El juicio universal o final, ocurrirá después de la resurrección de todos los hom
bres. Seremos juzgados por Cristo, en conformidad con las obras que hallamos realizado en esta vida. El juicio particular entre el alma y Cristo se hará público delante de todo el género humano y así se manifestará la justicia y la misericordia de Dios.
Es Jesús, nuestro Señor, quien nos dice: “El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras” (Mt. 16, 27), y “cuando el Hijo del hombre venga en su gloria. . . se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros” (Mt. 25, 31-46).
San Pablo enseña que: “Todos hemos de comparecer ante el Tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiese hecho por el cuerpo, bueno o malo” (2 Cor. 5, 10) Es doctrina reiterada por San Pedro, San Judas y el Apocalipsis.
Los Santos Padres escribieron sobre el juicio universal, recordando que “compareceremos ante el Tremendo Tribunal de Cristo, y tanto el diablo y los demonios como el anticristo, así como también los impíos, serán entregados al fuego eterno. Los que obraron el bien, brillaran como el sol. . . en la vida eterna”.
En los Credos o Símbolos de la Iglesia, confesamos: “Creo en Jesucristo nuestro Señor. . . que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”. Varios concilios ecuménicos de la Iglesia han definido que: “Jesucristo ha de venir al fin del mundo, ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y ha de dar a cada uno según sus obras, tanto a los réprobos (condenados) como a los elegidos” (Concilio IV de Letrán; de Lyón, de Florencia. . .)
En el juicio universal, Cristo Rey del Cielo y la Tierra, recibirá el homenaje de todos los hombres y mujeres; y el triunfo público sobre todos sus enemigos. De Dios nadie se burla. Todos reconocerán que a cada uno se le ha dado en conformidad con sus obras.
En el juicio universal quedará patente la sabiduría de Dios en el gobierno del mundo, su bondad, su paciencia con los pecadores y, sobre todo, su justicia. El recuerdo de que seremos juzgados aviva la prudencia y nos mueve a la conversión, mientras Dios nos conceda “el tiempo favorable, el tiempo de salvación” (2 Cor. 6, 2).
Manuel Martínez Cano, mCR