PRIMERA CARTA. -Señor Dios: Usted no existe. No puede existir. Por eso he puesto bien clara la dirección del remitente, para darme el gusto de mostrar la carta devuelta a esos crédulos que creen en usted. Si existiera, el mundo andaría mejor; los hombres no serían tan estúpidos ni tan canallas. No existe, pero le escribo para que la carta vuelva por no encontrar destino y me pueda reír de tantos creyentes embobados.
PRIMERA RESPUESTA. -Ateo amigo: Recibí tu carta. Me gusta tu sinceridad; creo que podremos ser amigos. Tienes razón de que el mundo anda mal, pero no me culpes a mí. Les he dado a los hombres libertad de acción. Ellos saben, saben muy bien, qué es lo que tienen que hacer. Si no lo hacen, no es mía la culpa. Si no fueran libres, todos protestarían, tal vez tú el primero. Serías, a lo mejor, mi enemigo, y yo no quiero que lo seas, sino mi amigo.
SEGUNDA CARTA. -Señor Dios: Aún tengo su carta entre mis manos y no me cabe la menor duda de que alguien me ha jugado una broma. Por culpa de ese alguien, todos los crédulos se han reído de mi fracaso. A pesar de la respuesta sigo sin creer en usted. No puede existir, pues queriéndome como amigo ha permitido que se burlaran de mí.
SEGUNDA RESPUESTA. -Mi amigo: Es verdad que se han reído de ti. Lo siento, pero te hago notar, que los hombres son así. Se ríen de las grandes decisiones y empresas y de los fracasos ajenos. Pero tú no has fracasado. Has empezado a triunfar. Créeme que deseo ser tu amigo. En prueba de ello te, envío este obsequio que espero te sea de utilidad.
TERCERA CARTA. -Señor Dios: Sigo creyendo que todo es una broma. Con todo, gracias por su obsequio. Raro, por cierto. Una carta prolijamente envuelta y dentro esta pequeña tarjeta: GRACIA DIVINA. ¿Es acaso algún mágico efluvio lo que me ha enviado? Todo esto me ha hecho dudar. Pero no, no puede ser. Un Dios no hace regalos de cajas vacías. A pesar de mis dudas y sospechas, ¿sabe?, cuando abrí la caja me sentí feliz; ¿Puede explicarme el porqué?
TERCERA RESPUESTA. -Mi buen amigo: Me alegro que el regalo te haya gustado y no me extraña que te haya parecido raro. Con todo, te sentiste contento, ¿verdad? Tienes razón, es algo así como un mágico efluvio, pero sólo produce efecto si tienes buena voluntad y eres dócil a sus insinuaciones. Me dices que has dudado y me alegro mucho. Quien duda busca la verdad. Tú la buscas y la encontrarás. Otra copa, si quieres podemos vernos. Vivo en el templo. Ve allí y pregunta por mí.
CUARTA CARTA. -Amigo Dios: A pesar de que quería ser tu amigo, nuestra amistad es imposible. ¿Cómo podría ser amigo de la nada: del vacío? Eres nada, reconócelo. De lo contrario ¿cómo te explicas que nadie te conozca? En la calle pregunté por ti, busqué un hombre que te conociera. Unos se rieron, otros se encogieron de hombros, los más siguieron impávidos su camino por estas calles hormigueantes e inquietas. Y los tuyos, ¿te conocen? Estuve en tu casa. Me dijeron qué estabas en el altar. No es posible, Si estás ahí, ¿cómo es que tan pocos parecían caer en la cuenta? Muchos hablaban hacia todos lados, menos hacia donde dicen que estás. Procedían como si no estuvieras.
Unos pocos parecía que te hablaban. Pero eran los menos. Luego salieron todos y se mezclaron en el bullicio de las calles, Me quedé entre ellos. Ninguno hablaba de ti. ¿Cómo explicas ese proceder de quienes se dicen tus amigos?
CUARTA RESPUESTA. -Querido amigo: Desde la primera carta -te dije que serías mi amigo porque eres sincero. Lo has demostrado una vez más. Tienes razón: muchos no me conocen, otros sí. Pero me temen o me huyen. Otros preferirían que no existiera. Hasta mis amigos a veces no me son fieles y no se portan en mi casa como deben. Lo que pasa es que les pido cosas costosas y ellos no son esforzados. Pero tú sí lo eres, y por eso te has atrevido a enfrentarte conmigo. Me alegro que sigas escribiendo, porque ¡es señal de que buscas la verdad. Y te aseguro, mi amigo, que al fin la encontrarás.
QUINTA CARTA. -Amigo Dios: A pesar de que no puedo creer en ti, me haces dudar porque eres convincente y comprensivo. Es verdad que estoy lleno de dudas y de que quien duda encuentra la verdad. Pero dime, ¿dónde la puedo encontrar?
QUINTA RESPUESTA. -Mi buen amigo: No sabes qué alegrón me has dado. Escúchame bien. Si quieres de veras saber la verdad, saber si existo, saber si soy, ve a ver mañana a las personas que señalo en la tarjeta adjunta. Ellas son verdaderas amigas mías y te dirán la verdad.
SEXTA CARTA. -Dios mío: Tenías razón. No puedes menos de existir. Si así no fuera no podría explicarme la resignación de ese joven obrero a quien esta mañana amputaron la pierna, ni el sereno dolor de esa madre que ha perdido la mayor de sus riquezas: su hijo. Ni la intrepidez de ese joven sacerdote que va a tierra de misiones, sabiendo de antemano que acortará su vida en aras del prójimo desconocido: Todos me hablaron de Ti y de tu amor. ¿Cómo pueden resignarse así? ¿Acaso no tienen ambiciones? Tú los ayudas, ¿no es así? Explícamelo todo, Amigo. Todo esto es muy grande para que lo pueda comprender solo. ¡Ah!, me olvidaba si realmente he de ser tu amigo, quiero ser como uno de los que hoy visité: Amigo de verdad.
SEXTA RESPUESTA. -Querido hijo: Serás mi amigo, lo eres ya. Todo te lo explicaré. Ven a verme a mi templo. Ya sabes dónde vivo. Te, espero y conocerás toda la verdad. Ella te hará feliz, pues eres sincero y la amas y la buscas.
Este fue más o menos -más que menos- el diálogo interior y real de un hombre que se tenía por escéptico al leer el libro «Dios es un espejo», de monseñor Oliver Sandbow, de estilo válidamente humorístico y profundo, científico y popular. El qué vive todo hombre que puede repetir sinceramente la frase de Newman: «No he pecado jamás contra la luz.»
Obra Cultural
Lauria, 4 – Barcelona-10