Quiero dar gracias a Dios por los beneficios espirituales y materiales con los que nos ha obsequiado a mi familia y a mí, en este verano: la ordenación sacerdotal de mi sobrino y ahijado, el padre Sellas.
Al ser hermanos mi marido y mi cuñado, siempre he sentido que mis sobrinos lo eran por partida doble y he sentido mucho cariño hacia ellos, también por el hecho de haberlos cuidado de pequeños, cuando iba a casa de mi hermana para ayudarla.
Mi sobrino Juan Mª (que ahora le conocemos como el padre Sellas) me pedía que rezara por su perseverancia cuando Dios lo llamó al sacerdocio; yo le decía que por ser sobrino y ahijado rezaría el doble por él, y gracias a Dios hemos tenido el gran regalo de poder ver y asistir a su ordenación sacerdotal. Ahora tengo que continuar rezando para que Dios y la Virgen hagan de él un santo misionero de Cristo Rey.
La larga ceremonia de la ordenación se nos pasó como un suspiro y pude vivirla intensamente, meditando tanto como pude cada palabra del ritual y las palabras del Sr. Obispo.
Después la emoción llego al máximo en el besamanos que siguió a la Santa Misa. Todos fuimos a besar las manos consagradas de otro Cristo en la tierra y no pudimos evitar que las lágrimas brotaran de nuestros ojos. Todos lloramos por la profunda emoción de ese momento.
Cuando fui a besarle las manos a Juan Mª me abrazó fuertemente y no hacía más que repetir “Gràcies tieta, gràcies tieta”. Yo contesté que Dios nos amaba mucho, pues nos había hecho un regalo muy grande.
Sólo la ausencia de mi hijo Gabriel, que como sabéis está de seminarista en la misión de Chosica en el Perú, con el padre Acosta, empañó un poco la felicidad de ese día: pero ofrecimos ese sacrificio para su perseverancia en la vocación y la perseverancia del padre Sellas; sabemos que ese día Gabriel estuvo muy unido a nosotros en la oración, por nosotros y especialmente por su primo.
Rezaremos por el padre Sellas, para que Dios le haga ser un santo sacerdote según su Corazón.
Maria Lourdes Vila Morera