Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: abril 2015

La Inmaculada Concepción: aurora de esperanza

16 jueves Abr 2015

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guerra camposVenerados sacerdotes, muy queridos hermanos: como tenemos una Madre a la que proclamamos con la Iglesia llena de juventud, es forzoso que os diga a todos «queridos jóvenes», aunque todos concedamos un cierto lugar de preferencia a los jóvenes en edad. En esta noche, iluminados con la luz interior de la fe, estáis adorando al Señor que está con nosotros y, a la vez, estáis cantando con júbilo la pureza y la grandeza de la Madre del Señor y Madre nuestra.

Siempre que los cristianos nos reunimos a velar junto al Señor durante la noche, podemos ver en la noche misma un signo muy claro de todo lo que hay de oscuro en nuestra propia vida humana: todo lo que hay de pecado, de lejanía de Dios, de búsqueda desorientada de nuestra propia perfección y de nuestro bien, de impotencia, rebeldías, fracaso y muerte. En medio de esa oscuridad, que nos inquieta y nos atormenta, sentimos que se ensancha el corazón con la presencia misteriosa de la luz y la alegría que brota de la fe.

Dos noches hay en el año en las que esta presencia de la luz y de la alegría se eleva hasta cotas sublimes: la noche de Navidad y la noche de la Resurrección. Entre ambas, se despliega la manifestación del Dios invisible que se muestra haciéndose hermano nuestro, compartiendo nuestro vivir humano y conduciéndolo a esa plenitud maravillosa que llamamos Resurrección, pero conduciéndolo por la cruz, que es a la vez participar del dolor de los hermanos: no ser pecador y sin embargo estar sufriendo las condiciones dolorosas del pecado, transformando la vida en una actitud de elevación, de ofrenda, de obediencia a la Voluntad del Padre y, al mismo tiempo, en un camino que asciende a la plenitud del Padre en la misma Resurrección.

Esta noche en que velamos celebrando ya el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, Nuestra Señora, es no solamente el anuncio de la noche de Navidad: la Inmaculada Concepción es la flor más brillante del Adviento, de la esperanza, de la confianza en la intervención de Dios para redimirnos, para liberarnos del pecado y de sus consecuencias y para elevarnos a nuestra dignidad de hijos, a la participación en la vida del Padre. No sólo es un anuncio que anticipa las palabras del ángel el veinticuatro de diciembre: «Os traigo una buena nueva, una gran alegría (…) pues os ha nacido hoy un Salvador». Es ya la noche de Navidad: el Señor que se manifiesta en Belén actúa ya en la Virgen María, incluso antes de ser concebido en su seno, porque a Él se debe esta maravilla de la Inmaculada Concepción que prepara su venida, su entrada en el mundo para ser partícipe de nuestra historia, de nuestra vida humana.inmaculada

En Ella comienza la realización de la esperanza: ya estamos más allá de la profecía, estamos en el inicio de la instauración del Reino de Dios, y por eso, como sabéis, la tradición literaria, expresiva, del pensamiento cristiano, ha comparado innumerables veces la Inmaculada Concepción con una aurora, y la Navidad con el nacimiento del sol. Pero todos sabemos que la luz de la aurora y la luz del nacimiento del sol son la misma luz: la aurora es el sol que se anticipa a sí mismo antes de nacer y que, por tanto, ya nos ofrece su luz. De ahí que el Misterio de la Inmaculada Concepción es inseparable, por no decir que en cierto modo es idéntico, del misterio de la Navidad del Señor.

El Señor se hace hombre para transformar nuestra vida humana en ofrenda al Padre, liberarnos del pecado y abrirnos el camino de la esperanza y de la vida plena. Ese mismo Señor, antes de ser hermano nuestro (en previsión de su vida humana y de sus méritos ante el Padre, como dice la oración de la Misa), ya redimió preventivamente a una hermana, a María, haciéndola totalmente limpia, poniéndola en perfecta comunión con la voluntad del Padre, realizando perfectamente su condición de hija de Dios desde el primer instante y preservándola de caer en el pecado (no por mérito de Nuestra Señora ni por un esfuerzo propio de Ella misma, sino por intervención divina, como don de Dios).

El Señor la preparó para todos nosotros, para que, como dice la liturgia, fuese al mismo tiempo la Madre del Hijo de Dios (ofreciéndole un espacio limpio por medio del cual Dios pudiera poner su pie, por decirlo así, en la tierra, en medio del barro, del pecado, sin mancharse), y para que fuese Madre nuestra, y al mismo tiempo para que fuese la realización anticipada y perfecta de lo que nosotros debemos ser como hijos de Dios, como Iglesia, como comunidad de redimidos o comunidad de esperanza, inicio y figura de la Iglesia. Esta es la doble finalidad del misterio de Inmaculada. Porque Ella es, en medio de este océano de oscuridad y de pecado, como un islote admirable aunque no por ello aislado, sino al servicio de todos según la voluntad de Dios.

Por eso, cuando la contemplamos, jamás podemos detenernos en el punto inicial, que es el comienzo purísimo de su vida, ni en ningún punto intermedio de su trayectoria. Así como en la vida cristiana, en la santa Eucaristía, celebramos siempre conjuntamente todo el trayecto que va desde la Navidad hasta la Resurrección (porque es ese recorrido en su totalidad el que realmente nos ilumina, nos ofrece un cauce de salvación y de esperanza), así, cuando cantamos a Nuestra Señora como hacemos en esta solemnidad, contemplamos el misterio, el don de Dios de su Concepción Inmaculada, pero ya tendemos la mirada hacia el final del trayecto: por ser limpia, exenta de pecado, debe ser Reina, debe tener ese dominio perfecto del universo que el Señor prometió a todos los hombres, que todos ansiosamente intentan conseguir y que nunca logran, porque el final de los esfuerzos humanos es siempre el fracaso, la esclavitud y la muerte. Así pues, cantamos a la Inmaculada, pero ya con los resplandores de la Asunción gloriosa, de la Resurrección, del final de esa trayectoria que realiza anticipada y perfectamente la vocación cristiana, aquella que queremos que sea la nuestra, nuestra esperanza: nuestro destino como hijos de Dios.

Pero mis queridos hermanos, todo esto, que es grandeza y resplandor, también en Ella, la Madre, es inseparable del camino de la cruz. Santa María es privilegiada en el orden de la vida interior, de la comunión con Dios. Santa María en la tierra no disfrutó de ningún privilegio, ni en el orden social ni económico. Ella siguió el camino de la obediencia en medio de cierta oscuridad: «He aquí la servidora, la esclava del Señor, hágase en mí según tú Palabra, aunque no siempre entienda tu Palabra» .

Santa María es la Madre del Rey liberador, la Madre que asiste al pie de la cruz al espectáculo horrendo y humanamente vergonzoso de la crucifixión, de la condena a muerte de ese Rey en nombre de una supuesta justicia que, incluso con el pretexto de hacer obsequio al mismo Dios, elimina a aquel enemigo, según dice clarísimamente el mismo Evangelio. Santa María se puso tan a nuestro nivel en el orden de las dificultades, del sufrimiento, en el orden de la cruz, que la sentimos muy próxima, como dice el Concilio Vaticano II refiriéndose a la Virgen en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Ella, sin dejar de ser Madre, es también, como toda madre, miembro de la familia: es hermana, es la hermana más excelente y más alta (en una altura inalcanzable), siendo al mismo tiempo la más cercana, la que nos da más confianza. Por eso le cantamos con una mezcla de veneración, de alegría filial y de confianza, porque es realmente nuestra Madre.

Con esto se nos recuerda que el misterio de la Concepción Inmaculada no es un privilegio en exclusiva para esta hermana nuestra, aunque Ella es la única en poseerlo, sino que lo posee para bien de todos. O lo que es igual: todos estamos llamados a participar de algún modo de esta gracia de Dios, de esta vocación a la pureza, a la liberación del pecado, a la comunión total con el Padre, con la Voluntad de Dios. Y quizá esto último es lo más grande de este misterio.

Como en todos los misterios cristianos, la grandeza espiritual, la grandeza de la esperanza, la grandeza de los frutos del amor de Dios, no está ligada (como tantas otras supuestas grandezas de la Historia humana) a ningún nivel de progreso técnico o de desarrollo, a ningún momento o etapa privilegiada de la Historia. Por el contrario, santa María, nuestra hermana, es la más humilde: una jovencita arrinconada, desconocida, de un pueblo despreciado por sus propios paisanos.

Todos somos llamados a esa comunión con Dios, sea cual sea el nivel de nuestro progreso técnico, de nuestra inserción en la Historia. Tenemos una vocación universal que es la razón más íntima de la alegría profunda e incomparable de un cristiano. Porque todas las demás ofertas que se hacen en el mundo para alimentar la alegría o la esperanza son radicalmente engañosas, pues todas nos ofrecen una esperanza que se proyecta en un futuro en el cual no vamos a participar. De este modo, todos los que han vivido en etapas de la Historia menos desarrolladas están como condenados, porque no han logrado ese nivel. Sin embargo, el nivel de la Inmaculada Concepción se ha logrado hace dos mil años y un poquito más. La cumbre en la cual está situada santa María junto a su Hijo Jesucristo, la más alta de toda la Historia (incluso por lo que se refiere a la vida humana es inalcanzable), jamás será lograda en lo que resta de Historia, y eso está en un pasado que nos acompaña en el presente, que anticipa como una garantía, como una prenda, nuestro propio futuro, porvenir de nuestra esperanza.

Por eso, la Santa Iglesia, oportunamente, en el Prefacio de la Misa de la Inmaculada proclama a la Virgen María «llena de juventud y de limpia hermosura». Hermosa en proclamación, llena de juventud. Reitero, por tanto, lo dicho: si Ella es nuestra Madre y está llena de juventud, nosotros no podemos ser viejos, aunque lo seamos en edad. Somos tan jóvenes como Ella: el hijo no puede ser mayor que su madre. Porque todos sabemos qué es la juventud: la juventud es una tensión de la vida hacia un más allá, es una actitud referida a un futuro posible o soñado como posible, es una actitud de esperanza, es la tensión que produce en los corazones eso que llamamos un ideal. El ideal es algo a lo que tendemos, que todavía no se ha realizado, pero que ya constituye la fuerza que nos mueve ahora y, por tanto, es más real que todas las demás realidades: nos levanta, nos exige, nos mantiene tensos, llena de sentido nuestras vidas. También las llena de exigencias: el ideal nos pone en actitud de servicio y en actitud de esperanza.

Pues bien, lo que nosotros cantamos, buscando el inicio de esta maravilla precisamente en el misterio de la Concepción Inmaculada, es el ideal que debe tensar nuestras vidas, que las hace jóvenes porque las llena de esperanza, de posibilidades que nunca se agotan sea cual sea el desgaste momentáneo de la vida de cada uno, a pesar de la misma muerte. Este ideal no es un sueño ni una ilusión, o una especie de utopía. Ese ideal está ahí, lo estamos cantando: Jesús y María son nuestro ideal realizado y nosotros caminamos no hacia un fantasma atrayente del futuro, sino hacia nuestra Madre, hacia nuestro Salvador y Hermano, hacia una realidad viviente que nos precede, que nos acompaña a todas las generaciones, que abre el camino de nuestra esperanza, de nuestra realización plena en eso que llamamos el futuro.

Mis queridos hermanos: la gratitud y el gozo que brotan de un corazón cristiano ante estos misterios sencillos pero radicales, ante esta irrupción de luz en la noche oscura (que eso es el misterio: lo grande del misterio no está en la noche, está en la luz, y nosotros gozamos de esa luz aunque todavía sea luz de noche como lo es la luz de la fe, no luz de medio día); esta alegría y esta gratitud, repito, se agigantan cuando nos comparamos, sin pensar en mérito alguno por nuestra parte, con la situación en la que se encuentran tantos otros hermanos en el mundo.

Porque el mundo, el mundo autónomo, el mundo que trata de justificar el pecado, la independencia frente a Dios, y que pretende ser como Dios, siempre ha intentado situar la juventud -esta relación que nos eleva, nos exige, nos llena de alegría y de actitud servicial y esperanzada- en la juventud de la edad. Pero pronto se descubre que la juventud de la edad no merece ese nombre, porque lo propio de toda edad es pasar. No me cansaré de repetirlo: el futuro de la juventud es bien claro: dejar de ser joven, el futuro de la juventud es la vejez. Recientemente estamos asistiendo al final de estos intentos.

Con la llamada Ilustración, en el siglo XVIII, y todo el orgullo de grandes sectores de la humanidad en el siglo XIX y gran parte del actual, se ha intentado poner la juventud (el motivo de la esperanza, la tensión ideal que nos da dinamismo, energía y fuerza), no en el futuro de edad de cada uno (que es irrisorio si nos quedamos en él), sino en el futuro de la humanidad, una humanidad que se basta a sí misma, que es como Dios y que logrará divinizarse en cierto modo. Pero hemos dicho muchas veces en estos dos últimos años (porque es un hecho al que estamos asistiendo como testigos), que esta pretensión se ha derrumbado.

En este momento no existe nadie en el mundo que no haya descubierto lo que era patente hace mucho tiempo: que el futuro como ideal para la vida de la humanidad es un espejismo. Es absolutamente irreal, porque nosotros no vamos a estar en ese futuro y los que estén tampoco estarán en ese futuro porque estarán de paso. El futuro no tiene consistencia, el tiempo nos devora y devora todas las cosas. Por eso, en este momento, el resplandor de la Virgen María como morada digna del Hijo de Dios nuestro hermano, de Dios hecho hombre, aparece como la única luz: porque todos los sectores de la humanidad que han cultivado su autonomía, es decir, que han tratado de justificar su pecado, que han renunciado al don de Dios y a la comunión obediente y esperanzada con Dios, ahora conocen su vacío. Hay como una inmensa decepción que lo llena todo, y en este sentido, es evidente que gran parte del mundo (y tristemente del mundo cristiano), ha caído en un proceso de vejez, de degeneración.

Hoy mismo, como sabéis todos, el Santo Padre Juan Pablo II nos invita a los cristianos de Europa (que es la zona del mundo donde se han producido con mayor intensidad estos pensamientos de autosuficiencia, de emancipación y donde, por tanto, se están experimentando con mayor dramatismo los derrumbamientos de esos castillos en el aire, de esas torres de Babel), nos pide que recemos por Europa, para que estos pueblos cristianos, hermanos nuestros, una vez que han comprobado el vacío de sus pretensiones y su vejez, vuelvan a recobrar la juventud, la cual sólo se puede recobrar yendo a la fuente de la misma.

Primero, al menos, buscándola. Lo característico de los grandes sectores de la sociedad cristiana de esta Europa nuestra (sobre todo la más presuntuosa, la más segura de sí misma), es que está tirada, no busca, está inapetente y trata de compensar su vacío con la prosperidad, con la irresponsabilidad moral. Pero eso aumenta todavía más la sensación de vacío, de esclavitud y de falta de sentido: hay como una inmensa desgana y eso no es propio de jóvenes. Está claro que si la juventud es una tensión hacia un más, hacia algo mejor, algo que se puede aspirar o conseguir, no se puede situar nunca en el futuro -el Papa lo ha recordado muchas veces en sus encuentros con los jóvenes a lo largo del mundo- ya que el futuro es como el presente y el pasado. Esa tensión ha de situarse en lo eterno.

Y esa eternidad será posible sólo en comunión con Dios, como la Virgen María y gracias a Ella, que nos lo ha dado a luz, lo ha hecho hermano nuestro y ha hecho posible que Dios tenga Corazón. Porque Dios tenía amor, pero no tenía Corazón: no tenía esta sensibilidad que nos lo hace próximo, inteligible, asequible, manifestado y visible, aun siendo Él invisible. Sólo en comunión con Dios, los instantes de nuestra vida que están en el tiempo y que, por pasajeros, se van diluyendo, se convierten en gérmenes de vida eterna, de una vida eterna que no está en el futuro, sino de una vida eterna que vivimos ahora mismo. Porque la vida eterna es el presente de Dios. En Dios no hay ayer ni mañana, es un hoy perpetuo.

La vocación de los cristianos gracias a la Encarnación del Hijo de Dios y a la Maternidad de Nuestra Señora, es poder aspirar seriamente a insertar nuestro vivir, que es fugaz, que es un vivir condenado a muerte, en este hoy, en este eterno presente de Dios, y esto ya desde ahora, aunque todavía en forma imperfecta y expuesta al peligro de perderse. Pero ya ahora la vida eterna mora en nuestros corazones porque es Dios quien habita en ellos y su Santo Espíritu los llena de luz, de esperanza y de amor. Así pues, la juventud está en la Inmaculada, en la que es «llena de juventud y de limpia hermosura». Por eso, queridos hermanos, hermanos jóvenes -no sólo vosotros, los que tenéis la juventud de la edad- unámonos al Papa, a los Obispos y a los cristianos fieles y solícitos de toda Europa para que estas tierras cristianas viejas (o lo que es lo mismo: llenas de tradiciones cristianas y de sus valores, aunque ahora, desgraciadamente, envejecidas por desgaste y traición a su propia fe), vuelvan a su propia casa, vuelvan a su Madre, que aún sigue persiguiendo (sensiblemente casi) todos los rincones de este continente.

Para eso es necesario que nosotros ofrezcamos al Señor y a su Santísima Madre el propósito de intensificar nuestra propia fidelidad, de poner muy alto el objetivo de nuestras miradas, para que nuestra vida esté tensada hacia la altura de la esperanza, de la vocación de Dios; que aceptemos, como hizo Nuestra Señora, siendo Madre del Rey, el camino del servicio: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra», descubriendo en él nuestra auténtica libertad, descubriendo que servir a Dios es el único modo de reinar.

Y como no bastan las palabras fáciles, que cuestan poco, tendríamos que pedir a Nuestra Señora que nos ayude a imitarla, en lo que misteriosamente sugiere la primera lectura de la Misa de la Inmaculada tomada del libro del Génesis 16: esta maravilla de la victoria sobre el pecado. Porque la victoria de la esperanza y de la juventud es inseparable de una lucha, de un esfuerzo constante de purificación. La serpiente (que induce a la rebeldía) acosa a la mujer y la ataca en su talón, en su calcañal. Pero el pie de la mujer está vigilante, y fiel a la Voluntad de Dios, aplasta su cabeza. Esto mismo tiene que realizarse con la ayuda de Nuestra Señora en el interior de nuestros propios corazones, día a día, instante a instante, en todas las circunstancias variables de nuestro vivir. Debemos vivir un esfuerzo continuo de purificación, facilitado por la esperanza, por la presencia del amor de Dios en nuestros corazones, por la compañía del mismo Señor y de Nuestra Señora a través de todas nuestras andanzas, llevándonos como de la mano, siendo compañeros de nuestra peregrinación mientras andamos por el mundo.

Y junto a todo esto, como contribución (aunque sea modestísima) a ese objetivo grandioso de regeneración de la vida y de la fe cristiana en los pueblos de Europa, ofrezcamos a Nuestra Señora el ser testigos de la esperanza que Ella representa. Demos razón de nuestra esperanza a ese mundo que nos rodea y que no la tiene, que se zambulle ansiosamente en el disfrute de lo inmediato sabiendo que es pasajero, pero no aspirando ya a más porque ha renunciado realmente a la esperanza. Necesitamos despertar los corazones para que no renuncien a la esperanza, para que no se conformen con envejecer y morir, para que pretendan vivir, colaborar al triunfo de la vida y del amor auténtico, que es reflejo del amor de Dios y de la única libertad posible en medio de tantas esclavitudes. Nosotros podemos, cada uno desde su rinconcito, ser como una antorcha en la noche que descubra a los que andan perdidos y desorientados la luz de la esperanza, la luz de la juventud, la luz que brilla integralmente, pura y perfecta en nuestra Madre.

José Guerra Campos

Carta tras el fallecimiento de mi hija

09 jueves Abr 2015

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Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío

Sentmenat, 1 de abril de 2007

 Queridas hermanas en Cristo:

Escanear0007 Jesús nos dice “estrecha sobre tu corazón tu cruz. Viene de Mi, no es una cruz cualquiera, es la tuya, la que Yo he elegido para ti”. Desde que nació mi niña María Lourdes continuamente la había ofrecido a Dios, le decía que era la flor más bonita que me había dado y que era la flor más bonita que yo podía ofrecerle. Dios aceptó este ofrecimiento y se la llevó con Él al cielo.

Cuesta mucho devolverle a Dios lo que en realidad nunca fue mío, pero Él en su divina bondad nos dejó el regalo de su presencia por un breve, brevísimo, tiempo. Era la alegría de nuestra casa pues siempre estaba contenta y hacía que todos los que estaban a su alrededor estuvieran contentos. Seguramente que sentía el amor y cariño de sus padres y hermanos y nos lo devolvía con sus sonrisas y parloteos.

Antonio y yo hemos comentado muchas veces que nunca, en los dieciocho años de casados, habíamos sido tan felices como en los ocho meses que nuestra niña estuvo con nosotros. Ella cambió nuestras vidas haciéndonos un poco más sacrificados, generosos y cariñosos con nuestros hijos. Gracias a María Lourdes hemos aprendido a valorar las cosas pequeñas de la vida y agradecerle a Dios lo que nos ha dado a lo largo de nuestra vida, especialmente agradecerle el haber recibido el gran don de la fe que nos ha permitido vivir la experiencia del fallecimiento de nuestra hija con una visión cristiana y con una aceptación de su divina Voluntad. Si no tuviéramos esa fe, nada de esto sería posible. Lo que a ojos del mundo ha sido y es una experiencia de muerte, para nosotros es una gozosa experiencia de Vida, la Vida plena y sin fin de la que ya goza nuestra queridísima María Lourdes. El inmenso dolor que sentimos por la añoranza de nuestra pequeña sólo puede soportarse con el auxilio de la fe, y ello nos lleva a constantes actos de amor a Dios por esta fe recibida y a rogarle que nunca nos falte su auxilio y que, como Padre amoroso, nos lleve en sus brazos.Mª Lourdes Sellas

Al repasar los acontecimientos que han rodeado la vida y la muerte de nuestra hija nos damos cuenta de que Dios había escrito una historia para ella, que su vida tan corta tenía grabada un designio de salvación del que sólo en el cielo podremos llegar a tener conocimiento pleno. Creemos, sin temor a equivocarnos, que era una niña muy especial, distinta a las demás, como lo demuestra el hecho de que, desde el mismo momento en que se fue al cielo,  muchísimas personas nos han contado que se encomiendan a nuestra niña en sus problemas o dificultades, que le piden favores (a veces muy grandes) que ella ha concedido ya. Parece que hubiera venido a este mundo para obtener del Cielo, como “otra” Santa Teresita del Niño Jesús, una lluvia de rosas para este tiempo.

El vacío que ha dejado la muerte de nuestra pequeña María Lourdes es tan grande que nadie podrá llenarlo nunca, pues era una niña tan especial que su recuerdo quedará siempre grabado en nuestros corazones; como dice Antonio, añoramos los besos y abrazos que nos iba a dar, y las primeras palabras y caricias que de ella esperábamos recibir. Como madre sufro, y a veces me pregunto porqué Dios se la ha llevado de mi lado y de mi cariño. En estos momentos de dolor y angustia sólo puedo hacer lo mismo que hizo la Virgen: guardar todas las cosas en mi corazón y meditarlas.

En todo este tiempo de prueba nunca nos hemos sentido solos. Sentíamos los efectos de la oración de tantos hermanos que rezaban por nosotros. Por esto estamos tan agradecidos por sus oraciones y nos atrevemos a pedirles que sigan encomendándonos en sus oraciones, del mismo modo que les invitamos a que se encomienden a nuestra pequeña misionera en su labor apostólica, pidiéndole que multiplique los frutos de sus trabajos por la extensión del Reino de Cristo.

Con todo mi agradecimiento y el de mi esposo, reciban en el Corazón de Jesús y de María un afectuoso abrazo de su hermana en Cristo.

 María Lourdes Vila Morera.

“Tú quieres, mi buen Jesús, que yo ame a todos mis hijos, pero no quieres que mi corazón se detenga y ponga en ellos mi morada. Tú quieres, mi Señor, que los ame como de paso, yendo y volviendo de tu Corazón.  Lo sé, lo veo y no lo hago, es culpa mía; perdóname. Es dolencia de mi amor; fortalécelo. Es mi íntima bajeza; levántame. Más no me arrojes jamás, Señor, de tu Corazón. Que sea mi nido de amor. El bálsamo de mis llagas, el consuelo de mis sufrimientos, y ame sólo en Ti, por Ti y para Ti.  AMÉN.”

 

Chispicas 11

09 jueves Abr 2015

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chispicasLa guerra española de los años 1936-39, fue una guerra santa –una cruzada- en el sentido propio del término. La teología, filosofía y la historia lo confirman. Leed lo que escribieron los Sumos Pontífices y los obispos españoles en su Carta Colectiva en plena guerra. A mi entender, hoy necesitamos guerras santas, para defender a nuestros hermanos católicos que, en distintas naciones, están asesinando a millones de cristianos.

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El ecumenismo no es solo las reuniones de representantes de la Iglesia con los representantes protestantes. El fin del ecumenismo, es la vuelta a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana de todos los bautizados, que la abandonaron. Cristo fundó una sola Iglesia, sobre Pedro. Y sólo la Iglesia Católica tiene la lista de los Sumos Pontífices sucesores del apóstol Pedro.

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Lutero y los protestantes se quitaron de encima la soberanía del Sumo Pontífice. Y cayeron en la esclavitud de sus pasiones desordenadas. Después llegaron las guerras de religión con millones de muertos. Danton, Marat, Robespier y revolucionarios franceses se quitaron de encima la soberanía divina. Impusieron a Francia la soberanía de la razón, corrupta y corruptora. Asesinaron a más de cuatro millones de inocentes, y los mismos revolucionarios, unos a otros. Después vinieron las revoluciones antidivinas. La comunista en Rusia, con más de ciento veinte millones de muertos; y la socialista nazi de Alemania, con seis millones de muertos.

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Maritien y los demócratas cristianos se quitaron de encima la Soberanía Social de Jesucristo, nuestro Rey y Señor. Demócratas cristianos, que se hundieron en el estiércol de Satanás, legalizando el divorcio, el aborto, etc. Después vinieron las dos guerras mundiales. Y ahora estamos en “la tercera guerra mundial por etapas”, como ha dicho el Sumo Pontífice, Francisco. El fundamento de todas las revoluciones está en “la razón podrida” de los hombres corruptos contra la Revelación Divina. Satanás maneja a todos los revolucionarios siempre contra la ley de Dios.

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A mí, eso de los derechos humanos, siempre me ha olido a podrido. Porque esos democratistas paganos nunca hablan de los derechos de Dios. Dios tiene derecho a que los hombres le amemos con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas. Dios tiene derecho a que el hombre, la sociedad y las naciones, le rindan culto públicamente… Dios tiene todos los derechos sobre el hombre, creado a su imagen y semejanza. Sin Dios, el hombre no es más que una mota, una de materia del universo.

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Obispos hubo que prohibieron rotundamente que partidos políticos españoles se autocalificaran “católicos”. Obispos hubo y hay que alaban a partidos de “inspiración cristiana” que tienen en sus proyectos políticos abortos, divorcios, homosexualismo, etc. Es para bilotontearse, volverse dos veces tonto.

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Los partidos políticos democratistas no se preocupan en absoluto del bien común de los pueblos. A ellos sólo les preocupa sus intereses crematísticos. De ahí que la corrupción está a la orden del día.

Padre Cano, mCR

La Confesión

08 miércoles Abr 2015

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La confesión es, me atrevería a decir, uno de los sacramentos más controvertidos que hay. Porque es el tema recurrente de ciertas personas, que llevados de no sé qué, se niegan sistemáticamente a confesarse ante un sacerdote.confesion Argumentan que no tienen razón para contarle sus miserias a un hombre como ellos, que prefieren confesarse directamente con Dios, que el confesionario es un arma que usan los curas para conocer nuestras debilidades y conseguir manipularnos a su antojo, que los curas son tan pecadores como el que más,… Razones, en definitiva, para no humillarse, y que lo único que aportan al que no es capaz de un pequeño acto de humildad y de arrodillarse para decir a otro hombre “perdóneme, padre, porque he pecado” es quedarse con su pecado. Porque la confesión es el medio ordinario querido por Dios para perdonarnos, y salvo situaciones extraordinarias en que la Misericordia Divina lo puede todo, no hay absolución válida sin confesión, ni perdón sin absolución.

Pero el hecho es que muchas personas no se confiesan, o se confiesan muy poco, y necesitamos la confesión. Somos naturaleza caída, y por tanto pecadores, necesitamos el perdón de Dios para levantarnos cada vez que caemos. Y también para perdonarnos a nosotros mismos. Si no nos confesamos, el sentimiento de culpabilidad nos corroe por dentro, y a la corta o a la larga, causa depresiones y otras manifestaciones psicosomáticas de gravedad variable. Eso sucede a los que tienen conciencia de pecado, pero también a los que no la tienen, sólo que en éstos el proceso es más lento. Y muchos que no se confiesan con un sacerdote, al cabo del tiempo acaban confesándose con un psiquiatra, y además pagando. No quiero decir con eso que no deban existir los psiquiatras, Dios me libre, ni que todos los que van al psiquiatra deberían ir a la Iglesia. No. Pero hay personas que toman antidepresivos y tranquilizantes, y en realidad lo que tienen es la inquietud íntima de un mal no perdonado y no reparado. Y una absolución bien recibida tras la contrición necesaria, junto con la reparación debida por el mal causado, aliviaría muchos males que se intentan solucionar con pastillas o con sesiones y más sesiones en que uno se confiesa ante un médico porque no quiere hacerlo ante un sacerdote. Prefieren decir “soy un enfermo o un loco” a decir “soy un pecador”. Y hay males que sí puede solucionar un médico. Pero también hay males que sólo puede solucionar un sacerdote. Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención de las películas americanas es que al parecer es normal que allí todo el mundo tenga su psiquiatra. Cuando yo era pequeña, al menos aquí, nadie iba al psiquiatra. Si alguno iba, lo callaba como un muerto, porque era reputado de loco, porque no se entendía que uno pudiera ir al médico, simplemente, a contar sus problemas,  porque para eso estaban los amigos y el confesor, según la calidad del problema que contar. Pero en las películas americanas, me llamaba la atención la gran cantidad de psiquiatras que parecía haber ejerciendo allí. Con el tiempo lo atribuí -no sé si con razón- a que en los países de tradición protestante, como no hay confesores, parecen proliferar los psiquiatras. Y eso, al parecer, está ocurriendo aquí ahora.confesión

Aparte del psiquiatra, en lo últimos años han surgido otros “confesionarios”: los platós de televisión. Cada vez con más frecuencia se ven programas (“Reality shows”, les llaman) en que una o varias personas, sin ninguna vergüenza ni pudor, airean ante las cámaras y ante toda la audiencia de una cadena-basura, sus infidelidades, latrocinios más o menos justificados, insultos soeces, riñas y acusaciones. No querrán confesarse con un sacerdote, porque… “a él qué le importa”. Pero lo confiesan todo, con pelos y señales, ante una cámara y ante millones de personas, a quienes les importa aún menos. Con el agravante de que esa confesión pública sin arrepentimiento y con jactancia, es escandalosa, con lo que se añade pecado sobre el pecado, sin posibilidad de obtener el perdón.

Creo que Dios hace mejor las cosas. El estableció que un pecador vaya a ver a un hombre elegido para esa función por El mismo, y al que le ha otorgado la potestad de perdonar y, con la gracia sacramental, el don de aconsejar; que en privado confiese todos sus pecados sin escandalizar a nadie (el sacerdote oye tantas cosas, que no se escandaliza de nada); que con contrición y reparación y buena intención reciba la absolución, y ya está. La diferencia es que hay perdón real, y no hay escándalo. Con lo otro hay escándalo y no hay perdón. Parece mentira la manía que tenemos lo hombres de reinventar lo que ya está inventado, y enmendarle la plana a todos, incluido el mismo Dios. ¿Aprenderemos algún día?

Mª Pilar Frigola

Mensajes de fe 28: El santo rosario

08 miércoles Abr 2015

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Después de la Santa Misa no hay oración más poderosa que el Rosario.» (San Pío X). «Dos condiciones hacen más eficaz la oración: la perseverancia y que se unan muchos para hacerla en común. Y estas dos condiciones se realizan excelentemente en el Rosario.» (León XIII). La verdadera sustancia del Rosario bien meditado está constituida por un triple elemento, que da a la expresión vocal unidad y reflexión: contemplación mística, reflexión íntima e intención piadosa.» (Juan XXIII). San Juan Pablo dijo: María reza unida a nosotros, como rogaba unida a los Apóstoles. Esta oración se llama Rosario. Y es nuestra oración predilecta». NO CREAS QUE EL ROSARIO, SIN LA CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS, SEA ROSARIO SEGÚN EL SENTIDO DE LA IGLESIA. EL ROSARIO MEDITADO ES UN FESTÍN PARA UN ESPÍRITU CRISTIANO.MURILLO_VIRGEN DEL ROSARIO

Modo de rezarlo

Por la señal de la santa Cruz +, de nuestros enemigos + líbranos Señor Dios nuestro +. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío. Por ser Tú quien eres, Bondad infinita, y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido. También me pesa que puedas castigarme con las penas del infierno. Ayudado de tu divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Ofrecimiento. -Señor y Dios nuestro, dirigid y guiad todos nuestros pensamientos, palabras y obras a mayor honra y gloria vuestra. Y Vos, Virgen Santísima, alcanzadnos de vuestro divino Hijo, que con toda atención y devoción podamos rezar esta parte de vuestro santo Rosario, el cual os ofrecemos por la exaltación de la santa Fe católica, por la extirpación de las herejías y errores, por nuestras necesidades espirituales y temporales, por el bien y sufragio de los vivos y difuntos que sean de vuestro agrado y de nuestra mayor obligación.

Se enuncia el primer misterio del día y se reza:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación; y líbranos del mal. Amén.

(Avemaría) Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. (10 veces)

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

María, Madre de gracia y Madre de piedad y de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

¡Oh Jesús mío! Perdonad nuestros pecados, preservadnos del fuego del infierno, llevad al cielo a todas las almas, socorred especialmente a las más necesitadas de vuestra divina misericordia.

Misterios:

Gozo (Lunes y Sábado)

1º La encarnación del Hijo de Dios

2º La visitación de Nuestra Señora a su prima santa Isabel

3º El nacimiento del Hijo de Dios

4º La Presentación de Jesús en el templo

5º El Niño Jesús perdido y hallado en el templo

Luz (Jueves)

1º El Bautismo de Jesús en el Jordán

2º La autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná

3º El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión

4º La Transfiguración

5º La Institución de la Eucaristía

Dolor (Martes y Viernes)

1º La Oración de Jesús en el Huerto

2º La Flagelación del Señor

3º La Coronación de Espinas

4º Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario

5º La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor

Gloria (Domingo y Miércoles)

1º La Resurrección del Hijo de Dios

2º La Ascensión del Señor a los Cielos

3º La Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles

4º La  Asunción de Nuestra  Señora a los Cielos

5º La Coronación de la Santísima Virgen como Reina de Cielos y Tierra

Acabados los 5 misterios se reza:

ACCIÓN DE GRACIAS. -Infinitas gracias os damos, Soberana Princesa, por los favores que todos los días recibimos de vuestra generosa mano. Dignaos, Señora, tenernos ahora y siempre bajo vuestra protección y amparo; y para más obligaros os saludamos con una Salve: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Letanías lauretanas

Señor, ten piedad (Bis)

Cristo, ten piedad (Bis)

Señor, ten piedad (Bis)

Cristo, óyenos (Bis)

Cristo, escúchanos (Bis)

Dios, Padre celestial, ten misericordia de nosotros.

Dios, Hijo, Redentor del mundo

Dios, Espíritu Santo

Santísima Trinidad, un solo Dios

Santa María, ruega por nosotros.

Santa Madre de Dios

Santa Virgen de las vírgenes

Madre de Cristo

Madre de la Iglesia

Madre de la divina gracia

Madre purísima

Madre castísima

Madre siempre virgen

Madre inmaculada

Madre amable

Madre admirable

Madre del buen consejo

Madre del Creador

Madre del Salvador

Madre de misericordia

Virgen prudentísima

Virgen digna de veneración

Virgen digna de alabanza

Virgen poderosa

Virgen clemente

Virgen fiel

Espejo de justicia

Trono de la sabiduría

Causa de nuestra alegría

Vaso espiritual

Vaso digno de honor

Vaso insigne de devoción

Rosa mística

Torre de David

Torre de marfil

Casa de oro

Arca de la alianza

Puerta del cielo

Estrella de la mañana

Salud de los enfermos

Refugio de los pecadores

Consoladora de los afligidos

Auxilio de los cristianos

Reina de los Ángeles

Reina de los Patriarcas

Reina de los Profetas

Reina de los Apóstoles

Reina de los Mártires

Reina de los Confesores

Reina de las Vírgenes

Reina de todos los Santos

Reina concebida sin pecado original

Reina asunta a los Cielos

Reina del Santísimo Rosario

Reina de la familia

Reina de la paz

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, perdónanos Señor.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, escúchanos Señor.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten misericordia de nosotros.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oremos. Te pedimos, Señor, nos concedas a nosotros tus siervos, gozar de perpetua salud de alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, seamos librados de las tristezas presentes y gocemos de la eterna alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Por las intenciones del Papa: Padre nuestro… Avemaría… Gloria al Padre…

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Corazón Inmaculado de María, sed la salvación mía.

Bienaventurado Patriarca San José, rogad por nosotros.

Ángelus

Se reza tres veces al día: por la mañana, al mediodía y por la tarde.

– El Ángel del Señor anunció a María. Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. Avemaría.

– He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Avemaría.

– Y el Hijo de Dios se hizo carne. Y habitó entre nosotros. Avemaría.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oremos. Infunde, Señor,  tu gracia en nuestras almas, para que los que hemos conocido, por el anuncio del Ángel, la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, lleguemos por los Méritos de su Pasión y su Cruz, a la gloria de la Resurrección. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre. (Tres veces)

Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10

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“Espíritu Santo, infúndenos la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”. Padre Santo Francisco.

"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

Nuestro ideal: Salvar almas

Van al Cielo los que mueren en gracia de Dios; van al infierno los que mueren en pecado mortal

"Id al mundo entro y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado" Marcos 16, 15-16.

"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

"No seguirás en el mal a la mayoría." Éxodo 23, 2.

"Odiad el mal los que amáis al Señor." Salmo 97, 10.

"Jamás cerraré mi boca ante una sociedad que rechaza el terrorismo y reclama el derecho de matar niños." Monseñor José Guerra Campos.

¡Por Cristo, por María y por España: más, más y más!

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