Varios de los más veteranos de nuestra Asamblea, recordamos con nostalgia aquellos años en los que la palabra de un aldeano valía más, para fiarnos unos de otros, que todos los papeles que firmamos ahora. La palabra de un hombre de honor, vale más que todos los papeles firmados por hombres de ahora (coetáneos, se dice) que han olvidado el honor y la honradez.
La señorita periodista de nuestra Aldea, que acompañó al Santo Padre Francisco en el avión de su viaje apostólico a las Filipinas, nos informó de casos de corrupción que dijo el Papa. En 2001 preguntó al jefe de gabinete del presidente de Argentina: “Dígame, de las ayudas que envían al interior del país, en efectivo o alimentos, ropa, ¿cuánto llega a su destino?” -Me contestó: “El 35%”. Corrupción. Pecado que clama al Cielo.
En 1994, apenas nombrado obispo del barrio de Flores en Buenos Aires, el Papa dijo que: “vinieron a verme dos empleados o funcionarios de un ministerio para decirme:”Usted tiene muchas necesidades aquí, con tantos pobres en las Villas miseria. Nosotros podemos ayudarle. Si quiere le podemos dar una ayuda de 400.000 pesos – equivalentes a 400.000 dólares –, para poder hacerlo, nosotros lo depositamos y luego usted nos da la mitad”. El Papa se preguntó: “¿Qué hago? Los insulto y les doy una patada donde nunca da el sol, o me hago el tonto”. Los corruptos marcharon con los rabos entre las piernas. Sí, el diablo sabe que no se puede servir a Dios y al dinero. Tienta, tienta, tienta.
Pedrico, el predicaor