milagro_calanda--644x362No hay que ser fanático, pero tampoco cerrar los ojos a los hechos históricos. No hay que ser crédulo, pero sí aceptar lo que tiene pruebas irrefutables para quien no sea analfabeto. Un hecho, realmente digno de ser considerado, fue lo que sucedió en la villa de Calanda, cerca de Alcañiz, a 120 kilómetros de Zaragoza. Una familia, el matrimonio Pellicer-Blasco, tuvieron su primer hijo al que pusieron por nombre Miguel. Era una familia pobre las apreturas económicas crecieron con el hijo. Familiares suyos, de Castellón de la Plana, para aliviarles, invitaron a Miguel Pellicer a ir a trabajar las tierras de su tío. Entonces, Miguel abandonó Calanda.

En su nueva vida trabajaba con el mayor éxito. Pero tuvo un grave accidente de trabajo: una rueda de carro le pasó por encima de su pierna derecha, destrozándola de tal forma que, internado en el Hospital de la Esperanza, y trasladado después al Hospital de Zaragoza, se la tuvieron que cortar cuatro dedos más abajo de la rodilla. Esta operación, en aquellos tiempos, se practicaba aserrando la parte gangrenada, sin otra anestesia que alguna bebida alcohólica. Con la pierna amputada, después de horribles sufrimientos, le ataron la carne cortada y los nervios adaptándole la pierna de palo, con lo que quedaba para siempre inválido para el trabajo. Desde el Hospital, al salir, su primera visita, casi arrastrándose, fue para visitar a la Santísima Virgen del Pilar, en donde confesó y comulgó. Los canónigos del Pilar le dieron plaza «como de plantilla», para que a las puertas del templo pudiera pedir limosna. Por medio de sus paisanos preguntó si sus padres lo aceptarían en su casa. Llegó a ella, y allí ayudaba a sus padres, pidiendo limosna. El 29 de marzo de 1640 se hospedaban en su casa soldados de los que cruzaban Aragón. Miguel Pellicer también se retiró a descansar, y profundamente dormido, mientras soñaba que se untaba el dolorido muñón con aceite de la lámpara de la Virgen, cual hiciera en aquellos dos, años de pordiosero del Pilar, aun soportando riñas del médico que creía pudiera serie perjudicial, sus padres notaron un olor muy agradable en toda su casa. Con. el candil se acercaron a su hijo, que estaba dormido, y con estupor, vieron que tenía las dos piernas cruzadas, perfectamente normales. Téngase presente que cuando le cortaron la pierna en Zaragoza, ésta fue enterrada en el cementerio.

ARGUMENTOS SÓLIDOS

Se han escrito muchos libros, en todos los idiomas civilizados, sobre él. Las actas notariales, con abundancia de testigos de todo el pueblo, que se conservan perfectamente, hacen imposible que pudiera tratarse de ninguna fantasía. La fama de la recuperación de la pierna de Miguel Pellicer llegó a todas partes. La poesía, el arte, los médicos, los notarios, durante un año entero investigaron y certificaron finalmente la verdad de lo sucedido. Viajó mucho, pues en todas partes querían conocerle y contemplar su pierna prodigiosa. También el rey Felipe IV, le llamó en Madrid, y el monarca se postró para besar la pierna en la cicatriz que siempre se conservó.

Cuando hay un milagro se significa siempre algo que está por encima de las fuerzas y de las posibilidades de la naturaleza. La naturaleza no es otra cosa que el conjunto de seres, ya del orden mineral, vegetal, animal y humano. Pero Ia naturaleza tiene un Autor que es Dios. Y Dios, Todopoderoso, puede superar las leyes de la naturaleza, mejorarlas, cambiarlas, y realizar maravillas imposibles para las fuerzas naturales. Cuando sucede un hecho así, que se puede comprobar con los ojos, que no admite discusión de que sea algo fantástico, que no intervienen los nervios ni las alucinaciones, es que Dios interviene directamente. Y Dios nunca obra porque sí, arbitrariamente. Siempre que hay un milagro, Dios lo realiza para afirmar su bondad y su misericordia.

A veces hay personas que ven milagros por todas partes. Y dicen tonterías. Pero también dicen barbaridades los que niegan milagros que se pueden comprobar. Es cosa cierta que en la Biblia se narran milagros de verdad. También lo es que en el decurso de los siglos se han registrado, con certificados médicos, con radiografías, con pruebas científicas de todo rango, milagros de verdad. Los milagros auténticos solamente se dan dentro de la Iglesia católica. No hay ninguna confesión religiosa -ni el budismo, ni el mahometismo, ni el protestantismo en ninguna de sus variantes, ni los testigos de Jehová- que puedan presentar UN SOLO MILAGRO que pueda discutirse científicamente en una Academia de Medicina.

LOS MILAGROS SIEMPRE SON OBRA DE DIOS

Si los milagros siempre son obra de Dios, y no de los hombres, ni siquiera de los santos ni de la Virgen, ya que los santos y la Virgen interceden pero el que realiza el milagro en definitiva siempre es Dios, aunque sea por la plegaria más eficaz, de los santos y de la Virgen, que por su pureza convierten su oración en irresistible para el Señor, es que la Iglesia católica es VERDADERA, la única que es auténticamente bíblica, la única que tiene la plenitud de toda la Verdad Revelada, la única que tiene los Sacramentos instituidos por Jesucristo, la única que nos ofrece todas las garantías para salvarnos. Y es que no basta que cada uno, aunque lo haga «de buena fe» o «siguiendo su conciencia», escoja la religión que mejor se acomode a su capricho. Figurémonos que en la vía pública, los conductores de coches «de buena fe» y «siguiendo su; conciencia» maniobran prescindiendo del código de circulación; de las señalizaciones reglamentarias y de los semáforos. Y que cada uno se excusara en su «buena fe» y «conciencia». Los choques, las muertes, los atropellos, serían incalculables. Porque no podemos fabricarnos caprichosamente un código de circulación, y hemos de aceptar lo que está establecido para la máxima seguridad personal y ajena. Si en algo tan sencillo, no podemos inventarnos la manera de portarnos, Dios no quiere que en la vida religiosa cada uno se imagine una religión inventada por los hombres.

SOLAMENTE HAY UNA RELIGIÓN VERDADERA

La que instituyó Jesucristo, que está continuada por la Iglesia católica, apostólica y romana. Esto no significa que todos los miembros de la Iglesia sean santos ni perfectos. Pero aquí no se trata de cosas personales, sino de encontrarnos en la Iglesia auténticamente instituida y asistida por Jesucristo. El milagro de Calanda, que no puede negar nadie que estudie el caso -léase, por ejemplo, el libro «El milagro de Calanda a nivel histórico», de Leandro Aina Naval- certifica que la devoción a la Virgen mereció que el Señor alcanzara a Miguel Pellicer Blasco la pierna restituida. Si Miguel Pellicer Blasco hubiera sido budista, mahometano, protestante o testigo de Jehová, aunque hubiera llevado buena conducta y amado a Dios a su manera, el milagro no hubiera sucedido, como nunca han ocurrido en ninguna de estas confesiones.

Porque sólo la Iglesia católica es la Iglesia de Jesucristo. Quien pertenece a ella y la sigue, se salva. Quien pierde la fe católica voluntariamente, está en camino de perdición. El que está en otra religión y por falta de conocimiento e ignorancia, practica honradamente, el Señor le concederá la verdadera fe o le salvará por imposibilidad de haber llegado al lugar en donde Dios es conocido más plenamente. Vale la pena que cada uno examine si practica o no practica la verdadera religión, pues en ello nos jugamos la salvación eterna.

«LA VIRGEN NUNCA FALLA», decía Teresa González Quevedo, una muchacha madrileña, jovencísima, camino de los altares. Y no falla, si cada mañana y cada noche, de corazón, la honramos con las TRES AVEMARÍAS.

Obra Cultural
Laura, 4 – Barcelona-10