1º «Arrojó de su sede a los poderosos y ensalzó a los humildes». -Así como en el verso anterior expuso lo que el Señor hace siempre con los soberbios de mente y corazón, así ahora nos habla de la manifestación de esa soberbia por medio de la vanidad el orgullo, el hambre de mandar…; éstos son los poderosos de la tierra…, los que mandan y no gustan de obedecer. –He aquí por qué la obediencia es hermana inseparable de la humildad. La una y la otra convienen en ese espíritu de sumisión y de sencillez que tanto agrada a Dios. ¿Cuántos poderosos no había entonces en la tierra?…; con luz del Cielo los veía la Santísima Virgen a todos ellos gozándose en sus palacios…, mandando a sus siervos y esclavos que ante ellos se postraban como si fueran dioses…
Pero escucha la frase enérgica de María…: a esos, el Señor les arrojará de sus tronos, y de sus sillas y asientos de vanidad, y con desprecio les abandonará -Qué poco propias parecen de la dulzura y compasión de María estas expresiones… Y es que nosotros no podemos comprender todo lo que odia Dios esa fatua vanidad de la tierra. Ni siquiera la mira, ni la guarda ninguna consideración. -Para buscar Madre, no la busca entre ellos, sino entre los humildes…, y cuando ya nace en Belén, manda a los ángeles a anunciar la gran nueva a los pastorcillos sencillos… y de aquellos grandes y poderosos, ni se acuerda… ¡Qué terrible debe de ser este desprecio de Dios!… ¡Qué espantoso ese castigo que con palabras tan fuertes María anuncia!
Examina cómo andas de espíritu mundano en cualquiera de sus manifestaciones…, en cualquiera de sus grados, aunque te parezca muy pequeño…, mira a tu alma y si quieres ver lo lejos que estás de esta fatua soberbia y vanidad, mira dónde te encuentras y qué altura alcanzas de obediencia…, de sumisión y humildad…, y así comprenderás lo cerca que estás del gran premio que María anuncia para los humildes. -Para éstos, la exaltación, el encumbramiento…, un trono muy alto en el Cielo. -Compara esas dos expresiones de la Santísima Virgen: la -del castigo del desprecio para los poderosos…, la de la sublimación gloriosa para los humildes y sencillos.
2º «Llenó de bienes a los hambrientos y dejó vacíos a los ricos». -Pero…, ¿todavía más? -No acierta la Santísima Virgen a acabar con la humildad…; ¡cuánto la ama! Porque estas palabras son una confirmación o repetición de las anteriores. Aquí habla de otra manifestación de la humildad, que es la pobreza…, y de la soberbia, que es la abundancia y el regalo. -La pobreza real y actual…, y la pobreza de espíritu. -Jesús quiso nacer y vivir y morir abrazado a ella. -¡Si supiéramos cuánto agrada a Jesús, como la apreciaríamos!
Pero, al menos, hemos de buscar y apetecer la pobreza de espíritu. -No apegarse a nada…, no desear ni envidiar nada…, no querer los regalos y comodidades de las riquezas…, gozarse de que algo nos falte, y no salga todo a nuestra medida y conforme a nuestro gusto… Y, en fin, en el afán de despojarnos de todo…, ¡llegar a despojarnos de nosotros mismos!
Sólo un corazón descarnado…, despojado de todo…, desnudo de todo lo que es suyo…, puede agradar a Dios. -Él Señor quiere que nos revistamos de Él, pero para eso hemos de desnudarnos de nosotros mismos.
Cuando echamos una pasta en un molde, si queremos que coja todas sus formas y dibujos, hace falta que el molde esté bien limpio de todo…; las adherencias que tenga, impedirán que se copien perfectamente todas sus líneas. -Pues bien: María y Jesús quieren moldearse en tu corazón…, para que sea una copia exacta de Ellos. -Pero no admiten compañía, porque no hay ninguna digna de María y de Jesús… Es necesario, indispensable de todo punto, que limpies bien el corazón…, que le desprendas y le arranques, aunque sea con violencia… y aún con dolor, de todo lo que no sea Jesús y María. -En especial, piensa en esto en el momento de comulgar, y no olvides que Jesús y tú no cabéis juntos en el corazón… Si quieres que Él entre, tienes tú que salir… Él se basta a Sí solo para llenarlo. -Esa es el hambre de que habla María. -Vete con hambre verdadera de Jesús, a recibirle y sentirás la verdad de esas palabras: «a los hambrientos les llenó de bienes». -Pero a los otros…, a esos, nada…; les deja con lo suyo, y como lo suyo no es nada, los deja completamente vacíos…
Ildefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965