La Redención
Enseñanzas de los Testigos de Jehová
Al negar los Testigos la Divinidad de Cristo, creado como un ser espiritual, pasó, en su Encarnación, a ser hombre perfecto.
Dio su vida, de hombre perfecto, por la vida de otro hombre (Adán). Este es el precio del rescate. Y como lo que se perdió, por el pecado de Adán, fue ron las prerrogativas terrenas, la restauración de éstas será el premio de la Redención. Para consultas sobre tenias de religión o moral. 
La venida de Cristo no tuvo, pues, por fin principal sino el establecimiento del justo gobierno teocrático de Jehová, que tenía que apoyarse en su Hijo Fiel, por medio del cual reivindicará su excelso nombre.
Respuesta católica
La serie de mutaciones que establecen los Testigos en la persona de Cristo -primero ser espiritual, para pasar después a ser hombre perfecto en su Encarnación, y de nuevo ser espiritual, del orden más elevado, con su muerte- son antiescriturísticas. No hay un solo texto, por oscuro o dudoso que pudiera parecer, en que pueda apoyarse esta doctrina.
Cristo Dios y Hombre
Ya en Isaías (7, 14) vemos que el nombre de Cristo es Emmanuel, que quiere decir «Dios con nosotros» (no Hombre Perfecto con nosotros), y añade (9, 6) que tendría, entre otros nombres, el de «Dios fuerte», «Padre eterno», etc.
Los supuestos cambios del ser espiritual de Cristo se estrellan frente al texto de Jn 8, 58: «Antes de que Abraham existiese, yo soy». O sea, soy el mismo que era antes de Abraham, no ha habido cambio. Por otra parte: «Yo soy» es una magnífica expresión de existencia eterna -de divinidad-, eco de las mismas palabras de Yavé a Moisés (Ex 3, 14)
Si, pues, Cristo es Días y Hombre, su venida al mundo y su muerte de Cruz no tuvieron otro fin que la Redención del hombre, anunciada desde el Génesis, ansiada por su pueblo y cantada por todos los profetas.
«Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores» (1ª Tim 1, 1S), y «no vino a que le sirvieran, sino a servir y a dar su vida para la redención de la multitud» (Mc 10, 45). Y esto, en razón del amor de Dios al mundo, al «que tanto amó que le dio su Hijo Unigénito para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3. 16). (Como nota curiosa y muestra de cómo «arreglan» los Testigos de Jehová los textos, que les conviene tergiversar, éste de san Juan lo componen en esta forma: «EI Creador ha amado tanto al nuevo mundo que ha dado su Unigénito Hijo para que sea Rey de él».)
Universalidad de la Redención
«Cristo por todos murió» (2ª Cor S, 15). «Se dio a Sí mismo como precio del rescate por todos; divino testimonio dado en el tiempo oportuno, para cuya promulgación fui yo -habla el Apóstol san Pablo- constituido heredero y Apóstol (digo la verdad, no miento), maestro de los gentiles en la fe y en la verdad» (1ª Tim 2, 6-7).
La Redención de Cristo podrá no ser universal, sólo en el sentido de que habrá muchos que no querrán corresponder a ella, pero, en cuanto a la voluntad de Cristo, nos dice san Juan (1ª Jn 2, 2) que «Él es propiciación no por nuestros pecados solamente, sino por los de todo el mundo».
Frutos de la Redención
Según la doctrina de los Testigos, lo que se perdió con el pecado de Adán fue la perfecta vida humana con todas sus prerrogativas. Este error se funda en la negación de la inmortalidad del alma. Lo que restituyó Jesús, en virtud de su Redención, lo expone san Pablo en sus cartas, preferentemente en Efesios y Romanos.
EFESIOS: Capítulo 1º: «El autor de la Redención es Dios», que antes de la Creación había ya establecido el formar parte de la Redención (v. 4); el motivo de tal elección fue su gloria (v. 6), no hay, por tanto mérito en nosotros -en nuestra participación en la Redención- es un regalo de Dios (v. 3 y 9) para que fuéramos inmaculados y santos en su presencia (v. 4), por medio de la unión su Hijo (v. 5). Y los efectos: remisión de los pecados (v. 7), herencia (v. 14) y sello del Espíritu Santo como sello de esta herencia (v. 13). El capítulo 2º desarrolla algunos de los puntos anteriores: los grandes bienes recibidos y otros que esperamos por la sangre de Cristo. El capítulo 3º, demuestra también la universalidad de la Redención.
ROMANOS: El capítulo 5º, muestra cómo por el pecado entró la muerte, y, por medio de Cristo, la vida y la justificación. En el 6º, enseña cómo el que ha sido justificado ha muerto al pecado, porque, con el bautismo, hemos sido sepultados con Cristo y resucitados a una nueva vida (v. 2, 3, 4).
El precio del rescate. -No fue la vida de Cristo por la de Adán: «Una vida por otra vida». Este error también se funda en el materialismo que profesan los Testigos.
La carta de san Pablo a los Hebreos nos muestra las tres prerrogativas de Cristo, la naturaleza del rescate:
Cristo es Sacerdote (5, 5-10; 7, 26-27; 8, 1): la diferencia entre el sacerdocio de Cristo y el del Antiguo Pacto no reside sólo en las víctimas, depende también del Sacerdote. Ha cambiado, ha sustituido a los antiguos, y aquí entra, precisamente, el argumento de su divinidad. Es superior, a todos, y san Pablo le atribuye las prerrogativas de inmutabilidad y eternidad que se dan a Dios. Cristo es Mediador (8, 6; 9, 1S): Nos muestra cómo el Nuevo Pacto sustituyó al Antiguo. Y los pecados fueron perdonados y expiados por la sangre del Redentor: «Que se dio a Sí mismo como precio del rescate por todos» (1 Tim 2,6). Cristo es Víctima (9, 1214): «En la Antigua ley, sin derramamiento de sangre no hay remisión» (v. 22). Cristo se ofrece a Sí mismo una sola vez, abrogando así cualquier otro sacrificio existente y realizando una Redención, en forma universal y definitiva.
He aquí, por tanto, en qué consiste la naturaleza del rescate: una oferta personal del Hijo de Dios hecho hombre.
No aceptar a Cristo Redentor, para seguir las doctrinas humanas, es hacerse esclavo de los hombres; aceptarle como tal, es ser súbdito de Rey de Reyes…
«LA ORACIÓN QUE LA IGLESIA NOS PONE EN LOS LABIOS NOS DISPONE, ESPECIALMENTE SU RITO MÁS AUGUSTO, LA MISA, AL GRAN DIÁLOGO ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA Y CADA UNO DE VOSOTROS, NIÑOS Y MUCHACHOS, MUJERES, HOMBRES, TRABAJADORES TAMBIÉN… ES-TÁIS INVITADOS A DESPEGAR ESOS LABIOS…», nos dice Pablo VI. Sí, hemos de unirnos a Cristo en la Santa Misa. Y también cada mañana y cada noche con la oración sublime y eficaz de las TRES AVEMARÍAS a la Santísima Virgen.
Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10