P.albacenaEn este Año Ignaciano, deberíamos reflexionar durante todo él, cómo va mi oración, y si sigo la enseñanza de mi maestro San Ignacio que tantas veces me ha enseñado a través de los Ejercicios Espirituales el camino para transformarme en hombre contemplativo que vive en oración.

Vivir en oración, no es lo mismo que hacer oración o dedicar tiempo a la oración. Debemos sí, necesariamente, hacer oración, dedicar tiempo fijo a la oración, para llegar a vivir, cuando el Señor lo decida, en oración.

Si viéramos el mal que nos inferimos por abandonar la oración y perderla constancia en la oración, nos apartaríamos de los que nos la estorba (activismo, pereza, rutina, inconstancia…) como del mayor mal. Pena grande sería comprobar que en nosotros pudiera cumplirse lo que dice la Sagrada Escritura, que Dios miró a la tierra y no halló a nadie que se recogiera y meditara en su corazón. O la recriminación amorosa de Nuestro Señor Jesucristo: “¿No pudiste velar cada día un cuarto de hora conmigo?”.La oración es lo más excelente que podemos hacer. Porque es a Dios a Quien nos dirigimos. Porque la ocupación de la oración es la más trascendental, la más suprema, la incomparable con las otras ocupaciones, por nobles y urgentes que ellas sean. Es la ocupación que tienen los bienaventurados, y en sustancia la misma que tiene el hombre que ora. Pero es que además el alma se eleva sobre sí misma, sobre todo lo temporal, se familiariza el alma con Dios y se va espiritualizando, endiosando, llegando a serlo que nos enseña San Pablo, que somos conciudadanos de los Santos y familiares de Dios. Cuando oramos escondidos en un rincón de nuestra habitación en la misma presencia de Dios, nos ponemos en la realidad cristiana y nos adentramos en el misterio de Dios que habita en nuestros corazones. En la oración creemos, esperamos, amamos, contemplamos, adoramos, conversamos, discurrimos, reflexionamos, nos desahogamos, excitamos afectos, deseos, propósitos, súplicas, actos de arrepentimiento, en una palabra todo el conjunto de maravillas interiores que bajo el influjo de la gracia, se levantan en nuestro interior. Por eso se ha dicho que la oración es la respiración del alma, porque sin respirar en la oración el alma está muerta, cómo muere el cuerpo que no puede respirar. La gracia divina nos mueve a orar, para llevarnos a construir en nosotros el hábito sobrenatural de la oración, que es el anticipo de la contemplación y de la vida verdaderamente santa y divina. Dios siempre nos acoge en audiencia para orar. A cualquier hora, en cualquier situación y respondiéndonos siempre. Dios no tiene tiempo y está siempre dispuesto a nuestro tiempo, en cualquier momento que queramos estar con Él, porque sus delicias son conversar con los hijos de los hombres. Discípulos de San Ignacio: no cometáis el gravísimo error de dejar la oración. No cometáis la enorme equivocación, de hoy sí y mañana no, en oración. No contristéis al Espíritu de Dios que quiere gemir en vuestro interior con gemidos inenarrables, abandonando por sombras de un instante, la oración. San Ignacio quiere llevaras a ser hombres que vivan en oración. Sólo así seréis santos.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 146, diciembre de 1990