ildefonso rodriguez villar«Arrojó de su sede a los poderosos y ensalzó a los humildes». -Así como en el verso anterior expuso lo que el Señor hace siempre con los soberbios de mente y corazón, así ahora nos habla de la manifestación de esa soberbia por medio de la vanidad el orgullo, el hambre de mandar…; éstos son los poderosos de la tierra…, los que mandan y no gustan de obedecer. –He aquí por qué la obediencia es hermana inseparable de la humildad. La una y la otra convienen en ese espíritu de sumisión y de sencillez que tanto agrada a Dios. ¿Cuántos poderosos no había entonces en la tierra?…; con luz del Cielo los veía la Santísima Virgen a todos ellos gozándose en sus palacios…, mandando a sus siervos y esclavos que ante ellos se postraban como si fueran dioses…

Pero escucha la frase enérgica de Ma­ría…: a esos, el Señor les arrojará de sus tronos, y de sus sillas y asientos de vanidad, y con desprecio les abandonará -Qué poco propias parecen de la dulzura y compasión de Ma­ría estas expresiones… Y es que nosotros no podemos comprender todo lo que odia Dios esa fatua vanidad de la tierra. Ni siquiera la mira, ni la guarda ninguna consideración. -Para buscar Madre, no la busca entre ellos, sino entre los humildes…, y cuando ya nace en Belén, manda a los ángeles a anunciar la gran nueva a los pastorcillos sencillos… y de aquellos grandes y poderosos, ni se acuerda… ¡Qué terrible debe de ser este desprecio de Dios!… ¡Qué espantoso ese castigo que con palabras tan fuertes Ma­ría anuncia!

Examina cómo andas de espíritu mundano en cualquiera de sus manifestaciones…, en cualquiera de sus grados, aunque te parezca muy pequeño…, mira a tu alma y si quieres ver lo lejos que estás de esta fatua soberbia y vanidad, mira dónde te encuentras y qué altura alcanzas de obediencia…, de sumisión y humildad…, y así comprenderás lo cerca que estás del gran premio que Ma­ría anuncia para los humildes. -Para éstos, la exaltación, el encumbramiento…, un trono muy alto en el Cielo. -Compara esas dos expresiones de la Santísima Virgen: la -del castigo del desprecio para los poderosos…, la de la sublimación gloriosa para los humildes y sencillos.

2º «Llenó de bienes a los hambrientos y dejó vacíos a los ricos». -Pero…, ¿todavía más? -No acierta la Santísima Virgen a acabar con la humildad…; ¡cuánto la ama! Porque estas palabras son una confirmación o repetición de las anteriores. Aquí habla de otra manifestación de la humildad, que es la pobreza…, y de la soberbia, que es la abundancia y el regalo. -La pobreza real y actual…, y la pobreza de espíritu. -Jesús quiso nacer y vivir y morir abrazado a ella. -¡Si supiéramos cuánto agrada a Jesús, como la apreciaríamos!

Pero, al menos, hemos de buscar y apetecer la pobreza de espíritu. -No apegarse a nada…, no desear ni envidiar nada…, no querer los regalos y comodidades de las riquezas…, gozarse de que algo nos falte, y no salga todo a nuestra medida y conforme a nuestro gusto… Y, en fin, en el afán de despojarnos de todo…, ¡llegar a despojarnos de nosotros mismos!

Sólo un corazón descarnado…, despojado de todo…, desnudo de todo lo que es suyo…, puede agradar a Dios. -Él Señor quiere que nos revistamos de Él, pero para eso hemos de desnudarnos de nosotros mismos.

Cuando echamos una pasta en un molde, si queremos que coja todas sus formas y dibujos, hace falta que el molde esté bien limpio de todo…; las adherencias que tenga, impedirán que se copien perfectamente todas sus líneas. -Pues bien: Ma­ría y Jesús quieren moldearse en tu corazón…, para que sea una copia exacta de Ellos. -Pero no admiten compañía, porque no hay ninguna digna de Ma­ría y de Jesús… Es necesario, indispensable de todo punto, que limpies bien el corazón…, que le desprendas y le arranques, aunque sea con violencia… y aún con dolor, de todo lo que no sea Jesús y Ma­ría. -En especial, piensa en esto en el momento de comulgar, y no olvides que Jesús y tú no cabéis juntos en el corazón… Si quieres que Él entre, tienes tú que salir… Él se basta a Sí solo para llenarlo. -Esa es el hambre de que habla Ma­ría. -Vete con hambre verdadera de Jesús, a recibirle y sentirás la verdad de esas palabras: «a los hambrientos les llenó de bienes». -Pero a los otros…, a esos, nada…; les deja con lo suyo, y como lo suyo no es nada, los deja completamente vacíos…

Ildefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965