“…Te dejo, querido lector. Pero no sin antes proponerte que en el próximo artículo veamos cuál fue el argumento contundente que expuso la Iglesia frente al hombre sin Dios, de la teoría de la evolución. Fue un argumento científicamente compatible con las teorías de la evolución, subsanando sus defectos de bulto, y además compatible con la razón y la fe cristiana. Pero eso lo veremos la semana que viene, si Dios quiere…”
No has leído mal, apreciado lector. He empezado este artículo trayéndote a la memoria lo que escribía hace dos semanas. Y lo he hecho porque lo que traté “la semana que viene”, fue el tema “Mascotas”, asunto que me vino a la cabeza, redacté y envié al blog sin tener en cuenta ese compromiso. Perdona. Hoy voy a intentar subsanar ese despiste.
Empezamos con el ejercicio mental de ponernos en el momento histórico al que nos referimos… No hay televisión, ni internet,… la prensa es muy local y las noticias se difunden con exasperante lentitud para lo que estamos acostumbrados hoy. Eso sí, hay un consenso mediático inusual para la época, en el que se razona con toda clase de argumentos – la mayoría falsos como nos ha probado la ciencia posterior – que el hombre desciende del mono, porque así lo prueba la “irrefutable” ciencia. En consecuencia, Dios no existe. O no tiene por qué existir.
Y lo cierto es que algunos de los argumentos evolucionistas eran atractivos y parecían coherentes, ante la sequía de pruebas y argumentos con los que se disponía en un momento tan incipiente de esa nueva visión de la evolución humana.
La Iglesia Católica, la razón, el sentido común, la naturaleza humana, claman la existencia de un Creador. ¿Qué falla aquí? ¿falla La ciencia?
La Iglesia, prudente y coherente, no puede ofrecer en ese momento argumentos científicos que rebatan la teoría de la evolución. Por lo que no la rebate, pero sí busca argumentos que armonicen la nueva teoría-, hasta cierto punto razonable pero cargada de errores científicos de bulto, (que se intuyen, pero que en ese momento no se pueden demostrar)-, con una verdad insoslayable: Dios ha creado al Hombre.
Y la Iglesia da con un argumento sorprendente; la teoría de la evolución, que el hombre descienda del mono, no es incompatible con el hecho de que Dios creara al Hombre, porque Dios pudo elegir a uno de los ancestros del actual ser humano, para inspirarle el alma, el soplo de vida, y a partir de ese Hombre primitivo evolucionar hasta el aspecto físico del hombre actual.
Si reflexionas el argumento, querido lector, verás que es intelectualmente impecable y que, además, no asume los errores que se revelarán más adelante en la teoría de la evolución, pues no entra en el detalle de tan imprecisa (y poco elaborada científicamente) teoría, y todo ello sin negarla, y sin sumarse explícitamente a ella, dejando al tiempo el que la Ciencia – sin el acoso mediático de la influencia marxista, del momento – hiciera su papel como debe. De hecho así ha sido: hoy 10 de julio de 2015, tengo noticia de que las excavaciones en Atapuerca, yacimiento arqueológico de primer orden mundial, van a desvelar en breve, que la edad del hombre se remonta a dos millones de años, cuando hasta ahora, las investigaciones más avanzadas lo remontaban a ochocientos mil años… En tiempos de Darwin, ni se lo planteaban. Ni que decir tiene que tampoco ni soñaban con las discusiones apasionantes que hay hoy sobre neandertales y cromañones, ¡de los que ya se estudiado su ADN!
¡pobre Marx!
Hay todavía mucho pan que cortar en esto de la evolución, pero el papel de la Iglesia Católica en un momento tan difícil como en el que históricamente apareció la teoría, fue impecable, como el tiempo ha mostrado.
La Ciencia, con el tiempo nos dará las soluciones científicas al origen del Hombre, soluciones que sin duda serán compatibles con la fe cristiana ¿Pues no ha quedado sobradamente demostrado que la Ciencia es una herramienta que Dios ha dado al hombre para que indague en los entresijos de la Creación y se admire con nuevas maravillas, que sean un bálsamo constante del duro y tozudo corazón humano?
Bueno querido lector, te dejo por hoy, pero no sin antes esbozarte un epílogo para que reflexiones: Ya te he comentado en este artículo, cual es mi opinión sobre la postura de de la Iglesia en lo que hemos tratado. Excelente y Providencial. Pero, a toro pasado, debo decirte que no estoy de acuerdo con la postura que la Iglesia sigue manteniendo hoy sobre la evolución. Este tema concreto no es dogma de fe, ni siquiera creo que sea Magisterio, por lo que discrepar no es marranear ni buscar perjuicios. No es mi estilo, querido lector, como habrás visto a lo largo de estas ocho semanas que llevamos charlando.
Creo que tengo buenos argumentos científicos (los menos) y de sentido común (los más), como para soportar la tesis de que Dios no se valió de uno de nuestros ancestros para alentarle el alma, sino que el hombre actual responde, en esencia, a la imagen del hombre al que Dios infundió el alma. Me preguntarás, lector, con intención de acorralarme: “al hablar de la imagen del hombre actual, ¿te refieres, querido Pepe, al aborigen australiano o a un finlandés”. Y yo te respondo, “¿es que ves diferencias más allá de las superficiales de adaptación, entre ambos seres humanos? Yo los veo exactamente iguales, y eso que tengo el ojo hecho a captar diferencias (…en lo que va de año vengo en clasificar con éxito cerca de mil animales y plantas,… ¡Hay que captar matices y saber discriminar lo esencial de lo accesorio, para semejante tarea!).
Pero esto lo veremos más adelante, en una segunda serie de artículos que abordaré cuando tenga fuerzas y que tendré listos cuando nuestro buen Dios quiera.
José Cepero