Me ha llegado un recado en el que se me pide que el próximo lunes entregue dos artículos para este blog, en lugar del uno comprometido habitualmente.
Es por una circunstancia extraordinaria.
Voy a intentar cumplir, aunque no me va a ser fácil.
No me va a ser fácil porque me cuesta escribir, motivo por el que me lo suelo tomar con calma, lo de escribir. Te explico, querido lector
Antes de empezar cualquier artículo, pienso en el tema a tratar. Eso es relativamente fácil, pues suelo tratar sobre lo cotidiano. Como hoy; que te cuento que me va a ser difícil cumplir un compromiso, porque me cuesta escribir.
“¡Qué tontería”! pensarás.
Quizás te parezca una tontería, pero para mí es importante, porque cuando escribo intento exteriorizar algún sentimiento y eso es importante para el ser humano. Aunque sean pequeñas cosas, a veces incluso, aparentes trivialidades.
Pero no sólo intento exteriorizar un sentimiento, sino que además intento que quien lo lea lo entienda, porque me encuentro mejor si mi interlocutor me entiende, ya que así lo hago partícipe de ese sentimiento. Y si además de entenderlo, se adhiere a él, ¡miel sobre hojuelas”.
Si pensar el tema es relativamente fácil, explicarlo es más difícil porque exige tener unas buenas explicaderas. Las mías son regulares.
Luego, puestos en faena, hay que intentar escribir sin ofender, aunque el tema que vayamos a tratar sea beligerante; a veces se nos va la mano al desacreditar a alguien o a algún colectivo, para reforzar nuestros argumentos. Eso no es bueno. Y no quiere ello decir que debamos poner paños calientes o que seamos ñoños frente a situaciones indeseables. No, quiere decir que la caridad ha de presidir todas nuestras acciones, incluso la escritura. A nadie se le ocurriría tildar de ambiguo o contemporizador al Nuevo Testamento, siendo como es un mensaje rotundo y firme.., pero profundamente caritativo. Hay a quienes les molesta lo que dicen los Evangelios, pero nunca me he encontrado con nadie que le haya molestado, cómo lo dice.
Queda todavía lo más importante al escribir, que es intentar ceñirse a la verdad y no escandalizar con opiniones fuera de lugar.
Como no tenemos ciencia infusa, esto último requiere una preparación previa. La mía es que cuando empiezo a hilar en la cabeza el tema que va a ser motivo del artículo que preparo, me encomiendo al Señor para que me ayude a evitar el error que pudiera confundir o escandalizar a un lector de buena voluntad que me leyera.
Esto es fundamental. El Señor no nos va a dar más conocimientos técnicos – o sí- , eso es irrelevante – pero sin duda nos va a dirigir por el camino adecuado y va a evitar que nuestros errores tengan malas consecuencias morales para un lector indefenso.
Hasta aquí el proceso es para mí relativamente rápido, pero lo que viene luego, me suele resultar difícil: Lo que viene luego es plasmar “sobre el papel” lo que se ha forjado en la mente.
Escribir en el ordenador me resulta lento, a veces exasperante, pues pulso teclas incompatibles que me borran el texto, que me bloquean algo que me causa efectos indeseables en el programa informático, que tardo tiempo en desenredar. Procuro subsanar tales incidentes a base de tiempo y paciencia. La traducción de esto es que escribir media hoja, me lleva entre una y dos horas.
Una vez he escrito la columna vertebral del artículo, ¡Eureka! Ya pasó lo más duro.
¡Pero todavía no he acabado con el artículo! Normalmente, en las siguientes veinticuatro horas, dedico momentos a repasar mentalmente lo que he escrito para ver si sigue la coherencia que busco en mis cosas. Tras ese tiempo, vuelvo al artículo, lo releo, corrijo defectos y, tras dárselo a una tercera persona para que me dé su opinión (subsanar errores de bulto que pudiera haber), lo doy por acabado.
Excepcionalmente, si el asunto es muy especializado, pido opinión a un sacerdote amigo, que conozca el tema (en este blog no es necesario, pues ya tenemos pactado ese extremo con el padre Cano).
En definitiva, amigo lector, y a modo de moraleja, te recomiendo meditar los temas a tratar, encomendarte al Señor, sea cual sea el tema o trascendencia de lo que vas a escribir, escribir con tacto, y pedir opinión aceptando con atención y humildad las correcciones autorizadas. Huye del “recorta y pega” – tan fácil y tan vacío de sentimiento – y pon parte de tu corazón en lo que escribes.
Por eso para mí, escribir – aunque sean cuatro palabras como las de este articulito – es un reto, que asumo con gusto si puede ayudar a algún lector despistado que pase por aquí.
Bueno, querido lector, me despido de ti. Queda con Dios y hasta la semana que viene, si Él quiere.
José Cepero