Siempre se nos ha dicho que la Unión seglar es una familia de familias, y es verdad. Y como tal familia, en ella ha de imperar la caridad. Y ciertamente, he visto en ella rasgos de caridad muy hermosos, como la de aquel padre de familia que un día se encontró a la salida de Misa a la hija de otra familia de la Unión Seglar que está estudiando en Barcelona. Sabiéndola lejos de su casa y de sus padres, le dio su dirección y teléfono, ofreciéndose y ofreciéndole su casa, para cualquier cosa que necesitara.
Creo que todos queremos ser santos, y que a veces lo hacemos bien, y otras tropezamos estrepitosamente. Pero sabiendo que San Pablo nos enseña que “si no tengo caridad, no soy nada” (I Cor, 13), en el ejercicio de la caridad es donde probablemente hemos de esforzarnos con el mayor empeño.
El ejercicio de la caridad es una de las virtudes que siempre han recomendado vivamente todos los santos. Los santos fundadores, los que fundaban instituciones de apostolado o de oración, recomendaban vivamente la caridad con los hermanos y el cuidado amoroso de los enfermos de la orden. Recuerdo haber oído muchas veces al Padre Alba predicarnos la caridad con nuestros hermanos, y mi marido me ha contado muchas veces que cuando él era más joven, la Unión Seglar (grupos de jóvenes de la Asociación) iba los domingos a visitar enfermos a hospitales, al Cotolengo, a Residencias de Ancianos… cada semana. No sé si todavía se hace. Desde Gerona, hay muchas cosas de las que no nos enteramos. Sé que la Tuna y la Rondalla van a tocar y a alegrar a enfermos y ancianos, aunque no sé con que frecuencia. Está también la meritísima labor de los jóvenes de San José. Pero me atrevo a decir que deberíamos aspirar a más.
Y esa caridad de que hablo no ha de encaminarse solamente a obras en favor de enfermos, pobres o ancianos. Hemos de ir más allá. Se ha de practicar cada día, con cada una de las personas que están a nuestro lado. Y eso, a veces, es más difícil que ir un día a la semana, o un día al mes, a un sitio concreto a poner alegría y esperanza donde hay miserias y tristeza y desesperanza. En ese sentido me ayudó mucho en cierta ocasión una charla que escuché en el Opus Dei. En ella nos recomendaban extremar la caridad con nuestros hermanos en la fe, no sólo con aquellos que amamos, sino SOBRETODO CON LAS PERSONAS QUE NO NOS CAEN BIEN, teniendo con ellas detalles que pudieran llegar a hacerles pensar que las preferimos a las que realmente nos caen bien. Ser simpáticos, amables, serviciales, detallistas con los que más queremos y más a gusto nos sentimos es fácil. Hacerlo con los que nos son antipáticos, con aquellos cuya compañía desearíamos rehuir, es muy difícil y sin duda muy meritorio. Y se me antoja que conseguir hacerlo hasta el punto que alguien pueda llegar a pensar -ésa es la meta que nos proponían- que preferimos en nuestro ánimo a aquel con quien no desearíamos tratar, es heroico.
Si aspiramos a la santidad, esta medida tan exigente -la más exigente- ha de ser la medida que nos propongamos para nuestra caridad. Hemos de aspirar a que en nuestro trato, primero entre nosotros, y después con otros cristianos, y aún con aquellos que carecen del don de la Fe, nos conozcan y nos reconozcan por nuestra caridad con todos. Como a los primeros cristianos, que llamaban la atención de los paganos al ver cómo se amaban, y los paganos, al ver el amor de los cristianos, se convertían. Que la Santísima Virgen nos ayude a lograrlo.
Mª Pilar Frigola