Queridos amigos:
Laudetur lesus Christus! Después de haber meditado sobre nuestro servicio a los más pobres, quiero ahora fijar la atención en otro punto central de nuestro carisma: el aspecto evangelizador, que, junto al anhelo educativo, es finalidad esencial en nuestro carisma. En efecto nuestra labor apostólica debe tener especial atención a la educación de la juventud necesitada y a la evangelización “ad gentes”. Debemos recordarnos siempre, y haciendo recordar a todos los que quieran compartir con nosotros el servicio a los pobres, que éstas son las finalidades propias y únicas del Opus Christi Salvatoris Mundi.
Es importante, por eso, tener muy en cuenta que el Opus Christi no es un Movimiento “humanitario” en el sentido reductivo del término, es decir, en cuanto abocado a una ayuda filantrópica, sino Que es más bien un Movimiento “humanitario” en el sentido pleno del término, o sea, en cuanto preocupado de Que todos los hombres. y todo el hombre, lleguen a madurar espiritual y físicamente como es digno de un hijo de Dios. Por ello, el Opus Christi es un Movimiento evangelizador Que debe hacer su lema del grito del Apóstol de las gentes: ¡Ay de mí si no evangelizara!.
En efecto, estamos convencidos de que Cristo ha querido y Quiere fuertemente, a los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo y les encomienda dos tareas principales: la evangelización humilde y silenciosa y, al mismo tiempo, el propio compromiso de toda la vida para permitirles a los pobres alcanzar condiciones de vida conformes a su dignidad de personas y de hijos de Dios.
Dedico por ello este artículo y el próximo a algunas reflexiones sobre nuestra tarea evangelizadora, y después me dedicaré a tratar acerca de la tarea educativa.
La denominación de “Opus Christi Salvatoris Mundi” designa nuestra participación en el carisma misionero de la Iglesia, yendo primeramente a Quienes no han conocido aún el Amor de Dios (cfr. Is 61, 1-3) Y tienen hambre de Dios y de pan. La Iglesia, Pueblo de Dios y Esposa de Cristo, es enviada, como Él, con la misión distintiva de ir “a evangelizar a los pobres” (Lc 4, 18), llegando “a todas las gentes hasta los confines de la tierra y la consumación de los siglos” (cfr. Mt 28,19-20; Me 16,15; Hch 2,8).
Por ello, nosotros los Misioneros Siervos de los Pobres TM, desde el corazón de la Iglesia, debemos alcanzar los rincones más humildes, donde viven los más pobres, en cuyos rostros se refleja más vivo el rostro de Cristo sufriente y redentor, los mismos Que se encuentran mayormente en los países llamados del “Tercer Mundo”.
No pocas veces se nos ha subrayado el hecho Que la denominación de “Tercer Mundo” parecería demasiado ofensiva y racista. Quiero aprovechar esta página para recordar Que utilizamos dicho término sobre todo en clave evangelizadora, así como lo hace la Iglesia, indicando con ello aquellas regiones que todavía no han sido alcanzadas por la Palabra de Vida del Evangelio o han sido alcanzadas de forma parcial, sin llegar a implantar y organizar a lo largo de los siglos una verdadera Iglesia local que, como nos recordaba San Juan Pablo 11, es el signo de la madurez alcanzada por una comunidad cristiana.
En dichos territorios el Opus Christi Salvatoris Mundi se siente llamado a trabajar de forma preeminente. Todo el trabajo que se pueda desarrollar en los países comúnmente llamados “occidentales” (en el campo de la formación, de los retiros espirituales, etc.) debe tener como finalidad el despertar las conciencias cristianas frente a la tarea evangelizadora, incluida la “ad gentes”.
Subrayar este punto me parece hoy en día de urgente necesidad, porque efectivamente hay muchos jóvenes católicos buenos en América Latina, en Europa y en los Estados Unidos; jóvenes que hacen muchas cosas, hablan mucho de Dios, participan en muchos encuentros juveniles, leen muchos libros, se juntan en diferentes actividades…, pero no conocen en profundidad la esencia del Evangelio, no han hecho experiencia de la fuerza del Espíritu Santo, no aman de veras a Dios. Muchos de ellos se aprovechan de la Iglesia y de Jesucristo para tener una buena conciencia, pero no aman de veras a Dios, ni a Jesucristo, ni a la Iglesia. Se aman a sí mismos.
¿En qué vemos esto? No evangelizan, no aman a los pobres, tienen miedo de consagrarse a Dios. ¿Y qué hacen? Esperan, pierden el tiempo, y hacen esperar a Dios y a los pobres. Hablan mucho, creen glorificar a Dios hablando, viajando, participando en varios encuentros, pero en realidad entristecen su divino Corazón.
¡Cuántos jóvenes dicen ser amigos de Jesucristo, pero realmente no le quieren, porque cuando Jesús les pide, como al joven rico, un sacrificio o una renuncia o una vida más exigente, se echan para atrás! Estos jóvenes no conocerán el Don de Dios, la alegría del Espíritu Santo, la alegría de los apóstoles.
En efecto, no era sólo una vida más exigente la que Jesús les prometía. ¡Era sobretodo una vida más alegre, la Vida verdadera!
Quiero terminar esta breve reflexión sobre la urgencia evangelizadora hacia los pobres, propia de la llamada cristiana, con las mismas palabras con las cuales termina la oración a Nuestra Señora delinca Perka:
Madre, por estas lágrimas tuyas, concede a los cóndores la fuerza de volar allá abajo, donde reinan la inseguridad, la autosuficiencia y los cálculos mezquinos… cada vez más abajo, hasta el pantano de la droga, de la corrupción, del mal y del pecado, para que presten sus alas a tantos jóvenes, permitiéndoles así remontar en vuelo hasta las cumbres de los Andes, en los cielos del Sur, y saborear el vértigo de la caridad cristiana y la alegría de servir a los más pobres.
G
Queridos amigos:
Laudetur lesus Christus! Después de haber meditado sobre nuestro servicio a los más pobres, quiero ahora fijar la atención en otro punto central de nuestro carisma: el aspecto evangelizador, que, junto al anhelo educativo, es finalidad
esencial en nuestro carisma. En efecto nuestra labor apostólica debe tener especial atención a la educación de la juventud necesitada y a la evangelización “ad gentes”. Debemos recordarnos siempre, y haciendo recordar a todos los que quieran compartir con nosotros el servicio a los pobres, que éstas son las finalidades propias y únicas del Opus Christi Salvatoris Mundi.
Es importante, por eso, tener muy en cuenta que el Opus Christi no es un Movimiento “humanitario” en el sentido reductivo del término, es decir, en cuanto abocado a una ayuda filantrópica, sino Que es más bien un Movimiento “humanitario” en el sentido pleno del término, o sea, en cuanto preocupado de Que todos los hombres. y todo el hombre, lleguen a madurar espiritual y físicamente como es digno de un hijo de Dios. Por ello, el Opus Christi es un Movimiento evangelizador Que debe hacer su lema del grito del Apóstol de las gentes: ¡Ay de mí si no evangelizara!.
En efecto, estamos convencidos de que Cristo ha querido y Quiere fuertemente, a los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo y les encomienda dos tareas principales: la evangelización humilde y silenciosa y, al mismo tiempo, el propio compromiso de toda la vida para permitirles a los pobres alcanzar condiciones de vida conformes a su dignidad de personas y de hijos de Dios.
Dedico por ello este artículo y el próximo a algunas reflexiones sobre nuestra tarea evangelizadora, y después me dedicaré a tratar acerca de la tarea educativa.
La denominación de “Opus Christi Salvatoris Mundi” designa nuestra participación en el carisma misionero de la Iglesia, yendo primeramente a Quienes no han conocido aún el Amor de Dios (cfr. Is 61, 1-3) Y tienen hambre de Dios y de pan. La Iglesia, Pueblo de Dios y Esposa de Cristo, es enviada, como Él, con la misión distintiva de ir “a evangelizar a los pobres” (Lc 4, 18), llegando “a todas las gentes hasta los confines de la tierra y la consumación de los siglos” (cfr. Mt 28,19-20; Me 16,15; Hch 2,8).
Por ello, nosotros los Misioneros Siervos de los Pobres TM, desde el corazón de la Iglesia, debemos alcanzar los rincones más humildes, donde viven los más pobres, en cuyos rostros se refleja más vivo el rostro de Cristo sufriente y redentor, los mismos Que se encuentran mayormente en los países llamados del “Tercer Mundo”.
No pocas veces se nos ha subrayado el hecho Que la denominación de “Tercer Mundo” parecería demasiado ofensiva y racista. Quiero aprovechar esta página para recordar Que utilizamos dicho término sobre todo en clave evangelizadora, así como lo hace la Iglesia, indicando con ello aquellas regiones que todavía no han sido alcanzadas por la Palabra de Vida del Evangelio o han sido alcanzadas de forma parcial, sin llegar a implantar y organizar a lo largo de los siglos una verdadera Iglesia local que, como nos recordaba San Juan Pablo 11, es el signo de la madurez alcanzada por una comunidad cristiana.
En dichos territorios el Opus Christi Salvatoris Mundi se siente llamado a trabajar de forma preeminente. Todo el trabajo que se pueda desarrollar en los países comúnmente llamados “occidentales” (en el campo de la formación, de los retiros espirituales, etc.) debe tener como finalidad el despertar las conciencias cristianas frente a la tarea evangelizadora, incluida la “ad gentes”.
Subrayar este punto me parece hoy en día de urgente necesidad, porque efectivamente hay muchos jóvenes católicos buenos en América Latina, en Europa y en los Estados Unidos; jóvenes que hacen muchas cosas, hablan mucho de Dios, participan en muchos encuentros juveniles, leen muchos libros, se juntan en diferentes actividades…, pero no conocen en profundidad la esencia del Evangelio, no han hecho experiencia de la fuerza del Espíritu Santo, no aman de veras a Dios. Muchos de ellos se aprovechan de la Iglesia y de Jesucristo para tener una buena conciencia, pero no aman de veras a Dios, ni a Jesucristo, ni a la Iglesia. Se aman a sí mismos.
¿En qué vemos esto? No evangelizan, no aman a los pobres, tienen miedo de consagrarse a Dios. ¿Y qué hacen? Esperan, pierden el tiempo, y hacen esperar a Dios y a los pobres. Hablan mucho, creen glorificar a Dios hablando, viajando, participando en varios encuentros, pero en realidad entristecen su divino Corazón.
¡Cuántos jóvenes dicen ser amigos de Jesucristo, pero realmente no le quieren, porque cuando Jesús les pide, como al joven rico, un sacrificio o una renuncia o una vida más exigente, se echan para atrás! Estos jóvenes no conocerán el Don de Dios, la alegría del Espíritu Santo, la alegría de los apóstoles.
En efecto, no era sólo una vida más exigente la que Jesús les prometía. ¡Era sobretodo una vida más alegre, la Vida verdadera!
Quiero terminar esta breve reflexión sobre la urgencia evangelizadora hacia los pobres, propia de la llamada cristiana, con las mismas palabras con las cuales termina la oración a Nuestra Señora delinca Perka:
Madre, por estas lágrimas tuyas, concede a los cóndores la fuerza de volar allá abajo, donde reinan la inseguridad, la autosuficiencia y los cálculos mezquinos… cada vez más abajo, hasta el pantano de la droga, de la corrupción, del mal y del pecado, para que presten sus alas a tantos jóvenes, permitiéndoles así remontar en vuelo hasta las cumbres de los Andes, en los cielos del Sur, y saborear el vértigo de la caridad cristiana y la alegría de servir a los más pobres.