Capítulo 13
Que el alma devota debe desear con todo
su corazón unirse a Cristo en el sacramento
El alma.– 1. ¿Quien me dará, Señor, que te halle sólo para abrirte todo mi corazón y gozarte como mi alma desea, y que ya ninguno me desprecie, ni criatura alguna me mueva ni ocupe, sino que tú sólo me hables y yo a ti, como se hablan dos que mutuamente se aman, o como se regocijan dos amigos entre sí?
Esto pido, esto deseo; unirme a ti enteramente, desviar mi corazón de todas las cosas creadas, y aprender a gustar las celestiales y eternas por medio de la sagrada comunión y frecuente celebración.
¡Ay Dios mío! ¿Cuándo estaré absorto y enteramente unido a ti, y del todo olvidado de mí?
¡Tú en mí y yo en ti! Concédeme que así los dos permanezcamos unidos.
2. En verdad, tú eres «mi Amado, escogido entre millares» (Cant 5,10), con quien mi alma desea estar todos los días de su vida.
Tú eres verdaderamente el autor de mi paz; en ti está la suma tranquilidad y el verdadero descanso; fuera de ti todo es trabajo, dolor y miseria infinita.
«Verdaderamente eres tú el Dios escondido (Is 45,15), que no te comunicas a los malos, sino que tu conversación es con los humildes y sencillos» (Prov 3,32).
«¡Oh Señor, cuán suave es tu espíritu, pues para manifestar tu dulzura con tus hijos te dignaste mantenerlos con el pan suavísimo bajado del cielo!» ( Antíf.).
Verdaderamente «no hay otra nación tan grande que tenga dioses que tanto se le acerquen, como Tú, Dios nuestro, te acercas» (Dt 4,7) a todos tus fieles, a quienes te das para que te coman y disfruten, y así perciban continuo consuelo, y levanten su corazón a los cielos.
3. Porque, ¿dónde hay gente alguna tan ilustre como el pueblo cristiano?
¿O qué criatura hay debajo del cielo tan amada como el alma devota a quien se comunica Dios para apacentarla con su carne gloriosa?
¡Oh inefable gracia! ¡Oh maravillosa dignación!
¡Oh amor sin medida, singularmente reservado para el hombre!
Pues, ¿qué daré yo al Señor por esta gracia, por esta caridad tan grande?
No hay cosa más agradable que yo pueda dar a mi Dios que mi corazón todo entero, para que esté unido con Él íntimamente.
Entonces se alegrarán todas mis entrañas, cuando mi alma estuviere perfectamente unida a Dios.
Entonces me dirá: Si tú quieres estar conmigo, yo quiero estar contigo. Yo le responderé: Dígnate, Señor, quedarte conmigo, pues yo quiero de buena gana estar contigo.
Este es todo mi deseo: que mi corazón esté contigo unido.