¡Querida Virgen María! Te llevo aquí en mi pecho, junto a mi corazón. Sé que Tú estás siempre conmigo en todos mis actos, en mis angustias y en mis alegrías. Soy feliz pensando que nunca me abandonas.
Ayúdame, ¡oh Madre mía! A ser más santa cada día; que en los trabajos diarios te vea siempre a mi lado; hazme dulce y generosa como Tú, dócil y obediente como Tú; cariñosa con mis hijos, sin perder la paciencia, pues ellos son hijos tuyos, más que míos; inspírame actos de amor hacia mi esposo a quien tanto amo, y que vea en él el rostro de Cristo, tu Hijo.
Sé, Virgen María, que Jesús me quiere con locura y que por mi murió. Tú ya sabes cuánto miedo me da sufrir; Así pues, te propongo un pacto: darte todos y cuantos hijos Dios quiera darme y sufrir en los dolores del parto por amor a Dios.
Gracias, Madre, por todo lo que tengo. Da gracias Tú por mí a tu Hijo por el gran don de la maternidad. Tú ya sabes la alegría que una madre siente al tener en sus brazos a su hijo recién nacido, tan pequeño, tan indefenso y ¡tan precioso!
Es un verdadero milagro cada vida que de mí nace; sentir su alma tan pura cuando le doy el pecho, sentir latir su corazón ¡tan pequeño! Pero tan lleno de la gracia de Dios. Es otro Jesús en el pesebre, pero está en mis brazos. Jesús ¡en mis brazos!
Nunca, Madre mía, dejaré de dar gracias a Dios por lo mucho que me ama. Mi corazón se llena de gozo al pensar que mi madre en la tierra sentía por mí lo mismo que yo siento por mis hijos; y lo mucho que vamos amando a los hijos cuando van creciendo, es sólo el amor a Dios que se palpa en el amor a los hijos.
¡Gracias Madre!
María Lourdes Vila Morera