el arte de la verdadera humildad -algo muy distinto de lo que se lee en ciertos manuales-. La humildad de María reflejada en nosotros, nos hará sentir nuestra «nada» y nos moverá a cantar como nadie las maravillas de Dios y a trabajar en las más grandes empresas -aun ocultas-que den a Dios la gloria que Él se merece. El silencio de María, en el que supo meditar «en tantas cosas», nos enseñará a escuchar mejor a Dios y a vivir más intensamente las peticiones del Padrenuestro: «santificado sea tu nombre», «venga a nosotros tu Reino», «que se haga tu voluntad en la tierra, Como en el cielo».

Una corona de doce estrellas

Abandonarnos a María, o vivir como en su Corazón, es la fórmula definitiva para ir creciendo rápidamente en Cristo y llenarse más y más de Dios. La humanidad de la «Esclava del Señor» atrajo sobre Ella al Espíritu Santo. Hacer nuestra su humildad, o diríamos mejor, meternos en Ella, es el camino más genial y más breve para una cristificación progresiva. María cristificada y cristificadora. Imitable en su grandeza. Y cristificante por su Maternidad. La palabra dirigida a Ella que más puede arrebatar su Corazón y el de Dios, es, prácticamente, la que nos enseñó Jesús antes de morir: «He ahí a tu Madre». Algunos dicen que Dios ha muerto… Puede ser en las almas que no admiten a la Engendradora de Dios. Para los que aceptan la Maternidad de María, Dios vive, y con extraordinaria vitalidad, modelando una raza de santos como tal vez jamás conoció la historia. En el Concilio de Éfeso se la ensalzó tanto a Ella -y es verdad que Ella todo se lo merece-que se la llegó a alejar de los cristianos, de tal manera, que sólo muy lentamente iban descubriendo en Ella a la verdadera Madre nuestra. En doce Concilios posteriores -como una corona de doce estrellas-se ha ido captando a la vez más luz sobre la Maternidad de María en nosotros. Y hoy la fe nos pone en nuestras manos la fórmula sencillísima de la Maternidad de María, que escomo la energía nuclear de la santidad, capaz de revolver al mundo para transformarlo en la «radiante primavera» que tanto deseamos. Estas consideraciones nos muy adecuadas para entender la festividad de la Inmaculada.

«SI AMO A MARÍA ESTOY SEGURO DE MI PERSEVERANCIA, Y OBTENDRÉ DE DIOS TODO LO QUE QUIERA», exclama san Juan Berchmans. Para ello no podemos olvidarnos cada mañana y cada noche de rezar a nuestra Madre las TRES AVEMARÍAS.

Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10