2. Ateísmo por interpretación monista del universo, y por extrapolación de la ciencia o «cientismo».
Otra línea del ateísmo de negación es la que suele apelar a la Ciencia. Es difícil de presentar, porque esta actitud ha sido desautorizada por la misma ciencia, principalmente desde los primeros decenios del siglo XX. Sin embargo, hay que reconocer que todo un sector notable no tanto de científicos como de propagandistas levantó ese estandarte desde fines del siglo XVIII hasta comenzado el siglo actual.
Se trata casi siempre de una interpretación materialista de la ciencia; aunque las palabras «materialismo«, «materialista«, inducen a error, porque igual planteamiento viene a veces del brazo del «idealismo«, que parece lo contrario del materialismo‘. De lo que se trata en realidad es de una interpretación monista del universo, que reduce todo a un solo tipo de realidad, donde no hay cabida para Dios. Pero hay que añadir enseguida, si queremos entender con exactitud y justicia esta posición, que la exclusión de Dios supone antes la exclusión del hombre, pues su persona tampoco encaja en ese tipo de realidad a la que tal visión pseudocientífica reduce la estructura del universo. Es la visión de aquel «científico» que sólo sabe mirar hacia fuera y al observar el mundo desde su propia atalaya, ve todas las cosas en la perspectiva de lo «objetivo», del mundo exterior, en las formas mecanicistas de lo mensurable. Sólo ve magnitudes, pesos, velocidades… y se empeña en explicarlo todo mediante combinaciones de estos factores elementales, olvidándose extrañamente de sí mismo. Y cuando se acuerda de sí, y debiera considerar su condición de observador y pensante, inconfundible con el mundo observado y pensado, cae en la trampa de eludir lo específico del sujeto, tratándolo como una combinación más de los factores extrahumanos [1]
La vana oposición entre lo «objetivo» y las «ilusiones subjetivas».
Esta simplificación falseadora es muy característica del mecanicismo, pero también se da en toda forma de pensamiento monista, aunque sea de origen idealista. Como el «sujeto» no encaja en el sistema unilateral que se ha montado, la tentación de esta clase de pensadores es calificar de ilusorias, sin más, las pretensiones del sujeto (su libertad, sus aspiraciones infinitas, su pensamiento; lo que hay de «subjetivo» incluso en la sensación, por ejemplo en el acto de ver, que es inexplicable por solos factores físicos). Todo se elimina de un plumazo, llamándolo «ilusión subjetiva», sin advertir que con eso no se ha dicho nada, porque si es ilusión es algo: la ilusión es también una realidad llamada ilusión, que necesita ser explicada coherentemente en una visión integral del universo. Estos pensadores están curiosamente ciegos para un hecho tan elemental, que los demás han subrayado y en el que han ahondado sabiamente. ¿Cómo va a haber sitio para Dios, si no tiene sitio el hombre, en cuanto persona, espíritu, libertad; si se prescinde de su carácter específico, incluso de su condición de sujeto observador y constructor del sistema científico que está ocupando la atención? Confluencia de materialistas e «idealistas» en la propaganda monista.
Por ello, la negación de la persona humana y por consiguiente de Dios, que se dio entre los materialistas metafísicos del siglo XVIII (p. ej. con De Holbach), volvió a darse, como inversión del idealismo de la primera mitad del siglo XIX, en la llamada Izquierda Hegeliana, con Feuerbach, Strauss y tantos otros, que, partiendo de puntos tan distantes, vinieron a coincidir con las formas del materialismo de la época. Aunque nos parezca extraño, el siglo XIX estuvo sacudido durante decenios por la resonancia atronadora de una propaganda insistente -programada en nombre de la Ciencia, la ciencia positiva o físicomatemática-, en la cual suenan nombres, tan vacíos pero entonces tan ruidosos, como Haeckel, que es uno de los grandes patriarcas del «apostolado»’ monista materialista; como el ateo profesional Le Dantec, que seguía escribiendo libros en los años iniciales de nuestro siglo; como Moleschott, Vogt, Büchner y otros muchos[2].
Interpretación atea del evolucionismo.
En este clima se entiende un hecho bien conocido, que invadió la literatura hasta hace unos cincuenta años: la hipótesis de la generación de las especies y formas vivas por evolución fue interpretada inmediatamente por muchos como excluyente de Dios. La interpretación atea de la evolución se dio por descontada, a pesar de que no tiene ninguna consistencia: porque señalar un procedimiento de formación de las cosas -sea «evolución» o «generación» o «construcción»…-no resuelve el problema de los factores causales que se necesitan para explicar esa formación (no hace más que enunciar un procedimiento, o las fases de aparición sucesiva de unos fenómenos); pero muchos creyeron lo contrario y, a pesar del teísmo o de las reservas de Darwin, identificaron el evolucionismo’ sin más análisis ni más pruebas con la negación de Dios.
Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978
[1] Que la negación de Dios comporta o, mejor dicho, presupone la negación del hombre se manifiesta de nuevo en algunas formas del reciente Estructuralismo, tipo Foucault, que sin plantearse ninguna cuestión sobre Dios son disolventes de todo humanismo: en el conjunto de estructuras biológicas, psicológicas, sociológicas, el «yo», el «sujeto» son palabras sin contenido, la unidad personal del hombre no existe
Cf. Jean Piaget, Le structuralisme, Presses Universitaires de France, Paris, 1968 (3.a ed.). Piaget llama la atención sobre la necesidad de no desorbitar, como hace una moda inconsistente, el alcance del estructuralismo: que ha de tomarse como un método y no como una doctrina; por tanto no tiene que excluir otros métodos y doctrinas, y ha de mantener su conexión con el constructivismo genético o histórico y con las actividades del sujeto.
Cf. J. M. Broekman, El estructuralismo, Herder, Barcelona, 1974. Otras muestras de eliminación del «sujeto» interior y libre o de reducción del hombre a elementos extrahumanos: algunas formas del neo-positivismo (cf. nota 21*), Monod (cf. notas 22, 23), la teoría de los reflejos de Pavlov, el conduetismo de Watson, y la interpretación inhumanista del marxismo de L. Althusser (cf. M. Benzo, Sobre el sentido de la vida, ed. BAC minar, Madrid, 1971, especialmente pp. 20-30).
Cf. E. CORETH, ¿Qué es el hombre?, ed. esp. Herder, Barcelona, 1976.
[2] J. MOLESCHOTT, Der Kreislauf des Leben, Mainz, 1852.
- VOGT, Kohlerglaube u. Wissenschaft, Giessen, 1854. L. BÜCHNER, Kraft und Stoff, Francfort, 1855 (esta obra «Fuerza ymateria» seguía editándose a comienzos del siglo xx). D. F. STRAUSS, Das Leben Jesu, 1855; Der alte und der neue Glaube, 1872; Die Glaubenslehre…, 1840-1841. E. E. HAECKEL, Die Weltratsel, Bonn, 1899 (de estos «Los enigmas del universo» se publicaron también numerosas y copiosas ediciones).
Algunos fragmentos de Fuerza y materia de L. BÜCHNER, en Los filósofos modernos -selección de textos, por Clemente FERNÁNDEZ, Ed. B A C, tomo II (Madrid, 1970), números 14251441. Büchner desarrolla la tesis de que el pensar es una función de la materia; una manifestación de un mismo movimiento general, que aparece ya como fuerza mecánica, ya c~mo fuerza eléctrica, ya como fuerza intelectual.