Muchas personas de la Unión Seglar han escrito sobre el Padre Alba. He leído montones de anécdotas, detalles de su caridad y virtudes y recuerdos de muchas personas que le conocieron y amaron.
Yo le conocí poco, y le traté menos. Me casé con un joven de la Unión seglar, y en lugar de irme a vivir yo a Barcelona, se vino él a Gerona. Mientras el Padre aún vivió entre nosotros yo le veía de cenáculo a retiro y de retiro a cenáculo, y poco más. El trato que tuve con él fue generalmente muy breve. Podría decirse que fueron retazos, porque siempre estaba muy solicitado. Por tanto, sólo retazos puedo contar. Serán tres, que siempre me han hecho pensar.padre-alba
La primera fue en Ejercicios. Los iba a dirigir el Padre Alba, y las ejercitantes fuimos llegando a nuestra hora, pero el Padre se retrasaba. Pasó media hora, una hora, hora y media… y al final decidimos despedirnos de los familiares que nos habían acompañado, entrar en la capilla, y esperar al Padre rezando el rosario. Así nos encontró él cuando llegó, y después de alabar que hubiéramos empezado a rezar, viendo cómo rezábamos, nos soltó: “No corráis, no corráis… NO HAY DEVOCIÓN CON PRISA”. Con una sola frase nos dio una lección magistral. El Amor no tiene prisa. A Dios no debemos escatimarle el tiempo. A Dios no podemos tratarle con prisas. Desde ese día, no puedo rezar con prisa. Cuando a veces me embalo y recito con rapidez las oraciones vocales, recuerdo al Padre y tengo que rezar más lento, con más devoción, con más perfección. Porque no hay devoción con prisa.
La segunda fue en una peregrinación al Bartolo, en Castellón. Nosotros teníamos una autocaravana, y con ella llegábamos el sábado por la noche, dormíamos en el Desierto de las Palmas y la mañana del domingo subíamos andando a la cruz, Santa Misa, comida de hermandad y regreso a casa. En la autocaravana yo llevaba la comida de la familia, y como tenía una cocina, y una nevera, tras la comida acostumbraba a preparar café. Lo tenía recién hecho, y vi al Padre acercarse a la autocaravana, y en cuanto llegó, le ofrecí una taza. El se paró, estuvo unos segundos pensativo y después cogió la taza, me la agradeció y dijo: “LA CARIDAD ES MAS EXCELENTE QUE EL SACRIFICIO”. Me quedé sin saber qué decir. Cuando terminó cogí sonriendo la taza y nos despedimos. Nunca supe si lo dijo agradeciendo mi caridad que le ofrecía el café, o si lo dijo porque me hacía la caridad de no despreciar aquello que yo le ofrecía aún a costa de romper el sacrificio de la peregrinación. Pienso que en realidad los dijo por ambas razones. Pero desde ese día, en las situaciones en que he dudado si elegir entre la caridad y el sacrificio, su enseñanza y su ejemplo me han ayudado a decidir.
La última fue en un retiro. Yo estaba embarazada de mi sexto hijo, Ramón, y todo iba bien. A la hora de los postres, un seminarista se me acercó, y me entregó de parte del padre Alba una botella de Agua de San Ignacio. Me dijo que era para las embarazadas, y se fue. Yo me quedé perpleja. Nunca había oído hablar de ella, y no sabía qué debía hacer, así que a lo largo de varios días, me la fui bebiendo vaso a vaso hasta terminarla. El joven que me la dio, llevaba dos botellas más. Creo que una se la dio a mi hermana, que también estaba embarazada. La tercera no recuerdo quién la recibió. El caso es que poco tiempo después me pusieron de reposo, porque tenía placenta previa y podía tener una hemorragia y perder al niño. Hice todo lo que me dijeron, amén de rezar mucho, y finalmente mi hijo nació sano y sin problemas. Pero lo sorprendente en todo esto es que cuando el Padre nos dio el agua, nadie –ni yo misma- sabía que mi hijo corría peligro. Y mi hermana, que también recibió agua de San Ignacio, también tuvo que estar de reposo y al final mi sobrino, que está hecho un machote, nació por cesárea, y tampoco sabía del peligro de su embarazo el día del retiro. De la tercera mujer no puedo decirlo, porque no lo sé. Lo que me sorprende, y me hace pensar que tal vez haya algo de extraordinario en todo esto, es que ni antes ni después el Padre me había dado nada en mis embarazos. Me lo dio solamente en mi único embarazo peligroso de los seis que tuve antes de su fallecimiento, y eso antes de saberse que era un embarazo de riesgo.
Creo que el Padre Alba fue, para los que tuvimos el gozo de conocerle, un regalo de Dios. Porque era un santo que supo amar a Dios por encima de todo, y transmitir a los que le rodeaban ese amor y esa Fe que son el tesoro que dura eternamente. Demos gracias a Dios.

Mª Pilar Frigola