padre canoLa muerte es la separación temporal del alma espiritual y del cuerpo material. Vivimos en el tiempo, en el curso del cual nacemos, cambiamos, envejecemos y morimos. En la narración de la creación del mundo en el primer libro de la Biblia, el Génesis, no aparece la “la creación” de la muerte: “Porque Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos.” (Sabiduría 1, 13), y creó al hombre inmortal: “Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo imagen de su propio ser” (Sabiduría 2, 23). Fue el pecado original de Adán quien introdujo la muerte en este mundo: “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todo pecaron” (Romanos 5, 12). La muerte es, pues, pena del pecado original.

Hemos visto morir a personas mayores que nosotros, a niños y jóvenes. El recuerdo de nuestra muerte debe hacernos pensar, que contamos sólo con poco tiempo para vivir y que con la llegada de la muerte, termina nuestra vida temporal y empieza la vida eterna.

Por la muerte de Jesús en la Cruz, la muerte del cristiano tiene un sentido hermoso, sublime. San Pablo escribe a los filipenses: “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (1, 21). Y Timoteo le dice: “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él” (“Tim 2, 11) En vuestro bautismo, fuimos sepultados, “muertos en Cristo”, para vivir una vida nueva con Cristo.

Nuestra santa madre Iglesia exhorta a todos sus hijos a estar preparados siempre para la hora de nuestra muerte. Y nos dice que no dejemos de pedir a la Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María, que interceda por nosotros: “en la hora de nuestra muerte” (Avemaría) y pongamos nuestra absoluta confianza en San José, patrono de la buena muerte.

Muchos de nuestros coetáneos no quieren oír nada de la muerte. Y menos aún de su propia muerte. San Pablo deseaba “morir y estar con Cristo” (Filipenses 1, 23). Todos los santos quieren morir “ya” para estar con Cristo: “Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir” (Santa Teresa de Jesús); “Yo no muero, entro en la vida eterna” (Santa Teresa del Niño Jesús); “Qué suave y dulce es la muerte para las almas que le han amado sólo a Él” (Beata Isabel de la Trinidad); “¡Qué consuelo siente mi alma al pensar en la muerte! ¡Veré a mi Dios cuando muera!” (Santa María Micaela)

¡Siempre Contracorriente, viva la muerte en gracia de Dios! Es la entrada a la eterna felicidad del Cielo.

Manuel Martínez Cano, mCR