Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío
Sentmenat, 1 de abril de 2007
Queridas hermanas en Cristo:
Jesús nos dice “estrecha sobre tu corazón tu cruz. Viene de Mi, no es una cruz cualquiera, es la tuya, la que Yo he elegido para ti”. Desde que nació mi niña María Lourdes continuamente la había ofrecido a Dios, le decía que era la flor más bonita que me había dado y que era la flor más bonita que yo podía ofrecerle. Dios aceptó este ofrecimiento y se la llevó con Él al cielo.
Cuesta mucho devolverle a Dios lo que en realidad nunca fue mío, pero Él en su divina bondad nos dejó el regalo de su presencia por un breve, brevísimo, tiempo. Era la alegría de nuestra casa pues siempre estaba contenta y hacía que todos los que estaban a su alrededor estuvieran contentos. Seguramente que sentía el amor y cariño de sus padres y hermanos y nos lo devolvía con sus sonrisas y parloteos.
Antonio y yo hemos comentado muchas veces que nunca, en los dieciocho años de casados, habíamos sido tan felices como en los ocho meses que nuestra niña estuvo con nosotros. Ella cambió nuestras vidas haciéndonos un poco más sacrificados, generosos y cariñosos con nuestros hijos. Gracias a María Lourdes hemos aprendido a valorar las cosas pequeñas de la vida y agradecerle a Dios lo que nos ha dado a lo largo de nuestra vida, especialmente agradecerle el haber recibido el gran don de la fe que nos ha permitido vivir la experiencia del fallecimiento de nuestra hija con una visión cristiana y con una aceptación de su divina Voluntad. Si no tuviéramos esa fe, nada de esto sería posible. Lo que a ojos del mundo ha sido y es una experiencia de muerte, para nosotros es una gozosa experiencia de Vida, la Vida plena y sin fin de la que ya goza nuestra queridísima María Lourdes. El inmenso dolor que sentimos por la añoranza de nuestra pequeña sólo puede soportarse con el auxilio de la fe, y ello nos lleva a constantes actos de amor a Dios por esta fe recibida y a rogarle que nunca nos falte su auxilio y que, como Padre amoroso, nos lleve en sus brazos.
Al repasar los acontecimientos que han rodeado la vida y la muerte de nuestra hija nos damos cuenta de que Dios había escrito una historia para ella, que su vida tan corta tenía grabada un designio de salvación del que sólo en el cielo podremos llegar a tener conocimiento pleno. Creemos, sin temor a equivocarnos, que era una niña muy especial, distinta a las demás, como lo demuestra el hecho de que, desde el mismo momento en que se fue al cielo, muchísimas personas nos han contado que se encomiendan a nuestra niña en sus problemas o dificultades, que le piden favores (a veces muy grandes) que ella ha concedido ya. Parece que hubiera venido a este mundo para obtener del Cielo, como “otra” Santa Teresita del Niño Jesús, una lluvia de rosas para este tiempo.
El vacío que ha dejado la muerte de nuestra pequeña María Lourdes es tan grande que nadie podrá llenarlo nunca, pues era una niña tan especial que su recuerdo quedará siempre grabado en nuestros corazones; como dice Antonio, añoramos los besos y abrazos que nos iba a dar, y las primeras palabras y caricias que de ella esperábamos recibir. Como madre sufro, y a veces me pregunto porqué Dios se la ha llevado de mi lado y de mi cariño. En estos momentos de dolor y angustia sólo puedo hacer lo mismo que hizo la Virgen: guardar todas las cosas en mi corazón y meditarlas.
En todo este tiempo de prueba nunca nos hemos sentido solos. Sentíamos los efectos de la oración de tantos hermanos que rezaban por nosotros. Por esto estamos tan agradecidos por sus oraciones y nos atrevemos a pedirles que sigan encomendándonos en sus oraciones, del mismo modo que les invitamos a que se encomienden a nuestra pequeña misionera en su labor apostólica, pidiéndole que multiplique los frutos de sus trabajos por la extensión del Reino de Cristo.
Con todo mi agradecimiento y el de mi esposo, reciban en el Corazón de Jesús y de María un afectuoso abrazo de su hermana en Cristo.
María Lourdes Vila Morera.
“Tú quieres, mi buen Jesús, que yo ame a todos mis hijos, pero no quieres que mi corazón se detenga y ponga en ellos mi morada. Tú quieres, mi Señor, que los ame como de paso, yendo y volviendo de tu Corazón. Lo sé, lo veo y no lo hago, es culpa mía; perdóname. Es dolencia de mi amor; fortalécelo. Es mi íntima bajeza; levántame. Más no me arrojes jamás, Señor, de tu Corazón. Que sea mi nido de amor. El bálsamo de mis llagas, el consuelo de mis sufrimientos, y ame sólo en Ti, por Ti y para Ti. AMÉN.”
