Mensaje de un niño que no nació
«Yo soy menos que nadie; menos que la nada. El mundo no me verá, puesto que aquellos que me hubieran dado el ser me rechazan, me temen. No podré anidar en el seno de la mujer que pudo concebirme; antes de casarse, o inmediatamente después de casada, hizo pacto con su esposo para no tener hijos. No sé cómo podré siquiera escribir este mensaje al mundo, sin tener existencia. Pretendo, no obstante, que alguien escuche mis lamentos, mis llamadas al amor conyugal, y, hasta sin ánimo de herir, el sentimiento de los que hubiesen sido mis padres, vaya a ellos algún reproche por no querer tener hijos. Éstos no son carga y sí premio. ¡Me han rechazado del banquete del mundo…! ¡Son unos egoístas!
Y no es que yo, en mi nada, en esa presunta nebulosa que era lógica su aparición en los matrimonios, quiera recordarles una obligación, puesto que ellos la conocen muy bien y, sin embargo, la soslayan con algún pretexto. Yo, si hubiese sido concebido y llegase al mundo, hubiera venido a dar alegría a mis padres; yo quisiera llenar su hogar con mi vida entre ellos, con mi presencia» con mis juegos y mis risas, hasta con mis dolencias, que siempre servirían para estrechar un amor y enseñar a dar gracias al Creador, quien llenó conmigo el bienestar de mi casa. Yo no creo que sería una carga al matrimonio, salvo que prefiriesen mis padres, a mi vida y mi cariño, las diversiones incontroladas del mundo o, incluso, un trabajo cómodo en otros aspectos. Hubiese seguido con mi vida el ejemplo de bondades que ellos me hubieran inculcado, el amor de Dios, a los hermanitos, si los tuviese, a la patria, al trabajo honrado…
Dicen por el mundo que hay circunstancias en que el no tener hijos en el seno del matrimonio puede estar permitido. Es posible que alguna razón hubiera. Ya hace largos años que a muchos niños que están para nacer, que aún están desarrollándose, se les ataca cobardemente, sin que por sus condiciones encuentren medios de defenderse. Esa vida incipiente tiene tantos derechos como la de cualquier hombre. Pero quedaba cercenada con toda intención. ¡Pobrecitos niños y pobrecitos padres, que no saben lo que hacen! Convendría, por caridad al menos, recordarles que el fruto vital de su unión por el matrimonio lo asesinan, matan a una criatura que tiene su alma, que es de ellos, que también es de Dios. Pero que no busquen disculpas a la acción, pues la conciencia de esos que debieron ser padres siempre ha de acusarles, como fiscal severísimo, tal infanticidio realizado. Podrán, a lo sumo, engañar al mundo, pero no a Dios.
Hay muchos casos como el mío que ni siquiera fueron iniciados: se pusieron deliberadamente obstáculos para no tener hijos… Ya sé que un médico japonés hizo averiguaciones que se aplican, como regla de cálculo, para huir de la concepción, rechazarla y así gozar a sus anchas de la vida. Este descubrimiento, de uso justificable moralmente en algunos casos, oculta también con esa máscara de moralidad, el pro-pósito firme de algunos esposos para que no vengamos a la vida. Y por si fuese poca tal hipocresía, ha llegado en estos tiempos otra guerra contra nosotros, contra los hijos: la pildorita anti-baby nos está ametrallando, la usan lasque pudieran ser madres a su capricho, y sólo por el egoísmo de que no las molestemos… ¡Qué horror y qué aberraciones tan materialistas!
¡Cómo me hubiera gustado nacer, ser un ángel para mis progenitores, haberles dado la alegría de oír de mis labios los primeros balbuceos llamándoles papá y mamá! ¡Cuánto me encantaría que tuvieran presente que una vez casados no olvidasen que el fin principal del matrimonio, antes que ningún otro, es el de tener hijos (o, al menos, no poner obstáculos para tenerlos), sin que ello pasase a segundo término, a ningún término! ¿No saben quiénes pudieron formarnos y ser nuestros padres que nosotros llegaríamos a ser la bendición de Dios? Pese a todo, nos aborrecen aun sin conocernos; nos quitan el derecho a nacer, seríamos un estorbo a su vida frívola…
Quisiera haber sido alguien para llegar a la edad adulta y ensalzar los bienes del matrimonio, la familia, con el lógico complemento de los hijos. Pero ya no hay remedio, al menos para mí, que no me quieren… ¿Qué espíritu habrá inspirado esos matrimonios que se llaman cristianos y temen a los hijos hasta rechazar el inicio de sus nuevas vidas?
¡Dios mío, desde mi nada, desde mi no ser, te pido por ellos, por los obcecados que no quieren ser padres…! ¡Perdónalos!»
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«Los médicos también somos confesores. Sobre este tema en que se ataca a la natalidad, nos llegan muchas noticias que giran en su torno. Nos corresponde siempre defender la vida y enseñar al que no sabe… Y pensando que al socaire de la ciencia se aceptan, como aconsejables, rutinarios métodos que debieran quedar como excepcionales y sólo consentidos en mutuo acuerdo de la misma ciencia y las normas de la Iglesia, en cada caso particular, no podemos callar, para así contribuir tácitamente a tales fraudes contra la Naturaleza. Por tal motivo, hemos trasladado a estas líneas algo de nuestras preocupaciones, de sueños de fantasía, como el lamento de aquellos seres que, pudiendo haberlo sido, jamás lo fueron por el veto caprichoso de los que igualmente pudieran haber alcanzado el magnífico título de padres.
Se impone una sólida instrucción de carácter moral a los que van a contraer matrimonio, para que conozcan sus deberes ante Dios y ante los hombres. El matrimonio cristiano no es mera fórmula social: ¡es algo más grande y sublime en sus derechos y en sus deberes!»
Doctor A. SOROA PINEDA
«CON LA MADRE DE DIOS SE INAUGURA LA DIGNIDAD VIRGINAL», afirma san Agustín. No olvides cada mañana y cada noche de encomendarte a la Madre de toda pureza. Rézale las TRES AVEMARÍAS, que asegurarán tu salvación eterna.
Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10