Somos miembros de la Unión Seglar, y tanto mi marido como yo entendemos que pertenecer a esa familia de familias supone unos privilegios, pero también conlleva unos deberes. Siempre que podemos asistimos a los cenáculos y a los retiros. Últimamente un poco menos, porque nuestros trabajos no nos lo permiten. Yo soy farmacéutica y tengo que hacer guardias varios festivos al año, y Jesús trabaja en una gasolinera, y como servicio público que es, también trabaja  muchos festivos. Pero a veces él trabaja y vengo yo con mis hijos, otras veces él viene con los niños y yo me quedo en casa, y cuando podemos venimos todos. Y me entristece ver que de mes a mes, y de año a año, cada vez se va viendo menos de nuestros hermanos que, al parecer, permanecen fieles al compromiso que adquirieron en su día.Cristo vence

No pretendo ponernos como ejemplo, ni decir: «qué buenos somos, nosotros cumplimos». De ninguna manera. Sólo Dios conoce el corazón de cada uno, y tal vez tiene mayor mérito el enfermo que se ha de quedar en casa deseando venir a un retiro y que, no pudiendo, ofrece su deseo insatisfecho y su enfermedad, que cualquiera de los que, asistiendo, ocupamos la primera fila y nos distraemos con el vuelo de una mosca, nos dormimos, o tal vez hablamos en vez de meditar durante los descansos. Sólo Dios conoce el corazón de cada uno y puede juzgar. Escribo esto para animar a los indecisos, y explicarles por qué nosotros, que hemos de recorrer 100 Km de ida y 100 Km de vuelta cada mes, venimos siempre que podemos, y que cada cual medite en su corazón si las razones que nosotros tenemos animan a otros a perseverar en su fidelidad, o a mejorar si creen que lo necesitan.

En primer lugar, entendemos que hemos aceptado un compromiso. Nuestro Señor nos enseñó que el cristiano sólo ha de tener una palabra, y que hemos de hacer honor a ella. Como miembros de la Unión Seglar ambos nos comprometimos a asistir a todos los actos que organizaran los Padres Directores, a no ser que hubiera algún impedimento objetivo. Por tanto, si queremos ser perfectos, como nuestro Padre Celestial es Perfecto, hemos de cumplir el compromiso libremente adquirido.

En segundo lugar, sabemos que la grandes infidelidades empiezan siempre con pequeñas cesiones. Todo gran pecador, todo gran criminal, fue un día un niño inocente que empezó robando, tal vez, unos caramelos, o mintiendo a sus padres, o acortando el vestido, o  manoseando o dejándose manosear en un rincón… No tenía importancia, porque era sólo un pecadillo. Pero poco a poco los pecadillos fueron siendo pecados, y los pecados acabaron siendo crímenes. Todas las historias, con variaciones, suelen tener este hilo conductor común. Si aspiramos a la santidad no podemos ceder en nada, por pequeño e insignificante que parezca. Si hablamos de modestia hemos de cuidar  la forma de vestir. Si hablamos de fidelidad al compromiso libremente aceptado, no hemos de faltar por desgana ni desidia, sino sólo cuando la causa de nuestra ausencia sea plenamente justificada. Si cedemos en lo poco, acabaremos no viniendo nunca.

En tercer lugar, porque aunque todos nosotros, gracias a Dios, hemos recibido el don de la Fe y la gracia de una buena formación, somos naturaleza caída, y por tanto débiles. Nuestra perseverancia necesita alimentarse de la oración y de los sacramentos. Nuestra formación necesita del recordatorio constante de lo que ya sabemos, para no olvidarlo. Nuestro anhelo de santidad necesita ampliar el conocimiento que tenemos de Dios y de las cosas santas para no desfallecer <y perseverar. Necesitamos también la intercesión de nuestros hermanos que nos otorga gracias abundantes gracias a la Comunión de los Santos, y el buen ejemplo de los demás que nos anima a imitarles. ¿Dónde hallaremos mejor todo esto que en los cenáculos, retiros y peregrinaciones que cada año nos proponen?

En cuarto lugar, es bueno para la formación y educación de nuestros hijos. El mundo que nos rodea, todos lo sabemos, no ayuda a la santidad, sino que más bien la entorpece. Está plagado de malos ejemplos y tentaciones que son un peligro para nosotros y para nuestros hijos. Además ellos tienen amigos que carecen del don de la fe, y que no viven en su familia una vida cristiana, sino todo lo contrario. El ambiente, ciertos amigos, son un peligro para nuestros hijos. Llevándoles a retiros y cenáculos les ofrecemos la posibilidad de tener buenos amigos, que como ellos crean en Dios, y que no se burlen si mis hijos se niegan a las cosas mundanas, porque ellos hacen igual. Para ellos es también oración, sacrificio y buen ejemplo. A ellos les da tanta pereza como a nosotros madrugar y subir al coche a primera hora de la mañana, aparte que hasta que no han tenido buenos amigos en cenáculos y retiros se han sentido no pocas veces extraños. Y les enseñamos con el ejemplo la fidelidad a la palabra empeñada.

Finalmente quisiera hacer una pequeña reflexión. No pocas veces, cuando hemos salido de casa en dirección a Barcelona, he pensado que no me apetecía nada el plan del día, y entre el aburrimiento, la pereza y el disgusto, inquietudes y preocupaciones han aflorado más de una vez. En ese estado de ánimo medio depresivo he entrado bastantes veces en la capilla. Y siempre -qué curioso- la meditación o la plática han dado respuesta a aquello que me inquietaba o entristecía aquel día. No es casualidad. Simplemente, Dios nunca se deja ganar en generosidad.

Mª Pilar Frigola