1º Porque ha hecho en mí grandes cosas el que es Todopoderoso y su santo nombre. -¡Qué mal entendemos la humildad!… Creemos que consiste en decir al exterior palabras en contra nuestra…, en no reconocer lo bueno que hacemos en no ver las gracias que el Señor nos concede y nada de esto es la humildad.
Escucha a María:«me llamarán bienaventurada todas las generaciones». -«Ha hecho en mí grandes cosas el Todopoderoso»…, y no obstante, esto es humildad. -No olvides que humildad, es verdad y sencillez y sinceridad. -Reconoce lo bueno que en ti haya, pero no para alabarte por ello…; esto es la soberbia. -Comprende la obra de Dios tan grandiosa e inmensa en tu corazón…, pero que eso te sirva para alabarle más…, para corresponderle mejor…, para amarle con mayor fervor y entusiasmo cada día, como consecuencia natural de tu agradecimiento. -¿A qué cosas se refería la Virgen, al decir que había hecho en Ella Dios grandes cosas?.,. ¿En qué pensaría cuando decía estas palabras? -Piensa tú y trabaja por adivinarlo, recorriendo, como Ella recorrería, los favores y dones que, del Señor había recibido.
Recuerda su predestinación desde la eternidad…, su existencia como algo gratísimo y dulcísimo en la mente divina. -Y luego, el privilegio inefable de su Concepción Inmaculada, con todas las gracias infinitas inherentes al mismo…, pasarían por su imaginación, y tendría presente, todas las maravillas que en su corazón quiso el Señor acumular, y recordaría el saludo del ángel, el misterio de la Encarnación del Verbo… y entonces, saltaría a su vista el milagro de los milagros, el que Ella, ¡criatura!…, ¡esclava del Señor!… fuera a la vez verdaderamente ¡Madre suya!… Y cómo para ello fue necesario hacer algo muy grande y desconocido en el cielo y en la tierra, esto es, el ser Madre sin dejar de ser Virgen. Por eso, extasiada María al ver todo esto…, penetrando en el valor y significado de todo ello…, con gran fervor exclama: «Ha hecho en mi cosas grandes el Todopoderoso».
¿Lo ves bien?…, todo, todo lo atribuye al poder de Dios…, ¡al Todopoderoso!…, ¡a la santidad de Dios!…, ¡a su santo nombre! -Dios, con su santidad y bondad y misericordia divina, determinó hacer todo esto… y con su poder infinito lo hizo.
Haz una aplicación de estas palabras a tu alma. -¿No puedes también tú decir que ha hecho en ti cosas grandes el poder y, sobre todo, la bondad de Dios?… ¿No es un efecto de su bondad… (sin méritos de ninguna clase por parte tuya)… todo lo que el Señor te ha dado tan generosa y amorosamente? -Detente y también recuerda todo esto, desde tu nacimiento hasta ahora…; recuerda, sobre todo, las veces que te ha perdonado tus pecados…, que te ha transformado de un abismo de miseria que eras, en un abismo de gracia y hermosura. -Reconócelo así, que esto no es soberbia… Pero alábale a Él como María. -Bendice su poder…, glorifica su bondad…, adora con amor su santo nombre.
2º «Y su misericordia se extiende de, generación en generación para con los que le temen». -Otro detalle delicadísimo de la humildad. -María se goza en extender esta misericordia del Señor, que ha tenido con Ella, a todos los demás. -Cuanto ha hecho de grande en su alma, hará con todos los que le temen…; nada de querer ser la única…; se complace en publicar la participación que todos pueden tener en esta bondad de Dios. -¡Qué humano es el querer ser los primeros!…, ¡y mucho más ser los únicos! -La verdadera humildad, no es exclusivista…, ni ambiciosa…, ni menos envidiosa del bien ajeno…; eso será muy humano…, pero María es ¡divina! y por eso no es así, ni piensa tampoco así…
Además, dice, que esta misericordia y bondad será para los que le temen. -No se refiere al temor servil, propio de siervos, sino al temor reverencial y filial de los buenos hijos. -Es aquel temor santo de Dios, de quien dice la Escritura Santa, que es el principio de la sabiduría… y, por lo mismo, el comienzo de la santidad y el fundamento del amor. -¡Teme y ama!…, son dos cosas inseparables para Dios… Debes, pues, temer con amor, y debes amar con temor. -Temor de ti de tus pecados y recaídas…, de tu miseria…, de tu poca gratitud y correspondencia… ¡Qué bueno es Dios para los que le temen!… ¡Qué será para los que le aman! -Teme su justicia, pero sobre todo ama su bondad…; confía en su misericordia, y verás cómo se cumplen en ti las palabras de María.
Gózate de tener un Dios tan misericordioso, que no niega a nadie su misericordia, y trabaja con toda tu alma por extender, con tu oración…, con tu penitencia…, con tu amor, este reino de la bondad y de la misericordia, no sólo a tu alma, sino al mundo todo, como Dios quiere… a todos, a justos…, a tibios…, y hasta a los grandes pecadores, donde aún no brilla esta inmensa misericordia del Señor.
Ildefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965