Un automovilista circula por una carretera a una media de ochenta kilómetros por hora. La carretera tiene señales diversas: unas, triangulares y con fondo azul, invitan a la prudencia (curvas peligrosas, cruces, escuelas. etc.); otras, redondas, con fondo rojo y el signo en blanco o azul, son imperativas (dirección prohibida. estacionamiento prohibido, paso prohibido a los vehículos de más de treinta toneladas). Todavía tenemos las señales de indicaciones simples, que son informaciones para los transeúntes o viajeros (nombre de los pueblos que se atraviesan, etc.) ,-o favores que se les pide (¡Silencio! Hospital).
Todas estas señales no se han colocado allí por capricho del Ministerio de Obras Públicas; éste no crea el peligro, sino que lo señala. La carretera tiene sus peligros para vosotros y para los demás; cuando el peligro es particularmente para vosotros, se os previene; cuando el peligro o dificultad es para los otros, se os advierte también. Si desobedecéis os arriesgáis a ser sancionados, como os pasa cuando os metéis en una calle de dirección prohibida o si os estacionáis en un lugar prohibido.
Esta es la historia del pecado. No seguir el plan de Dios conduce al sufrimiento y al desorden. El pecado no es un mal porque Dios lo ha prohibido, sino que Dios lo ha prohibido porque es malo y crea el desorden. Pecar, en el fondo, es no tener en cuenta las señales, que son los mandamientos, es faltar a nuestra vocación, es traer el sufrimiento a la tierra. El sufrimiento viene siempre del pecado. Dios, que es un educador maravilloso, ha querido hacérnoslo comprender por la misma vida de la humanidad. Él creó al hombre exento de sufrimiento, y es por el pecado que el sufrimiento vino al mundo. «Por el pecado entró en el mundo la muerte» (Rom 5, 12). El que comete un pecado, por más secreto que sea, esparce sufrimiento en el mundo.
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Juanita es una joven sirvienta, ingenua y sencilla, pues acaba de llegar de su pueblo. Está sirviendo en casa de un director de negocios más o menos sucios, pero muy lucrativos. En un momento de debilidad se dejó seducir por el «señorito»; ahora, como ella es culpable, la despiden: está esperando un niño. A la hora del alumbramiento, vive postrada en una crisis de sombrío desespero, repitiéndose continuamente: «He hundido mi vida».
No, mi pobre Juanita, no llores así. Es cierto, has cometido una falta de la cual tú misma eres culpable, a pesar de que te han engañado y han abusado de tu ingenuidad. Tú has llorado tu falta, tú has pedido perdón a Cristo a causa de la pena que Le has dado y Él te perdona. Olvida, ya no existe la falta; es como si nunca hubiera ocurrido nada. Ahora queda este pequeño ser que acaba de nacer; ¿sabes?, es algo verdaderamente bello ser madre, es algo muy grande, y una madre joven debe alegrarse para que más tarde el niño no sea tímido, no viva triste. Hay grandes obispos que nacieron en condiciones parecidas, antepasados de Cristo también. En tu vida, Juanita, habrá, sin duda alguna, más sufrimiento que si no hubiera habido la falta, te será necesario hacer un mayor esfuerzo, pero si tú quieres, esta vida podrá ser mucho más hermosa, mucho más bella que antes, ¿oyes? Entonces, seca tus ojos y di al Señor: «Dios mío, que me has llevado a los 18 años a una vida hermosa de muchacha cristiana y que me quieres restablecer, después de mi pecado, sí, quiero amarte, en una vida de madre soltera, todavía bella, tengo confianza en Ti.
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No se ha perdido nada, uno puede levantar una bella vida; uno puede volver a empezar. Los últimos no son los que se quedan con las sobras. Recordemos la parábola de los obreros de la última hora. Los pecadores arrepentidos, en la Iglesia, no son personas a quienes se tolera y que serán unos cristianos de segunda categoría; ellos han dado tantos santos que hasta parece que Cristo les tenga una predilección: ved sólo la vuelta del hijo pródigo y cómo Cristo nos describe la bondad del Padre.
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Érase una vez una muchacha de mala vida que había dado que hablar en todo el pueblo, y a la que llamaban la Prostituta… Por lo visto había ganado mucho dinero en su comercio infame, pues gastaba perfumes de mucho precio. Sin embargo, su vida no estaba totalmente perdida, ella podía levantarse, podía rehacer su vida y vivir más limpiamente como si nunca hubiera pecado. Vio a Cristo, se fue a Él, arrepentida, y Él no la rechazó. La defendió contra los que la despreciaban y esta mujer llegó a ser María Magdalena, la santa cuyo arrepentimiento será ejemplo en todas partes donde se predique el Evangelio.
Este es el misterio de la bondad divina. Podemos servirnos de ella y de todos nuestros pecados pasados y perdonados, para hacer de nosotros esta obra maestra que el Padre desea. En eso nos parecemos a los coches: la marcha atrás no es tan rápida que no pueda recuperarse en poco tiempo el camino andado…
“HE ENCONTRADO PUEBLOS REBELDES AL EVANGELIO SIEMPRE QUE HE HABLADO DE JESUCRISTO Y SU PASIÓN, Y ME HE OLVIDADO DE HABLAR DE LA SANTÍSIMA VIRGEN», decía San Francisco Javier, en una de sus cartas. ¿Un cristiano de verdad puede olvidarse cada mañana y cada noche de rezar las TRES AVE MARÍAS?
Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10