-A ver si aciertas, mamá lo que voy a pedirle este año a los Reyes Magos -dijo Luisín, mientras enarbolaba su bolígrafo y se disponía a llenar de signos más o menos inteligibles (tortura de los carteros reales) el papel de su carta-. Sin levantar la vista de su lectura, que
absorbía su atención, por decir algo a su hijo, la mamá, monísima, contestó: -No sé, Luisín, ¿acaso una pelota de fútbol? -¡Nooo! -Pues, ¿una bicicleta? -¡Nooo! -¿Tal vez otro tren eléctrico? -¡Nooo! -seguía diciendo el pequeñín moviendo su rubia cabecita con grandes muestras de disentimiento-. –Pues, ¿qué vas a pedirles, mi vida, a los Reyes: la luna? -¡Nooo! ¡Es demasiado gande! Este año…. este año…, no v’a pedirles ningún juguete; les v’a pedir otra cosa mucho mejor: les v’a pedir que me traigan un hermanito para que pueda jugar con él… Esta vez sí que la mamá dejó la lectura y levantó los ojos para mirar a su hijo. El niño, sin advertir el sobresalto que sus inocentes palabras habían producido, continuaba con sus razonamientos. -Sí, un hermanito; porque en el «cole» hay otro niño que se llama Juan, que tiene muchos hermanitos y hermanitas; y yo, el jueves fui con la «Chedes» a jugar a casa de Juan, y Juan me dijo que él siempre se divertía mucho jugando con sus hermanitos; y yo, como estoy solo… ¿Qué te parece, mamá, me van a traer los Reyes un hermanito? -¡No sé! ¡Ejem! -tosió algo nerviosilla; y sin más respuesta, volvió a refugiar su atención en la revista de modas; aquel artículo era verdaderamente sugestivo, «El secreto para mantenerse joven y hermosa»… -Qué te parece, mamita, ¿me lo van a traer los Reyes? -¡Ay, calla, hijo, cuidado que te pones pesado a veces! ¿No ves que estoy ocupada?
Luisín, con un gesto resignado, cogió el «boli» y empezó su carta poniendo en ello toda la atención y aplicación de que eran capaces sus cinco añitos… Aquella mamá era bien rara… Pero, en fin, ya estaba bastante acostumbrado a semejantes respuestas… Aquella mamá no era como la de Juan; ¡siempre estaba leyendo! ¡y casi nunca le contaba cosas ni se lo llevaba a él de paseo!
La vida de Luisín, vista por de fuera, hubiera podido parece.r envidiable: tenía juguetes, todos los que quería… Pero, icuántas veces, yendo en coche acompañado de la «Chedes», sus ojos se iban detrás de aquellos niños que veía pasar, cogidos de la mano, acompañados de sus respectivas mamás! Quien hubiese sabido reer en aquellos dulces ojitos, algo melancólicos, habría visto que aquel niño tenía hambre de caricias en el cuerpo y en el alma; de aquellas caricias que la naturaleza sólo ha sabido inspirar entre madre e hijo… luisln se sentía solo; en medio de la abundancia en que vivía, Luisín se sentía solo…
Llegó el día tan esperado. Luisín buscó entre el montón de juguetes al hermanito tan deseado. No estaba. -¡Qué extraño es! ¡Si yo se lo puse bien claro en la carta! -Se habrán olvidado hoy -le dijo la Mercedes, su gran confidente. A veces pasa esto, ¿sabes? ¡cómo tienen tantos encargos! ¡A lo mejor te lo traen mañana…, u otro día!, ¡quién sabe!
Pero, los días pasaban y los Reyes no se acordaban de él; y Luisín (no sé si era por eso o por otra cosa) se iba poniendo triste, muy triste, tan triste que sus papás empezaron a temer por su salud… y fueron pasando más días… -Tal vez, un cambio de aires…, un clima de mar… No se regateaban esfuerzos: lo que es dinero, allí no faltaba; y ahora, tampoco faltaba amor. Al fin, un análisis de sangre vino a sacarles de su perplejidad… -Señores -les tuvo que decir con voz entrecortada el doctor- me resulta muy penoso el comunicárselo; pero es así: su hijito no tiene cura… Se trata de una leucemia linfática; la ciencia médica no ha llegado, hoy por hoy, a descubrir sus causas ni los medios de combatirla eficazmente; los casos, gracias a Dios, se presentan muy aislados; ustedes han tenido la desgracia de que les tocara uno. Hasta hoy, nadie se ha salvado… Haremos lo que podamos, pero no les doy ninguna garantía segura. Yo debía decírselo…
El dolor de aquellos padres fue indecible. María Luisa, madre al fin, sintió despertar todos los sentimientos de piedad adormecidos, con tanto alternar en «sociedad», con tantas modas y tanta vaciedad… No sabía moverse, ahora, de junto a la camita del enfermo. El niño, por su parte, no sufría en lo más mínimo; y no acertaba a explicarse el cambio operado en su mamá; la miraba satisfecho, la besaba y sonreía, sonreía… Y una tarde del mes de octubre, cuando caen las hojas de los árboles y las últimas flores se marchitan al soplo de las primeras ventiscas, y el sol empieza a languidecer, vinieron los ángeles y, sin hacer caso del dolor de aquellos padres, se llevaron el alma inocente de Luisín, a jugar para siempre, con el Niño Jesús.
Ha transcurrido un año, desde aquel día en que Luisín escribía su carta a los Reyes Magos. Junto a la confortable chimenea, sólo hay caras tristes. Sentados, los dos esposos contemplan cómo los tizones chisporrotean en el hogar… -¿Recuerdas, María Luisa? Hoy hace un año, nuestro Luisín vivía aún… -Sí, Ramón. -No éramos dignos de tener entre nosotros aquel tesoro. Dios se valió de aquel angelito para recordarnos nuestros deberes traicionados… María Luisa bajó la cabeza avergonzada; unas lágrimas de arrepentimiento surcaron sus mejillas… Para recuperar la vida sobrenatural, nunca es tarde: Dios no desprecia el corazón contrito y humillado. Pero, aquí en la tierra, ya era tarde; ellos lo habían querido: no podía ser madre.
“ALGUNOS PIENSAN QUE ES INÚTIL REZAR PORQUE HACE TIEMPO QUE ESTÁN EN PECADO MORTAL. ESTO ES TOTALMENTE FALSO. CUALQUIERA QUE PIDE, RECIBE, DICE JESUCRISTO. SEA BUEN CRISTIANO O NO», exclama San Alfonso María de Ligorio. Esto es verdad. Mucho más si cada mañana y cada noche se rezan las salvadoras y benditas TRES AVEMARÍAS a la Santísima Virgen.
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Laura, 4 – Barcelona-10



