La razón humana, honradamente, llega al conocimiento cierto de la existencia de Dios. Se pueden objetar claroscuros y enigmas, pero, como decía Newman, «mil dificultades no engendran una duda».
Uno de los tópicos fabricados con que a veces se pretende enturbiar la claridad de la existencia de Dios es el que se formula con el título de este escrito: Pero a Dios, ¿quién lo ha creado? El P. Joaquin Tapies, en su libro «Luz y vida» –del que debería proporcionarse un ejemplar a todos los españoles–, a pesar de su aparente sencillez, en un diálogo contesta magistralmente tal pregunta. El diálogo discurre entre dos personajes imaginarios –don Joaquín y Tomás– en estos términos:
«T.: Mire, don Joaquín, que no estoy muy ducho en filosofía. –J.: Tú mismo vas a discurrir por el campo de la metafísica con una seguridad sorprendente. –T.: Soy todo oídos. –J.: Qué te parece, Tomás (y sea dicho en broma), ¿se habría perdido mucho, coso de que tú no hubieras nacido? –T.: Creo que todo habría marchado de la misma manera. –J.: Luego tú no eres un ser necesario. Luego tú no tienes en ti mismo la razón de tu existencia. –T.: Es evidente. Si yo tuviera la razón de mi existencia, habría existido siempre, y no podría dejar de existir. –J.: Y si no la tienes en ti, la has de tener en otro. –T.: ¡Caramba! Si es tan clara la metafísica, ya me las echo de sabio. –J.: Ahora bien, este otro que tiene la razón de tu existencia, o él a su vez, tiene en sí mismo la razón de su existencia, o la tiene en otro. Si lo primero, tenemos el ser que existe por sí mismo, el ser que no puede dejar de existir, el ser necesario, el ser que llamamos Dios. Si, en cambio, también él tiene la razón de su existencia en otro, plantearemos la misma cuestión sobre ese tercero: o habremos dado ya con el ser necesario o habremos de seguir la búsqueda. Y como es imposible seguir indefinidamente, ya que tarde o temprano hemos de dar con el ser que tenga en sí mismo la razón de su existencia, tarde o temprano habremos encontrado al Ser primero, habremos encontrado al Ser necesario, habremos encontrado a Dios. –T.: ¿Y por qué no podría ser que el uno viniese del otro, y éste del otro y así siempre? –J.: Por una imposibilidad absolutamente matemática. Fíjate bien. Si tú recibiste la existencia de otro, ¿qué hiciste tú para existir? –T.: Nada. –J.: Esta nada, ¿cómo la explicarías en números de aritmética? –T.: Con un cero. –J.: Ahora no has de hacer más que sumar. Tú hiciste cero, el otro cero, el de más allá cero, y cada uno de todos los de la serie, por extensa que se quiera suponer, cero. Suma ahora cuánto habéis hecho todos juntos… –T.: Cero más cero, da cero. No hemos hecho absolutamente nada. –J.: Si no habéis hecho nada, absolutamente nada para existir, ¿existiríais? –T.: Hombre, esto es formidable, realmente no. –J.: Por consiguiente, necesariamente ha de haber un ser que no este en estas condiciones. –T.: Realmente, su existencia se impone con más claridad que la luz del sol. –J.: Y si no está en las mismas condiciones, señal de que no tiene la razón de su existencia en otro, si no la tiene en otro, la tiene en sí mismo. Si la tiene en sí mismo, El mismo es su existencia; nadie se la puede limitar; no puede dejar de existir. Es el Ser necesario. Es el Ser infinito. Es Dios. –T.: Casi estoy temblando ante la evidencia de este Ser soberano, cuya existencia se me presenta tan clara como dos y dos son cuatro. Pero, ¿me permite una pregunta? –J.: Habla, amigo, habla, que aquí estoy para contestarte cuanto desees saber. –T.: A Dios, ¿quién le ha hecho? –J.: Esta pregunta ya no la haces por tu cuenta, sino por cuenta de otros. –T.: Puede ser. –J.: Porque con lo que hemos dicho, la pregunta ya esta contestada. Desde el momento que Dios es el Ser necesario, el Ser primero, el Ser que existe por sí mismo, Él es la causa de todos los seres y no puede haber sido causado por otro. De lo contrario, caeríamos otra vez en la serie de los ceros, tendríamos un cero mas, tendríamos la nada; no existiríamos. Pero como no podemos dudar de que existimos, tampoco podemos dudar de la existencia de este Ser primero que, por tanto, ha de ser también necesariamente eterno; de ese Ser infinito que llamamos Dios. Pero si quieres una especie de aclaración a, la dificultad de tu fantasía, contéstame: ¿de donde sale el agua del río? De la fuente de la montaña. ¿Y la fuente de la montaña? De las corrientes subterráneas. ¿Y éstas? De la lluvia. ¿Y la lluvia? De la condensación del vapor. ¿Y el, vapor? De la evaporación del agua del mar. ¿Y el mar? –; T: Oh, no se, el mar, el mar, el mar es el depósito del agua. J.: Aquí tienes una especie de aclaración al coco que tanto atormenta a los pobres incrédulos: Yo vengo de otro, y éste de otro, y éste de otro, y al fin Dios. Y Dios, ¿de quién? –T.: Comprendo, comprendo, Dios es el mar de la vida, es la Vida misma. Preguntar quién ha hecho Dios es como afirmar que no existe nada. –J.: Claro, porque sin un Primero no hay un segundo ni un tercero, ni el último que somos nosotros; y puedes comprobarlo hasta la evidencia absoluta con una sencilla comparación: si tú no tienes un céntimo, ¿podrás comprar algo? No, por cierto. Y si yo tampoco tengo nada, ¿cuánto tenemos entre los dos? Ni para una caja de cerillas. Pero ¿y si somos mil? Si ninguno tenemos nada, todos somos pobres de solemnidad. ¿Y si somos millones? Por mas millones y millones que supongamos si ninguno tiene un céntimo, todos juntos no tendrán ni cinco. En nuestro caso, ni más ni menos. Si ningún ser tiene la existencia por sí mismo, no tenemos absolutamente nada de ser. Y, por tanto, no existimos. ¿Esta claro? Ciertamente no es tan clara la luz del sol. –J.: En cambio, se presenta el Banco de España y comienza a repartir: al uno mil, al otro ciento, a este un millón, al de más allá cien millones; y de estos, el uno da al otro, y éste a otro, y así sucesivamente. ¿Podremos ya tener dinero? –T.: Claro, sí. –J.: Supuesta o admitida, por consiguiente, la existencia de Dios, queda perfectamente explicada la existencia de los demás seres. Y podríamos poner también la comparación de los coches de un tren. ¿Qué hace cada coche para correr? Nada. Por más coches que pongamos, ¿caminará alguna vez el tren? –T.: Sin la locomotora, jamás. –J.: Queda, pues, demostrada hasta la saciedad la existencia de un Ser necesario, Causa de todos los seres; de un Ser independiente de todos los demás, superior a todos ellos, o sea, del Ser que llamamos Dios».
Por algo la Biblia declara insensatos, desrazonables, culpables, inexcusables, a los hombres que ignoran la existencia de Dios. Algo que puede explicar el caos mental de muchos y las calamidades innúmeras de la humanidad.
He tocado el rostro de Dios «donde nunca voló la alondra ni aun el águila»
Antes de su partida con destino a pocos kilómetros de la superficie lunar los astronautas del Apolo 10 colocaron dentro de su somero equipaje un poema de John Gillepie Magee. Según fuentes cercanas al centro de control espacial, dicho poema sería leído poco antes de comenzar su vuelta a la Tierra. Éste es el poema del Apolo 10 en traducción libre:
«He roto los ásperos vínculos que me unían a la tierra, bailado por los cielos, sobre alas sonrientes de plata hacia el Sol me he escapado, uniéndome a la confusión regocijada de nubes hendidas por sus rayos y hecho cien cosas. No puedes siquiera soñar cómo he girado, subido y balanceado alto, arriba, en el silencio iluminado por el Sol. Revoloteando, persiguiendo el viento alborotado me he arrojado con mi ansiosa nave a través de flotantes corredores de aire hacia arriba, al delirante y ardiente azul donde nunca voló la alondra, ni aun el águila; y, mientras empujaba mi mente hacia arriba en silencio, he apoyado mi pie en la santidad alta e inviolada del espacio. He extendido mi mano y tocado el rostro de Dios.»
HAY UNA NAVE ESPACIAL MÁS RÁPIDA, MÁS CONTUNDENTE Y MÁS EFICAZ QUE LAS QUE HAN CONQUISTADO EL ESPACIO: EL CORAZÓN DE MARÍA. QUIEN AMA A LA VIRGEN, LLEGA A DIOS. SON HERMOSAS LAS CONQUISTAS CIENTÍFICAS, PERO TODAVÍA LO SON MÁS LAS QUE ALCANZAN LA VIDA ETERNA Y LA GRACIA SANTIFICANTE. NO NOS OLVIDEMOS CADA MAÑANA Y CADA NOCHE DE REZAR, SIN RUTINAS NI MONOTONÍAS, LAS TRES AVEMARÍAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA CONSEGUIR QUE ELLA NOS TRASLADE DEFINITIVAMENTE A DIOS.
Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona–10