Dios me ha dado la gracia de ser feliz en esta tierra viviendo mi vocación al matrimonio; me ha dado un esposo que me quiere con locura y el don de la maternidad, alegrando nuestro hogar nada menos que con 11 hijos y otro que ya viene de camino.Familia Sellas Vila

Ser madre te cambia la vida. A mí me la ha cambiado y he salido ganando con el cambio. Si hago un balance de los cambios que ha experimentado mi vida he de decir que no tengo ni un momento libre, mi vida social es tener largas conversaciones con mis hijos de sus ilusiones, sus estudios, sus juegos y pequeños problemas. Casi siempre estoy muy cansada, pues duermo poco. Mi vida transcurre entre las paredes de las habitaciones de mis hijos, entre sus juegos y jugar yo con ellos, en cambiar pañales y dar biberones; en fin, mi vida no es en absoluto monótona ni aburrida. Y, a pesar de todo este ajetreo soy mucho más feliz ahora que antes de que naciera el primero. El sólo hecho de pensar en ellos, en sus sonrisas, en la expresión de sus ojos cuando me preguntan sus cosas, en sus logros diarios, etc. Sí, puedo afirmar rotundamente que me siento muy afortunada puesto que, aunque la vida no haya sido un camino de rosas, cada vez que Dios me ha enviado a cada uno de ellos me ha servido para hacerme un poco mejor persona cada día.

Cuando a menudo oigo que otras mujeres no quieren tener hijos para no sentirse esclavas, para realizarse, para alcanzar eso tan cacareado de la liberación de la mujer, poniendo por delante el trabajo, la diversión u otras cosas antes que a sus propios hijos, esos hijos que pudieran haber tenido pero a los que han negado la existencia, pienso que nunca como ahora la mujer había tenido tan poca libertad a pesar de que crea ser más libre. Al trabajo de la casa se le añade el trabajo que realiza fuera del hogar, con la carga extra de las preocupaciones que todo empleo lleva consigo. Esas preocupaciones laborales se suman a los problemas de la convivencia diaria con el marido y se añaden a las obsesiones en que una se enreda cuando sólo piensa en sí misma. Pero a mí, mis hijos me han liberado. Me han liberado de obsesiones individuales o egoístas, me han liberado de preocuparme exclusivamente de mis cosas, me han liberado de centrar todo mi mundo y  mi existencia en mí, en mis problemas, en mi egoísmo y mis caprichos de niña.

Hoy en día se valora mucho el esfuerzo al que se entregan muchas mujeres para conseguir sus objetivos, largas horas entregadas al estudio y al trabajo, sacrificando el sueño y el disfrute de la familia, de la diversión y del ocio o las vacaciones. Y todo esto para conseguir, cosa muy loable, llegar a ser una buena abogada,  médico o profesora. Cuando, en cambio, todas esas renuncias se deben al hecho de ser madre, a esa mujer se la “compadece” se habla de ella en un tono de lástima: “pobrecita, ¡tiene tantos hijos!” Pues que sepan estos “compasivos” que la mayoría de estas madres escogen libremente, como la juez o la bióloga, su modo de vivir la maternidad, buscando en Dios su apoyo y sostén. Haciendo el uso más libérrimo de su libertad y poniéndose en las manos del Señor han optado por la generosidad en contra del egoísmo. Y Dios les ha dado el ciento por uno.

Muchas veces pienso que Dios me ama mucho, pues si tuviera que ganarme el cielo con mis solas fuerzas y méritos lo tendría bastante difícil, pero Él siempre viene en nuestra ayuda y, a cada uno le da aquello que necesita de dificultades y penalidades para más y mejor avanzar por el camino de la santificación. Según decía San Bernardo, “los hijos son los peldaños que Dios concede a los padres para que construyan la escalera que ha de llevarles al Cielo”. A mí y a mi esposo nos ha concedido el don de tener muchos hijos para así tener muchos peldaños para esa escalera que nos lleve al cielo.

Otro pensamiento muy consolador que acude a mi mente, y con el que me gusta meditar y comentarlo con mi marido, es el pensar que los padres colaboramos en la obra creadora de Dios, y si no nos negamos sin motivos fundados a aumentar el número de los hijos, le “permitimos” al mismísimo Dios que pueda crear más almas para que le alaben y glorifiquen en la tierra y después en el Cielo.

Cada nuevo hijo que llega me produce nuevas ilusiones, distintas a las ilusiones con que esperé el nacimiento de los anteriores, pero casi puedo asegurar que esas ilusiones y esperanzas y deseos de ver sus caritas aumentan con el paso de los años, aumentan con el paso de los hijos, y a veces pienso con un poco de tristeza que tal vez sea el último. Entonces procuro vivir mi maternidad con más intensidad y vivo y disfruto cada minuto de la compañía, las risas, los enfados, las caricias y besos de mis hijos.

¡Qué feliz me siento de ser madre!

María Lourdes Vila Morera

 Revista Ave María
nº 752, mayo 2009