Primera parte

FORMAS Y MOTIVOS INTERNOS DEL ATEÍSMO

I ATEÍSMO COMO DESENTENDIMIENTO DE DIOS

Empezamos por unas formas de ateísmo que se reducen a actitudes de desentendimiento de Dios y que con más precisión que otras podrían encasillarse dentro del «ateísmo práctico». Son formas primarias, poco reflexivas. Guerra-Campos.5Salvas las distinciones que luego se harán, es posible resumir todas estas formas en lo que he denominado inmersión egocéntrica en lo inmediato.[1]

1. El dualismo del «paraíso», su ruptura y reducción monista.

Recordemos, como punto de partida, que el hombre vive una íntima dualidad. Por un lado, el hombre se siente integrado y enraizado en la Naturaleza, en el universo de las cosas visibles y experimentales, aunque pretende naturalmente ser señor de ellas, dominándolas y manejándolas por el conocimiento y la habilidad técnica. Por otro lado -y precisamente para que sea verdadera la afirmación de su señorío-el hombre afirma su personalidad y libertad, su espiritualidad o trascendencia. Las dos afirmaciones armonizadas convergen en la interpretación del hombre que presenta el Génesis: el hombre es señor del universo -aunque emerge del mismo y está sensiblemente hecho de la «misma pasta» de las demás cosas-porque es Vicario de Dios, porque en él hay una misteriosa irradiación de algo que trasciende ese universo sensible.

Esa dualidad reflejada en el Génesis constituía el Paraíso. Pero es vivida también por los hombres que están fuera del paraíso, y aun lo niegan, al menos como nostalgia o como tendencia y aspiración confusa. Sabemos que una de las formas características del ateísmo moderno es la que, aun negando el Paraíso original, impulsa hacia la construcción del paraíso en el futuro. Estas actitudes -la nostalgia, la aspiración confusa, la tensión entre la dimensión terrena del hombre y su dimensión trascendente o de relación con Dios-nos revelan dónde está el problema del hombre, son el índice de su espiritualidad y libertad.

El ateísmo consiste sencillamente en «cortar el nudo», rompiendo la tensión ascendente, pretendiendo que el hombre se realice en una sola dimensión, totalizándolo en el polo terrenal.

2. Formas primarias de indiferencia inapetente o de repugnancia hacia Dios, por dispersión irreflexiva o por reclusión en uno mismo como centro de placer y de dominio.

Absorción por lo inmediato. Lo «inmediato» es el campo asequible donde se ejerce mi actividad, mi lucha, mis pretensiones; el campo de los planes y proyectos realizables en el tiempo, el de las relaciones con los demás… Lo inmediato comienza apareciendo como algo centrado sobre mí mismo, a lo que me asomo desde mí; al iniciar la exploración del mundo, yo soy el centro provisional de ese contorno u horizonte circular que hay en torno a mí. Esto produce los brotes primarios y poco reflexivos de apartamiento de Dios, que luego en virtud de otros factores pueden conducir a formas de ateísmo más profundas. Porque en relación con lo «inmediato», Dios es lo misterioso que «está detrás». Y si bien la misma realidad inmediata, por su insuficiencia y su condición insatisfactoria, apunta hacia Dios y nos remite a Él, también puede hacer de telón que tapa su presencia o que obstruye en nosotros mismos la atención al vacío e indigencia interior, y la consiguiente referencia a Dios. Podemos caer en un estado de inmersión egocéntrica en lo inmediato. Cuando se borra la flecha que nos remite a Dios y se tiende a identificar todo nuestro vivir con el contorno inmediato, se termina por eliminar a Dios; pasa uno mismo a ser el centro único de convergencia y de irradiación en ese contorno, como territorio del propio disfrute o dominio.

El efecto de tal inmersión egocéntrica en lo inmediato suele ser doble: 1.o se cae en una especie de indiferencia inapetente que sencillamente elude a Dios, ni siquiera lo niega, solamente no se ocupa de Él; 2.0 pero’, como a pesar de todo, de vez en cuando se abren grietas en el límite de ese campo acotado concéntrico sobre el propio yo, y por esas fisuras asoma de algún modo lo que está detrás, entonces, acostumbrados a dominar y disfrutar ese campo con independencia, reaccionamos con repugnancia contra el Intruso. Dios nos parece un entrometido; Dios es el «Otro», que nos incomoda.

Estas actitudes primarias son frecuentes en todas las épocas. A algunos tratadistas les da vergüenza hablar de ellas, porque no suenan solemnes como otros planteamientos, supuestamente más filosóficos; pero el hecho es que son realísimas y muy importantes. ¿Y cuáles son las posturas que inducen a esas dos formas de desentendimiento (la inapetencia indiferente y el rechazo instintivo del «intruso»)7 Se pueden condensar en dos, a saber: la dispersión irreflexiva, la reclusión en uno mismo como centro de placer y de dominio. Hablaremos después de una postura diferente, que sigue a una aceptación inicial de Dios: la decepción de la fe utilitaria.

Dispersión irreflexiva.

Aludimos a los comportamientos que van desde la desidia, sin más, hasta la inmersión en los hábitos viciosos, en virtud de los cuales el hombre, deseoso de unidad interna, si no reforma su conducta, se desliza hacia el cambio de los criterios morales.

Sé muy bien que no es muy lucido empezar por aquí, acabo de decirlo. En los estudios sobre ateísmo se reciben mejor los análisis de formas y motivos más ilustres y… menos acusadores; cuanto más dramáticos, más honroso parece el ateísmo, porque el mismo fulgor de las palabras y los razonamientos da la impresión de que el ateo es un hombre extraordinario, ya que se enfrenta con situaciones no vulgar.es. Bien, existen también situaciones más complejas y «brillantes» que la que ahora indicamos; pero ésta es real y debo llamar la atención sobre ella. Como no se trata de juegos de artificio en una academia, sino de la realidad del corazón humano, apelo a los centenares de corazones reales que uno puede conocer y tratar; o bien, por un camino acaso más asequible, a los centenares y millares de confidencias autobiográficas de los mismos ateos.

Baste aludir, entre tantos ejemplos, al intercambio epistolar, publicado, en que participaron no hace muchos decenios dos grandes escritores franceses, cabezas de línea cada uno: Paul Claudel, convertido, católico entusiasta; y André Gide, frío, refinado, que pasó toda su vida escribiendo de sí mismo, mostrando con transparencia los vaivenes y altibajos de sus inquietudes en relación con Dios, de sus intentos de eliminar la inquietud, de su zambullida en el desorden moral, que él mismo pinta con los colores más aborrecibles. Ahí se comprueba que la cerrazón espiritual causada por la desidia y los hábitos viciosos no es patrimonio exclusivo de almas «toscas». Gide, al pasar en su proteiforme cavilación por la fase de Les Nourritures terrestres, muestra al desnudo su actitud de apego a lo inmediato sensible y de alergia a lo «interior» y al «más allá», y reconoce la capacidad cegadora que tienen los hábitos o las conductas.[2]

Con lo cual no hace más que confirmar una página célebre del Apóstol San Pablo en su carta a los Romanos, que no ha perdido nada de su vigor ni creo que 10 pierda nunca, donde apunta la relación entre el desorden moral y el desconocimiento culpable de Dios. Dice estas palabras imperecederas:

«Aprisionan la verdad con la injusticia… Los entregó Dios… a la impureza, pues… adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador… Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas y cosas dignas de muer-te. .. y no sólo las cometen sino que aplauden a quienes las hacen.»[3]

Reclusión en uno mismo como centro de placer y de dominio.

Prescindiendo del carácter cegador o culpable de los hábitos, otras veces se produce simplemente una inmersión ya en el placer ya en el activismo, como expresión del poder insubordinado del «yo». Ahí tenemos el caso clásico del narcisismo del adolescente ante la erupción de «fuerzas interiores» que momentáneamente le hacen sentirse centro del mundo, de su mundo inmediato (que en ciertas fases de desorientación y ceguera es todo su mundo). Ahí está, por otra parte, la pretensión de dominio, no por la acción, sino por esquemas intelectuales «totalitarios«, pseudorracionalistas, excluyentes del misterio, en aquel que presume de explicárselo todo con los cuatro tópicos que combina en su «sistema». Esto se da muchas veces, y naturalmente es un modo de tapar la referencia a Dios, la llamada de Dios, el problema de la comunicación con Dios.

Hasta aquí hablamos de actitudes de desentendimiento de Dios, que enclaustran al sujeto en sí mismo y ni siquiera son negación -pues les falta hasta la tensión vibrante del que niega-sino situaciones laxas de inapetencia, pero que a veces desembocan en reacciones de repugnancia frente al «intruso», cuando a través de las grietas se filtra la misteriosa presencia del Otro, del Señor. Mas no siempre la reacción es de repugnancia. Por eso, en este marco de las formas de ateísmo por desentendimiento más que por negación, conviene señalar algunas• que suponen un estadio de aceptación inicial del Dios que atrae nuestra atención.

Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978

[1] Cf. J. GUERRA, Descristianización, estudio teológico-bíblico, en la obra colectiva Pastoral de la Juventud, ed. PPC, Madrid, 1967, pp. 61-87, especialmente 65-75.

[2] Sobre Gide y otros autores cf. Ch. Moeller, Literatura del siglo XX y Cristianismo, ed. Gredos, Madrid, vol. 1 (1961), pp. 148 ss. También, Ch. Moeller, cap. «El ateísmo en la literatura contemporánea», en la obra colectiva El ateísmo contemporáneo, ed. Cristiandad, Madrid, vol. 1, tomo II (1971), pp. 64047, et alibi. Ver adelante Nota final.

[3] Cf. Rom. 1, 18-32.