Capítulo 14
Del ansia con que algunos devotos
desean el cuerpo de Cristo
El alma.– 1. ¡Oh Señor, «cuán grande es la abundancia de tu dulzura, que reservaste para los que te temen!» (Sal 30,20). Cuando me acuerdo, Señor, de algunos devotos que se llegan a tu sacramento con grandísima devoción y afecto, me confundo muchas veces y me avergüenzo de mí mismo al ver que llego tan tibio y tan frío a tu altar y a la mesa de la sagrada comunión; que me quedo tan seco y sin dulzura de corazón; que no estoy todo encendido delante de ti, Dios mío, ni tan vehementemente atraído y poseído de amor como otros muchos devotos que por el gran deseo de comulgar y por el amor sensible de su corazón, no pudieron detener las lágrimas; sino que con la boca del corazón y del cuerpo anhelaban afectuosamente a ti, Dios mío, fuente viva, no pudiendo templar ni hartar su hambre de otro modo, sino recibiendo tu cuerpo con indecible regocijo y ansia espiritual.
2. ¡Oh verdadera y ardiente fe la suya, prueba manifiesta de tu sagrada presencia en este sacramento!
Estos son verdaderamente los que conocen a su Señor «en el partir del pan» (Lc 24,35), pues su corazón arde en ellos tan vivamente porque Jesús anda en su compañía.
Lejos está de mí muchas veces semejante afecto y devoción, tan vehemente amor y fervor.
Séme propicio, buen Jesús, dulce y benigno, y concede a este tu pobre mendigo siquiera alguna vez sentir en la sagrada comunión un poco de afecto entrañable de tu amor, para que mi fe se fortalezca, crezca la esperanza en tu bondad, y la caridad, una vez perfectamente encendida con la experiencia del maná celestial, nunca desfallezca.
Pues poderosa es tu misericordia para concederme gracia tan deseada, y visitarme clementísimamente con este espíritu de fervor el día que tuvieres por bien.
Y aunque no me hallo inflamado del gran deseo de tus especiales devotos, quiero, a lo menos, con tu gracia tener tan fervoroso deseo, y pido y deseo ser participante de los que tan fervorosamente te aman, y ser contado en su santa compañía.