Fue nuestra Asociación Juvenil de la Inmaculada y San Luis Gonzaga la gran privilegiada de la inmensa concentración de jóvenes con el Papa en Czestochowa, la gran privilegiada de la cristiandad y de millones de católicos polacos y de todas las naciones qué hubieran querido estar con nosotros en aquella hora sublime.
Eran las once de la mañana del 14 de Agosto de 1991, festividad de San Maximiliano Kolbe. Precisamente se celebraba aquel día del Santo, los cincuenta años de su martirio. No se -nos permitió celebrar la Santa Misa como pretendíamos en el Monasterio Carmelita de Auswich, donde santas carmelitas están rogando y haciendo penitencia por los crímenes de aquel campo de concentración y de todos los otros campos de concentración de nuestro siglo, tal vez el más bárbaro y salvaje de toda la historia. Había una prohibición expresa del Señor Cardenal de Cracovia. Pero el Señor, nos llevó de la mano al interior de aquel campo antiguo de concentración, donde las fuerzas diabólicas se ensañaron en la naturaleza humana hecha a imagen y semejanza de Dios. Y allí, frente a la celda donde sufrió el martirio San Maximiliano Kolbe, junto al muro en donde fueron fusilados innumerables católicos, se levanta nuestro humilde altar, y en una Santa Misa, como de catacumbas, en medio de la emoción de todos los peregrinos de nuestra Asociación y de nuestros hermanos polacos, vino el Señor a nuestro altar y a nuestros pechos para darnos respuesta de su amor y gracia, que valen más que todo lo que podemos querer y aspirar. El Señor estuvo con nosotros en aquel lugar dramático y martirial, a medio día, en la víspera de la Asunción de su Madre a los cielos, sí, sí, en la fiesta de San Maximiliano Kolbe, a los cincuenta años justos de su inmolación, tuvimos la dicha de aquel regato, que como os digo millones de cristianos hubieran deseado y que a nosotros inesperadamente se nos concedió.
¡Cuántas veces hemos sido arrinconados y proscritos, por hermanos nuestros, cuánta incomprensión y persecución nos ha marcado! ¡Cuán tas iglesias. se nos han cerrado, cuántas veces se nos ha prohibido el acceso a catedrales incluso, porque somos molestos a una política o táctica religiosa, que Dios juzgará en su dial ¡Cuán pocos nos sentimos a veces, objeto de sospecha y de distanciamiento oportuno de aquellos de quienes podíamos esperar amistad cristiana! ¡Cuántas veces, solos en nuestras procesiones, peregrinaciones, Ejercicios, manifestaciones públicas de la fe! ¡Cuántas veces, en nuestra celda, como condenados a morir lentamente no tuvimos a través de nuestros barrotes, consuelos ni de los de arriba, ni de los iguales! Para los unos y los otros, hemos sido “amigos incómodos”. Pero ¡qué regalos para nuestras pobres almas! ¡Qué respuesta la del Señor! “Yo estoy a vuestro lado. Pero os amo, no para la vulgaridad de una vida cristiana conforme con el bienestar de lo establecido, sino que deseo para vosotros la intimidad de mis santos y mis mártires. Por eso, os niego la Misa en la paz tranquila de un hermoso templo, para poner vuestra unión a Mi Sacrificio, en el lugar de los mártires, en la oscuridad de los campos de concentración donde se os margina, pero con el consuelo verdadero de mi compañía y el de mi bendita Madre.”
Queridos míos: muchas son nuestras limitaciones, pero el Señor nos dice que se complace en nosotros y que estarnos en le camino exacto, que es el del amor, la redención y la esperanza en el único Salvador Jesucristo, que reinará, con sus mártires por los siglos e instaurará en la tierra su reinado de paz, de verdad y de caridad. Guardemos estas misericordias, corno María, en nuestro corazón.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 154, septiembre de 1991