Zorrilla, en su «Don Juan Tenorio», con el más saludable empeño quiere reconciliar con Dios al protagonista en sus últimas horas. «Don Juan, -un punto de contrición- da a un alma la salvación. -y ese punto aún te le dan», le conmina desde ultratumba la estatua de don Gonzalo. Don Juan se agarra a contrapelo: «Que si es verdad -que un punto de contrición -da a un alma la salvación -de toda una eternidad, -yo, santo Dios, creo en Ti: -si es mi maldad inaudita, -tu piedad es infinita… -¡Señor, ten piedad de mí!»

Esta doctrina -que el acto de contrición perfecta salva, con el propósito de confesarse si se pudiera-, es tan sólida, evangélica y confortadora que un teólogo tan sabio como el cardenal Franzelin decía: «Si me fuese dado recorrer el mundo, sería el tema favorito de mis predicaciones, la contrición perfecta.» Un sacerdote francés, J. De Driesch, en un libro muy conocido, escribe: «Cierto día, corrí peligro de muerte inminente. Fue cosa de ocho a diez segundos no más, el tiempo de rezar la mitad de un padrenuestro. En este momento tan breve, mil pensamientos cruzaron mi mente. Se me apareció mi vida con toda su increíble prontitud y me asaltó la idea de lo que me aguardaba después de mi muerte… Mi primer cuidado en tamaño peligro fue hacer lo que manda el catecismo: un acto de contrición perfecto, recurriendo a Dios en demanda de su protección. Entonces es cuando aprendí a cobrar el cariño y aprecio debidos a la contrición perfecta. Posteriormente, he tratado de hacerla conocer y estimar en todos los sitios en donde he tenido proporción para ello.»

Pero en la literatura española, singularmente, existe un «Acto de contrición de Lope de Vega Carpio», que ha conocido raras ediciones, y que bien merece los honores de la reproducción y de la más viva y cálida meditación. En el mismo palpita toda el alma de Lope de Vega:

Aunque en culpa y error fui concebido,
y fui nacido en culpa y en pecado,
y desde que nací, Dios te he ofendido
y he sido inobediente a tu mandado;
aunque como traidor he delinquido
contra Ti, gran Señor, que me has criado,
aunque es tan grande y tal mi desvarío,
¡dulcísimo Jesús!, en Ti confío.

Aunque me esté el castigo amenazando
de las terribles penas del infierno,
y aunque el demonio vil me esté acechando
prometiéndome dar tormento eterno;
y aunque mi vida ya se va acabando
y veo que he vivido sin gobierno,
y aunque he sido cruel, traidor, impío,
¡dulcísimo Jesús!, en Ti confío.

Aunque sé, Rey inmenso, en quien espero,
que eres en tus juicios riguroso,
y aunque sé que en el día postrimero,
has de bajar airado y muy furioso,
y aunque sé que eres justo y verdadero
y yo a Ti, fementido y alevoso,
si lloro y del pecado me desvío,
¡dulcísimo Jesús!, en Ti confío.

Poder tienes, Señor, para salvarme,
poder tienes, Señor, para admitirme,
poder tuviste, Dios, para comprarme
y del demonio pérfido eximirme:
poder tienes, Señor, para librarme,
y poderoso fuiste-en redimirme,
y pues es tanto y tal Tu poderío,
¡dulcísimo Jesús!, en Ti confío.

Tu divina palabra me asegura
en que dices, Señor, que en toda hora
que se volviera a Ti cualquier criatura,
con fe y con contrición el alma adora
que con brazos abiertos de dulzura
recibirás el alma pecadora
por esta real palabra, en la que fío,
¡dulcísimo Jesús!, en Ti confío.

Porque no me perturbe el grave estruendo
de las fuertes cadenas infernales
que parece que ya las voy oyendo
por mis graves delitos y mis males:
en tus manos sagradas me encomiendo,
Jesús, gran Redentor de los mortales,
porque sé que, eres Dios, clemente y pío,
¡dulcísimo Jesús!, en Ti confío.

Y vos, Virgen de culpa no manchada,
más Santa que los santos y más digna
del Padre eterno Hija regalada,
y de su Hijo Madre a quien se inclina:
del Espíritu Santo Esposa amada,
pues tenéis tantas prendas de divina
y tanto os ama Dios y sois tan mía,
¡rogad por mí!, Purísima María.

¡Ay!, Virgen Santa, nuestra gran Señora
Que hallo en el discurso de mi vida
No haber vivido en Dios tan sólo una hora,
por donde el alma teme esté partida:
mas Virgen, siendo Vos mi intercesora
no teme el alma mía ser perdida,
pues el alma en Vos espera y fía,
¡rogad por mí!, Dulcísima María.Lope_de_Vega_firma

Lo que Lope de Vega tan magníficamente expresa es lo que realmente de alcanza la reconciliación con Dios. Es la palabra eterna del perdón divino que se repite y repetirá hasta el final de los tiempos. A Dimas arrepentido, Cristo le dice: «Te digo, en verdad, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» Zorrilla lo registró en el final de su drama: «Mas es justo, quede aquí – al universo notorio – que pues me abre el purgatorio – un punto de penitencia, -es el Dios de la clemencia – el Dios de Don Juan Tenorio.»

Con abundancia de poesía a lo Lope de Vega, o con las postreras premuras a lo Don Juan Tenorio, ojala no olvidemos el acto de contrición. Basta con decir con corazón y de verdad: «Dios mío, perdóname», para tener el «punto de contrición» que Zorrilla, el poeta de la «gigante voz y corazón altivo», puso en boca de nuestro trotamundos de todas las aventuras y amoríos. ¿No es una buena lección para el día de hoy? Repasa, si lo has olvidado, el acto de contrición, o sea, el «Señor mío Jesucristo», pues puedes necesitarlo en momentos de apuro. En un accidente automovilístico o laboral, para asistir a un moribundo sin tiempo para avisar al sacerdote, al ponernos a descansar todas las noches, cuando nos demos cuenta que hemos ofendido a Dios, de momento y rápidamente, recemos de corazón, este acto de amor y de reparación, de amistad y de reconciliación que es el «Señor mío Jesucristo», o simplemente lo que nos salga del interior reconociendo la infinita misericordia de Dios, infinita Bondad.

DICE JESÚS EN EL EVANGELIO: «TODO CUANTO PIDIEREIS EN UNA ORACIÓN LLENA DE FE, LO OBTENDRÉIS». Es cosa santísima unirse a la oración de la Virgen. Por ello, cada mañana y cada noche reza las TRES AVEMARÍAS a la Santísima Virgen para que vivas como hijo de Dios.

Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10