guerra camposEl ateísmo marxista como utopía y como apuesta por una hipótesis de futuro.

Ahora bien, lo dicho implica una condición que es la que confiere al ateísmo marxista su grandeza trágica y su debilidad innegable. Y es que para que la predicción del desvanecimiento natural de la religión tenga alguna consistencia, hay que suponer forzosamente que el hombre en el marco del desarrollo social puede y debe realizar de modo plenamente satisfactorio lo que antes proyectaba en Dios: porque si no logra realizarlo, señal es de que aquel marco no es suficiente para el hombre, y que la «proyección trascendente» de sus aspiraciones es algo constitutivo del ser humano. (Esto lo han intuido los marxistas lúcidos, que no han caído en la trampa -y esto les honra-del tosco materialismo mecanicista, que se contentaría con salir del paso diciendo: sí, sigue habiendo una aspiración insatisfecha, que se proyecta fuera de la capacidad del hombre, pero no es más que una «ilusión». Ningún pensador serio puede olvidar que también la «ilusión» es un modo de realidad, y hay que explicarlo; una realidad no se elimina sólo con llamarla «ilusión», porque esa realidad llamada ilusión es algo, no es pura nada; si no se la -explica, queda el universo sin explicar). Así, pues, en la lógica marxista la sociedad del futuro tiene que ser «paraíso» terrestre; tiene que absorber en sí todas las «ilusiones» para que se pueda decir con verdad que la Religión es alienante; si no, no sería alienante: sería constitutiva del hombre.

Una segunda observación importante. El pensamiento marxista es muy alérgico a lo que ha llamado Idealismo: al pensamiento abstracto, a una concepción de la vida y del mundo según arquetipos o nociones universales, o a un pensamiento contemplativo. La razón de ser de una filosofía no alienante, según ellos, es ser transformadora, realizadora de lo que piensa. El pensamiento se verifica en la «praxis», es decir, no por relación a una verdad superior al hombre, sino únicamente en la acción social humana. El pensamiento refleja una acción en marcha, la interpreta, la estimula, la orienta, sin pasar nunca de ser un derivado o un ingrediente de la acción. Pensamiento y acción son indisolubles. Pues bien, muchos han observado -y la observación no tiene réplica-que cuando en mil ochocientos cuarenta y tantos Marx formulaba su pensamiento, no estaba en marcha ninguna acción, a escala de clase proletaria, de la que su pensamiento pudiera ser declarado reflejo; sino que Marx fue el autor de un pensamiento que es más que el eco de una praxis. Su mismo sistema es una proclamación de la fuerza del espíritu: es una anticipación de posibles desarrollos futuros de una clase y de las relaciones económico-sociales, pero una anticipación mental, que no brota como reflejo de la realidad histórica, sino que más bien contribuye a provocarla. Según esto, la génesis del pensamiento marxista sería la refutación del marxismo.

Por todo ello, en el mismo seno del marxismo, algunos de sus mejores analistas recientes han terminado por reconocer las consecuencias de un hecho que no se puede disimular. El hecho es que el marxismo, tanto en el momento inicial como ahora tras experiencias prolongadas, no es la realización en marcha de lo que postula: porque no hay un indicio de que con los intentos o experiencias de tipo socialista realizados en nombre del marxismo hayan disminuido las «alienaciones», hayan encontrado satisfacción aquellas exigencias íntimas que mueven al hombre a dirigirse hacia el Incógnito, hacia Dios; más bien ocurre lo contrario. Consecuencia: si el proceso histórico o praxis del marxismo no justifica la afirmación tan absoluta de que la Religión es alienante, ni la consiguiente divinización de la acción humana (que identifica a Dios con la eficacia histórica en el tiempo), el marxismo no es más que una hipótesis de futuro, de un futuro en que la sociedad sea tan autosuficiente que haga innecesario a Dios, por no subsistir en el hombre nada que remita su atención hacia Él. El marxismo -según dice uno de sus mejores expositores, marxista él mismo, Lucien Goldmann-es una fe, es una docta esperanza, es (con término de Pascal) un «pari», una apuesta por aquel futuro.[1]

Estoy procurando tratar con seriedad los planteamientos marxistas, tomándolos naturalmente en su amplitud comprometedora y no en las formas superficiales, carentes de todo interés, que a veces circulan bajo la etiqueta. (El marxismo es una visión total, como sabemos, y no sólo un método, como a veces ahora se dice). Y como los marxistas suelen alardear de que sus previsiones del futuro social son científicas, habrá que decir que, si tienen sentido científico, será en la medida en que lo tienen las «hipótesis de trabajo». La diferencia respecto a las hipótesis científicas está en que, cuando un investigador en su laboratorio o biblioteca parte de una hipótesis de trabajo, cuida de comprobar pronto si’ esa hipótesis es verosímil, si no contradice a ningún dato adquirido, si se va confirmando en la experiencia o en las investigaciones históricas, y si no, la desecha, para no perder el tiempo; mientras que -y aquí está lo grave del ateísmo marxista su apuesta de futuro obliga a comprometer todas las posibilidades de las generaciones presentes y no sabemos cuántas venideras, el sentido de su vida con todos los criterios de la acción y la educación, la concepción del hombre y de la sociedad. La supresión de Dios o del sentido religioso de la vida se decide en virtud de la hipótesis de que la sociedad futura realizará plenamente las aspiraciones que ahora se proyectan en Dios.

Volveremos sobre este punto, porque es el que muestra con más claridad el enfoque realista, por cuanto apunta a la médula de la cuestión, y al mismo tiempo la inmensa endeblez de un pensamiento, que se juega a un futuro hipotético, que está por ver, todo el caudal religioso del presente. Según la misma lógica del marxismo, mientras no exista la realización plena de lo humano, el «ateísmo» no pasa de ser teoría abstracta, postulado, hipótesis no comprobada; y como apuesta, es temeraria.

Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978

[1] Lucien Goldmann, Le Dieu caché, Etude sur la vision tragique dans les Pensées de Pascal et dans le théátre de Racine, Gallimard, Paris, 1955; Le parí est-il écrít «pour le libertin»?, en «Cahiers de Royaumont» n. 1, Les éditions de Minuit, 1956. (Cf. A. Noce, II problema dell’ateismo, cit. en n. 31, p. 165 ss.).