IV OBSERVACIONES GENERALES

  1. Posición del ateísmo contemporáneo ante los «valores» que dan sentido a la vida humana.

guerra camposUna vez indicadas las varias líneas de pensamiento ateo de los siglos XIX y XX, conviene una mirada sobre el modo cómo unas y otras responden a una cuestión muy significativa. Como «Dios» significa no solamente un Poder supremo sino la fuente del «Valor» y del «sentido», tras la negación o la duda acerca de Dios queda siempre una cuestión que no es fácil eludir: ¿qué pasa con los valores morales, con los valores universales y necesarios que trascienden a los individuos y que, si los someten, también los hacen libres dando un sentido a sus vidas? Ante esta cuestión las varias formas de ateísmo contemporáneo se distribuyen en tres posturas, que podemos exponer desde la menos lógica, pero más humana, hasta la más lógica y menos humana.

1ª La primera niega a Dios, pero sigue afirmando como inmanentes en el mundo o la humanidad todos los valores de índole «divina», es decir, los valores de carácter universal y necesario trascendentes al individuo, moralmente absolutos. Tal es el ateísmo más generalizado de los siglos XVIII y XIX. Hay quienes, según otros puntos de vista filosóficos, dentro de esta afirmación de los valores acentúan su naturaleza evolutiva y variable; pero en todo caso mantienen su condición de valores «objetivos», que en virtud de una cierta necesidad y universalidad están por encima de las decisiones puramente subjetivas del individuo.

En realidad, como ha escrito un autor famoso, «la tentación del hombre moderno es demostrar que no tiene necesidad de Dios para hacer el bien» (37); aunque el más empeñado propagandista del ateísmo en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, el francés Le Dantec, autor de decenas de obras al servicio de la «causa», confesó en 1909: Afortunadamente no hay ningún ateo perfecto. YO estoy muy contento, por mi parte, de tener junto a mi ateísmo lógico una conciencia moral resultante de una cantidad de errores de mis antepasados, que me dicta mi conducta en aquellos casos en que mi conciencia me dejaría naufragar» (38); es decir, la Moral es un residuo ilógico, pero muy provechoso, del viejo Cristianismo. En esta misma dirección se manifestó, con su crudeza característica, Wells, el famoso autor de «La guerra de los mundos». En su gruesa autobiografía revela los recovecos de su ateísmo y, aun siendo su ateísmo integral, confiesa que durante la guerra de 1914-1918, al notar que la gente amedrentada necesitaba de Dios, pues necesitaba sentir a un padre en quien depositar la confianza, el escritor se dedicó a publicar novelas «teológicas». Pero ¿qué entiende él por novelas teológicas? Novelas que, manipulando el atractivo de la fraseología acerca de Dios, introducen como contenido la mera personificación del progreso humano: un «humanismo-deificado», un cierto valor innato que hay dentro del hombre y que es como lo impersonal o el hombre tomado en general, que muchos proyectan fuera de sí sintiéndolo como algo independiente y eterno (39).

Tal es la primera postura, absolutamente inconsecuente, aunque más «humana».

2ª La segunda es la de Nietzsche. No hay valores «eternos», porque no hay Dios: el hombre es radicalmente independiente. Pero es necesario que algún hombre cree valores que se impongan, al menos por un tiempo, a los demás. Y esto es bueno. En cada pueblo o en cada período histórico está en vigor una tabla de deberes, producto de voluntades dominadoras. El hombre fuerte, y más el superhombre, haría un poco de Dios.

3ª La tercera postura es la del reciente existencialismo ateo. Es la más lógica y esclarecedora, si bien la más inhumana. Si no hay Dios, no hay ninguna clase de valores ni de normas, ni posibilidad alguna de crearlos. El hombre es una libertad totalmente indeterminada, incapaz de crear, ni siquiera para sí mismo, valores permanentes y generalizables; sólo es capaz de producir decisiones gratuitas y «actuales». No hay un solo acto de la vida humana que sea ordenable o medible respecto a una «esencia», a un “debe ser”; como no hay una meta, no hay direcciones preferibles, que sean buenas, en comparación con otras menos buenas, o malas (40). El único valor de los actos humanos estaría en eso que se llama «autenticidad». Palabra tan brillante como vacía: porque en clave existencialista «autenticidad» sólo indica que la decisión es «mía», y no efecto de la inercia, de influjos semiinconscientes, de mera costumbre somnolienta; es auténtica en su desnuda acepción etimológica porque la hago mía con lucidez, sin que la calificación tenga las connotaciones que solemos atribuir a lo «auténtica», en cuanto valioso, verdadero, bueno, referido a valores.

Queda claro que las dos primeras posturas de ateísmo son como un «sucedáneo de Dios», porque, al suprimir a Dios, retienen valores «divinos», aunque los sitúen en lo humano. La tercera elimina el sucedáneo, reconoce la imposibilidad de sustituir a Dios, acepta que la condición del hombre es por ello absurda: el hombre tendría que ser Dios para ser hombre y para ser libre, de manera satisfactoria, pero no lo es. Por tanto, el hombre está forzado a ser, como dice Sartre, una aspiración o «pasión inútil». Lo auténtico es aceptar serenamente su tragedia, su ser nada. El mismo Sartre declara con apreciable claridad: «El existencialista se opone a un cierto tipo de moral laica que querría suprimir a Dios con el menor coste posible. Por lo contrario, el existencialista piensa que es muy Incomodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de hallar un orden de valores en un cielo inteligible» (41), es decir, por encima de lo sensible y fugitivo. Estas palabras desenmascaran los tapujos de tantos ateos; obligan a mirar de frente el vacío y la nada, que es el contenido de sus negaciones. Postura desagradable para el hombre, pero la más realista y consecuente con los presupuestos del ateísmo.

Notas

(37) P. Claudel, Comentario al Apocalipsis.

Gide pondera la necesidad de una virtud sin Dios. «El hombre debe aprender a prescindir de la creencia (…), ha de ser destetado (…) Este estado de ateísmo completo requiere mucha virtud para llegar a él y más aún para mantenerse en él». [Si la falta de Dios llevase al libertinaje, entonces] «¡Viva Dios! Viva la sagrada mentira que preservaría a la humanidad de la bancarrota, del desastre. Pero, ¿es que no puede el hombre aprender a exigirse a sí mismo por virtud 10 que cree que le es exigido por Dios? Sería, sin embargo, necesario que ocurriera; que algunos, al menos al principio, lo hicieran. Sin ello la partida está perdida. Y no se ganará esta partida (…) hasta que la virtud del hombre, su dignidad, reemplace y sustituya a Dios. Dios no existe sino por obra del hombre. Dios es virtud». [Aunque no consiga determinar qué es virtud], «habré conseguido ya mucho si quito a Dios del altar y pongo al hombre en su lugar. Provisionalmente pensaré que la virtud es lo mejor que el individuo puede conseguir de sí mismo». (Journal, III, Paris 1950, p. 274). Cf. nota 18 supra.

(38) Le Dantec, L’Athéisme, Paris, 1909, p. 166.

(39) H. G. Wells, Experimento de autobiografía, ed. española, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1943, pp. 469-473.

(40) Gaudium et spes, 10: «No faltan quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo».

(41) «L’existentialiste est tres opposé à un certain type de morale laïque, qui voudrait supprimer Dieu avec le moins de frais possibles. L’existentialiste au contraire pense qu’il est très gênant que Dieu n’existe pas, car avec lui disparaît toute possibilité de trouver des valeurs dans un ciel intelligible». Además de la afirmación de L’existentialisme est un humanisme (p. 37 et alibi), podemos evocar lo que Sartre dice en Etre et Néant: el proyecto fundamental del hombre es el de ser Dios (p. 652-654); como la idea de Dios es contradictoria, «el hombre es una pasión inútil» (p. 708).

Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978