Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos diarios: 18 marzo, 2015

Página para meditar 130

18 miércoles Mar 2015

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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P.albacenaNuestro problema espiritual, el problema que explica todos los otros problemas del espíritu tiene un nombre: ORACIÓN. El avance en la virtud procede del avance en la oración. Los fracasos en la vida cristiana son en realidad fracasos en la oración.

Tratareis con personas devotas, religiosas, sacrificadas, piadosas. Un trato más hondo, un conocimiento de ellas más profundo os llevará a descubrir que la raíz de todo es su vida de oración. Conoceréis otras personas en apariencia semejantes a las primeras, incluso con dones y cualidades superiores, pero que en un momento dado se derrumban, o ente el sacrificio de su fama o de su hacienda, toman decididamente otro camino o dan marcha atrás. Es que no te­nían oración, practicaban la oración, sin tener “vida de oración”. En nosotros mismos, advertiremos que no avanzamos en nuestro propio conocimiento, que le imitación de Nuestro Señor Jesucristo no pasa de ser un libro bien escrito, y que las perspectivas de nuestra vida en lugar de ser cada vez más desprendidas, siguen siendo conservadoras, pueriles. Todo ello se debe a que no hemos penetrado en la vida verdadera de la oración.

Ese es nuestro, negocio más importante. Esa ha de ser nuestra decisión más decidida. Esa ha de ser nuestra tarea hasta el fin de la vida.

Desde los tiempos casi apostólicos se hizo clásica la definición de oración de San Nilo: “Oración es elevación de la mente a Dios”.

La mejor preparación pare la oración es vivir una vida íntegramente cristiana, colocar con sinceridad por encima de todo las cosas de Dios, abnegar con sinceridad las cosas carnales, las pasiones egoístas, los infantilismos y caprichos constantes o del momento. El rato de oración es reflejo del día. Si durante el día nos sumergimos en lo terreno, no podremos sentir facilidad y elevar nuestro espíritu a Dios durante los minutos que consagramos a la oración. Al comienzo de la oración es muy importante hacer con sosiego un acto de fe en la presencia de Dios y penetrarnos de su misteriosa habitación en nosotros: “Mi Padre y Yo vendremos y haremos morada en el alma”. La presencia de Dios en nuestro interior, con quien vamos a tratar, es el prólogo de toda oración.

¿Cuál es el tiempo más apto para la oración diaria? En general podemos decir que el mejor parece ser el de la mañana, antes de comenzar otros quehaceres. Pero cada uno ha de elegir según sus propias circunstancias, para tener su oración del modo más recogido. La duración ha de ser de tal manera que permita llegar al íntimo y profundo recogimiento del alma con Dios. Decía San Ignacio que para hombres verdaderamente mortificados en sus pasiones, les bastaba un cuarto de hora. Pero para personas, como son la mayoría, que están muy ocupados exteriormente, no parece que sea suficiente menos de media hora. Lo que a esto se añada, sin faltar al propio deber o en días excepcionales, será preciosa ayuda para alcanzar la familiaridad y unión permanente con Dios.

El criterio para saber si nuestra oración es buena, nos lo da San Ignacio, cuando al oír de una persona espiritual que era de mucha oración, respondía, “será de mucha mortificación”, enseñando que quería pusieran atención en el fruto de la oración, que consiste en el vencimiento propio y en la imitación de las virtudes del Señor, para conformarnos más y más con el modelo de Cristo Jesús.

Que es lo mismo que enseñaba Santa Teresa cuando decía que “en estas cosas interiores de espíritu, la que más acepta y acertada es, es la que deja mejores “dejos”. Llamo “dejos”, confirmados con obras. No deseo otra oración sino la que me hace crecer en las virtudes.”

Mes de Mayo y mes de Junio, sean para todos avanzar en la vida de oración.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S I.
Meridiano Católico Nº 130, junio de 1989

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Niñas y niños,
venid con nosotros
a las Colonias del Padre Alba.
Sana diversión, santa formación.
De de 7 a 11 años.
Del 2 al 12 de julio de 2015

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Chicas y chicos,
venid con nosotros
a los Campamentos del Padre Alba.
Sana diversión y santa formación.
Dos niveles: de 11 a 15 años
y de 16 en adelante.
Del 27 de julio al 10 de agosto de 2015

Católico, apostólico y romano o Judío saduceo

18 miércoles Mar 2015

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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Ecanon varias ocasiones, un buen hombre me dijo que era “católico, apostólico y romano” y español; había hablado con varios obispos e incluso residió en la nunciatura de España cuando vino San Juan Pablo II a nuestra patria. Sabe hablar hebreo, arameo, griego, latín. Organizó el primer congreso judío en España. El libro de las conferencias, que se expusieron en una universidad católica de España, lo publicó la universidad. Se empeñó en que lo leyera. En su conferencia destaca “la gran injusticia histórica que cometieron los Reyes Católicos con la expulsión de los judíos”. Le invitaron a dar la conferencia a Israel. Asistió el que fue quinto jefe de gobierno israelí. Le entregaron una medalla conmemorativa. Sólo leí su conferencia. Me pidió mi opinión y le dije que estaba en total desacuerdo con él. De injusticia de los Reyes Católicos, nada de nada. Fueron los judíos los que traicionaron a España, uniéndose con los musulmanes y abriendo las puertas de las ciudades a los enemigos de la Iglesia Católica. Los Reyes Católicos restablecieron la unidad política y religiosa de España, establecida en el III concilio de Toledo en 568. Los judíos que quisieron quedarse en España, se quedaron.

Hay judíos y judíos, le dije. Judíos santos y judíos perversos. A unos judíos que dijeron a Jesús: “Nosotros no somos hijos de fornicación, tenemos por padre a Dios”; les contestó: “Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre” (Jn 8, 41-44).

Los miembros del Sanedrín, que sentenciaron a muerte a Jesús eran judíos, y judíos eran los que dijeron: “No queremos que éste (Jesús) reine sobre nosotros”. En su carta a la Iglesia de Sardes, san Juan dice: “He aquí que yo te entregaré algunos de la sinagoga de Satán, de esos que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten” (Apo 3,9). Cristo es judío y la Virgen Santísima judía y los primeros mártires y santos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, judíos son.

Y ¿qué opina usted de las torturas de la Inquisición?, me preguntó. Mi respuesta fue: el tribunal de la Inquisición, es el tribunal más justo que ha existido en la historia. Se pusó blanco. Añadí: claro que cometió errores; hasta san Ignacio de Loyola y san Juan de Ávila pasaron por sus calabozos. Responde: Torquemada fue un monstruo de maldad. No dice lo mismo el profesor Saldaña, vicepresidente de la Asociación Internacional de derecho penal. Afirma que Torquemada fue inquisidor general y gran legislador de la Inquisición con sus cinco “Instrucciones” escritas para evitar todo “odio, enemistad u otra corrupción” y fue un “monumento de ciencia penal y de humanidad”. Por ciero, Torquemada era de origen judío.

El especialista de la Inquisición Española, el danés Gustav Henningsen dice: “Los actos y procesos de la Inquisición española, según la naturaleza de los delitos, nos recuerdan los diagnósticos médicos, las notas de un psicólogo, los análisis detallados de un sexólogo, los análisis fenomenólogos de un historiador de las religiones, las descripciones de un historiador de la Iglesia o el esfuerzo de análisis de un historiador literario”. El historiador francés Jean Limont dice: “Fuera de España la represión de las “brujas y los brujos” sumió a toda Europa en la muerte… En 1609 ardieron 600 brujas en el pequeño País Vasco francés. Y se calcula que no perecieron menos de 100.000 brujas y brujos en Alemania a lo largo del siglo XVII. Ahora bien, desde 1530 la Inquisición no condenó a muerte a ningún “brujo” ni a ninguna “bruja”, salvo una sola excepción reparada”. Bennasar ha dicho que la realidad de la Inquisición española es completamente diferente a la visión impuesta por la “leyenda negra”.

Y, ¿qué me dice del purgatorio?, pregunta el escritor. Que es doctrina de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Es un estado del alma en que las almas justas, salidas de este mundo con alguna mancha de sus pecados, sufren castigos por los pecados no expiados perfectamente en esta vida. El segundo libro de los Macabeos 12, 38-46; el evangelista San Mateo 12,32; San Pablo en su primera carta a los Corintios 3, 11-15, hablan del Purgatorio. Varios Papas y Concilios enseñan la existencia del purgatorio: “Manda el Santo Concilio (de Trento) a los obispos que diligentemente se esfuercen para que la sana doctrina sobre el purgatorio… sea creída, mantenida, enseñada y en todas partes predicada por los fieles de Cristo (Dezinger 983).

Y con sonrisa burlona, dice: y las personas ¿están ardiendo siempre en el infierno? Respuesta: Sí, eternamente. La Sagrada Escritura no se entiende sin la existencia del infierno. “Id, malditos al fuego eterno”, dice Cristo. Los Sumos Pontífices y los Concilios de la Iglesia han enseñado la existencia de las penas eternas del infierno. Las dos grandes revelaciones privadas del Cielo, la Virgen de Fátima y la Divina Misericordia en Polonia, nos recuerdan que son muchos los que se condenan en el infierno. Santa Faustina Kowaska afirma que “muchos están en el infierno porque no creyeron que existía el infierno”. A tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios.

Me dijo: usted es un sacerdote tradicional, de los que andan por ahí. Yo soy un sacerdote católico, apostólico y romano, le contesté.

Para mí, nuestro personaje no es católico, ni apostólico ni romano. Parece ser un judío, de la secta de los saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos ni en la vida eterna.

P. Manuel Martínez Cano, mCR

Jesucristo es nuestra esperanza porque ha resucitado III

18 miércoles Mar 2015

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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guerra camposInsistiendo en ello (pues creo que es conveniente retornar al mismo núcleo), esta facticidad, esta prioridad del hecho sobre la idea, sobre el proceso de meditaciones que luego vienen, se hace más clara si comprobamos que adonde llega precisamente el testimonio no es a la prioridad de la resurrección corpórea de las apariciones de Jesús de cualquier modo, sino a un tipo de hecho relacionado con la observación de un sepulcro, algo tan concreto.

Es importante repetir esto, ya que existe una exégesis reciente (que se ha infiltrado también entre algunos autores católicos), que tiende arbitrariamente a invertir el orden de los testimonios primitivos. El orden de los hechos es el siguiente: Jesús muere, es sepultado, y después, se comprueba que no está allí: «No está aquí» , oyen decir las mujeres. Más tarde se aparece y, por tanto, los Discípulos comprueban: »Luego ha resucitado». Pero esta exégesis reciente sustituye el orden original por éste otro: primero, una convicción de que, a pesar de la muerte, Jesús no puede morir del todo. Y, acaso, unas como visiones subjetivas, unas sensaciones vividas fortísimas, como de una presencia misteriosa de alguien que no pudo ser vencido por la muerte en el orden de la convicción. Segundo, se partiría de una deducción interpretativa, no de un hecho comprobado: luego resucitó. Tercero, ulteriormente, decenios más tarde, quizá en los años 60-70, aparece otra deducción: si resucitó tuvo que salir del sepulcro. Es decir, que el hecho del sepulcro vacío sería en el orden de las cosas comprobadas por los primeros cristianos lo último y, además, no sería una cosa comprobada, sino una deducción.

Este tipo de autores cuyos escritos circulan, influyen y hacen que a veces pueda uno oír y leer cosas raras (acerca de las cuales conviene estar advertido), muestra una tendencia vehemente a exaltar la Resurrección de Jesús, pero en cuanto equivale a afirmar que la Persona de Jesús vive, que la muerte no es el final ni la derrota y, si se quiere incluso, afirmar que vive con una cierta corporeidad, en cuanto que supone que nadie se puede comunicar sin una misteriosa y sutil corporeidad, a la manera de los relatos del Doctor Moody, recientísimos, a los que antes me refería, en que los muertos -los supuestamente muertos- dicen que tienen algo así como un cuerpo nube, un cuerpo capaz de traspasar las paredes de los hospitales o los techos, y observar su propio cuerpo inerte y lo que hacen afanosos los médicos y las enfermeras mientras tratan de reanimarlos.

Bien, hasta ahí sí, pero a toda costa tratan de desembarazarse de cualquier referencia al cuerpo que está en el sepulcro. Por eso, no es infrecuente oír o leer por ahí (a veces en labios y plumas de católicos), palabras despreciativas para la salida del cuerpo de Jesús del sepulcro. No les interesa. Al contrario: manifiestan como una cierta morbosa confianza en que algún día los judíos, puestos a hacer excavaciones arqueológicas en los alrededores de Jerusalén, darán con el esqueleto de Jesús, y a todos Vds. les suena, en los últimos años, alguna de esas noticias fantasmagóricas acerca de esos bulos impresionantes de los que ignoran, dando ya por hecho que había aparecido el esqueleto de Jesús en los alrededores de Jerusalén.

Ante estos argumentos, basta leer por ejemplo el libro del catedrático de la Universidad de Madrid (y especialista en estas materias), D. Alejandro Diez Macho, La Resurrección de Cristo y la del hombre en la Biblia. Este autor señala lo que es evidente para nosotros: que desligar la idea de resurrección del cuerpo del sepulcro va contra todo el pensamiento de los autores del Nuevo Testamento, ya que Cristo, al identificarse como el de antes, lo hace por referencia a su propio cuerpo, mostrando las llagas de sus manos, de su costado, de sus pies, comiendo, etc.

Precisamente, el dato del sepulcro vacío, tan despreciado en escritores recientes, se impone como uno de los más esenciales para entender este testimonio inicial. Esto lo demuestra muy bien este autor cuando hace referencia a los judíos del tiempo de los Apóstoles en Jerusalén, que no eran capaces de pensar en la resurrección a no ser como el hecho de que Dios no permita la corrupción del cuerpo enterrado. De este modo se pueden leer tantos textos recogidos en los mismos Hechos de los Apóstoles, hasta el punto de que, según afirmación citada por Díez Macho, citando a un escritor alemán, Profesor P. Althaus: «Si el cuerpo de Cristo -señala- hubiera quedado en el sepulcro, no hubiera podido predicarse en Jerusalén un solo día, ni una sola hora, el anuncio de la Resurrección». Si el sepulcro no estuviera vacío, las autoridades, que consta que se opusieron a la proclamación de la Resurrección, hubieran señalado inmediatamente la presencia del cuerpo. A ciertos escritores y exegetas recientes esto les parece secundario, pero para los Apóstoles y para sus contemporáneos, esto era decisivo y eso es lo que importa, ya que son ellos los que han tenido la experiencia y nos han transmitido el testimonio.

En esta misma línea se ha hecho notar -con toda razón- algo muy impresionante, como se citó antes: que el relato de los cuatro Evangelios sobre el descubrimiento del sepulcro vacío y las primeras apariciones, con ser bastante rico en hechos y pormenores, es muy incompleto, es muy insatisfactorio como relato. Resulta muy impreciso. Pues bien, pensemos: si el relato del sepulcro vacío no correspondiese a una comprobación empírica, sino al fruto de unas meditaciones, si fuese una deducción («el sepulcro debió de quedar vacío», más que «el sepulcro está vacío»), si hubiera sido esta una deducción tardía (partiendo de una idea) o una formulación simbólica de la creencia en que Jesús sigue vivo y la muerte no ha podido con Él, entonces se hubiera redactado un relato convincente, pues las ideas son redondas y el relato hubiera resultado evidente. Sin embargo, ¿por qué había de salir impreciso y lleno de huecos? Solo salen imprecisos los relatos que se refieren a hechos, porque los testigos no conocen todo, o no lo recuerdan íntegramente, o bien no les interesa insistir en la totalidad, o por otras muchas razones que conocemos. Las ideas, sobre todo las obsesivas que absorben el ánimo (como era ésta) son ideas completas y perfectas, y -añadiendo otro dato que ha sido subrayado y que es impresionante-, si el relato del sepulcro vacío fuera el fruto de una meditación tardía y no un hecho comprobado en el comienzo, jamás hubiera sido ligado con el testimonio de las mujeres, ya que no eran consideradas testigos válidos en aquel tiempo. Era un testimonio inválido.

Este mismo realismo y esta facticidad esencial con que los Apóstoles y los primeros cristianos entendieron la Resurrección, destaca más todavía ante nuestros ojos si advertimos que el conocido capítulo 15 de la carta a los Corintios de los años 50 -con aquel repertorio de testigos, «muchos de los cuales viven», con los cuales trataba Pablo y que eran además comunes a todas las comunidades-, no trata de la Resurrección de Jesús, pues la supone como indiscutida y no trata de convencer a los lectores. Más bien apela a una convicción que ya tienen. Porque de lo que trata esta carta, como se sabe, no es de la Resurrección de Jesucristo, sino de la esperanza en la resurrección corporal de los demás muertos, ya que los de Corinto (por su mentalidad griega, platonizante, con su antropología espiritual), rechazaban por instinto la idea de que los muertos habían de recobrar sus cuerpos, y tendían a interpretar la salvación que los cristianos esperan de Cristo como una resurrección puramente espiritual, no como la espiritualización de un cuerpo, sino como un abandono del cuerpo.

Contra esto Pablo reacciona vigoroso -y es todo el tema y la argumentación del capítulo 15 de esta carta- cuando explica que si eso fuera así -les dice- entonces Cristo, que según sabéis ha resucitado, no habría resucitado, porque la muerte de Cristo es la nuestra, y sin embargo la Resurrección de Cristo es el meollo de vuestra fe. Pues bien, si Cristo resucitó, como sabéis, resucitó en cuanto primicia de los muertos, no como un hecho singular, extraordinario. Y ahí inserta él su famosísima afirmación: «Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana es nuestra fe». La predicación y la fe carecen de contenido si no ha tenido lugar el hecho de la Resurrección corpórea de Cristo.

Es natural que si se trata primordialmente, no de una idea, un mensaje o un simbolismo de esperanza, sino de un acontecimiento, todos los datos de hecho que puedan surgir tengan una convergencia sobre ese suceso. Por ejemplo, algunos autores han alegado (y se cree que también con toda razón), un hecho que no hay que conocer a través de antiguos testimonios (aunque esos testimonios estén en una corriente caudalosa ininterrumpida y absolutamente asegurada), sino un hecho que vivimos todos: todos celebramos el Domingo.

José Guerra Campos

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