El catecismo de la Iglesia Católica enseña que: “la fe es una adhesión persona del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras” (n. 176). “La fe es un don sobrenatural de Dios. Para crecer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo” (n.179)
Esta adhesión, este asentimiento firme e irrevocable, de nuestra inteligencia y nuestra voluntad a lo que Dios ha revelado debe ser conforme a razón, como enseña el Concilio Vaticano I: “Dios quiso que a los auxilios internos del Espíritu Santo se juntaran argumentos externos de su revelación, a saber, hechos divinos, y, ante todo los milagro y las profecías” (D. 1790)
Un milagro es un hecho sensible histórico y extraordinario que supera las fuerzas y leyes de la naturaleza creada, que solo puede ser realizado por Dios. La fe no es irracional. Es lo más razonable. La Iglesia antes de confirmar un milagro, analiza la verdad histórica, la verdad científica, la verdad relacionada con el bien sobrenatural realizado por Dios, por medio del milagro. Así confirma la autenticidad de una revelación, la doctrina divina o la fe de los fieles. Un milagro es una intervención de Dios en la historia de la humanidad. Dio hizo milagros en su Pueblo, Israel, como leemos en el Antiguo Testamento.
Jesucristo hizo muchos milagros. Y tan evidentes, que sus enemigos dijeron “¿Qué hacemos?, que este hombre hace muchos milagros” (Jn 11, 47). La resurrección de Lázaro fue el detonante de la sentencia de muerte de Jesús. Y su resurrección, la manifestación de su divinidad.
Los milagros, comprobados científicamente, son señales claras de la intervención de Dios en la historia. En la Iglesia Católica han sucedido muchos y verdaderos milagros, perfectamente comprobados por la ciencia y confirmados por el Magisterio de la Iglesia. Para la canonización de un santo se requieren dos milagros. Y son muchos los santos canonizados. En Lourdes y en otros santuarios marianos, han ocurrido muchos milagros. En la Iglesia, siguen sucediendo muchos milagros. Sencillamente, porque la verdadera religión es la religión católica.
Las profecías son milagros de orden intelectual. La profecía es la predicción cierta de un hecho futuro, que no se puede prever, porque depende de la exclusiva voluntad de Dios y de la libertad de los hombres. Sólo Dios puede conocer el futuro libre y sólo Él puede dar a conocer un acontecimiento naturalmente imprevisible. La profecía es clara señal de la intervención de Dios. Tanto en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento se anuncian hechos futuros, profecías, que se cumplieron posteriormente.
La predicción de un eclipse solar no es una profecía, porque el eclipse puede preverse naturalmente, ya que está sujeto a las leyes de la naturaleza. Werner Heinemberg, el físico que ha revolucionado la ciencia del siglo XX, Premio Nobel, ha dicho: “Es posible establecer contacto entre el alma y Dios, de la misma manera que un ser humano puede establecer contacto con otros seres humanos. Lo que sí creo cierto es en Dios y que de Él viene todo. Las partículas atómicas tienen un orden y una armonía que tienen que haber sido impuestos por alguien”
La fe es lo más razonable. El doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, dice: “La fe es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura”. Seamos razonables.
Pidamos al Señor que sepamos “combatir los nobles combates de la fe”. La Santísima Virgen está con nosotros.
P. Manuel Martínez Cano, mCR