1º Camino del monte Olivete. -Jesús ha acabado ya sus misterios sacrosantos e inefables del Cenáculo. -Ya se acerca por momentos la hora, y valiente y decidido, sale con dirección a Getsemaní. -Bien sabe que no volverá más. -Puede contar las horas que le quedan de libertado -Es cuestión de pocos momentos y ya habrá dado comienzo el drama sangriento. -Y porque lo sabe, sufre amarguras indecibles en su corazón. «Triste, muy triste está mi alma hasta la muerte» .., razón tenía para esta inmensa tristeza… Veía a los judíos tratando su venta, como si se tratara de una cosa vil y despreciable…; veía, en especial, a Judas, llevando hasta lo último su traición veía todo lo que le aguardaba y aunque era Dios era hombre y por eso sufría amarguras indescriptibles en su amante y tierno corazón.
También las sufre María. -Su Madre le acompaña en espíritu y participa de sus sufrimientos…, de sus temores…, de sus amarguras…; quizá tuvo revelación de lo que Judas tramaba…, quizá tuvo conocimiento de cómo estaban decididos aquella misma noche a dar el golpe decisivo… y su corazón se destrozaba de dolor, al saber y contemplar cada una de estas cosas. -Apartada estaba de Jesús corporalmente, pero ¡qué unida en su espíritu!… ¡Cuan admirablemente penetraba Ella en la razón y la causa de la tristeza de aquel divino Corazón!…
2º La oración. -Llegado al huerto Jesús deja a sus Apóstoles y se retira Él solo a una cueva a hacer oración. -Todo el peso de aquella negra y triste noche cae sobre Él. -Mírale postrado en tierra…, caído y abrumado con una carga que no puede soportar… ¡Son los pecados de todos los hombres!… ¡Son los tuyos!… ¡Cuánto pesan sobre Jesús!… y le producen una angustia que va creciendo cada vez más y más, hasta convertirse en verdadera agonía… ¡Qué lucha la que se entabla en su corazón! -Mírale bien y trata de penetrar algo siquiera en sus horribles sufrimientos.
Después mira a lo lejos, en la casa de Betania…, a en el mismo Cenáculo…, una escena semejante. La Santísima Virgen también ha caído postrada en oración…; su corazón late al unísono con el de su Hijo y no puede hacer otra cosa que la que Él hace ¡Qué noche más espantosa!… ¡Qué largas se hacen sus horas!… No es posible dormir…, ni intentar siquiera descansar…, es noche de luchas y agonías…, es noche de oración… ¡Qué oración más fervorosa…, más tierna…, más llena de amor para con nosotros la de María! -No pide al Padre Eterno que perdone a su Hijo, ni rehúsa el cáliz del sufrimiento…, pide tan sólo el cumplimiento de su voluntad, que Ella acepta aunque sea tan penosa. -Pide para el mundo perdón…, pide por todos y cada uno de nosotros…, pide que aquellos sufrimientos de su Hijo, que ya han empezado, no sean inútiles para las almas…, que sepamos aprovecharnos de su Pasión y de su muerte y de las grandes gracias que con ella nos mereció…
Y Jesús sigue agonizando…, ya su corazón no resiste tanto dolor y se expansiona lanzando con violencia la sangre al exterior… Su sudor frío y abundante de agonía, se convierte ahora en un sudor de sangre… ¡sangre divina!… que corre en abundancia por su cuerpo…, empapa sus vestidos y llega hasta la tierra.
Contempla a los ángeles del Cielo atónitos ante esta escena…, pero, sobre todo, mira a María. Ella también lo ve…, adivina a su Hijo cadavérico… a punto de morir de amargura y de dolor… y derramando a fuerza de sufrimientos, la primera sangre de su Pasión… ¿Qué haría la Santísima Virgen? -En medio de su pena de Madre, reconoce en aquella sangre la sangre de un Dios, v corre a recogerla devotamente…, a besarla…, a adorarla…, a empaparse en ella. -Ella es la primera que se aprovecha de aquella divina sangre… Todo lo que ha recibido su pureza inmaculada la plenitud de su gracia su inmensa santidad todo ha sido en virtud de esta sangre divina.
Los Apóstoles se duermen en la oración… María no duerme no desperdicia estos momentos tan provechosos no abandona a su Jesús ni un instante. -Podrá quejarse de que en, su agonía ninguno de sus predilectos discípulos le acompañó…, pero no así su Madre. -Desde su retiro, sigue paso por paso el desarrollo de esta escena… y toma parte en la amargura de Jesús, bebiendo con Él el cáliz del dolor…
3º Prendimiento. -Terminó ya la oración -y Jesús, decidido…, valiente y generoso…, llama a los Apóstoles y delante de ellos, sale en busca de sus enemigos, no para hacerles frente y defenderse…, sino para entregarse en sus manos.
Mira a Jesús atado violentamente…, fuertemente por sus verdugos…, penetra en su interior y mira a otro verdugo, que es el amor, atarle aún con mayor violencia…; ¡esas sí que eran ataduras!…; como que era víctima y esclavo de ese amor… ¡Cuánto nos amó! -Al verle así atado la Santísima Virgen, aumentaría la zozobra y la ansiedad de su corazón… ¿Qué iba a ser de Él?…, ¿Qué iban a hacer con su Jesús? -Contémplale tú así atado también por ti…, fíjate bien lo que esto significa, ¡por ti!…; no sólo que se deja maniatar para sufrir por ti…, en lugar de ti…, por tu causa…, sino que ese por ti quiere decir que eres tú también quien le atas las manos. -¿No caes en la cuenta de esta verdad?
No hay nada que tanto ate las manos a Jesús como la ingratitud…, la frialdad…, la tibieza…, la falta de -correspondencia a sus gracias…, en fin, ¡el pecador -Calcula si puedes, las muchas veces que Jesús habrá querido darte grandes gracias…, nuevos favores y beneficios.;.., y tú, con tu conducta, le atabas las manos… Él quería santificarte Y tú no le dejabas…, le ponías dificultades. -Átate, pues, a Él de pies y manos por el amor…, átale con esas ataduras amorosas para nunca perderle y repite lo del Cantar de los Cantares: «Ya encontré al que ama mi alma, le ataré bien y no le soltaré.» Suplica a la Santísima Virgen que así te lo conceda.
Ildefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965



